Apr 23, 2024 Last Updated 5:33 PM, Apr 22, 2024

Escribe Federico Novo Foti

El 17 de noviembre de 1972 regresó Juan Domingo Perón a nuestro país tras diecisiete años en el exilio. Terminaba la proscripción del peronismo. Cristina Kirchner recordó la fecha afirmando que “Perón no quería volver a ser presidente” y que el peronismo siempre comprendió la “importancia del orden en una sociedad”. Entonces, ¿para qué volvía Perón? ¿Y qué orden venía a restaurar?        
 
En 1955, la “revolución libertadora” derrocó al gobierno nacionalista burgués de Perón. Fue un golpe militar proyanqui, clerical, apoyado por los radicales (incluso por el PC y PS) y gran parte de las patronales. Instaló una dictadura sangrienta, que asesinó y encarceló a militantes, intervino a la CGT y a los sindicatos e ilegalizó al peronismo. Perón debió iniciar su largo exilio.

Pero la heroica resistencia de los trabajadores continuó tras el “golpe gorila”. “Perón vuelve” o “luche y vuelve” fueron consignas destacadas de aquellos años. La dictadura intentó ordenar la situación llamando a elecciones en febrero de 1958. Con el peronismo aún proscripto, desde España, Perón mandó a votar al  representante de la Unión Cívica Radical Intransigente (UCRI) Arturo Frondizi, quien acabó imponiéndose. El nuevo gobierno terminó entregando el petróleo, privatizó y abrió la educación a la Iglesia y a empresarios e impulsó y puso en marcha un plan de ajuste antiobrero. En 1959 el gobierno dispuso privatizar el frigorífico Lisandro de la Torre, a lo que los 9000 trabajadores respondieron con una toma que tuvo un gran apoyo popular y solo fue derrotada con una durísima represión en la que se utilizaron tanques de guerra, despidiendo a miles de trabajadores y encarcelando a los dirigentes y militantes sindicales.

Los trabajadores obligaron a los militares a traer a Perón

En junio de 1966 volvió la dictadura militar, tras el breve gobierno del radical Arturo Illia. El General Juan Carlos Onganía recibió la bienvenida de la burocracia sindical y el peronismo, incluyendo a Perón. Pero en mayo de 1969 estalló la insurrección obrera y estudiantil conocida como el “Cordobazo”. La dictadura quedó herida de muerte tras los distintos “azos” que sacudieron el país. El movimiento obrero retomó la oleada de luchas. Bajo la influencia de la revolución cubana y la lucha contra las capitulaciones de la burocracia sindical, surgía una nuevo activismo obrero y juvenil, una parte del cual planteaba posiciones independientes del peronismo.

La dictadura, ahora bajo la conducción del General Alejandro Lanusse, las patronales y el imperialismo fueron llegando a la conclusión de que la única salida posible para ordenar la situación era el llamado a elecciones y levantar la proscripción del peronismo. En 1971, Lanusse lanzó el “Gran Acuerdo Nacional” (GAN) y se creó “La Hora del Pueblo”, un agrupamiento político patronal encabezado por el radical Ricardo Balbín. Perón acompañó desde Madrid mientras maniobraba “por izquierda” con las “formaciones especiales” (los grupos guerrilleros peronistas) y coqueteaba con la “Patria Socialista”.
Pero la continuidad de las movilizaciones terminó por convencer a las patronales de que para encaminar la salida electoral era necesaria la presencia de Perón y que éste avalara personalmente los distintos pasos a implementar. Así fue que en la lluviosa mañana del viernes 17 de noviembre de 1972 un avión de Alitalia arribó al aeropuerto de Ezeiza proveniente de Madrid, trayendo al histórico dirigente y una comitiva de decenas de personas de distintos ámbitos como la política, la cultura y el deporte.

