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Jose Castillo

21 de abril de 1946

A sesenta años de la muerte de Keynes

Propuso políticas exitosas para salvar al capitalismo de la crisis económica de 1930. El “keynesianismo” fue la política oficial durante el crecimiento económico más largo del capitalismo del siglo XX, entre 1948 y 1967. Sin embargo, todo dejó de funcionar a partir de la década del ’70, cuando una nueva crisis apareció en el horizonte capitalista.

Desocupados solicitando trabajo, Los Angeles, 1930

Desocupados solicitando trabajo, Los Angeles, 1930

En 1883, apenas tres meses después de la muerte de Marx, nacía la que iba a ser la cabeza más lúcida del pensamiento burgués del siglo XX: el economista John Maynard Keynes. Criado en la aristocrática Cambridge, se iba a transformar en una de las figuras que con más claridad iba a ver el mundo que se venía después de la Primera Guerra mundial.

Participa en un puesto menor en la delegación británica a la reunión de Versalles de 1919, que iba a legalizar el “nuevo reparto del mundo” entre las potencias vencedoras de la Primera Guerra. Renunciará escandalizado ante la incapacidad de esos líderes burgueses y escribirá las consecuencias económicas de la paz, donde anticipa eventos como la debacle alemana y la emergencia del nazismo.

Pero lo que hará saltar a Keynes a la fama mundial será su propuesta económica ante la crisis económica que estalla en 1929 y que, durante varios años, generó la mayor recesión jamás vista en el mundo capitalista, con decenas de millones de desocupados en las principales potencias del mundo.

¿Cómo salir de la crisis?

La dirigencia burguesa tradicional estaba paralizada sin otra respuesta que “esperar” a que el ciclo económico cambie solo. La clase obrera se movilizaba, protestaba casi diariamente, pero lamentablemente no podía superar el chaleco de fuerza de sus direcciones políticas laboristas, socialdemócratas y comunistas. Ya se veía en el horizonte el avance del nazismo, que iba creciendo electoralmente a expensas de la desesperación de las clases medias y parte de los desocupados.

Ahí aparece a la luz Keynes. Lúcidamente, veía la única salida en la intervención del Estado en la economía para resolver el drama del desempleo. Ante la ceguera de los políticos conservadores que no veían que la crisis y la rebelión popular que se estaba generando ponía en riesgo la propia existencia del capitalismo, los increpaba como “incapaces de distinguir las nuevas medidas para salvaguardar el capitalismo de lo que ellos llaman bolchevismo” (Essays in persuasion, pág.324). Sus medidas comenzarían a implementarse a fines de 1932, primero en Suecia, y luego en los Estados Unidos, con el New Deal de Roosevelt (ver recuadro).

El “keynesianismo” de posguerra y la crisis de los ’60

Paradójicamente, las políticas keynesianas se hicieron populares en las décadas que siguieron a la Segunda Guerra mundial, cuando ya Keynes había muerto. Todos los partidos políticos burgueses asumieron como propias las recomendaciones económicas de Keynes en las décadas del ’50 y ’60. “Hoy nadie discute que el Estado debe intervenir en la economía: todos somos keynesianos”, llegó a decir Richard Nixon en 1967. Todos creían, en medio del crecimiento económico de esa época, que se habían “exorcizado” las crisis económicas para siempre.

Keynes tenía absoluta claridad que sus medidas no eliminaban definitivamente las crisis del capitalismo, ni se trataba de un plan de crecimiento sostenible por décadas. Una vez, acusado de que su programa no tenía largo plazo, respondió con el cinismo de un burgués que sabe que está viviendo la decadencia del capitalismo: “En el largo plazo estamos todos muertos”. Pero su lucidez no era compartida por sus seguidores “keynesianos”. Así, cuando a fines de los ’60 volvió con todo la crisis sobre la economía mundial y las “recetas keynesianas” dejaron de funcionar, nadie entendía por qué. Sucedía que las leyes de acumulación del capital del viejo Marx eran más poderosas que las medidas reformistas del más lúcido de los economistas burgueses.

¿Un socialista?, ¿un progresista?

Socialdemócratas y laboristas, borrando ya hasta los últimos restos de un programa que alguna vez llamó a luchar por el “socialismo”, hicieron suyos los planteos de Keynes. Es más, pintaron al lord inglés como un economista progresista, casi socialista. Dejémoslo responder al propio Keynes, explicándose por qué se negaba a afiliarse al Partido Laborista en 1925:

“En primer lugar, porque es un partido de clase, y de una clase que no es la mía. Si yo he de defender intereses parciales, defenderé los míos. Cuando llegue la lucha de clases como tal, mi patriotismo como tal, mi patriotismo local y mi patriotismo personal… estarán con mis afines. Yo puedo estar influido por lo que estimo que es justicia y buen sentido; pero la lucha de clases me encontrará del lado de la burguesía educada.” (Essay in persuasion, pág. 327.)


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