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Mercedes Petit

A 80 años de los asesinatos de

Sacco y Vanzetti

El 23 de agosto de 1927, en la cárcel norteamericana de Charlestown (Estado de Massachussets), eran ejecutados en la silla eléctrica Nicolás Sacco y Bartolomé Vanzetti, obreros anarquistas acusados de un asesinato que no habían cometido, en 1920. El crimen quedó como una de las grandes farsas de la “justicia” patronal y sus nombres son emblemas de la lucha obrera del siglo XX.

Marcha pidiendo su libertad

Marcha pidiendo su libertad

Sacco y Vanzetti

Sacco y Vanzetti

Nicolás Sacco y Bartolomé Vanzetti eran inmigrantes italianos, que llegaron a Nueva York en 1908. Ambos eran muy trabajadores, pero también luchadores y pertenecían a los I.W.W. (Industrial Workers of the World), el sindicalismo revolucionario nacido a comienzos del siglo. En 1914 comenzó la guerra interimperialista. Cuando se sumó al conflicto el gobierno de Estados Unidos, en enero de 1917, ambos viajaron a México para evitar se reclutados.

El pánico de la burguesía ante la revolución

El tremendo descontento que fue provocando la carnicería de la Primera Guerra Mundial, en las trincheras y en toda la población trabajadora, se fortaleció a partir de noviembre de 1917 con las repercusiones del triunfo en Rusia de la revolución obrera y campesina de los soviets. En 1918-19 la oleada revolucionaria se extendía a Alemania, Hungría, Italia…

El ascenso obrero que sacudía el mundo se hacía sentir en los Estados Unidos también. Iba creciendo la legislación reaccionaria y la represión. Aumentaba la histeria antibolchevique, que incluía también la persecución a socialistas, anarquistas y sindicalistas. En octubre de 1918 se sancionó una Ley de Extranjería, que permitía la deportación arbitraria de los obreros inmigrantes, y que se utilizó en ese momento para perseguir especialmente a los trabajadores rusos. El gobierno envió tropas para participar junto a la contrarrevolución blanca en la guerra civil en la URSS. En 1919 hubo más de 4 millones de obreros que participaron en 3.600 huelgas. La desmovilización de los soldados que habían luchado en Europa echó más leña al descontento.

La “caza de rojos”

A las huelgas de 1919 y los enfrentamientos entre policías y obreros se sumaron oleadas de bombas contra altos funcionarios y multimillonarios (como Rockefeller o Morgan). El 2 de junio, la casa del fiscal general Palmer fue demolida en una explosión, en la que murieron los dos anarquistas que colocaron la bomba. Palmer pasó a encabezar personalmente la represión indiscriminada. Lo secundaba quien sería luego el siniestro y legendario jefe del FBI, J. Edgar Hoover. Utilizaban infiltrados, provocadores y policías, que atacaban a las manifestaciones o torturaban brutalmente en sus oficinas, y alimentaban las campañas de histeria antiobrera en la prensa.

El furor “antirojo” creció en 1920. En mayo, Sacco, Vanzetti y otros compañeros estaban convocando a un mitín de protesta por el “suicidio” de un trabajador torturado por la policía. En un bolsillo de Nicolás estaba el texto de un panfleto: “Habéis luchado en todas las guerras. Habéis trabajado para todos los capitalistas y habéis errado por todos los países. ¿Habéis cosechado todos los frutos de vuestro trabajo, el precio de vuestras victorias? ¿Os satisface el pasado? ¿Os sonríe el presente? ¿Os promete algo el futuro? ¿Habéis encontrado una parcela donde poder morir y vivir como seres humanos? Sobre estos problemas, sobre esas argumentaciones y estos temas, la lucha por la existencia, hablará Bartolomé Vanzetti […] Habrá libre debate. Concurrid con vuestras mujeres…”. Su fecha: 9 de mayo de 1920. No se realizó. El 5, ambos amigos fueron detenidos.

Fueron arbitrariamente relacionados con un par de atracos a camiones transportadores de dinero de salarios, donde habían resultado muertos custodios. Sacco trabajaba en una fábrica de zapatos. Vanzetti no conseguía ya trabajo en fábrica por las “listas negras”, así que vendía pescado por la calle, con un carro de caballo. Hasta el patrón de Sacco atestiguó a su favor, pero nada frenó la farsa jurídica que no se detuvo hasta electrocutarlos siete años después.

“Los bandidos se llaman Sacco y Vanzetti”

Esos titulares de la prensa anunciaban las detenciones el 6 de mayo de 1920, como parte de un “linchamiento periodístico”, como lo denunciaba el propio Vanzetti años después. Las “investigaciones” y el proceso fueron un farsa del comienzo al fin. Los asesinaron por ser trabajadores, luchadores e inmigrantes. Durante esos años, se formaron comités por su libertad y hubo expresiones de solidaridad en todo el mundo. Manifestaciones obreras y protestas multitudinarias se sucedieron en Londres, Nueva Delhi, París, Roma y Buenos Aires, entre otras capitales del mundo. Por ellos hubo una huelga internacional (que se cumplió en casi todos los países del mundo) y pidieron clemencia Albert Einstein, Marie Curie, Bernard Shaw, Orson Welles, Anatole France y Miguel de Unamuno, además de otros intelectuales, científicos, actores y organizaciones defensoras de los derechos civiles.

Después de la ejecución, la Corte Suprema -a través de la Hays Commission, el órgano de autocensura de los productores cinematográficos- ordenó la destrucción de todo el material filmado sobre la historia de los dos italianos. Pero de todos modos quedaron inmortalizados en el celuloide. En 1971 se estrenó la película La pasión de Sacco y Vanzetti, de Giuliano Montaldo, que llevó su historia a millones y millones de personas en todo el mundo. Numerosas obras literarias y teatrales se inspiraron en ellos.

En 1977, medio siglo después de aquel 23 de agosto, Mitchell S. Dukakis, entonces gobernador de Massachusetts, rehabilitó la memoria de los dos italianos. Dukakis reconoció formalmente que Sacco y Vanzetti eran inocentes y que fueron condenados más por sus convicciones políticas y por su condición de inmigrantes que por cualquier prueba fehaciente contra ellos.

El proceso que se montó sobre pruebas falsas y amedrentando o ignorando testigos, buscó ser un escarmiento para la creciente fuerza del proletariado norteamericano compuesto por aquellos años de una inmensa mayoría de inmigrantes. Pero en realidad se transformó en la prueba más emblemática de lo que significan de injusticia y represión las instituciones de la burguesía, la policía, la prensa reaccionaria, sus jueces y sus políticos.

Quien fuera luego, en la década del 30, presidente de los Estados Unidos, Franklin Delano Roosevelt afirmó que “fue el delito más atroz cometido en este siglo por la justicia humana”. Coincidimos en que fue un delito atroz, pero de la justicia patronal capitalista. Lo dijo en palabras muy sencillas Sacco: “Estoy aquí hoy en este banco de acusados, por ser de la clase oprimida”.

 

* Datos de Historia del Movimiento Obrero, Nº 45, por Gregorio Selser (Centro Editor de América Latina) y Un poder que los gobiernos no pueden suprimir, por Howard Zinn (Luces de la Ciudad), entre otros.


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