May 09, 2024 Last Updated 10:30 PM, May 8, 2024

Escribe José “Pepe” Rusconi

Parece que fue ayer. La mañana del 12 de mayo de 1977 nos encontramos con Miguel en una de las diagonales de la ciudad de La Plata. Él era trabajador de Petroquímica Sudamericana, hoy Mafissa, y yo de Propulsora Siderúrgica, hoy Siderar. Ambos éramos militantes del Partido Socialista de los Trabajadores (PST).

En ese encuentro Miguel me dijo: “Anoche iba a la casa de los chicos y vi unos tipos raros en la entrada del pasillo, seguí hasta la esquina y volví, pero cuando pasé nuevamente vi que tenían armas largas y me fui”. Los chicos a quienes se refería Miguel eran Julio Matamoros, Mónica de Olazo y Alejandro Ford, que vivían en el barrio de las Mil Casas de Tolosa, en La Plata. Ellos también eran militantes del PST.

Julio, a quien le decíamos Bocha, tenía 21 años y era estudiante de derecho. Militó en la Juventud Socialista hasta que ingresó al Banco Crédito Provincial. Moniquita tenía 18 años y comenzó a militar cuando cursaba la secundaria. Alejandro, el Negro, tenía 20 años, estudió Bellas Artes y fue dirigente de la UES. Su caso fue muy resonante porque, siendo un cuadro importante, rompió con la JP para ingresar en la corriente trotskista morenista. Alejandro y Mónica eran pareja.

Por aquellos días Miguel y los chicos se reunían en un equipo que era la continuidad de otro que habían integrado conmigo y mi compañera, Pelusa. Es que, aun durante la dictadura iniciada en marzo de 1976, el PST seguía funcionando en la clandestinidad. Nos reuníamos cuidando la seguridad de todos y debatíamos la situación política, nos formábamos teóricamente y planificábamos actividades. Teníamos claro que aún hacía falta construir esa herramienta, el PST, que años antes, con el auge del peronismo y el guerrillerismo, se había ganado un lugar destacado dentro de la clase obrera y sus luchas. Pero no todo era política, también compartimos muchos momentos y se generaron grandes lazos de amistad.

Luego de que Miguel me describió lo que vio, fui hasta un teléfono público y llamé al trabajo de Julio y luego a su casa, no se había presentado a trabajar y su hermano, con la voz alterada, me dijo que no estaba y preguntó nerviosamente “quién habla”. No hacía falta más. Le dije a Miguel “los secuestraron” y dimos aviso al partido. Pasaron treinta y seis años sin saber qué había sido de ellos. En 2013 el Equipo Argentino de Antropología Forense los identificó, estaban enterrados como NN en el cementerio de Ezpeleta. Los habían fusilado frente a la comisaría de esa localidad, simulando un atentado, junto con otras dos víctimas.

Hoy, a cuarenta y cuatro años del día de su secuestro, los sigo recordando con sus sonrisas y esas tremendas ganas de cambiar esta realidad capitalista por un mundo más justo, un mundo socialista. Cuando veo a la nueva camada de jóvenes compañeros y compañeras entusiasmados en la tarea de construir el partido revolucionario me doy cuenta de que, a pesar de su muerte, no todo fue en vano. Veo en ellos los rostros de Julio, Moniquita y Alejandro. Esa es una de las razones por las que sigue valiendo la pena construir una organización revolucionaria como Izquierda Socialista.

¡Justicia por los compañeros del PST de Tolosa desaparecidos! 

Julio, Mónica y Alejandro ¡hasta el socialismo siempre!

Escribe Adolfo Santos

En 1968, Francia conmovía al mundo. Aquel año, la irrupción revolucionaria de la juventud estudiantil, en estrecha unidad con la clase trabajadora, protagonizaron una colosal movilización conocida como el Mayo Francés. Fue un proceso insurreccional que no consiguió avanzar más por el nefasto papel de las direcciones reformistas.

