Print this page

1° de Mayo: una jornada internacionalista de lucha

Escribe Mariana Morena

Ni jornada de fiesta ni día de franco. Fue establecido por la Segunda Internacional al calor de las luchas obreras por la jornada de ocho horas, en memoria de los mártires de la huelga general del 1° de mayo de 1886 en Chicago. Así lo seguimos honrando.

A mediados del siglo XIX, junto con el desarrollo industrial en Europa y Norteamérica, se generalizaron las protestas obreras por la reducción de la jornada laboral. Miles de obreros iban al paro con la consigna “8 horas de trabajo, 8 horas de ocio y 8 horas de descanso”, pese a ser reprimidos con golpes, balazos y prisión. En Estados Unidos, donde los inmigrantes europeos crearon las primeras organizaciones de trabajadores difundiendo las ideas anarquistas y socialistas, los obreros se volcaron a la huelga el 1° de mayo de 1886 para conseguir las ocho horas -ya establecida por la ley pero incumplida por la patronal-. Unos 350.000 trabajadores organizados paralizaron la producción del país. Fue una conquista histórica.

Los mártires de Chicago

En Chicago, la agitación de anarquistas y socialistas por medio de sus periódicos, oradores y activistas ganaba a miles para la huelga, mientras crecía el odio de la patronal. Las fábricas contrataban rompehuelgas y el diario Chicago Tribune publicaba: “El plomo es la mejor alimentación de los huelguistas”. Hubo dos mil obreros despedidos por negarse a abandonar sus sindicatos.

El 1º de mayo la policía intervino para dispersar a unos 500.000 huelguistas. La movilización continuó en los días siguientes, con choques entre obreros despedidos y rompehuelgas. El 4 de mayo, la policía disparó a quemarropa en un masivo mitin en la plaza Haymarket. Una bomba estalló matando seis oficiales, pero la brutal respuesta policial provocó 38 muertos y más de cien heridos. Se declaró el estado de sitio, con centenares de detenidos, golpeados y torturados, y miles fueron despedidos. La prensa burguesa pidió la horca para “los criminales de Haymarket”. Un grupo de 31 trabajadores y sindicalistas fueron enjuiciados en un proceso plagado de irregularidades, donde no se probó la culpabilidad de los ocho condenados: cinco a la muerte en la horca (Engel, Fischer, Parsons, Spies y Lingg), dos a cadena perpetua (Fielden y Schwab) y uno a 15 años de trabajos forzados (Neebe). Fueron ahorcados el 11 de noviembre de 1887.

Una jornada de lucha obrera, socialista e internacionalista

En homenaje a los mártires de Chicago, el Congreso Obrero y Socialista celebrado en París en 1889 (que dio origen a la II Internacional), fijó el 1° de mayo del año siguiente como jornada de lucha en todo el mundo para conquistar las 8 horas, proponiendo mantenerla hasta que todas las demandas de los trabajadores sean satisfechas. Estados Unidos y Canadá no lo celebran, e instituyeron un “día del trabajo” (labor day) en septiembre para evitar la radicalización del movimiento obrero.

Contra todo intento de vaciarlo de significado, el 1° de Mayo los socialistas revolucionarios honramos a los mártires de Chicago y reivindicamos las luchas en curso, en la perspectiva de lograr gobiernos de trabajadores que liquiden la esclavitud capitalista.

El 1° de Mayo en la Argentina

En nuestro país, unos tres mil trabajadores se reunieron en el Prado Español en aquella primera jornada reivindicatoria del 1° de mayo de 1890. En su mayoría eran inmigrantes sometidos a condiciones inhumanas de explotación, que daban los primeros pasos del movimiento obrero en la Argentina. A principios de 1900 el Estado se ensañó particularmente con las jornadas del 1° de mayo convocadas por la FORA (Federación Obrera Regiónal Argentina, de tendencia anarquista).

La represión más feroz se dio en la jornada del 1º de mayo de 1909, en la que estaban convocados dos actos. El de los anarquistas en Plaza Lorea (hoy parte de Plaza Congreso) fue atacada por orden del jefe de policía coronel Ramón Falcón, resultando 8 obreros muertos y 40 heridos. Miles de obreros anarquistas que huían por Avenida de Mayo terminaron engrosando la columna de los socialistas al confluir en la 9 de Julio. Sin que el ejército se atreviera a reprimir, una multitud avanzó en absoluto silencio hasta el sitio de la convocatoria del acto socialista en Paseo Colón (atrás de Casa de Gobierno). Allí fue aclamada la propuesta de declarar la huelga general por tiempo indefinido como desagravio a la clase obrera, al mismo tiempo que se exigía la renuncia del jefe de policía y el castigo a todos los represores.

Unos 200.000 obreros cumplieron una semana de huelga general, con alta adhesión en todo el país, sin trenes, tranvías ni comercios abiertos, y con la Capital Federal militarizada. Finalmente, el Partido Socialista negoció con el gobierno levantar la huelga a cambio de la libertad de los presos y la reapertura de locales, pero sin exigir la renuncia de Falcón. Seis meses después, el 14 de noviembre, el joven obrero anarquista Simón Radowitzky hizo justicia por mano propia, asesinando a Falcón en un atentado. Esa misma noche se desató otra brutal represión bajo el estado de sitio, con cientos de detenidos, torturados y deportados por la “ley de residencia”. Bandas policiales atacaron las imprentas de los locales socialistas y anarquistas. Radowitzky fue apresado y condenado a perpetua en el penal de Ushuaia (fue indultado en 1929). A 110 años de la masacre de Plaza Lorea, seguimos reivindicando a sus mártires, levantando con orgullo la bandera internacional de la clase obrera.