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El peronismo: la década del ´60, el Cordobazo y la vuelta de Perón (1960-1973)

Escribe José Castillo

La derrota de la lucha del frigorífico Lisandro de la Torre en enero de 1959 cerró una etapa de grandes y radicalizadas luchas del movimiento obrero. Se abrió, a partir de ese momento, un largo período de diez años donde prevalecieron peleas defensivas y un número importante de derrotas a nivel sindical. Al mismo tiempo, y como correlato, se fue consolidando y fortaleciendo una nueva burocracia sindical peronista, cuya figura emblemática fue Augusto Timoteo Vandor. Desde el punto de vista político, las distintas alas de la dirigencia política peronista (y el propio Perón desde el exilio) avanzaron en sus intentos de “institucionalización” del peronismo, buscando reinsertarlo en el régimen político, si bien muchas veces chocaron con la negativa de sectores de las fuerzas armadas y de fracciones de los partidos patronales. Mientras todo esto sucedía crecía, particularmente en la juventud estudiantil, la radicalización ideológica generada por la revolución cubana. El Cordobazo fue un parteaguas en todo este proceso.

De Frondizi a Onganía, pasando por Guido e Illia

La bronca popular contra el gobierno de Frondizi creció por la unión de dos hechos. Por un lado, el violento plan de ajuste contra la clase trabajadora y la represión a las luchas. Por el otro, la continuidad de la proscripción al peronismo, más allá de que el gobierno de Frondizi buscara “disfrazarla” con la autorización limitada a la participación electoral de expresiones toleradas y “dialoguistas” del peronismo. Esto estalló cuando, en marzo de 1962, triunfó en las elecciones para gobernador de la provincia de Buenos Aires la fórmula peronista (con el nombre de Unión Popular) y, por presión de los militares, se terminó anulando. Lo que no impidió que los mismos militares, diez días después, derrocaran a Frondizi. La dirigencia peronista ni siquiera reaccionó ante esta flagrante violación al resultado electoral, no llamó a ninguna movilización y el gobernador electo, Andrés Framini, se limitó a presentarse y constatar, con un escribano, que no se lo dejaba entrar en la casa de gobierno provincial.

En las elecciones de julio de 1963 se profundizaron los intentos del peronismo de ser aceptado “institucionalmente”. El propio Perón motorizó la constitución de un “frente nacional y popular” con la candidatura a presidente del conservador Vicente Solano Lima (incluyendo en su interior al propio frondizismo). Sin embargo, los partidos patronales y sectores del ejército más violentamente antiperonistas vetaron esta posibilidad, y el peronismo continuó proscripto, por lo que las elecciones fueron ganadas por el radical Arturo Illia. 

Illia enfrentó y reprimió las luchas obreras de ese entonces (el plan de lucha con ocupaciones de plantas de 1964) e impidió el retorno de Perón (su avión fue detenido en Río de Janeiro y obligado a regresar al Estado Español). Pero, apostando a una división entre Perón y el burócrata sindical Vandor, Illia autorizó la presentación de listas “neoperonistas” en las elecciones legislativas de 1965 en diversas provincias.

Cuando el presidente radical fue derrocado en 1966, las dos fracciones en que estaba circunstancialmente dividida la burocracia concurrieron a la asunción del general golpista Juan Carlos Onganía. Consultado sobre su posición, Perón opinó desde Madrid que no había que oponerse, ni mucho menos movilizarse contra el golpe: “Hay que desensillar hasta que aclare”.