Generalmente, tratan de minimizar los acontecimientos del Mayo Francés a una “cuestión generacional”, donde la juventud habría expresado su “natural y saludable rebeldía”. Para los socialistas revolucionarios el proceso de rebelión, detrás de las célebres consignas “prohibido prohibir” o “la imaginación al poder”, contenía un profundo cuestionamiento revolucionario al gobierno de Charles de Gaulle, a su régimen autoritario y al sistema capitalista que representaba.

El Mayo Francés no fue un hecho aislado ni mucho menos reducido a un mes determinado. Los años previos al ’68 fueron convulsionados en el mundo y de muchas luchas en Francia. En 1963 hubo una gran huelga de mineros, en 1964 fue el turno de los obreros de Renault, en 1967 pararon por un mes los trabajadores de Rhodia y en enero de 1968 se produjo un alzamiento en la ciudad de Caen en el que participaron obreros, estudiantes y agricultores que terminó con fuertes enfrentamientos. En ese escenario se gestó el Mayo Francés.

1968, la revolución se pone en marcha

En marzo, los estudiantes ocuparon la Universidad de Nanterre contra una serie de normas restrictivas y fueron desalojados por la policía. Uno de los líderes, Daniel Cohn Bendit*, dos meses después se convirtió en una de las principales figuras de los acontecimientos de mayo. En abril se volvió a ocupar Nanterre para exigir la libertad de estudiantes presos en manifestaciones contra la guerra de Vietnam. Las autoridades cerraron la universidad y procesaron a ocho cabecillas de ese movimiento.

El 3 de mayo se congregó una gran cantidad de estudiantes en la plaza de La Sorbona en solidaridad con los estudiantes presos y contra el cierre de Nanterre. Fueron duramente reprimidos por la policía. La Unión Nacional de Estudiantes y el Sindicato de Profesores llamaron a una huelga exigiendo la retirada de la policía, la libertad de los presos y la reapertura de La Sorbona, cerrada el día antes para evitar las concentraciones. El conflicto se extendió.

El 6 de mayo, después de que los “ocho de Nanterre” declararon ante el comité de disciplina de la universidad, se realizó una gigantesca manifestación en Champs Elysee. Estudiantes, en medio de un mar de banderas rojas, se enfrentaron con la policía. Los jóvenes se refugiaron en el Barrio Latino y se defendieron levantando barricadas con las rejillas de los desagües callejeros, maderas impregnadas en nafta y pilas de adoquines arrancados de las calles. La prensa burguesa atacaba el “vandalismo” de los manifestantes. Lo mismo hacía el Partido Comunista, que controlaba la CGT. A través de su diario, L’Humanité, trató a los manifestantes como “grupúsculos de provocadores”.

Pero nada detenía a los estudiantes. El 10, los enfrentamientos se extendieron por horas en el Barrio Latino, convertido en un campo de batalla. Más de 20.000 estudiantes de Nanterre, La Sorbona y de colegios secundarios, junto con jóvenes obreros, combatieron contra la policía de De Gaulle que, a pesar de su entrenamiento profesional, fue incapaz de doblegar la determinación de esos jóvenes. “La noche de las barricadas”, como se recuerda aquella jornada, terminó con cientos de heridos pero con un gobierno agonizante.

Entra en escena el movimiento obrero

La firmeza de la lucha generó un sentimiento de simpatía generalizado con los estudiantes, sobre todo entre los trabajadores. Presionada, después de un vergonzoso silencio cómplice, la CGT se vio obligada a convocar a una huelga general el 13 de mayo. La respuesta fue impresionante. Más de 10 millones de trabajadores se sumaron a la mayor huelga general de Francia y masivas manifestaciones se multiplicaron por todo el país. La unidad en la lucha de obreros y estudiantes colocó contra las cuerdas al gobierno de De Gaulle.