El retorno de Perón fue un triunfo de la lucha del movimiento obrero y popular. En medio de la alegría, muchos trabajadores peronistas honestos y luchadores y organizaciones que se reivindicaban peronistas “combativas” o “revolucionarias” creían que Perón venía a recuperar las conquistas y banderas “del ‘45”, fortalecer sus luchas y barrer a la burocracia sindical, enfrentar al imperialismo y hasta construir el “socialismo nacional”. Pero nada de eso sucedió.

La foto de su recepción al pie del avión ya mostraba cuáles eran sus verdaderas intenciones. Allí aparecía Perón junto al burócrata sindical José Ignacio Rucci, que lo cubría con su paraguas, rodeado por su esposa Isabel Perón y su secretario José López Rega, entre otros. Perón inmediatamente se reunió con los principales referentes de “La Hora del Pueblo”, prácticamente todos ellos “gorilas” en 1955. El símbolo fue su abrazo con Balbín. Allí terminó de sellar el GAN que llevó a las elecciones de marzo de 1973, en las que se impuso el peronismo, que presentó el Frente Justicialista de Liberación (Frejuli) con la fórmula Héctor Cámpora, delegado personal de Perón, y Vicente Solano Lima, un conservador. Los Montoneros, que eran mayoritarios entre las “formaciones especiales”, aceptaron la fórmula y lanzaron la consigna: “Cámpora al gobierno, Perón al poder”.
 
El peronismo no va más

Los trabajadores consideraron el triunfo electoral como propio y continuaron las movilizaciones por nuevas demandas laborales y democráticas. Perón llamaba a frenar las luchas. Apenas habían pasado cuarenta y nueve días de su gobierno cuando Cámpora, incapaz de detener el ascenso, fue obligado a renunciar por el propio Perón, a quien los militares le pidieron que asumiera personalmente la presidencia. El 23 de septiembre se realizaron nuevas elecciones en las que se impuso por amplio margen la fórmula Juan Perón e Isabel Perón.

 El imperialismo, las patronales, las fuerzas armadas, la burocracia sindical y la Iglesia cerraron filas detrás de Perón con la esperanza de que pusiera “orden”. Imponer el orden significaba derrotar al movimiento obrero que venía en ascenso desde el Cordobazo para garantizar el saqueo imperialista y los negocios capitalistas. Por eso, tras el fracaso del “Pacto Social”, el intento de conciliación con las patronales congelando los salarios, y la continuidad de las movilizaciones y acciones guerrilleras, el gobierno de Perón profundizó la represión. Desde el Ministerio de Bienestar Social, el siniestro López Rega organizó la Alianza Anticomunista Argentina (Triple A). Bandas fascistas que secuestraron y asesinaron a decenas de activistas.

El tercer gobierno de Perón marcaría un giro cada vez más claro hacia posiciones reaccionarias y pro imperialistas, que abrió el camino al golpe de 1976.  No quedaba nada de aquel movimiento nacionalista burgués que, con todas sus contradicciones, había enfrentado al imperialismo yanqui y mejorado el nivel de vida obrero y popular. Era y es el partido de los Menem, Duhalde, de la burocracia sindical y el del doble discurso de los Kirchner y Alberto que, al igual que las otras fuerzas políticas patronales, aplica el ajuste del FMI y es garante de la entrega y el saqueo imperialistas. Por eso desde Izquierda Socialista en el Frente de Izquierda Unidad decimos que el peronismo no va más, al igual que no son salida otras fuerzas patronales como los radicales, el macrismo o los liberfachos.

Intervenimos en cada lucha obrera y popular para que triunfen y nos damos a la tarea aún vigente de construir un partido revolucionario que al calor de la movilización de las masas imponga un gobierno de trabajadoras y trabajadores y por el socialismo.

