Apr 19, 2024 Last Updated 10:50 PM, Apr 18, 2024

Escribe Miguel Ángel Hernández, dirigente del Partido Socialismo y Libertad, sección venezolana de la UIT-CI

A la terrible situación que ya padecemos las trabajadoras y trabajadores venezolanos, ahora se suman las consecuencias de la pandemia y el confinamiento social que ha impactado severamente en la economía ya destruida del país. Todo esto ha ocasionado un acrecentamiento de las catastróficas condiciones sociales en Venezuela.

En las últimas semanas hemos presenciado cómo los precios de los productos de primera necesidad se han ido hasta las nubes mientras nuestros salarios son cada vez más miserables. Empresarios y comerciantes aprovechan la cuarentena y la crisis sanitaria para incrementar abusivamente los precios de los productos esenciales.

Esto ha agudizado el hambre y la desesperación en miles de pobladores de los barrios populares, especialmente en las zonas más pobres del país, que han salido a saquear comercios en sus localidades al grito de “Tenemos hambre, queremos comida”. Ante eso, el gobierno vuelve al expediente de la represión. Ya hubo un muerto y dos heridos de bala en la población de Upata, en el estado de Bolívar.

Si bien es importante mencionar que aún son protestas aisladas y no masivas y en zonas poco pobladas, el gobierno de Maduro, temiendo la explosión social, hace esfuerzos por garantizar algo de comida a través de las cajas Clap y mínimos servicios en las grandes ciudades, especialmente en Caracas.

Todas estas protestas y saqueos son expresión del hambre que sufren millones de habitantes de los sectores populares cansados de la frustración de no poder comprar comida a sus hijos.

El gobierno busca acordar precios con los empresarios y ocupa temporalmente algunas empresas. Esta política ha fracasado en otras ocasiones.

En tal sentido, el Partido Socialismo y Libertad sigue planteando que es necesario imponer con la movilización un plan económico y social de emergencia. El gobierno de Maduro debe orientar todos los recursos económicos a enfrentar la crisis social y sanitaria.

Hemos venido llamando a todos los sectores sindicales, organizaciones populares, juveniles y a la verdadera izquierda revolucionaria a unificarnos para dar la pelea por ese plan que parta de exigir un salario igual a la canasta básica.

No se puede seguir pagando la deuda externa. Debe suspenderse el gasto en armas, así como los ejercicios militares. Hay que confiscar los bienes de los corruptos de Pdvsa y los importadores fraudulentos, así como cancelar los contratos de empresas mixtas con las transnacionales; asimismo, imponer a los grandes grupos empresariales, banqueros y transnacionales un impuesto especial para atender la crisis social y sanitaria.



Estados Unidos: el “sueño americano” se transformó en pesadilla

Con un millón de contagiados y más de 55.000 muertos, los Estados Unidos se han convertido, lejos, en el país con la mayor cantidad de víctimas del coronavirus. Lo que en otro momento podría esperarse que aconteciera en un ignoto país africano, hoy lo está sufriendo la principal potencia imperialista del planeta. Y, como si esto ya no fuera una verdadera tragedia, imitando prácticas medievales, su presidente, Donald Trump, rodeado de sus principales asesores, anunció que habría que experimentar “inyectarse lavandina y otros desinfectantes para combatir el virus”. 

Estas declaraciones desopilantes, que rápidamente tuvieron que ser desmentidas por el campo de la medicina, inclusive por los propios fabricantes de estos productos frente al temor de que la recomendación del presidente negacionista causara una tragedia mayor, son apenas algunos de los problemas que enfrenta el país del Norte. Como ya venimos denunciando, las protestas y huelgas de trabajadores se han multiplicado por la falta de medidas de seguridad, tanto por parte del gobierno como de las propias patronales que se niegan a implementar el aislamiento social.