La Sorbona pasó a ser dirigida por un comité de ocupación. Los trabajadores de Sud Aviation (Concorde) y los de Renault ocuparon sus fábricas y la huelga se generalizó. Miles de estudiantes marcharon a los portones de las fábricas ocupadas para confraternizar con los obreros y juntos cantaron La Internacional. Pararon los controladores aéreos, los trabajadores del carbón, del transporte, del gas y la electricidad, periodistas de radio y televisión. Obreros y agricultores de Nantes controlaban la ciudad, ponían precio a las mercaderías y solo abrían los negocios autorizados por el comité de huelga. Lo que había comenzado como un conflicto en una universidad periférica se convirtió en una lucha nacional de masas evidenciando un profundo malestar y un sentimiento de cambios sociales.

La CGT y el PC francés traicionaron la insurrección

La situación generaba un vacío de poder e imponía una pregunta, ¿quién debía gobernar? La respuesta la dio la CGT, dirigida por el Partido Comunista. El 25 de mayo, viendo que todo se derrumbaba, el primer ministro Pompidou convocó a las centrales obreras y patronales y propuso una negociación. El 27, en medio de un caos generalizado, con las fábricas y universidades ocupadas, con la policía ausente y sin una autoridad capaz de imponer el orden, la CGT firmó el Acuerdo de Grenelle, donde se comprometía a levantar la huelga a cambio de algunas concesiones. No era eso lo que querían las masas insurrectas y los trabajadores rechazaron el acuerdo. Temeroso de caer en manos de la revolución, el 29 de mayo De Gaulle se subió a un helicóptero junto con su familia y se dirigió a la base militar francesa de Baden-Baden, en Alemania Federal.

La disputa por el poder estaba colocada. Sin embargo, la dirección del PC y la CGT, junto con los socialistas de Mitterrand, insistieron en aceptar el acuerdo y desmontar la huelga. Apoyados en esa actitud, las patronales exigieron la vuelta al trabajo esgrimiendo los beneficios concedidos en Grenelle. El 3 de junio Mitterrand declaró que el Estado no existía, pero propuso llamar a elecciones para resolver esa situación. Estas políticas generaron confusión y el gobierno aprovechó para aplastar los focos de resistencia. Los partidos y grupos trotskistas, maoístas y anarquistas, que estuvieron a la cabeza del movimiento, fueron ilegalizados y sus dirigentes, detenidos.

Reanimado por la ayuda de las direcciones reformistas, De Gaulle volvió al país, disolvió la Asamblea y llamó a elecciones. La falta de una dirección revolucionaria para proponer una política capaz de empalmar con los anhelos de las masas generó un reflujo momentáneo aprovechado por el gobierno, incluso para ganar esas elecciones. Sin embargo, en abril del año siguiente, después de una potente huelga general y de ser derrotado en un plebiscito donde pretendía reafirmar su autoridad, De Gaulle fue obligado a renunciar y a retirarse de la escena política. Era un coletazo del Mayo Francés que puso fin a más de dos décadas de gaullismo.

La movilización de 1968, si bien significó un gran triunfo y dejó abierta una nueva etapa en Francia, no logró el objetivo que las consignas expresaban, derrocar al gobierno e iniciar la construcción del socialismo. Sin embargo, mucho hemos aprendido de esos días. La principal enseñanza es que faltó un verdadero partido revolucionario de masas que fuera capaz de dirigir la lucha hasta el triunfo definitivo. Esa tarea continúa vigente. En cada nueva movilización tenemos que lograr que la organización revolucionaria crezca y se fortalezca al calor de la lucha.

 

*Daniel Cohn Bendit fue uno de los principales líderes del Mayo Francés. Anarquista en sus orígenes, terminó siendo eurodiputado del Partido Verde.

 

Escribe Adolfo Santos

El 1° de mayo es un día de referencia de luchas de los trabajadores y las trabajadoras del mundo entero.  La fecha, instituida en el congreso de fundación de la II Internacional, en julio de 1889, fue un homenaje a los mártires de Chicago, protagonistas de una de las grandes luchas del movimiento obrero industrial de esa época.

