Apr 19, 2024 Last Updated 6:17 PM, Apr 19, 2024

A seis meses de la invasión / Ucrania: una guerra de desgaste

Escribe Josep Lluis de Alcázar, dirigente de la Unidad Internacional de Trabajadoras y Trabajadores - Cuarta Internacional (UIT-CI)
Nota publicada en la Correspondencia Internacional Nro. 50
*Nota escrita el 16 de julio de 2022

Tras casi cinco meses de ataque imperialista ruso, Ucrania vive una guerra de desgaste que tiene repercusiones mundiales. La resistencia derrotó el plan inicial de Putin para colocar a Ucrania bajo su control con la caída de Zelensky y la ocupación de Kiev. Pero Zelensky no huyó, como le proponían Macron y Biden, se quedó en la capital y llamó a la resistencia. Mientras el ejército resistía en las puertas de la ciudad, el pueblo se organizaba en la defensa territorial. Putin tampoco encontró militares dispuestos a derrocar al presidente. Finalmente, un mes y medio después, la ofensiva rusa sobre Kiev fue derrotada. El plan también incluía ocupar y anexionar la zona rusófona, desde Kharkiv a Odesa, pasando por el Donbass, como ocurrió con Crimea en 2014. Pero para ello era imprescindible cierto apoyo de la población civil rusófona que, lejos de salir a recibir a las tropas del Kremlin con flores, se organizó para resistir la invasión. El asalto sobre Karkiv, la segunda ciudad ucraniana, fue frenado y el ejército ruso expulsado hasta la frontera. Las tropas rusas solo consiguieron controlar Kherson y, más tarde, Mariúpol después de intensos combates. 

El régimen ruso tuvo que reorganizar sus fuerzas para concentrarlas en el Donbass. Putin ahora tiene la imperiosa necesidad de obtener algún triunfo territorial, aunque sea un territorio destruido y vaciado, para justificar ante la población rusa el enorme costo en vidas y económico. Ese cambio de guión significó un giro en la estrategia militar. En nuestra visita a Kiev, en mayo, para entregar material médico a los activistas de izquierda y los sindicatos, Aleksander Skiba, dirigente del sindicato ferroviario, nos contó que inicialmente el ejército ruso prácticamente no atacaba objetivos civiles o infraestructuras, pero que la dinámica había cambiado completamente. El Kremlin aplicó la política de tierra quemada: la destrucción de infraestructuras, ataques sobre la población civil para provocar el pánico y la desmoralización con ciudades convertidas en escombros, como Mariúpol o Sverodonetsk. Una estrategia que Rusia aplicó en la segunda guerra chechena y en Siria que elimina toda duda de que el objetivo de la invasión fuera liberar a alguien. La mayoría de la población huyó y quedan solo los ancianos. 

Putin y el pueblo ruso 

El ascenso y la consolidación de Putin y la recomposición del Estado ruso tras la restauración capitalista se hicieron utilizando la guerra en Chechenia. La columna vertebral del poder de Putin está en el Servicio Federal de Seguridad (FSB wpor su sigla en ruso), antiguo KGB. Una fuerza integrada por 300.000 o 400.000 agentes. El FSB hizo estallar apartamentos en los que murieron civiles para culpar a los chechenos y justificar la brutal ocupación de su país. Putin busca repetir esto en Ucrania, pero veremos con qué consecuencias.

Hasta el momento, el régimen ruso mantiene con mano de hierro el control de toda disidencia. Los principales partidos de oposición, el Partido Comunista de Rusia y el ultranacionalista Partido Liberal-Demócrata, han apoyado la invasión. Miles son los detenidos acusados de propaganda contra el Estado ruso por oponerse a la invasión. Pero la resistencia ucraniana no se detiene. La lista de muertos y heridos crece, y por ello el Kremlin la mantiene en secreto. Se conoce la indignación de las familias de los marineros que murieron en el hundimiento del Moskva, el buque insignia de la flota del Mar Negro. 

Por miedo a la reacción popular, Putin evitó declarar como guerra a la invasión de Ucrania, la llama “operación militar especial”. Sin problemas, como si todo hubiese sido resuelto en tres días. Pero hoy no le permite recurrir al reclutamiento general. En mayo tuvo que cambiar la ley para eliminar el límite de 40 años para los soldados contratados. Hay numerosos anuncios de búsqueda online de las oficinas regionales de reclutamiento del Ministerio de Defensa que prometen 53 dólares diarios, complementados según las especializaciones, muy por encima de los 500 dólares mensuales del salario medio. 

Se recluta mayormente en las repúblicas más pobres y pobladas por minorías étnicas, como el Daguestán, en el Cáucaso, y Buriatia, en el sur de Siberia, que tienen un alto número de bajas respecto de las cifras que afectan a Moscú o San Petersburgo. En los territorios ucranianos ocupados el alistamiento es obligatorio para los hombres de 18 a 65 años. En su canal de Telegram, el defensor del pueblo de la República Popular de Donetsk a principios de junio afirmaba que 2.061 de sus hombres habían muerto y 8.509 habían resultado heridos, de una fuerza de 20.000 al comienzo de la invasión.  

El imperialismo yanqui hace su propia guerra

Ucrania exige armamento para poder recuperar el territorio perdido, pero el imperialismo yanqui y europeo juegan su propia partida, que no es la de la victoria de un pueblo que resiste heroicamente una invasión. Fue la resistencia del pueblo ucraniano la que puso en un brete a los Estados Unidos y las potencias europeas, que tuvieron que reaccionar más allá de los exabruptos y sanciones limitadas de 2014 ante la ocupación de Crimea. La entrega limitada de armamento no ha equilibrado las fuerzas militares, sólo sirve para resistir. 

