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Juan Carlos Lopez Osornio
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Juan Carlos López Osornio

Recordando a Arturo

Hace como cuarenta años, en pleno onganiato, solía reunirse en casa la dirección regional de La Plata. Una mañana que había faltado al Armour (frigorífico), escuché una discusión muy dura. Sobresalía una voz nueva. Terminada la reunión nos presentaron: “Suárez, el compañero Vega”. ¡Gran sorpresa! Arturo era tirando a gordito, de tez blanca y porte sereno, apocado. Nos fuimos conociendo en las movilizaciones. Una tarde en esa misma casa, después de una reunión de discusión sobre las propuestas guerrilleristas de Santucho, en que yo trataba de conciliar las posiciones, me marcó a fuego: “Si no te conociera creería que sos un centrista podrido”. ¡Estoy viéndole la cara!

El primer volante que escribí fue en un conflicto en cámaras frías donde paramos el embarque... era grave porque los barcos pagan canon y en un par de días u horas quieren rajarse. Puse un chiste sobre un supervisor y toda la seccional al leerlo se mató de risa. Después me agarró Arturo: “Gallego, hiciste eje en el chiste, en vez de explicar cómo organizarse para ganar el conflicto”. Por suerte, y pese a todo, lo ganamos.

Después de la ruptura del PRT, en el verano de 1968, se instaló en Buenos Aires. Nos veíamos los domingos en la reunión de Peugeot en el cruce Varela. Se agachaba y de la bocamanga del pantalón sacaba el ayuda memoria del informe nacional.

En esa casa del cruce, una mañana, el inolvidable petiso Aguilar, hoy fallecido, apareció con un volante de la “Secretaría Coral” del PSA llamando a conformar un frente revolucionario. Nos parecía muy bueno y pofallecimiento sible, y Arturo se lo llevó. Una semana después, con inmensa alegría, nos contaba de la reunión de él, Nahuel Moreno, Juan Carlos Coral y Enrique Broquen en la casa de una inmobiliaria del dirigente de los s ocialistas en Berazategui, reunión que fue el embrión que dio lugar al nacimiento del viejo y glorioso PST en 1972.

Regresábamos todos los domingos a La Plata hablando del más allá y del más acá. Desde entonces, en lo personal o en lo político, era mi última consulta… Los otros compañeros solían correrme en las discusiones con “Arturo opina tal cosa”.

Estando preso en Caseros con ‘‘el Petiso’’ Páez, pateando el recreo, nos reímos mucho cuando ‘‘el Petiso’’ recordaba que en un departamento de París vinieron los bomberos cuando se produjo una humareda impresionante, producto del asado en el balcón improvisado por Arturo, cuando fueron al décimo Congreso de la Cuarta Internacional. ¡Era un gran organizador!

El 1º de febrero de 1975, recién llegado de Jujuy, en el tórrido verano porteño, cruzaba la avenida Rivadavia rumbo a la escuela de cuadros, cuando escucho “¡Gallegooo!”. Era Arturo doblando desde Pueyrredón, agitando sus brazos desde la ventanilla del Citroën. Ni él ni yo sospechábamos que sería la última vez.

Un mes después yo caía en cana y a mediados del ’77 en la primera visita de mi entrañable Nelsa, ¡mi “concubina” votada por el partido!, me enteraba de su muerte. Esa imagen desde entonces vive en mi memoria política y afectiva para siempre.


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