  1. Chicago, la revuelta de la plaza Haymarket

A finales de la década de 1870, después de años de recesión, los Estados Unidos tuvieron un gran desarrollo industrial. Chicago fue uno de los principales centros de esa reactivación y allí se concentraban miles de inmigrantes, sobre todo alemanes, que al influjo de la demanda de mano de obra comenzaron a reclamar por los bajos salarios y las extenuantes jornadas de trabajo. 

En ese contexto, la ciudad se convirtió en un foco de luchas obreras y de intentos de organización sindical para exigir sus demandas. La reacción patronal no se hizo esperar y pasó a despedir trabajadores, a “marcarlos” para que nadie los contrate y a reclutar rompehuelgas para dividir a los luchadores. En octubre de 1884, una convención de trabajadores, presidida por la Federación de Oficios y Sindicatos Organizados, decidió por unanimidad llamar a una huelga el 1º de mayo de 1886 para reclamar por la jornada laboral de ocho horas.

Ese mismo año, los trabajadores de la fábrica McCormick, de maquinaria agrícola, realizaron una huelga por la jornada de ocho horas que terminó derrotada. Pero la consigna de “8 horas de trabajo, 8 horas de descanso y 8 horas de tiempo libre” caló hondo y se hizo carne en los trabajadores. Las incipientes organizaciones sindicales, que habían convocado a la lucha el 1º de mayo de aquel año, tuvieron una acogida impresionante. Más de 200.000 trabajadores industriales adhirieron a la huelga, 40.000 obreros se concentraron en la plaza Haymarket, de Chicago, y el reclamo se extendió a todo el país.

El día 4, mientras las manifestaciones continuaban, una persona no identificada, se presume que fue un provocador de la patronal, tiró una bomba contra la policía que rodeaba a los manifestantes y causó la muerte de un agente y heridas a otros siete. La reacción policial resultó en una masacre. Las fuerzas represivas dispararon a mansalva sobre la multitud, el saldo fue de treinta y ocho muertos y más de cien heridos.

Por esos hechos fueron procesados decenas de activistas obreros y, finalmente, ocho dirigentes anarquistas fueron acusados de conspiración y de ser responsables de la bomba lanzada contra los policías. Siete fueron condenados a muerte y uno a quince años de prisión. Cuatro fueron ejecutados en la horca el 11 de noviembre de 1887 y uno se suicidó en la cárcel un día antes. Los que consiguieron sobrevivir acabaron siendo absueltos años después al reconocerse que los procesos habían sido una farsa. En homenaje a los mártires de Chicago y su heroica lucha, la II Internacional proclamó el 1º de mayo Día Internacional de los Trabajadores y las Trabajadoras.

2021, la lucha continúa

Desde 1886 hasta nuestros días, los trabajadores han protagonizado jornadas históricas. Huelgas, rebeliones, revoluciones, con triunfos y derrotas, avances y retrocesos, que han marcado la historia del movimiento obrero. En todos esos procesos hay un hilo conductor desde Chicago hasta hoy: la lucha inclaudicable de la clase trabajadora por sus derechos, que sólo se conseguirá definitivamente cuando ésta conquiste el poder político e imponga el socialismo. Mientras tanto, será necesario continuar levantando las banderas que movilizaron a los trabajadores de Chicago. Peleando en la medida que este sistema capitalista en crisis nos impide vivir dignamente con solo ocho horas de trabajo y con todas las banderas que unifican las luchas de los trabajadores y las trabajadoras del mundo. Por salarios dignos, contra la desocupación crónica, la miseria creciente, la precarización y la flexibilización laboral, la multiplicidad de tareas, la creciente desigualdad social, las privatizaciones y los planes de ajuste ordenados por el FMI. Esas luchas, entre otras, nos identifican cada vez más con los trabajadores del mundo.