Escribe Federico Novo Foti

La corriente trotskista encabezada por Nahuel Moreno luchó junto a los trabajadores contra el “golpe gorila” de 1955 y exigió no solo la libertad de los presos políticos, sino también la legalidad del peronismo y el pleno derecho de su líder a volver y actuar en política. En la coyuntura abierta por el GAN en 1971, denunció la trampa que buscaba frenar el ascenso iniciado por el Cordobazo y planteó la necesidad de seguir luchando y construir un partido revolucionario inserto en la clase trabajadora, que peleara contra la burocracia sindical disputando al nuevo activismo obrero. Debatió duramente con la guerrilla, planteando que ese no era el camino para la revolución en nuestro país, sino la pelea por una nueva dirección inserta en la clase obrera, con un programa y una política que, a la vez, enfrentara al peronismo. En 1972, explicaba que Perón no volvía para “limpiar” al peronismo y reinstaurar los “días felices” o luchar por el “socialismo nacional”, sino para encorsetar las luchas detrás del Pacto Social. “[…] Perón no vuelve para luchar. Perón vuelve para recorrer los últimos tramos del acuerdo con el régimen, con los peores enemigos de los trabajadores”. En la perspectiva por construir el partido revolucionario, el recién creado Partido Socialista de los Trabajadores (PST) conducido por Moreno batalló para conseguir su legalidad y dio la pelea en las elecciones de 1973, con su propia fórmula y llamando a construir un “polo socialista y revolucionario”, contra quienes capitularon al peronismo.1

1. Ver “Avanzada Socialista” N° 37, 8/11/1972 y Ricardo de Titto, “Historia del PST”, CEHUS, Buenos Aires, 2016.


Escribe Federico Novo Foti

Hace treinta y tres años cayó el muro que dividió Berlín por décadas. Fue una victoria de las masas que inició el camino hacia la unificación alemana y provocó el derrumbe de la burocracia estalinista. Gobiernos y analistas burgueses anunciaron el triunfo del capitalismo sobre el socialismo. Pero los socialistas revolucionarios tenemos otra mirada.
 
Al finalizar la Segunda Guerra Mundial, en la Conferencia de Potsdam de 1945, José Stalin (líder de la burocracia soviética), Franklin Roosevelt (presidente de Estados Unidos) y Winston Churchill (primer ministro británico) pactaron la ocupación y división de Alemania, como parte de los acuerdos en los que definieron “esferas de influencia” en Europa y el mundo para estabilizar el dominio capitalista imperialista. La partición alemana serviría también para dividir al otrora poderoso movimiento obrero alemán.

En 1949 se creó la República Federal Alemana (RFA) en la región occidental y más desarrollada, sostenida por el imperialismo yanqui y los millones de dólares del Plan Marshall para su reconstrucción. En la zona oriental, la República Democrática Alemana (RDA), apoyada por la burocracia estalinista de la URSS. Berlín, la antigua capital alemana, situada en el centro de la RDA, quedó igualmente ocupada y dividida.

La RDA estaba gobernada por una dictadura de partido único (Partido Socialista Unificado) a imagen y semejanza de la dictadura estalinista de la URSS. La expropiación y eliminación de la burguesía y la planificación estatal de la economía permitieron mejoras como el pleno empleo, acceso a educación y salud. Pero la división del país y la opresión pesaban sobre su población. En 1953 fueron duramente reprimidas las huelgas obreras de Berlín oriental. Para 1961 se estima que dos millones de personas habían huido del país. Como respuesta, en la madrugada del 13 de agosto de 1961, el gobierno de la RDA comenzó a construir un muro con intención de aislar definitivamente los dos lados de la ciudad de Berlín. La llamaron barrera de “contención antifascista”. El muro de hormigón alcanzaría los 155 kilómetros de largo (45 kilómetros dentro de la ciudad). Separó familias, amigos y vecinos. 239 personas fueron asesinadas a manos de la Stasi, el siniestro servicio secreto de la RDA, al intentar cruzar.

