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Miguel Lamas

Líbano

Huelga general e insurrección armada

Una huelga general, iniciada el miércoles 7, con reclamos de los trabajadores por aumento salarial, desembocó en una insurrección armada encabezada por los milicianos de Hezbolláh que apoyaban la huelga y que copó el centro de Beirut.

Barricadas en Beirut

Barricadas en Beirut

La huelga general fue de amplio acatamiento. El gobierno no sólo rechazó el pedido obrero de aumento salarial, sino que además ordenó desarmar la red de comunicaciones de la milicia de Hezbolláh. Entonces se desató la insurrección popular armada que, en 3 días, ocupó la zona oeste de Beirut, el corazón financiero, político y comercial de la ciudad, los medios de comunicación, oficinas de partidos políticos y del Ejército, y bloqueó las carreteras que conducen al aeropuerto. La radio y TV del primer ministro dejaron de transmitir. Varias sedes del Ejército también fueron controladas por las milicias chiítas. Posteriormente, el sábado último, el gobierno, al borde de la asfixia, dio marcha atrás en su decisión de desmantelar las comunicaciones de Hezbolláh y se produjo un acuerdo, luego del cual la milicia se replegó. Cabe destacar que el Ejército está profundamente dividido y una parte responde a Hezbolláh.

Gobierno en la cuerda floja

Líbano vive una prolongada crisis política desde la guerra con Israel en el 2006. La invasión israelí tenía el objetivo preciso de aplastar al partido Hezbolláh y a su milicia que enfrentaba al sionismo en la frontera sur del país.

La sorprendente victoria militar de los milicianos de Hezbolláh ante el poderoso ejército israelí, pateó el tablero de relaciones de fuerza en Medio Oriente. Y por supuesto, dentro mismo del Líbano. El gobierno proyanqui de Fuad Siniora no defendió al país. Hezbolláh ganó una inmensa popularidad, mientras se derrumbaba el prestigio del gobierno. Hasta la guerra venía funcionando un gobierno de “unidad nacional”, con los principales partidos, en el que participaba Hezbolláh, los partidos cristianos proyanquis, el partido sunnita también proyanqui de Siniora y otras formaciones políticas. Todo bajo una orientación económica neoliberal.

El desenlace de la guerra fracturó al gobierno. Por un lado Hezbolláh, quien pese a su popularidad, también recibió una fuerte presión de las masas por aumento de salarios, control y expropiación a los especuladores que se enriquecieron con la guerra, reconstrucción de los barrios pobres con impuestos a los banqueros, etcétera. Por el otro lado, el gobierno de Fuad Siniora, quien viene siendo presionado por el imperialismo yanqui para quitarle las armas a los milicianos. Lo que no pudo hacer Israel.

¿Guerra confesional?

Los medios de comunicación inventan que lo que hay en Líbano es una “guerra confesional”, de distintas confesiones religiosas. Para ello, pasan por alto algunos “detalles”, como el hecho de que Hezbolláh tiene apoyo de gran parte de la población, incluso de la cristiana, y que hay un partido cristiano, el encabezado por Michel Aoun del Movimiento Patriótico Libre, aliado a Hezbolláh.

Lo que está ocurriendo es una fuerte lucha popular antiimperialista y antisionista, que recorre todo el Medio Oriente, y que incluye tanto a la resistencia iraquí que está derrotando a los yanquis, como a la resistencia palestina. En el Líbano, este movimiento está a punto de derrumbar al gobierno de Siniora. Estados Unidos y los regímenes semicoloniales de Arabia Saudita y Egipto son los que sostienen al gobierno libanés.

Las masas de Beirut salieron a derrocar a Siniora, planteando la necesidad para los trabajadores y el pueblo pobre, de imponer un gobierno que cambie la política económica y enfrente al imperialismo, basado en las organizaciones de masas. Pero la propia política de Hezbolláh, con su consigna de restaurar un imposible gobierno de unidad nacional, renuncia a luchar por el derrocamiento de Siniora y por otro gobierno. Por eso, por el momento, parece haberse abierto otra negociación, aunque está muy lejos de finalizar la crisis.


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