Una nueva burocracia sindical se consolida

Con el golpe del ’55 la vieja burocracia sindical se “borró” completamente. Sin embargo, una nueva iría surgiendo, en parte prestigiada por haber participado en las luchas de los años 1956-1959 pero, sobre todo, al fortalecerse en el período de “baja” de las luchas posteriores a esa fecha. Negociando con patronales y gobiernos (y traicionando cada vez más las luchas) se va haciendo “confiable”, ganando cada vez más recompensas materiales y logrando que los sucesivos gobiernos le den beneficios (hasta llegar a la entrega total de las obras sociales en el gobierno de Onganía). Por supuesto que, a lo largo de esos años, las propias peleas por el aparato (y por los privilegios materiales) van a generar el surgimiento de rupturas y alas diversas. En todos los casos el “árbitro” fue Perón, desde el exilio. El máximo dirigente de esa burocracia, Vandor, en determinado momento priorizó su relación con los dirigentes políticos patronales y militares jugándose a encabezar un “peronismo sin Perón”, que terminaría derrotado por el propio líder, quién simplemente se limitó a darle aire a otra “ala” de la propia burocracia. Vandor posteriormente se “realinearía con el general” y desde ahí crecería el sector de la burocracia que lo sucedió después de su asesinato, en 1970.

La “revolución ideológica” juvenil

La Revolución Cubana impactó profundamente, en particular en sectores juveniles y estudiantiles, a comienzos de los años ’60. Las figuras del Che Guevara y Fidel Castro eran seguidas por millones. “La revolución que hablaba en español” demostraba que era posible construir el socialismo en Latinoamérica. Este proceso impactó en la izquierda, con rupturas en los partidos socialista y comunista y también en el peronismo. Con la figura emblemática de John William Cooke, que fue a formarse como combatiente a la isla, en el propio peronismo surgió un ala que se definió como revolucionaria, planteando que el peronismo debía seguir el camino que había tomado el Movimiento 26 de Julio castrista. Es muy ilustrativa al respecto la correspondencia entre Cooke y el propio Perón. Mientras que su ex delegado le insistía en que el peronismo debía transformarse en un movimiento revolucionario de liberación nacional e invitaba a Perón a instalarse en La Habana, este le respondía con evasivas desde el Madrid franquista.

Al mismo tiempo, en toda esta vanguardia juvenil surgía otro debate: ¿cuál era el método de la revolución latinoamericana? El Che Guevara, con su inmenso prestigio, abogaba por la guerra de guerrillas y, preferentemente, de base rural. Nuestra corriente salió a polemizar, volviendo a poner el centro en la construcción del partido revolucionario en el seno de la clase trabajadora y, más allá de las idas y venidas de dirigentes políticos y sindicales del peronismo, e incluso en algún momento del propio Perón, dejando claro que el peronismo era una fuerza política patronal, que cada vez buscaba una mayor integración al régimen. 

Para intervenir en esta etapa, en 1965 nuestra corriente creó el Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT), con la unión de Palabra Obrera (nuestro nombre anterior) y el FRIP, dirigido por Roberto Santucho. Lamentablemente, el debate sobre el guerrillerismo llevó a una nueva división en 1968, llevando a Santucho, y lo que se llamó PRT-El Combatiente, a la fundación del ERP. Nahuel Moreno, por su parte, planteó continuar la tarea de construcción en el movimiento obrero y la juventud con el nombre PRT-La Verdad.

El Cordobazo

La gran insurrección que estalló en Córdoba el 29 de mayo de 1969 (continuación de los sucesos de Corrientes y Rosario el mismo mes) cambió todo. Abrió una nueva etapa en el país, con un alza obrera y popular sin precedentes. El movimiento obrero retomó una ola de luchas que no se daba desde diez años antes. Nuevas insurrecciones sucedieron (segundo Cordobazo, Mendozazo, Tucumanazo, Rocazo). Surgió, como producto de todo esto, una nueva y extendida vanguardia obrera y juvenil, una parte de la cual, por primera vez, planteaba posiciones independientes del peronismo, dando lugar a lo que se pasaría a conocer como “clasismo”.

El Gran Acuerdo Nacional

El gobierno de la dictadura militar (en 1969 todavía estaba Onganía, que fue desplazado en 1970 y, tras un breve interregno de Levingston, terminó asumiendo el general Lanusse), el conjunto de la patronal y el imperialismo acordaron en que la salida para frenar el alza de masas sería el llamado Gran Acuerdo Nacional (GAN). Con la participación activa del peronismo, el radicalismo y de la burocracia sindical (liderada, tras la muerte de Vandor, por José Ignacio Rucci) se fue dibujando la única salida posible, el llamado a elecciones y la vuelta de Perón, con la aspiración de que con su liderazgo sería el único capaz de restablecer el orden capitalista.