La caída del Muro de Berlín

La noche del 9 de noviembre de 1989, tras los anuncios del gobierno de la RDA sobre el otorgamiento de permisos para visitar Berlín occidental, miles de personas se movilizaron hacia el muro. Sorpresivamente, la multitud comenzó a demolerlo con picos, martillos y palas, ante la mirada desconcertada de los soldados. Tras veintiocho años caía el muro que había separado a la ciudad y representaba el símbolo máximo de la división alemana. Miles de personas de ambos lados se reunieron para festejar, abrazarse y besarse.

La caída del Muro de Berlín derrumbó a la burocracia estalinista del PSU e inició el camino hacia la unificación del país en 1990. En aquel entonces el hecho causó una enorme sorpresa mundial. Algunos analistas lo presentaron como una jugada magistral del capitalismo imperialista, encabezado por el presidente yanqui, Ronald Reagan, junto al Papa Juan Pablo II y la complicidad del líder soviético, Mijaíl Gorbachov. El politólogo yanqui Francis Fukuyama afirmó que la caída del muro era el triunfo definitivo del capitalismo sobre el socialismo y pronosticó progreso permanente para la humanidad.
 
Un triunfo de las masas con un alto costo

Desde Izquierda Socialista y la UIT-CI damos otra explicación. Ninguno de los supuestos ideólogos de la caída del muro, ni el viejo dictador de la RDA, Erich Honecker, lo planificaron. Al contrario, a todos les convenía mantener la división alemana y los acuerdos de finales de la guerra, incluido el compromiso de la URSS a limitar su dominio a los países de Europa oriental y colaborar en evitar o controlar las revoluciones en el resto del mundo.

Lo cierto es que en la década de 1980 las burocracias gobernantes en los países del “socialismo real” (donde se había expropiado a la burguesía y tenían regímenes totalitarios) profundizaron sus negociaciones con el imperialismo y la apertura al capitalismo. La falta de libertades y la caída en los niveles de vida alentaron entre las masas un ascenso de las luchas. Estalló la revolución polaca, con el surgimiento del sindicato Solidaridad. Las huelgas mineras sacudieron a la URSS. En junio de 1989, la dictadura del Partido Comunista chino aplastó la revolución en la Plaza Tiananmen. Pero las masas no se detuvieron.

En 1989 la RDA tenía su economía semiparalizada y crecía el éxodo de población a Hungría y Checoslovaquia. A mediados de año comenzaron fuertes movilizaciones populares. En octubre, el gobierno intentó calmar los ánimos con algunos cambios. Destituyeron a Honecker e impusieron a Egon Krenz. Pero las movilizaciones continuaron. El 4 de noviembre medio millón de personas se concentraron en la Alexanderplatz, la gran plaza del centro de Berlín. Los anuncios del 9 de noviembre precipitaron los acontecimientos.

La caída del Muro de Berlín fue un enorme triunfo del pueblo alemán que no sólo abrió el camino a la unificación alemana, sino que aceleró el derrumbe del aparato estalinista mundial que mantenía encorsetado el movimiento de masas por su acuerdo con el imperialismo. Fue una revolución política triunfante. Pero al mismo tiempo tuvo grandes limitaciones. La ausencia de una alternativa socialista revolucionaria que encabezara las movilizaciones no permitió que se enfrentara el proceso de restauración capitalista iniciado. Se instaló la confusión y la ilusión en las bondades del capitalismo. El retroceso respecto a la expropiación de la burguesía y la planificación estatal fortaleció a la naciente potencia imperialista alemana unificada.

Los trabajadores y el pueblo alemán continúan haciendo su experiencia con el capitalismo. Lejos de obtener el progreso anhelado, desde 2008 viven la crisis económica mundial y los planes de ajuste de sus gobiernos. Este año, tras la pandemia, la invasión de Rusia a Ucrania trajo de nuevo el temor de la guerra en Europa y la posibilidad de vivir una crisis energética que afecte a millones. Pero los trabajadores y los pueblos de Alemania y el mundo siguen luchando. Protagonizan heroicas rebeliones y revoluciones que cuestionan el sistema capitalista en el siglo XXI. En ellas, contra las direcciones reformistas o de falso socialismo, sigue planteada la gran tarea de construir una alternativa socialista revolucionaria capaz de conducir a las masas a lograr un gobierno de trabajadoras y trabajadores que avance hacia un verdadero socialismo con democracia para el pueblo trabajador.

