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José Castillo

Cumbre de la FAO

Cada vez más hambrientos en el mundo

Organismos internacionales y líderes mundiales se reúnen para tratar de “paliar” el desastre que ellos mismos generaron. El 15% de la población mundial corre serio riesgo de morirse literalmente de hambre. En realidad sólo les preocupa que esas masas no se levanten como ya pasó en varios países.

La cita fue en Roma, en la sede la FAO, -organismo dependiente de Naciones Unidas, dedicado a la alimentación-, para tratar un tema que, increíblemente, sigue candente durante el comienzo del siglo XXI: el hambre en el mundo. Allí se anunció que la meta fijada por el organismo en 1990, de reducir el hambre en un 50% para el año 2015, no sólo no se iba a cumplir, sino que, por el contrario, hay una aceleración del crecimiento de los hambrientos en el planeta: en el año 2000 eran 800 millones, y ahora ya ascienden a 857 millones de personas.

¿A qué se debió esta repentina convocatoria e interés? En los últimos meses, y agudizado en las últimas semanas, se vienen produciendo una serie de manifestaciones, algunas de las cuales alcanzan el carácter de insurrecciones, por parte de masas famélicas que pelean por un plato de comida. Ha sucedido en zonas de África y Asia comúnmente azotadas por el hambre, pero también en grandes ciudades de Egipto, Pakistán, Indonesia y Filipinas. En Latinoamérica, las protestas alcanzaron México, El Salvador y Guatemala, y fue en Haití donde adquirió las características más violentas, con decenas de miles de personas manifestándose con furia, para terminar siendo ferozmente reprimidas por la Minustah (fuerzas de ocupación de las Naciones Unidas, compuesta principalmente por tropas de Brasil, Uruguay, Argentina y Chile).

El alza de los precios de los alimentos

Es un hecho que el precio de los alimentos ha subido, en promedio, un 50% desde el 2006. Y que se ha dado un alza astronómica en los últimos meses.

Inmediatamente se abrió la discusión acerca de las causas. Están los que sostienen que se debe a que “los chinos e hindúes comen más”, y que la oferta mundial de alimentos no alcanza para abastecer ese mayor consumo. Mentira absoluta: de hecho la producción mundial de alimentos sigue creciendo. Y esto sin contar todo lo que se podría hacer si se la realizara planificadamente, ya que no se utiliza plenamente la capacidad de fertilizantes, sistemas de riego y potencial biogenético. La realidad es que se produce de acuerdo al interés de los monopolios de la alimentación, y se consume de acuerdo a las capacidades de ingreso. Un sólo dato éticamente repugnante: en Gran Bretaña, señala el diario The Independent, se tiran a la basura anualmente 20 millones de toneladas de alimentos, por valor de 21 mil millones de libras esterlinas, lo que bastaría para eliminar el hambre del Africa por un año.

Otro argumento que se utiliza es “echarle la culpa” a los biocombustibles. Es evidente que la utilización de cultivos para producir energía es una de las causas de la suba del precio de los alimentos. Diversas organizaciones internacionales, sin embargo, calculan esta incidencia entre un 8 y un 25% como máximo. De ahí que la campaña del FMI y el Banco Mundial, de echarle toda la culpa a los biocombustibles, tenga un indiscutible “olor” a defensa de los monopolios petroleros.

¿A qué se debe entonces esta explosión del precio de los alimentos? La respuesta está en los 300.000 millones de dólares que se han volcado en los últimos meses a especular con estos bienes. Son los que huyen de la explosión de la burbuja especulativa inmobiliaria yanqui. “Juegan” con el precio de la soja, el trigo, el maíz y el arroz. Han llevado sus precios a valores astronómicos, haciendo sus superganancias en base al hambre de millones.

La hipocresía de las “propuestas” de solución

Frente a este desastre, la respuesta de la cumbre es ridículamente “mínima”: aumentar en unos pocos miles de millones de dólares, los programas de asistencia para catástrofes; que el Banco Mundial financie préstamos para “educar” en sistemas como huerta familiar. Y, ya en el terreno más declamativo, “contener los precios” (no se explica cómo) y ayudar a los países más vulnerables (los países que importan alimentos y petróleo, no tienen agua suficiente y sufren epidemias y desastres climáticos).

