Para Argentina y Latinoamérica: La necesidad de una Segunda Independencia

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¿Es la Argentina un país independiente? ¿Lo fue alguna vez en realidad? Es cierto que en un mundo como el actual, globalizado y completamente interrelacionado, es imposible que un país se desarrolle aislado del resto. Pero eso es una cosa y otra muy distinta que el país sea una semicolonia o un país dependiente del imperialismo¿Es la Argentina un país independiente? ¿Lo fue alguna vez en realidad? Es cierto que en un mundo como el actual, globalizado y completamente interrelacionado, es imposible que un país se desarrolle aislado del resto. Pero eso es una cosa y otra muy distinta que el país sea una semicolonia o un país dependiente del imperialismo

Escribe:Tito Mainer

La independencia declarada el 9 de julio pone fin a trescientos años de dependencia colonial. Las Provincias Unidas estaban en guerra con España, tanto en el Alto Perú y el Norte como, a la vez, en la frontera con Chile que sería el escenario de próximas batallas, como la de Chacabuco en febrero de 1817. La Liga Federal, por su lado, enfrentaba la amenaza del Imperio del Brasil, que también quería impedir que la revolución penetrara en su territorio, como lo había hecho ya en Río Grande do Sul y en Pernambuco donde, en marzo de 1817, estalló una revolución republicana.

Se puede decir entonces que, en 1810, las Provincias Unidas abren un período de lucha por su independencia. La dinámica de la revolución y de la guerra en curso, así como de las luchas intestinas, generaron gran inestabilidad política. Pero a la vez sostuvieron un periodo de decisiones económicas, políticas y militares independientes. Fueron esos quince años de transición.

Dependientes de Gran Bretaña

Este proceso se corta cuando a principios de 1825 la presidencia de Bernardino Rivadavia firma con Gran Bretaña el “Tratado de Amistad, Comercio y Navegación” para que “sus relaciones ya existentes sean formalmente reconocidas y confirmadas”. Nombrados los respectivos embajadores, su artículo 9º era concluyente. “En todo lo relativo a la carga y descarga de buques, seguridad de mercaderías, pertenencias y efectos, disposición de propiedades de toda clase, y denominación por venta, donación, cambio, o cualquier otro modo; como también a la administración de justicia, los súbditos y ciudadanos de las dos partes contratantes gozarán en sus respectivos dominios de los mismos privilegios, franquezas y derechos como la nación más favorecida”. Ese mismo gobierno pactará un empréstito leonino con la casa Baring Brothers que se terminará de pagar casi un siglo después y que fue una increíble estafa al estado argentino con la complicidad de todos los sucesivos gobiernos locales.

Más allá de algunos roces y diferencias –como en la época de Rosas cuando el bloqueo anglofrancés o con la ocupación de las Islas Malvinas− Inglaterra gozará de beneficios extraordinarios durante más de un siglo. Desde entonces la Argentina fue un país dependiente de Inglaterra.

En los primeros cincuenta años el escaso desarrollo del país hizo que esa dependencia fuera sobre todo comercial, pero esa situación se profundizó claramente hacia 1880 cuando el imperialismo adquiere su forma actual, como exportador e inversor de capital financiero e industrial.

Otro paso de mayor sumisión se dio en 1933. Al firmarse el acuerdo Roca-Runcinam la Argentina se convierte en una verdadera semicolonia británica. La diferencia entre “dependiente” -sumisión económica- y “semicolonia” es que, aunque formalmente en el país se eligen las autoridades nacionales, los acuerdos económicos establecidos obligan a la Argentina a cumplir compromisos de tipo colonial -con injerencia en las decisiones políticas-. En Londres, un miembro de la delegación llegó a celebrar el pacto diciendo que la Argentina debía ser considerada como “la joya más preciada” de la corona británica. En el diario The Spectator de Londres, en 1931, William Barton manifiesta que “Argentina hace tiempo que es prácticamente una colonia británica”. Los ingleses manejaban el negocio de las carnes, las exportaciones de granos, los ferrocarriles, el sistema bancario y eran parte de la oligarquía terrateniente.

El peronismo resiste pero Estados Unidos se impone

El fin de la Segunda Guerra Mundial en 1945 cambió el mapa mundial. Gran Bretaña deja de ser la principal potencia imperialista, lugar que es ocupado por Estados Unidos, en particular en América Latina, a la que los yanquis consideraban su “patio trasero”. En ese periodo surge el peronismo y el país resiste los embates norteamericanos. Sobre todo en su primera presidencia hasta 1952, Perón, apoyándose en la movilización de los trabajadores, recupera poder autónomo de decisión y abre un nuevo período de relativa independencia política y económica.

Pero el golpe de estado de septiembre de 1955 animado por los Estados Unidos abrió las puertas a la penetración norteamericana. Con la dictadura de Aramburu y luego la presidencia de Frondizi, la Argentina ingresa al FMI, la deuda externa se convierte en un problema crónico y la fuga de capitales al exterior comienza a ser una constante. La apertura a la “inversion extranjera” facilita la penetración yanqui en sectores claves de la economía y la Argentina firma pactos colonizantes. Retorna así a su condición de país semicolonial, ahora de los Estados Unidos.
Famosos ministros de Economía, como Alsogaray (de Frondizi), Krieger Vasena (de Onganía), Martínez de Hoz (de Videla) o Cavallo (de Menem) simbolizan la apertura descarada a la penetración imperialista. Carácter semicolonial que no cambió, a pesar de los discursos, ni con Alfonsin ni con los Kirchner. Mucho menos ahora, cuando todos los principales asesores del presidente Macri han sido gerentes de multinacionales como la Shell o Telecom.

A doscientos años, el camino iniciado el 9 de julio esta inconcluso. La Argentina debe romper con “toda dominación extranjera” −como dice el acta de 1816− y ponerse en camino de su segunda y definitiva independencia conquistando un gobierno de los trabajadores en camino al socialismo. Declarando el no pago de la deuda externa; llamando a formar un frente de países deudores latinoamericanos para impulsar la movilización contra esa estafa; rompiendo los tratados internacionales que nos condenan a la dependencia y a la expoliación; nacionalizando la banca, el comercio exterior y los sectores estratégicos de la economía, como los transportes, la energía, las comunicaciones y la minería para ponerlos, mediante una economía planificada, al servicio de combatir el hambre, la pobreza y el saqueo capitalista.