Escribe Federico Novo Foti

Con la caída del Muro de Berlín y el derrumbe del aparato estalinista los gobiernos capitalistas y sus voceros anunciaron el “fin de la utopía socialista”. Sin embargo, lo que resulta una utopía es progresar y tener un futuro bajo el capitalismo, que sólo trae hambre, pobreza, pandemias, guerras y destrucción ambiental.

La izquierda estalinista y reformista (PC, PS y otros) concluyó que el hundimiento del estalinismo había sido producido por “exceso de estatismo” y lanzó la política del “socialismo de mercado”. La vieja y fracasada idea de construir el socialismo en unidad con grandes capitalistas y multinacionales. La dictadura capitalista del PC chino se presentó como el modelo a seguir. Así por ejemplo en Venezuela, Maduro aplica un brutal ajuste capitalista e impuso un régimen totalitario con el nombre de “socialismo del siglo XXI”.

La realidad es que el socialismo no fracasó. Las que fracasaron fueron las dictaduras de partido único y la utopía reaccionaria del “socialismo en un solo país”, sin extenderlo al resto del mundo. Fracasan y pierden apoyo popular los gobiernos de “falso socialismo”, como el de Maduro, Ortega, Castillo o Boric, porque no rompen con el capitalismo.

Por eso desde Izquierda Socialista y la UIT-CI decimos que no va más el sistema capitalista y en cada lucha alentamos a construir un partido revolucionario que pelee por un verdadero socialismo. Contra los partidos del “falso socialismo” y tomando la tradición revolucionaria de Lenin y Trotsky, luchamos por conquistar gobiernos de trabajadoras y trabajadores que expropien a las multinacionales y grandes capitalistas e impongan una economía estatal planificada que termine con la pobreza, la destrucción ambiental y todos los males capitalistas. Que pelee por extender la revolución a todos los países para terminar con el capitalismo que es un sistema mundial. Un socialismo con plena democracia para el pueblo trabajador, que dé la iniciativa a trabajadoras y trabajadores y no a siniestras dictaduras de partido único.

Escribe Adolfo Santos

En los primeros días de noviembre de 1917 (últimos días de octubre según el calendario gregoriano), un hecho político ocurrido en Rusia conmovió al mundo. Se instalaba en el poder un gobierno revolucionario y socialista, dirigido por el partido bolchevique encabezado por Lenin y Trotsky, cuya fuerza se asentaba en la movilización democrática de las masas obreras y campesinas organizadas en los soviets.  

A principios del siglo XX, Rusia era gobernada por el imperio de los zares construido por la familia Romanov tres siglos antes. Su población de 150 millones de habitantes era pobre, constituida mayoritariamente por campesinos y analfabetos. A pesar de conservar rasgos feudales, en las grandes ciudades como Petrogrado y Moscú capitalistas ingleses y franceses fueron desarrollando una industria moderna, alrededor de la cual crecieron grandes concentraciones obreras como las industrias Putilov, donde trabajaban 36.000 obreros.

En 1914, el zar Nicolás II se alió a Francia e Inglaterra en la guerra interimperialista, mandando a la muerte a millones de rusos que enfrentaban a los alemanes en inferioridad de condiciones. Esta situación, que fue desmoralizando las tropas rusas en las trincheras y provocando terribles penurias a la población en general, incentivó un movimiento creciente contra la guerra. Ese descontento se manifestaba en permanentes protestas que eran reprimidas por la policía zarista provocando muertes, heridos y encarcelados.

