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Presentación: “Como no sabían que era imposible, lo hicieron”

Por Diego Martínez

Hace un siglo, en el país con menor desarrollo capitalista de Europa, se producía el cambio más audaz, el más inesperado. Una revolución socialista instauraba el primer gobierno obrero y campesino, el primer estado obrero revolucionario de la historia.
En febrero de 1917 la movilización de las masas tiró abajo al zar Nicolás II, acabando con la dinastía monárquica-feudal de los Romanov. Tan solo ocho meses después una insurrección obrera desplazó del poder al gobierno burgués de Kerensky.

Entre febrero y octubre se sintetizaron décadas de luchas contra el régimen zarista, los terratenientes y la burguesía rusa. Años de represión, cárcel, tortura y exilio para los luchadores antizaristas. En cuestión de semanas se resquebrajó el antiguo aparato estatal de monarcas, funcionarios y diputados. Los cantos de sirena de la prensa oficial dejaron de surtir efecto en las mentes de los obreros rusos. Millones de campesinos, quienes meses atrás entonaban “¡Dios salve al zar!” se unían a la lucha del proletariado. El partido bolchevique, a principios de año minoritario entre las masas, iba ganando la confianza política de los obreros y se preparaba para dirigir la toma del poder.

¿Cómo fue posible que en un lapso tan corto se logre dar marcha atrás con siglos de brutal opresión y explotación? ¿Cómo fue posible que los bolcheviques vieran crecer geométricamente su popularidad en cuestión de semanas, logrando encabezar una revolución obrera y campesina en el país más extenso de la tierra?

En el prólogo a su libro Historia de la revolución rusa Trotsky sostiene que “La historia de las revoluciones es para nosotros, por encima de todo, la historia de la irrupción violenta de las masas en el gobierno de sus propios destinos. […] En momentos normales el estado, sea monárquico o democrático, está por encima de la nación; la historia corre a cargo de los especialistas de este oficio: los monarcas, los ministros, los burócratas, los parlamentarios, los periodistas. Pero en los momentos decisivos, cuando el orden establecido se hace insoportable para las masas, éstas rompen las barreras que las separan de la palestra política, derriban a sus representantes tradicionales, y con su intervención, crean un punto de partida para un nuevo régimen”.

Así fue, agregamos, que en pocos meses, millones de obreros y campesinos rusos despertaron a la vida política y se convirtieron con su lucha en los protagonistas de la primera y hasta ahora única revolución obrera, campesina y socialista triunfante de la historia.

Algunos comentarios sobre los textos

Los tres textos de León Trotsky que Editorial CEHuS presenta en esta edición: “Lecciones de Octubre” (1924), “¿Qué fue la revolución rusa?” (1932) y “Lecciones de Octubre” (1935) ubican de forma concisa pero aguda, las condiciones objetivas y subjetivas que posibilitaron ese triunfo de la revolución socialista en Rusia, a la vez que describen cómo esos elementos se entrelazaron dinámicamente para dar vida a los acontecimientos.
En el más significativo de estos textos, escrito en 1924, Trotsky analiza los principales acontecimientos ocurridos en los meses previos a la insurrección de octubre a la luz de las batallas políticas que él mismo libró, en la mayoría de las veces junto con Lenin, al interior del partido bolchevique. Polemiza duramente con dos importantes dirigentes, Grigori Zinoviev y Lev Kamenev, quienes impulsaban una política timorata, de adaptación al régimen democrático-burgués, que tendía a confluir en algunos puntos con los mencheviques y no orientaba a las masas y al partido hacia la total independencia política, al enfrentamiento al gobierno que encabezaban los partidos obreros reformistas y hacia la toma del poder.
Trotsky insiste en el papel decisivo e imprescindible que debió cumplir el partido bolchevique para dar una dirección firme a las masas revolucionarias. Y por primera vez expone públicamente, que la máxima dirección debe estar la altura de las circunstancias, tener una clara orientación revolucionaria y no titubear en los momentos decisivos.