La pandemia ha dejado al desnudo la verdadera situación de crisis social y política que impera en los Estados Unidos y que deja a 26 millones de desocupados en poco más de un mes de iniciada. El “sueño americano” prometido por Trump se está convirtiendo en una verdadera pesadilla, sobre todo para los sectores populares y de menores recursos. Además del oscurantismo necio del presidente, el pueblo trabajador está enfrentando la falencia del sistema público de salud, donde la falta de insumos básicos para combatir el virus amenaza convertir a la hasta ahora mayor potencia capitalista imperialista en un escenario en ruinas.

Los propios trabajadores de la salud continúan denunciando la falta de recursos, de barbijos, de test para diagnosticar infectados, de cobertores para abrigar los enfermos, etcétera. Como declaró Andrew Artenstein, director de un centro sanitario de Massachusetts: “Nunca pensé que en mi condición de líder de un sistema de salud que trabaja en un país rico, altamente desarrollado, con lo mejor de la ciencia y la tecnología [...] enfrentaría este tipo de circunstancias [...] Da la impresión de que no viene la caballería en ayuda”. Y, probablemente, el Séptimo de Caballería nunca llegue, porque no se trata de uno de los clásicos westerns yanquis, sino de la cruda realidad de un capitalismo en crisis de la que cada vez le resulta más difícil salir para continuar gobernando el mundo.

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Francia, entre el coronavirus y el hambre

La periferia de París ha sido la más golpeada por la pandemia. Las más altas tasas de mortalidad se registran en los barrios más humildes, donde conviven trabajadores, inmigrantes, autónomos o precarizados (que dependen de changas o pequeños servicios) y desocupados. De estos barrios también proceden quienes están en el “frente de batalla” y ponen en riesgo su salud: enfermeras, cajeras de supermercado, transportistas, entre otros.

A todos ellos el virus y el confinamiento forzado les han cambiado la vida para peor. Al temor del contagio ahora se le ha sumado el miedo al hambre. Muchos sin papeles, no tienen acceso al seguro de desempleo y otros no pueden salir a la calle a buscar el sustento diario. Por esa razón, al paisaje tradicional de edificios de bloques de estos barrios se han incorporado las largas colas de vecinos esperando la ayuda organizada en los centros comunitarios. 

En un centro municipal de Clichy-sous-Bois, la misma región que desde 2005 es reconocida por los levantamientos de los hijos de inmigrantes, se reparte arroz, aceite, leche, frutas y verduras. “Muchos nos dicen que jamás habrían pensado en venir a buscar paquetes de ayuda. Hay hambre”, denuncia Mohamed Mechmache, miembro del centro AC Le Feu. Y agrega: “Pero son gente digna. Hay dignidad en el barrio”.

Ante esta situación no es extraño que los choques entre jóvenes y policías, que ya acontecían antes de la cuarentena, se incrementen, como en la última semana. En la periferia de París existe un alto índice de familias que viven por debajo de la línea de pobreza, algo inconcebible para un país como Francia. La falta de respuestas por parte del gobierno de Macron a los graves problemas sociales de esos barrios será la generadora de nuevos disturbios, ahora agravados por el coronavirus y el hambre.  

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Brasil: ¡fuera Bolsonaro!

La política del gobierno de Bolsonaro y de la burguesía de no aplicar una cuarentena organizada ya ha costado miles de vidas. La falta de equipamientos de protección y condiciones sanitarias adecuadas para los trabajadores de servicios esenciales como la salud, el transporte o la limpieza urbana configura un verdadero desastre.

En medio de esta gravísima situación acaba de renunciar el ministro de Justicia Sergio Moro, considerado el más popular del gabinete presidencial, que denunció que Bolsonaro quería interferir directamente en la Policía Federal para manipular los procesos que corren contra sus hijos por denuncias de corrupción y de interferencia, mediante fake news, en el proceso electoral. Además, para evitar que se investigue la estrecha relación del clan familiar con la milicia de Río de janeiro. 