No es casual el carácter internacional de este día. El sistema capitalista imperialista dominante impone los mismos sufrimientos y las mismas miserias a los explotados del mundo. Un ejemplo es la clara afinidad entre los trabajadores de la salud de todos los países en medio de esta letal pandemia. Sufren las mismas deficiencias, falta de protección individual y exposición al contagio, aumento de la carga horaria, falta de recursos e infraestructura para atender a los pacientes por el deterioro de la salud pública y salarios de hambre para quienes están en la primera línea. Es el mismo caso de los trabajadores precarizados de las aplicaciones o de las tercerizadas que en todo el mundo sufren la misma explotación, o de los más de 250 millones que, según la OIT, han perdido su empleo durante 2020.

Este 1° de Mayo le brindamos un especial reconocimiento a los trabajadores de la salud por la incansable tarea realizada durante la pandemia a pesar de las pésimas condiciones de trabajo impuestas por los gobiernos patronales de la Nación y las provincias. En este marco, queremos destacar la heroica lucha llevada a cabo por los trabajadores de la salud de Neuquén que enfrentan un gobierno patronal, corrupto y represivo que, con la complicidad de una burocracia sindical traidora, los quiere derrotar para que no sirvan de ejemplo a otros trabajadores. Sin embargo, rodeados de la solidaridad de otros gremios, del sindicalismo combativo y de las comunidades a las que pertenecen, resisten sin capitular. Como los obreros de Chicago en 1886, saben que solo con la lucha es posible arrancar conquistas.

Escribe Martín Fú

El 2 de abril de 1982 la Argentina desafiaba a una potencia imperialista recuperando un territorio soberano usurpado y apropiado por el colonialismo en 1833, las islas Malvinas. La foto de los Royal Marines ingleses rendidos dio vuelta al mundo, diarios y revistas titulaban “Inglaterra humillada”. 

La sangrienta junta militar, en el poder desde 1976, mostraba un gran desgaste. En noviembre de 1981, y en plena crisis económica, un paro de la CGT reunió a miles en San Cayetano bajo la consigna “paz, pan y trabajo”. El 30 marzo de 1982 otro paro general de la CGT se cristalizó como la mayor expresión de lucha obrera del último período dictatorial. Sumando “fuera la dictadura” a la consigna “paz, pan y trabajo”, alrededor de cincuenta mil personas coparon la Plaza de Mayo en una huelga que fue reprimida duramente y que dejó un muerto y cientos de heridos y detenidos a lo largo del país.

En ese contexto, la recuperación de las islas generó simpatía popular a la vez que acrecentó en la conciencia de las masas el rechazo al imperialismo. El 10 de abril, con la Plaza de Mayo colmada, el general Galtieri fue silbado y, al son de “fuera ingleses y yanquis de Malvinas”, 150.000 almas repudiaban al enviado yanqui Alexander Haig.

Inglaterra, miembro de la OTAN, y con el guiño de Estados Unidos, se lanzó a la campaña militar de ultramar más importante desde la Segunda Guerra. Más de cien buques y 30.000 soldados partieron hacia el Atlántico Sur. 

La dictadura se jugaba a golpear y negociar para así tener mejores condiciones para acordar. Jamás sucedió. El principal artífice de la derrota política y militar se encontraba dentro del bando argentino.

El 2 de mayo, el hundimiento del ARA “General Belgrano”, flagrante crimen de guerra con 323 muertos -la mitad de las bajas argentinas en todo el conflicto-, fue un claro mensaje de la negativa de Margaret Thatcher de acordar un alto al fuego.

Mientras comenzaban los primeros combates en las islas, en el país no se tocaba ningún interés económico de Inglaterra. Sus empresas operaron con normalidad, ganando millones y llevándose sus utilidades al exterior, mientras la Comunidad Económica Europea, a pedido de los piratas, lanzaba un embargo y boicot a las importaciones argentinas. Los países que se solidarizaron con la Argentina –como Perú, Venezuela, Libia, Cuba, Bolivia, Rusia, entre otros– y ofrecían ayuda, eran desestimados por los militares. Así era imposible ganar la guerra. En Perú 150.000 personas marcharon apoyando a la Argentina. En toda Latinoamérica se despertaba el sentimiento antiimperialista y la simpatía con la causa argentina. Y nuestro partido antecesor, el PST alertaba que sin meterse con los intereses británicos, sin aceptar la ayuda que nos ofrecían y con la conducción militar pro imperialista era imposible derrotar a los ingleses.