1924 fue el punto de inflexión en el proceso de burocratización dentro del partido revolucionario y del estado soviético que encabezó Stalin desde la enfermedad y muerte de Lenin. Tal como describe el historiador trotskista francés Jean Jacques Marie en su biografía Trotsky, revolucionario sin fronteras, fue en ese año que se impuso la reacción social y política al interior de la URSS, impulsada por Stalin, quien se transformó en un sanguinario dictador. Fue en 1924 que Stalin formuló por primera vez su política del “socialismo en un solo país”, una concepción totalmente revisionista del marxismo y del programa revolucionario, que fue el fundamento “teórico” utilizado para renegar de la lucha por instaurar el socialismo a escala mundial y consolidar una dictadura.

La publicación del texto generó un inmediato rechazo por parte de Stalin y sus aliados y fue, a los pocos meses de su aparición, quitado de circulación. Desde ese año se intensificó la campaña de calumnias y difamaciones hacia la figura de Trotsky, y la persecución que culminó con su expulsión del partido y de la URSS.

“¿Que fue la revolución rusa?” es un desgrabado de una conferencia que Trotsky dictó en Copenhague (Dinamarca) en 1932 frente a unas 3000 personas, en su mayoría jóvenes socialdemócratas. Desde 1929, exiliado en Turquía, el dirigente revolucionario ruso concentraba sus esfuerzos en agrupar a las fuerzas revolucionarias opuestas al stalinismo. Pese a la persecución y el rechazo del gobierno monárquico danés y del stalinismo, Trotsky logró reunirse con una veintena de oposicionistas de distintos países de Europa y Estados Unidos a fin de organizar, de forma clandestina, una “preconferencia” de la oposición de izquierda que se celebraría en febrero de 1933 con la presencia de delegados de once países. En el marco de las calumnias y tergiversaciones sobre su papel en 1917, por parte del stalinismo, y dialogando con esos jóvenes, Trotsky explicó aquella historia sin tergiversaciones con el fin de fortalecer su combate político contra la reacción estalinista, manteniendo viva la llama de octubre, transmitiendo el fuego revolucionario a las nuevas generaciones.

En el tercer texto, escrito dieciocho años después del triunfo de 1917, Trotsky polemiza indirectamente contra la unidad política con partidos burgueses que desde ese mismo año había lanzado el aparato burocrático de Stalin en Francia, España y el mundo entero, y se conocía como los “frentes populares”. Por eso se refiere al gobierno que formaron los partidos obreros reformistas con el partido de la burguesía “democrática” en 1917 como el “frente popular ruso”.

Por último, acompañamos esta edición, a modo de anexo, con dos fragmentos de textos de Nahuel Moreno.

En el primero –escrito en 1980– se definen de manera precisa las características específicas de las revoluciones que protagonizaron las masas rusas en febrero y octubre de 1917, para elaborar conclusiones más generales sobre las características de las revoluciones que se fueron dando a lo largo del siglo XX, y reafirmar la necesidad de construir partidos revolucionarios para el triunfo de nuevos “octubres".

En el segundo –escrito en 1984– se ubican los principales rasgos del nuevo régimen de democracia obrera e internacionalista, que encabezaron con los soviets, Lenin y Trotsky en 1917. A continuación se caracteriza a la dictadura burocrática stalinista, tanto en la URSS como en los países en los que se expropió al capital después de la segunda guerra mundial. Esas dictaduras burocráticas fueron las que abrieron el camino a la restauración del capitalismo a fines del siglo XX.

Se incluye por último una cronología en la que se resumen los principales acontecimientos que dieron vida a la revolución.

Debemos estudiar la revolución de octubre

Los textos que aquí presentamos no se limitan a temas de historiadores. No son piezas de museo ni escritos académicos que persigan un fin meramente analítico. Fueron escritos al calor de batallas políticas. Son de gran utilidad para la formación de nuevas camadas de luchadores que se inicien en la militancia revolucionaria. Tal como sugiere Trotsky, desde los escritos que conforman esta edición, todo aquel que se proponga transformar la sociedad, luchar por un mundo socialista combatiendo el capitalismo, debe aprender las lecciones de aquel octubre de 1917.
Se trata de enseñanzas que conservan absoluta vigencia. Los textos que invitamos a leer reflejan la pelea encarnizada que Trotsky libró, junto a Lenin y otros revolucionarios, contra todos aquellos que de alguna u otra forma planteaban que el camino revolucionario era inviable.