Brasil vive una coyuntura marcada por el avance del coronavirus y el aumento de la crisis política, económica y social. Ya se han contabilizado hasta 474 muertes en un dia y en total superan las 5.000 hasta la fecha. Los cadáveres se acumulan en los corredores de los hospitales de ciudades del Gran Río y el cementerio de Manaos no consigue sepultar a todas las víctimas. Más de un millón de trabajadores están sufriendo la suspensión de contratos de trabajo, reducción de salarios y de derechos laborales sin que haya medidas de protección por parte del gobierno. Mientras tanto, los banqueros esperan la votación en el Congreso de un proyecto que propone estatizar las deudas de los bancos privados. Un escándalo.  

Los compañeros de la CST (sección brasileña de la UIT-CI) seguirán llamando a la más amplia unidad de acción contra el proyecto autoritario de Bolsonaro y proponiendo que este 1° de Mayo las principales centrales sindicales incorporen los reclamos de ¡Fuera Bolsonaro y Mourao!, por una cuarentena controlada, con salario integral, sin despidos y con equipamientos de protección adecuados. Por el no pago de la deuda e impuestos a las grandes fortunas y multinacionales, canalizando esos recursos para el Servicio Único de Salud, para establecer un salario básico de emergencia para los desempleados y precarizados y para asistir con alimentos a las familias necesitadas.

 

 

  

 



Son 2.500 presas y presos, en su mayoría jóvenes, que purgan en la cárcel su osadía de haber participado de las grandes movilizaciones contra el gobierno superexplotador de Piñera. Muchos de ellos llevan más días en la cárcel que el tiempo de una eventual condena. Se trata de una represión deliberada para intimidar a los millones que salieron, desde octubre de 2019, a las calles en contra de los abusos y por justas demandas de cambios sociales y democráticos.

Con 2.500 presas y presos el afán intimidatorio de Piñera es evidente, está diciendo: “Si tú peleas por mejores condiciones de vida irás preso”.

Este reclamo de libertad se hace hoy más urgente ante el peligro de contagio del coronavirus en cárceles superpobladas y en medio de delincuentes comunes.

El estallido social contra el gobierno de Piñera tuvo un amplio apoyo, solidaridad y simpatía de los pueblos del mundo. Apelamos a esa solidaridad para iniciar una campaña internacional que inunde por las redes, con fotos o videos, el clamor unánime por la liberación de los 2.500 presos políticos.

Unidad Internacional de Trabajadoras y Trabajadores-Cuarta Internacional (UIT-CI)
18 de abril de 2020

 

 

Escribe Miguel Sorans*

El escritor chileno Luis Sepúlveda murió en el Estado español el jueves 16 de abril por coronavirus, según confirmó su familia. Sepúlveda, quien había sido diagnosticado con la infección a finales de febrero, estaba internado en el Hospital Universitario Central de Asturias. El escritor, de 70 años, comenzó a mostrar los síntomas el pasado 25 de febrero, después de regresar de un festival literario celebrado en Oporto, ciudad del norte de Portugal. Desde hacía varios años estaba radicado, junto a su familia, en Asturias.

Lamentamos mucho esta noticia. Sepúlveda fue un importante escritor pero también fue un militante de causas justas. Entre ellas, la lucha revolucionaria para terminar con la dictadura de Somoza en Nicaragua. Tuvimos el honor de que Sepúlveda participara en la revolución nicaragüense junto a la Brigada Simón Bolívar, que impulsó nuestra corriente socialista. Fue una brigada de combatientes latinoamericanos que se impulsó desde Bogotá, bajo la iniciativa del dirigente argentino Nahuel Moreno, exiliado entonces, y del PST (Partido Socialista de los Trabajadores) de Colombia, que encabezaba una campaña internacional sistemática de apoyo a la lucha contra la dictadura de Somoza y de solidaridad con el FSLN para que triunfase y encabezara un gobierno propio, sin burgueses.