El gobierno norteamericano no quiere precedentes que animen a los pueblos a resistir, su interés es aprovechar la guerra para implementar sus planes. A golpes de misiles rusos, la OTAN resucita de la “muerte cerebral” diagnosticada por Macron dos años antes. Lo escenificó a fines de junio en Madrid, con Finlandia y Suecia pidiendo la entrada en la alianza imperialista después de décadas de neutralidad y con un vuelco en la opinión pública en pocos meses. El “nuevo concepto estratégico” de la OTAN da como titulares la necesidad de enfrentar la agresión rusa y la vigilancia de China como “competidora estratégica”. Pero en realidad, pone en el punto de mira las reacciones de masas contra el brutal empobrecimiento consecuencia de la crisis capitalista, agravada con la pandemia, el cambio climático y el impacto de la guerra sobre los precios de los granos y la energía. 

Para ello mantiene la guerra global “contra el terrorismo, en todas sus formas y manifestaciones”. Señala la inestabilidad de África y Oriente Próximo que “afecta directamente a nuestra seguridad y la de nuestros socios”. Y, aun con los asesinatos de inmigrantes en la valla de Melilla, la OTAN se ofrece para la vigilancia de fronteras y define la inmigración como “amenaza” a la “soberanía e integridad territorial” de los Estados miembros.

El otro triunfo para los Estados Unidos, como principal exportador de armas, es el aumento de los presupuestos militares, una exigencia que sucesivos presidentes norteamericanos habían pedido sin éxito. Y ahora, con el fervor militarista, se fija el 2% del PIB como objetivo mínimo de gasto militar. 

La crisis económica como arma de guerra

Putin bloquea el comercio de granos y el abastecimiento energético como respuesta a las sanciones y el suministro de armamento a Ucrania. Las exportaciones de trigo de Rusia y Ucrania representaron 23% del comercio internacional en 2021/2022. Egipto, Líbano, Libia y Túnez son grandes importadores de trigo. La hambruna amenaza a África y Oriente Medio. Pero las dictaduras petroleras tendrán más recursos y reconocimiento, como demostró la visita de Biden a Arabia Saudí, o las renovadas relaciones de Italia con Argelia.   

En la Unión Europea, el ministro de Economía alemán, Robert Habeck (Los Verdes), afirmó: “La situación es grave y el invierno llegará. Jamás hemos estado en esta situación”. Y añadió: “Algunas fábricas tendrán que cerrar y para algunos sectores será una catástrofe”. Francia prepara la nacionalización de la eléctrica EDF, que ya venía con graves pérdidas antes de la guerra, y una ley para controlar las infraestructuras gasísticas en caso de una crisis de suministro. 
El imperialismo, inmerso en una grave crisis económica, no quiere que el conflicto se alargue y alimente una recesión. Se prepara el terreno para la negociación, paz por territorios. Primero Henry Kissinger, en el Foro de Davos, afirmó que había que evitar “humillar a Rusia” para no provocar una mayor desestabilización. Más tarde, Macron repitió la misma frase, lo que provocó una respuesta airada de Zelensky, que rechazaba la entrega de territorios. Pero la discusión ya está en la mesa. 

Mantener la solidaridad con la izquierda política y sindical ucraniana

Impulsamos la solidaridad internacional contra la invasión rusa en la defensa del pueblo ucraniano, por su derecho a armarse, desde una posición independiente de Zelensky y contra la OTAN. Una solidaridad que se extiende a los represaliados rusos y bielorrusos que exigen el fin de la guerra.

Esta posición nos enfrenta con el “neoestalinismo”, que sigue buscando bloques antiimperialistas, en este caso a Rusia, como un sector progresivo al que apoyar. Ya lo vimos en Siria. Pero no hay nada de progresivo en el régimen capitalista imperialista de Putin que reprime, explota, persigue a las minorías, discrimina a las mujeres y LGBTI y entra en disputa con el imperialismo para perpetuarse en el poder.  

La activista siria Leyla al Shami, autora de El antiimperialismo de los imbéciles, lo describió así en 2018: “El hecho de que una cierta izquierda pueda considerar al Estado ruso como antiimperialista ilustra una desconexión de la realidad y una actitud política reaccionaria en la que los Estados en competencia por el poder serían el centro del conflicto, ignorando las luchas de los pueblos contra los regímenes represivos”. La misma autora dijo al inicio de la invasión de Ucrania: “Los sirios comprenden mejor que nadie el trauma que viven los ucranianos. Y hay rabia, porque los años de normalización con el régimen ruso –en Siria, en Georgia, en Chechenia o en la República Centroafricana – le han animado a cometer estos actos con un sentimiento de impunidad”.

Nuestro apoyo va dirigido a la juventud antiautoritaria de la Campaña Solidaridad que enfrentó la represión del Estado y la violencia de la extrema derecha. Va a los activistas del Movimiento Social Ucraniano que batallan por construir un partido por el socialismo. Va a los sindicatos combativos, como los de los mineros o los ferroviarios, que participan de la primera línea del frente sin dejar de enfrentar la política del gobierno. Y ese apoyo es político y material, por lo que estamos preparando un segundo envío en las próximas semanas. 



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