Viaje a Palestina, un pueblo que vive en el apartheid

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viaje a palestina un pueblo que vive en el apartheidEscribe Laura Marrone, Legisladora de Izquierda Socialista Frente de Izquierda CABA

Invitada por su embajador en Buenos Aires, Laura Marrone visitó Palestina desde el 17 hasta el 21 de noviembre. Fue recibida por distintos representantes de la Autoridad Palestina con el propósito de que conociera lo que vive este pueblo debido a la política colonizadora de Israel. Confiesa que nunca imaginó lo que en realidad hoy ocurre.

Prisioneros en su tierra
Desde la derrota de la Segunda Intifada en 2000, los palestinos viven literalmente en una cárcel en su propio territorio. Las tropas israelíes controlan sus vidas como si estuvieran en un apartheid. Han penetrado el reducido territorio palestino, controlándolo militarmente. Cisjordania se encuentra separada de Gaza. Palestina no tiene continuidad territorial, a pesar de que los acuerdos de Oslo contemplaban la existencia de una carretera que los uniría.
Los isralíes han levantado muros que parten las ciudades por el medio. Esa es la situación, por ejemplo, de Hebrón, Belén, Qalquilia, donde los muros van cerrando el acceso a tierras que luego son colonizadas por personas muchas veces venidas de distintas partes del mundo, convocadas para ser colonos.
Los retenes militares o checkpoints y las torretas de vigilancia abundan en las calles serpenteantes y dejan saber a sus ciudadanos que los pasos pueden cortarse en forma definitiva. Alteran la vida cotidiana con controles que pueden durar horas demorando a quienes deben ir a sus trabajos, a la escuela o a un hospital. Los soldados, muchas veces muy jóvenes, tienen derecho sobre la vida y la muerte de los palestinos. Cualquier movimiento sospechoso puede ser motivo de disparo y muerte, sin investigación ni juicio.
El alcalde de Hebrón, Taysser Seneineh, quien estuvo preso 20 años, comenta con una mezcla de rabia y resignación que las tropas israelíes controlan el ingreso y salida de los habitantes, no solo al exterior, sino dentro de las ciudades mismas. Lo comprobé. Presencié cómo un adolescente árabe era detenido en una esquina a punta de ametralladora mientras una joven militar israelí le revolcaba su mochila sin cuidado de sus pertenencias. Suspiré con él, quien elevó sus ojos al cielo buscando contener la humillación. Cualquier acto de rebeldía podía costarle la vida. También vi a dos adolescentes civiles con sus kipás en la cabeza pasearse entre las personas que hacían sus compras en el mercado de la Ciudad Antigua de Hebrón, con sus ametralladoras colgando, riendo con soberbia y desparpajo, mientras un grupo de niños jugaba a pocos metros.
Abdullah Abdullah, del Consejo Legislativo Palestino y miembro histórico de Fatah, sostiene que los militares israelíes pueden detener arbitrariamente, sin juicio, ni orden judicial. Más de 6.000 presos hoy pueblan las cárceles de Israel, de los cuales 450 son niños menores de 12 años. Una legisladora de la izquierda palestina que vive en Ramallah está presa solo porque era parte de la campaña por la libertad de los presos.
Israel controla el agua, la electricidad, el comercio exterior de Palestina. Solo cuatro días a la semana entrega agua a los palestinos en una proporción de 1 a 6 con respecto al derecho a consumo de un israelí.

Jerusalén, la ciudad partida
Ir a Jerusalén, la capital religiosa, es casi imposible para un palestino que vive en Cisjordania. En esta ciudad se encuentran los principales centros de las tres religiones: el Santo Sepulcro en la Iglesia de Holy para los cristianos, la Mezquita de Lasca con su cúpula dorada para los musulmanes, y el Muro de los Lamentos para los judíos. Cuando se realizaron los acuerdos de Oslo (1993) se dividió a Jerusalén en dos, la Oriental para los palestinos y la Occidental para los israelíes. Sin embargo, hoy Israel lo controla todo. Ha levantado un muro en medio de la avenida de Jerusalén Este que no tiene otra explicación que un plan a futuro de extender la colonización israelí.
Pude visitar Jerusalén solo porque me llevó un palestino que vive en esa ciudad, con identidad israelí. Pero quienes me acompañaban en Cisjordania no pudieron ir. Hace más de dos décadas que algunos de ellos no pueden pisar esa ciudad aunque viven a solo 10 minutos. Es como vivir en Avellaneda y no tener derecho a pisar la Plaza de Mayo. Yo pude cumplir un sueño que ellos tienen negado.