Ex militante comunista, Sepúlveda se vio obligado a abandonar su Chile natal en 1977 perseguido por el régimen dictatorial de Augusto Pinochet. Se dio a conocer internacionalmente en 1988 con la publicación de Un viejo que leía novelas de amor. A esa exitosa obra le siguieron Mundo del fin del mundo, Nombre de torero, Patagonia express, Historia de una gaviota y del gato que le enseñó a volar, La rosa de Atacama y Fin de siglo, entre otras.

Recibió varios premios, el de poesía Gabriela Mistral (1976), Rómulo Gallegos (1978), el de narrativa Superflainao (1993) y el Premio Ovidio, concedido en 1998 en Italia por La última frontera.

Justamente, en la novela Nombre de torero, uno de los protagonistas es un exiliado chileno, Juan Belmonte, que sería el que tiene nombre de torero. En la trama de ficción Belmonte cuenta que participó en la Brigada Simón Bolívar y que fue reprimido por el gobierno sandinista. En esa trama se mezclan personajes de la siniestra Stassi, policía de la antigua Alemania Oriental, con la policía de Pinochet y la caída del Muro de Berlín.

En una revista española Sepúlveda recordaba a la brigada el día del triunfo de la revolución: “En julio de 1979, exactamente el 19 de julio de ese año al atardecer, me encontraba sentado en la escalinata que conduce a la catedral de Managua. Los sandinistas habían derrotado al dictador Anastasio Somoza y yo estaba ahí entre los sobrevivientes de la última brigada internacional, la Simón Bolívar, y compartía entre veinte o más una petaquita de ron nica y unos cigarros atroces que hacían los indios misquitos. Había alegría, mas no euforia, pues todas las guerras avanzan y duran más de lo que uno pensaba. La mayoría de los combatientes eran muy jóvenes, celebraban la esperanza y lo que harían de su país en medio de la más limpia y pura utopía, eran ajenos a la guerra fría o a los planes que ya se tejían en Washington. En esos momentos uno solo piensa en sus muertos y a ratos le resulta injusto haber sobrevivido”. (Revistateína N° 16. Octubre de 2007. Revista electrónica de Valencia).

 

*Integrante de la Coordinadora de la Brigada Simón Bolívar y actual dirigente de Izquierda Socialista de la Argentina y de la UIT-CI
www.uit-ci.org

Escribe Reynaldo Saccone, ex presidente de la Cicop

En la ciudad de Nueva York los bomberos recogen diariamente entre cien y doscientos cuerpos de los domicilios. Hoy los Estados Unidos registran 23.600 decesos, de los cuales 7.500 corresponden solo a Nueva York. La pandemia se ensaña con los trabajadores, especialmente los de las minorías étnicas oprimidas. Los afroamericanos, que constituyen el 22% de la población, aportan el 28% de las víctimas fatales; los latinos, que son el 29%, proveen el 34 por ciento. A este inventario negativo deben sumarse también las víctimas sociales: 16 millones de despidos ejecutados por las empresas en estos meses.

¿Por qué en el país imperialista más adelantado del planeta hay semejante catástrofe? Un problema es que el sistema de salud de los Estados Unidos es el paradigma del modelo mercantilista de la medicina y no está preparado para satisfacer las necesidades de la salud pública de grandes masas. Deja afuera a 27 millones de habitantes que no pueden pagar sus seguros. El sistema cruje cuando debe enfrentar esta epidemia, que está afectando ya a 600.000 personas.