El PST y la vuelta de Perón

Tres debates cruzaron a la vanguardia en esos momentos. El primero fue el de la guerrilla. El segundo, el del peronismo y el rol del propio Perón. El tercero, vinculado necesariamente a los dos anteriores, será el de si había o no que construir una alternativa que se animara a enfrentar al propio Perón en el terreno que se abría, el de las elecciones.

Nuestra corriente, PRT-La Verdad, se lanzó a participar con todo en este proceso. A partir de un acuerdo con un ala del viejo Partido Socialista que había girado a la izquierda a partir de su apoyo a la Revolución Cubana (la llamada “secretaría Coral”, por el nombre de su principal dirigente, Juan Carlos Coral), se terminó fundando el Partido Socialista de los Trabajadores. Al PST se incorporaron importantes dirigentes, como José Páez, uno de los principales referentes del Cordobazo y del clasismo. En la nueva coyuntura abierta por el GAN se salió a pelear por la construcción de un partido inserto en la clase trabajadora que le peleara a la burocracia en las fábricas, talleres y oficinas las comisiones internas y los cuerpos de delegados y que agrupara en listas opositoras a la nueva vanguardia obrera. Se debatió duramente con la guerrilla, planteando que ese no era el camino para la revolución en la Argentina, sino la pelea por una nueva dirección para la clase trabajadora, con un programa y una política que, a la vez, se enfrentara al peronismo y al propio Perón. Explicando pacientemente al conjunto de la clase obrera que Perón no volvía para reinstaurar los “días felices” del primer peronismo, sino para encorsetar las luchas detrás del pacto social entre burócratas sindicales y empresarios. Y discutiendo también con el enorme sector de la nueva vanguardia juvenil que se había hecho peronista y creía que con Perón y el peronismo se venían “la liberación” y “el socialismo nacional”.

Mientras las luchas continuaban y la represión arreciaba (como se vio dramáticamente en la masacre de Trelew, en agosto de 1972), el acuerdo del GAN, no sin contradicciones, seguía su curso. Finalmente, Perón volvió una lluviosa mañana de noviembre de 1972. No presionó por su candidatura (Lanusse, en uno de los tiras y aflojes de la negociación, había impuesto una cláusula que le impedía presentarse como candidato), creó el Frejuli (Frente Justicialista de Liberación) e impuso la fórmula compuesta por Héctor J. Cámpora y el conservador Vicente Solano Lima como vice.

La izquierda peronista, ya hegemonizada por Montoneros, fue la fuerza mayoritaria en la campaña electoral en marzo de 1973. El resto de los partidos de izquierda, con la excepción del PST, no salió a disputarle el terreno al peronismo, se abstuvieron con consignas ultras (“ni golpe ni elección, revolución”, o “ni votos ni botas, fusiles y pelotas”), o llamando a votar al Frejuli o alguna opción de centroizquierda (como hizo el PC con la APR, que llevó la fórmula Alende-Sueldo). El PST puso su legalidad, trabajosamente conseguida, al servicio de construir un frente de los trabajadores, pero los dirigentes más reconocidos por la nueva vanguardia (como Agustín Tosco o René Salamanca) se abstuvieron, sumándose de hecho a algunos de los planteos que citamos más arriba. El PST terminó dando la pelea electoral en soledad, levantando la fórmula Juan Carlos Coral-Nora Ciappone y llevando a José Páez como candidato en Córdoba. Esto le dio una gran autoridad para el período que se abrió a partir del 25 de mayo de 1973 con la vuelta del peronismo al poder tras dieciocho años de proscripción y la enorme frustración que luego se abriría para millones de trabajadores, jóvenes y sectores populares.