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23 de octubre - 4 de noviembre de 1956El pueblo húngaro se rebeló contra la burocraciaHace medio siglo, cuando la burocracia enquistada en la URSS dominaba un tercio del mundo y tenía inmenso prestigio, el pueblo húngaro insurrecto salió a exigir libertad y un verdadero socialismo.
En la década del 50 se dieron los primeros pasos de lo que León Trotsky definió como la “revolución política”: la lucha obrera y popular contra la burocracia que, encabezada por José Stalin, había usurpado el poder en la Unión Soviética a partir de la década del 20. En Berlín Oriental, en 1953, hubo una huelga general obrera reprimida por el Ejército Rojo. En 1956, ante el levantamiento del pueblo polaco, hubo intensas negociaciones, y con la mediación de la Iglesia Católica el Partido Comunista mantuvo el control. Paralelamente, en Hungría, la profundidad del proceso revolucionario llevó a Nikita Kruschev, secretario general del PCUS (Partido Comunista de la Unión Soviética) a mandar al Ejército Rojo para aplastar al pueblo. Catorce días de revolución El Ejército Rojo en 1945 liberó a Hungría de las atrocidades del nazismo. Se persiguió a los grandes terratenientes y capitalistas, todos colaboracionistas, se hizo la reforma agraria y se fue reorganizando con medidas socialistas toda la economía. El 1º de mayo de 1947 el pueblo de Budapest bailó en las calles. Hubo años de reconstrucción y prosperidad. Pero cada vez más se fue sintiendo el peso de una dictadura brutal y del sometimiento a la burocracia soviética. Para 1956, la mayoría de los trabajadores y campesinos húngaros odiaba a ese “régimen de pobreza, suciedad y miedo que se les había presentado como comunismo”*. El 23 de octubre hubo una manifestación de estudiantes en Budapest, en solidaridad con el pueblo polaco, a la que se fueron sumando trabajadores de las fábricas. Una multitud se concentró ante la estación de radio, pidiendo que transmitieran sus demandas. Hombres de la policía de seguridad (muy parecida a la Gestapo) los tirotearon. La noticia corrió de inmediato por toda la ciudad y estalló la revolución. La gente salió masivamente, se armó y comenzó la batalla calle por calle. Las demandas eran la abolición de la policía de seguridad y el retiro de las tropas soviéticas. Peter Fryer contó que parte de las tropas del ejército húngaro se sumaba directamente a la lucha junto a los obreros y estudiantes; otros les entregaban a éstos sus armas. Y “nadie ha sido capaz de mostrar una sola arma manufacturada en Occidente”. La ciudad fue quedando en manos de los insurrectos, que tomaron las oficinas de la policía de seguridad y muchos de sus miembros fueron ajusticiados. En total, esos días, fueron liberados unos 5.000 presos de los calabozos subterráneos. Cayó la odiada dictadura de Rakosi-Gero. Las tropas del Ejército Rojo comenzaron a confraternizar con los revolucionarios, que se subían a los tanques. Hubo combates entre húngaros y rusos, hasta que éstos se paralizaron; se comenzó a hablar de evacuación. El nuevo primer ministro, Imre Nagy, el 31 de octubre proclamaba que la revolución era victoriosa. La derrota En Budapest y en todo el país los obreros, estudiantes, campesinos e integrantes de las granjas estatales comenzaron a tomar en sus manos todos los problemas (ver recuadro). Había surgido un vigoroso doble poder obrero y popular. Las declaraciones de los consejos obreros, de los intelectuales y estudiantes incluían todas frases del tipo “reafirmamos que las fábricas, las tierras y las minas pertenecen al pueblo trabajador”. Ni Moscú, ni la Iglesia Católica ni el imperalismo podían permitir el desarrollo y triunfo de una revolución obrera y socialista en el corazón de Europa Central que hubiera confluido con la polaca y contagiado de inmediato a toda Europa del Este. El 4 de noviembre, el Ejército Rojo envió tropas desde la URSS y comenzó el aplastamiento de la revolución húngara. Luego de varios días de encarnizados combates, el saldo fue aproximadamente de 20 mil húngaros y 3.500 soldados rusos muertos. La ausencia de un partido revolucionario fue un elemento importante para que, a pesar del heroísmo de las masas, no se lograra la centralización y formulación de objetivos claros que fortalecieran la lucha, permitiendo frenar la invasión.
“El movimiento obrero inició una revolución política”En un artículo de comienzos de 1957, publicado en la revista Estrategia, Nahuel Moreno definía así los acontecimientos: “La revolución polaca y, en grado mucho mayor, la húngara se han caracterizado por ser revoluciones nacionales -contra el opresor extranjero- y democráticas -contra el totalitarismo político y las injusticias sociales. Ninguna de las dos ha tenido el menor síntoma de querer volver atrás, hacia el régimen de los terratenientes, el imperialismo y el capitalismo. La base de ambas revoluciones ha sido el pueblo en su conjunto, incluyendo como ala derecha del movimiento a un sector de la burocracia, el más nacionalista. Pero este movimiento popular, conjunto, tuvo una espina dorsal, un sustento y una dirección, que fue la clase obrera, organizada […] en Hungría en los consejos revolucionarios. Concretamente, el movimiento obrero inició una revolución política por la democratización del régimen y por la expulsión de la burocracia del gobierno. El aparato estalinista y el imperialismo mundial tratan de confundir todo lo posible sobre el verdadero carácter de las revoluciones húngara y polaca, esforzándose por mostrarlas como amigas de los occidentales y los terratenientes, capitalistas y la Iglesia Católica. Pero la verdad que se desprende de todas las informaciones concretas que se pueden entresacar de la maraña de comentarios de la prensa imperialista mundial confirma el carácter de revoluciones obreras, por la liberación nacional y por la democratización de los regímenes polaco y húngaro.”
Escritos sobre revolución política. Antídoto, 1990. Véase en www.nahuelmoreno.org |
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