En febrero de 1917 una enorme movilización en Petrogrado, luego de cinco días de combates en las calles, consiguió la caída del zarismo. Escribe Trotsky en Historia de la Revolución Rusa:  “El 23 de Febrero era el Día Internacional de la Mujer […] A nadie se le había ocurrido que pudiera convertirse en el primer día de la revolución […] la Revolución de Febrero comenzó desde abajo,[...] con la particularidad de que [...] corrió a cargo del sector más oprimido y pisoteado del proletariado: las obreras del ramo textil”.

Ese gran triunfo democrático  instaló un “gobierno provisional” encabezado por el partido de la burguesía liberal, Kadetes, que había acompañado al zarismo hasta sus últimos días. El nuevo gobierno fue apoyado e integrado por partidos obreros y  campesinos, los mencheviques (el ala reformista del partido marxista social democrático fundado en 1898) y los social revolucionarios (SR) con influencia en el campesinado.

El doble poder de los soviets

Al calor de este ascenso contra la guerra y la miseria surgieron los soviets (consejos), una experiencia retomada de la revolución derrotada en 1905. Estos organismos, formados por delegados obreros, campesinos y de soldados, deliberaban y decidían sobre todos los problemas. Se convirtieron en verdaderos organismos de “doble poder”, exigiendo soluciones a un gobierno que no atendía las principales exigencias de las masas empobrecidas. Los bolcheviques encabezados por Lenin, que comenzaron siendo una absoluta minoría en los soviets, dirigidos por los mencheviques y los SR, se fueron fortaleciendo al desenmascarar a estos sectores reformistas que sostenían el gobierno burgués para, supuestamente, desarrollar una Rusia capitalista y en una etapa posterior luchar por el socialismo.

En abril Lenin regresa del exilio y presenta un programa (ver recuadro “Las Tesis de Abril”) llamando a rechazar la política de conciliación menchevique, a combatir el gobierno burgués y a delegar el poder a los soviets, única alternativa para conquistar paz, pan y tierra. Esa política desató una feroz campaña contra el líder bolchevique, que fue acusado de agente alemán por defender la paz. Este ataque se extendió a Trotsky, destacado dirigente de los soviets, que en mayo había ingresado al partido de Lenin.

Pero con esa política de exigir “paz, pan y tierra”,  los bolcheviques se fueron fortaleciendo y en los meses anteriores a la revolución se habían convertido en la mayoría entre los delegados soviéticos. Esa nueva relación de fuerzas les permitió a sus principales dirigentes, aún desde la cárcel, organizar la resistencia e impedir el intento de golpe del general Kornilov para derrotar el ascenso que acorralaba al gobierno de Kerensky.

La insurrección

El fin del gobierno burgués se produjo casi sin derramamiento de sangre, tal la fuerza de la movilización motorizada desde los soviets que fue organizada y dirigida por los bolcheviques, con Lenin y Trotsky (que dirigía el soviet de Petrogrado) a la cabeza. Fueron centenas de milicias armadas desde las fábricas y barriadas obreras y de los propios destacamentos de soldados y marinos. El último acto lo protagonizó el acorazado Aurora desde las aguas del río Neva que, con dos tiros de cañón, definió la rendición final del gobierno burgués y el abandono del Palacio de Invierno. Nacía un gobierno revolucionario y socialista dirigido por el partido bolchevique.

En su Historia de la Revolución Rusa, Trotsky concluye: “La Revolución de Octubre sentó las bases de una nueva cultura al servicio de todos, y por esa misma razón adquiere de inmediato significado Internacional. Incluso suponiendo por un momento que debido a una situación desfavorable y por circunstancias y golpes hostiles el régimen soviético fuera temporalmente derrocado, la Revolución de Octubre continuaría ejerciendo una influencia indeleble sobre todo el desarrollo futuro de la humanidad”. Trotsky tenía razón. Frente a la debacle del actual sistema capitalista imperialista, las tareas desarrolladas por la revolución de octubre y las medidas por ella aplicadas están más vigentes que nunca.

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