Gaza, el mayor apartheid
No pude visitar Gaza. La doctora Najat Al Astal, legisladora en esa ciudad, cuenta que ese territorio sufre apartheid completo. En 2014, durante el último ataque aéreo de Israel, llovieron 100.000 kilos de explosivos que destruyeron la mitad de sus casas, el aeropuerto y la usina eléctrica. Solo cuatro horas por día tienen electricidad. Arrinconados junto al mar, no tienen salida al Este, y las fronteras con Egipto y Cisjordania están cerradas desde hace varios años. Hace pocas semanas abrieron el paso a Egipto con un permiso restringido. Especialista en salud pública, Najat afirma que su pueblo no tiene acceso a tratamientos de medicina compleja y que muchos niños sufren cáncer debido al estrés de la situación. Los palestinos están convencidos de que los israelíes quieren que se vayan todos para apropiarse de ese territorio de 42 kilómetros cuadrados donde viven más de un millón de gazatíes, en general descendientes de refugiados de 1948.

El compromiso internacional
Tanto a la entrada como a la salida de Cisjordania, el personal israelí me interrogó acerca de los motivos de mi viaje, a quién vería, para qué, dónde residiría, por qué.
Ibrahim, director de Relaciones Institucionales de la Autoridad Palestina, quien me acompañó durante todo el viaje suspiró: “Las guerras duran algunos años y terminan. Pero esta ocupación lleva ya 70 años. Nuestro pueblo la sufre cotidianamente. Pese a todo, nuestra juventud siente orgullo, y seguiremos luchando hasta ser libres. Estamos muy solos. La comunidad internacional nos tiene que ayudar”.
Ay amigos, este pueblo nos ha prendido el corazón. No podemos dejarlos solos.

 

A 100 años de la Declaración Balfour

Este año se cumplieron 100 años de la Declaración Balfour, en la que el Reino Unido se declaraba favorable a la creación de “un hogar nacional judío” en el territorio británico de Palestina. Dirigida a Lord Rothschild, el banquero líder de la comunidad judía en Gran Bretaña, para su transmisión a la Federación Sionista de Gran Bretaña e Irlanda, la declaración inició la legitimación por parte de las potencias extranjeras de lo que sería el ataque del sionismo colonialista al pueblo palestino. Así comenzó el conflicto sobre un territorio donde, durante siglos, judíos, árabes y cristianos habían convivido en paz.

Por un solo Estado palestino, laico, democrático y no racista

Los palestinos son alrededor de diez millones: cuatro millones y medio se distribuyen entre Cisjordania y Gaza, más de un millón y medio en Israel y alrededor de dos millones viven en Jordania y otros países de la región. En 1948, luego de la Segunda Guerra Mundial, las potencias imperialistas de Occidente apoyaron la expulsión de los palestinos de una parte de sus tierras para enclavar en ellas el Estado de Israel. En la Guerra de los Seis Días en 1967 sufrieron nuevos desplazamientos a partir de la ocupación de las alturas del Golán, parte de Jerusalén, la península de Sinaí y parte de Cisjordania. Ese mismo año las Naciones Unidas emitieron la Resolución 242 para que Israel devolviera los territorios anexados, cosa que no cumplió sino parcialmente. En los acuerdos de Oslo en 1993 se establecieron límites que supuestamente permitirían a los palestinos el uso de aproximadamente 22% de su territorio original en Gaza y Cisjordania bajo la administración de la Autoridad Palestina, que sería electiva. Los acuerdos dieron poder a Israel, quien pasó a controlar militarmente las fronteras.
La experiencia de todos estos años ha demostrado la inviabilidad de lo que se llamó la política de “los dos Estados”. Sigue estando más vigente que nunca la consigna histórica de “un solo Estado palestino, laico, democrático y no racista.