El segundo problema fue el criminal manejo de la crisis que hizo Donald Trump. Desconoció públicamente durante semanas la gravedad de la pandemia. El domingo pasado su principal asesor en Salud, el epidemiólogo Anthony Fauci, dijo textualmente: “El presidente dejó pasar semanas cruciales para establecer el distanciamiento social, con lo cual se hubiera logrado salvar varias vidas. Pero hubo mucho rechazo al cierre de muchas cosas en aquel entonces”. ¿A quién se refirió el asesor presidencial con la frase “hubo mucho rechazo”? Sorprendentemente, la respuesta la da la propia prensa imperialista. El New York Times señala como responsables a “banqueros, ejecutivos e industriales”, los cuales, aún ahora, están presionando a Trump para que haga un llamado a levantar las restricciones y el distanciamiento y ponga a funcionar la economía.

En Italia, también, la burguesía impidió al pueblo trabajador defenderse de la pandemia

En Italia, como en los Estados Unidos, la crisis del sistema de salud y el manejo criminal de la burguesía favorecen el desarrollo de la epidemia, producto de las políticas de ajuste, donde el gasto público en salud bajó desde 7% en 2009 a 6,5% en 2017 y el número de camas por mil habitantes pasó de 3,79 en 2008 a 3,17 en 2016. En los últimos diez años se han quitado 37.000 millones de euros al presupuesto de salud. Lombardía concentra uno de los polos industriales más importantes de Italia. Los empresarios presionaron para evitar el cierre de sus fábricas y la pérdida de dinero. Y así, por increíble que parezca, la zona con más muertos por coronavirus por habitante de Italia –y de toda Europa– nunca fue declarada zona roja, a pesar de la presión del pueblo trabajador y las autoridades locales.

La cámara patronal local, Confindustria Bérgamo, agrupa a 1.200 empresas que emplean a más de 80.000 trabajadores. Todos fueron expuestos al virus, obligados a ir a trabajar, en buena parte sin medidas adecuadas, hacinados, sin distancia de seguridad ni material de protección. Confindustria lanzó su propia campaña: Bérgamo no se cierra. Cuando el sábado 21 de marzo Italia alcanzó el triste récord de casi ochocientos muertos diarios, el primer ministro Conte, que hasta entonces se había mostrado contrario a la medida, dijo que se cerrarán “todas las actividades económicas productivas no esenciales”.

¿Por qué tarda la vacuna?

Hay más de sesenta equipos en el mundo trabajando para crear una vacuna contra el coronavirus. Algunos dirigidos por grandes empresas farmacéuticas, como GlaxoSmithKline o Johnson & Johnson. El problema es que van despacio. ¿Cuál es la razón para esta lentitud? Una declaración de Bill Gates al New England Journal of Medicine lo explica en forma transparente: “Es necesario que los gobiernos pongan los fondos porque los productos para la pandemia son inversiones de muy alto riesgo, el financiamiento público minimizaría los riesgos para las empresas farmacéuticas y ayudaría a que se metieran en este tema con los dos pies”. Más claro, imposible. Los capitalistas quieren que el Estado ponga los fondos y las empresas se lleven las ganancias. Remata Gates: “Finalmente, los gobiernos deben financiar la compra y distribución de las vacunas a la población que la necesita”. Es decir, el Estado financia la producción y luego tiene que comprar los productos a las empresas. La propuesta de Gates desnuda la entraña del capitalismo: no se avanza en las vacunas si no hay ganancia garantizada.

La existencia del capitalismo es una traba que impide derrotar a la pandemia. Hemos visto a la burguesía mundial luchar contra las medidas de aislamiento y suspensión de actividades como en los Estados Unidos e Italia sin reparar en las muertes ni en la extensión del virus. Ha implantado los planes de ajuste que destruyeron los sistemas de salud y ahora sostiene con cinismo e indiferencia que el Estado debe financiar la producción de remedios o vacunas que harían desaparecer la pandemia. Los trabajadores y el pueblo deben avanzar hacia la estatización de los servicios de salud y la industria vinculada a ella, que produce insumos, remedios y vacunas. Deben, bajo control de sus trabajadores, ser puestos al servicio de la lucha contra la pandemia. Permitiría acelerar y liberar a la humanidad de la prolongación de estos horrores y sacrificios de vidas. 

 

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