Ni una palabra de lo más importante: los alimentos básicos no pueden ser tratados como una simple mercancía, ya que de ellos depende directamente la sobrevivencia de cientos de millones de personas. Qué producir, cuánto, y cómo, no pueden ser decisiones libradas a la lógica de las ganancias de los monopolios. Lo mismo sucede con las patentes, que impide que el inmenso conocimiento adquirido en mejoramiento de semillas y fertilizantes, sea utilizado masivamente.

En el caso latinoamericano, la respuesta no puede ser “dar prioridad a la seguridad”, como hacen de hecho Brasil y Argentina, con la Minustah en Haití. Tampoco se resuelve con “mandar” un barco con soja, como propuso patéticamente Lula. Vivimos en un continente riquísimo que produce alimentos de sobra para todos sus habitantes. Sólo se trataría de unir nuestros recursos, planificada y solidariamente: el trigo, la leche y la carne argentina y uruguaya; la industria brasileña; el agua paraguaya; el gas boliviano; el cobre chileno; el petróleo venezolano; los productos tropicales de varios países. Intercambiando e incluso, ante situaciones urgentes como la de Haití, brindando solidariamente los productos sin contraprestación. ¿Por qué esta política tan simple no se puede llevar adelante? La respuesta está en nuestra dependencia del imperialismo: somos un continente rico, sin duda, pero producimos para pagar deuda externa y aumentar las ganancias de los grandes monopolios que saquean nuestros recursos, incluso los alimentos. La salida alternativa, que alejará definitivamente el fantasma del hambre de esas tierras, y que incluso permitirá que participemos solidariamente en su solución en otras regiones del planeta, sólo puede venir de la mano de gobiernos de la clase trabajadora, uniendo Latinoamérica y avanzando hacia el socialismo.


Números catastróficos

* 3.000 millones de personas (la mitad de la población mundial) viven con menos de dos dólares diarios.

* 1300 millones de habitantes viven con menos de un dólar diario, sufriendo hambre, sed, desnutrición y siendo víctimas de los desastres naturales.

* 892 millones están catalogadas en “situación de desastre”, por hambre, epidemias o desastres climáticos.

* 857 millones sufren hambre crónico, recibiendo menos de 1.900 calorías diarias.

* 52 millones de ellas viven en Latinoamérica.

* El hambre en los últimos años, lejos de disminuir, aumentó en la última década: el número de subalimentados en el año 2000 era de 800 millones.


El discurso de Cristina

Cristina aprovechó la Cumbre, para pasear su “paquetería” por las calles de Roma. Y también, su hipocresía y doble discurso. Primero se reunió con Lula, en la Embajada del Brasil,-cita en la exclusiva Plaza Navona-, que nuestra presidenta y su séquito aprovecharon para recorrer, hacer compras y tomarse fotos. Luego dio un discurso en la sede de la FAO, que, por esas ironías del destino, está ubicado en los alrededores del “Circo Máximo”, sitio donde transcurría el espectáculo de los cristianos sirviendo de “alimento” a los leones.

En la reunión con los brasileños, el tema fue específico: qué hacer con Haití, uno de los 33 países del mundo catalogados “en riesgo de desestabilización” por hambre. La caradurez de Cristina no tuvo límites: no se hizo cargo del rol represivo de las tropas de la Minustah, que sólo en la represión de las últimas semanas ya causó cinco muertos y cientos de heridos, con decenas de testimonios que dan cuenta de que se trata de una ocupación militar que está sembrando el terror en la isla. En cambio, sostuvo que el rol de los militares argentinos es “enseñar a sembrar a los haitianos”, destacando el programa “Pro-huerta”.

En su discurso en la FAO, aprovechó para ponerse “a la izquierda” de los organismos financieros internacionales, cosa no muy difícil por otra parte. Denunció al proteccionismo de los países centrales, y sostuvo, correctamente, que la suba de los precios de los alimentos se debía al factor especulativo, producto del estallido de la burbuja inmobiliaria yanqui el año pasado. Claro que, inmediatamente, trató patéticamente de emparentar esto con la protesta de los productores del campo en nuestro país, como si cada uno de ellos fuera miembro de un “pool” de siembra y estuviera entonces obteniendo superganancias. Como siempre, al final primó el doble discurso: Cristina terminó acordando con las tibias medidas que se propusieron al final del encuentro.

J.C.


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