La visita del papa Juan Pablo II en el mes de junio buscó desmovilizar a los cientos de miles que pedíamos que se vaya la junta y preparar el terreno para una posible rendición. Desde el PST llamamos a no apoyar su visita “derrotista” y que “la paz que predicaba el Papa era la paz de los esclavos, la de la rendición de Argentina” en un volante donde le explicábamos a la vanguardia obrera que la visita del Papa era una puñalada a la movilización antimperialista (volante PST ¿A que viene el Papa? Junio de 1982). Mientras el Papa “rezaba”, en Monte Longdon, se combatía en los pozos de zorro a bayoneta calada. Fue el enfrentamiento más sangriento y brutal de toda la guerra.

El 14 de junio, el general Menéndez se rendía ante el comandante británico Jeremy Moore, que un día antes había salvado su vida durante un ataque de una escuadrilla de la Fuerza Aérea.

“Los pibes murieron, los jefes los vendieron” fue el canto de miles un día después de la rendición, en la Plaza de Mayo llena. Quedaba sellado el comienzo del fin de la dictadura.

La junta había perdido la contienda y se desangraba. En las islas quedaban muchos de aquellos héroes que combatieron con bravura ante un enemigo superior. Como revolucionarios reivindicamos y honramos a aquellos soldados, que pelearon en una verdadera gesta contra el imperialismo en una guerra justa.

Desde 1983 hasta la fecha todos los gobiernos patronales que se alternaron en el poder congelaron la causa Malvinas. La desmalvinización es una muestra de la sumisión que todos los gobiernos tienen con el imperialismo y sus intereses.

Hace unas semanas, el primer ministro Boris Johnson aseguró estar “dispuesto a usar la fuerza” para defender a las Malvinas en una abierta ofensa al reclamo histórico por la soberanía de nuestras islas. Hoy más que nunca seguimos sosteniendo que la recuperación del archipiélago es una tarea pendiente y necesaria. ¡Fuera ingleses de Malvinas, fuera yanquis de América Latina!

 



El PST y Malvinas

Escribe Martín Fú

El Partido Socialista de los Trabajadores (PST) rápidamente se situó en el plano militar contra la agresión imperialista. Sin dar confianza alguna en la junta que desde 1976 había lanzado un plan de aniquilamiento contra la clase obrera en donde nuestro partido sufrió la persecución, desaparición y asesinato de un centenar de compañeros, desde la clandestinidad de la proscripción llamamos a restablecer las libertades democráticas para lograr fortalecer los comités de apoyo en fábricas, barrios y escuelas.

“No puede quedar una sola fábrica, barrio, universidad o colegio que no se organice para enfrentar al agresor. Y exijamos a la CGT que se ponga a la cabeza de ellos, que los coordinen y centralicen reclamando el apoyo de todos los partidos políticos, de las organizaciones estudiantiles y populares”, escribíamos desde nuestro periódico Palabra Socialista.

Decíamos que había que aceptar la solidaridad y la ayuda militar que nos ofrecían Cuba, Venezuela, Perú, Libia y otros países, elevando el sentimiento antiimperialista de los pueblos de Latinoamérica y del mundo, unificado y encolumnado tras la guerra contra Inglaterra.

Apoyamos la creación de registros de voluntarios para la guerra, en donde el partido dio el ejemplo aportando muchos militantes, entre los que se destacaron el “Pelado” Matosas y el “Petiso” Páez, que habían recuperado la libertad apenas unos meses antes y rápidamente se inscribieron como voluntarios.                       


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