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Desigualdad social: Continúa aumentando la brecha entre ricos y pobres

En los últimos tiempos, el tema de la desigualdad social ha ganado un gran espacio en el debate político. No podría ser diferente. Datos de los últimos años nos muestran que 26 multimillonarios de todo el mundo, llegan a poseer la misma cantidad de dinero que las 3.800 millones de personas más pobres del planeta. Es el resultado del sistema capitalista decadente

Escribe Adolfo Santos

Son datos terribles que se publican con una naturalidad que asusta. Mientras que en las últimas décadas, la cantidad de multimillonarios ha aumentado de forma exponencial, miles de millones de personas padecen enfermedades, desnutrición o no disponen de los mínimos recursos para resolver sus necesidades más elementales.

Pero este problema no se limita a la cantidad de ingresos económicos, que es el aspecto más evidente, sino que repercute como una onda en la calidad de vida de las personas. Se expresa en la desigualdad educativa, en el atendimiento a la salud, en relación a la vivienda, a la recreación, a las cuestiones legales o de género, por ejemplo. Este flagelo, que produce una discriminación insoportable de amplios sectores sociales, no es más que el resultado de un sistema capitalista decadente.

Diferente del pregonado eslogan de “igualdad de oportunidades” que nos ofrecería el capitalismo para progresar, la concentración de la riqueza cada vez marginaliza sectores más amplios en el mundo. Los ricos son cada vez más ricos y los pobres cada vez más pobres. Estudios realizados demuestran que los supermillonarios que hacen parte del 1% de la población, poseen más del doble de la riqueza que 7 mil millones de personas que habitan este mundo. ¡Una realidad espantosa!

Esas desigualdades económicas les permiten a los poderosos generar desigualdades políticas. Con ese poder, las grandes corporaciones, las multinacionales, los grandes empresarios influencian las decisiones de los gobiernos en relación a las políticas estatales. Utilizan ríos de dinero para realizar campañas engañosas capaces de convencer que los servicios estatales son deficientes y por eso dicen que hay que privatizar, que no se pueden mantener regímenes jubilatorios porque serían deficitarios, o que por la crisis no pueden dar aumento de salario. De esa forma, pequeños sectores ganan una voz desproporcionada en relación a la mayoría de la población para tratar de imponer sus planes y continuar acumulando riquezas.

Por eso decimos que esa desigualdad es el resultado de una explotación cada vez más violenta contra la clase trabajadora mundial. Según el índice Bloomberg, “las grandes fortunas nunca han tenido tanto dinero como al cierre de 2019. El año acaba en máximos históricos para las 500 personas más ricas del planeta, que sumaron a su fortuna en los últimos doce meses 1,2 billones de dólares, elevando su patrimonio colectivo un 25% más…”. Estos mismos grupos económicos, son los que lideran las campañas en diferentes países para reducir los derechos de los trabajadores.

En este contexto, uno de los sectores que más sufre son las mujeres. Son las que reciben los peores salarios. Además, según estudios, las niñas y las mujeres dedican 12.500 millones de horas diarias de trabajos no remunerados. Son las horas dedicadas a las tareas domésticas, de cuidado de los hijos, de los ancianos o de los discapacitados, tareas indispensables para el funcionamiento del sistema capitalista que se hace de forma gratuita. Si cuantificamos ese tiempo de trabajo, que es para que el capitalismo no deje de funcionar, significan unos 10,8 billones de dólares anuales que al no ser distribuidos, continúan en manos de los poderosos aumentando la brecha entre ricos y pobres.

Es una necesidad combatir de forma permanente este sistema desigual que nos impone el capitalismo. Es lo que expresan las luchas de los sectores populares en muchos países del mundo que no se resignan a aceptar esta situación y se lanzan a las calles. Cuestionan los gobiernos, las instituciones y el poder ejercido por el sistema financiero y organismos como el FMI. Apoyamos esas luchas y rebeliones obreras y populares contra los planes de ajuste y ayudamos a desarrollarlas donde podemos.

Al calor de esta movilización debemos proponer medidas que nos permitan superar lo que nos impone el sistema capitalista, como la defensa del salario, del empleo, la salud y la educación pública de calidad. Para eso, proponemos la ruptura con el FMI y el no pago de la fraudulenta deuda externa. En esa lucha contra la miseria, la desigualdad y el saqueo, iremos construyendo una organización de poder obrero y popular para combatir el sistema capitalista.