Hoy se debate si la salida socialista es utópica, o se proponen distintos atajos a la vía revolucionaria. Algunos se refugian en su pequeño grupo de “iluminados” sin buscar confluir con la movilización de las masas. Todos ellos reflejan escepticismo, desconfianza en la capacidad que tenemos la inmensa mayoría de trabajadores y oprimidos del mundo para dar vuelta la tortilla del capitalismo con nuestra lucha.

El escepticismo es en gran parte una posición política consciente. Lo fomentan día a día los patrones, a través de sus medios de comunicación y de los partidos tradicionales cuando nos dicen que los trabajadores no podemos gobernar, que el gobierno está reservado para los “especialistas” burgueses. A veces dicen que de la pobreza “se sale con trabajo” dentro del sistema capitalista. Como cada vez pueden convencer a menos gente de que el capitalismo puede garantizarnos bienestar, otras veces nos dicen que simplemente es el único de los mundos posibles y que no se puede cambiar. Asqueados por la podredumbre de los partidos patronales, muchas veces hay compañeros trabajadores que dicen ser “apolíticos”. Plantean, a nuestro entender equivocadamente, que el pueblo no debe involucrarse en política.

También fomentan el escepticismo los llamados “socialistas del siglo XXI”, instalado por el gobierno de Chávez en Venezuela. Nos dicen que en la actualidad no se puede llegar al socialismo como se hizo en el siglo XX, expropiando a la burguesía. Que ahora tenemos que impulsar economías “mixtas”, en las que convivan capitales privados y estatales, todos juntos en el estado burgués. Como se demostró en Venezuela, Bolivia y otros países, esta política llevó a esos pueblos al desastre. No sirvió para solucionar los problemas más acuciantes de los trabajadores y preparó el terreno para la profundización de planes de ajuste que esos mismos gobiernos aplicaron.

Descreen de la capacidad revolucionaria de las masas las corrientes reformistas que nos llaman a pelear por el poder exclusivamente desde el interior de las instituciones burguesas, en esa cueva de ladrones a sueldo que es el parlamento y mediante las elecciones, un juego tramposo que está armado para que los patrones y sus políticos mantengan siempre su dominio.

Decía Trotsky en su conferencia de 1932 en Copenhague que “las revoluciones tienen como tarea llevar adelante lo que no entra en las cabezas de las clases dominantes”. Cada revolución es única en sí misma, cada país tiene sus particularidades sociales y culturales, el capitalismo se desarrolla de forma desigual en cada lugar de la tierra y eso da lugar a distintas formaciones sociales. La experiencia revolucionaria de cada pueblo es única e insustituible. Pero los revolucionarios y los pueblos aprenden a la vez de las experiencias de las grandes revoluciones. Si hay algo que nos deja como lección la experiencia de Rusia en 1917 es que cuando lo “posible” se agota, lo “imposible” comienza a cobrar forma.

En aquella experiencia hubo enormes contratiempos y dificultades: pérdidas humanas por millones en la guerra, el hambre, la coexistencia de distintas nacionalidades en un vastísimo territorio, la represión del régimen zarista y otros infortunios. Sin embargo, las masas rusas lograron hacerse del poder, valiéndose para ello de sus organismos de democracia obrera, los soviets, y de una herramienta como el partido bolchevique, cuya dirección les fue indicando de manera consecuente quién era el enemigo, dónde se encontraba, y cómo combatirlo confiando en sus propias fuerzas.

Parafraseando a Trotsky en “Lecciones de Octubre (1935)”, decimos: cuando los trabajadores del mundo aprendan las lecciones de la revolución de octubre de 1917, serán invencibles.

Los invitamos, mediante la lectura de estos textos, a aprender de ese enorme proceso revolucionario que fue la revolución rusa, protagonizado por hombres y mujeres trabajadoras, dirigentes como Lenin y Trotsky que “como no sabían que era imposible, lo hicieron”.

*Diego Martínez es sociólogo, docente e integrante de la dirección nacional de Izquierda Socialista.

 

Ediciones del Centro de Estudios Humanos y Sociales - CEHuS

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