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La semana trágicaLos diez días que conmovieron a la ArgentinaLa huelga desatada en los Talleres Vasena, en enero de 1919, culminó en una amplia movilización obrera, conatos de ejercicio de doble poder y la represión más sangrienta de la historia argentina.
Comienza el año 1919. El gobierno lo ejerce, desde tres años antes, Hipólito Yrigoyen y el radicalismo se presenta como un movimiento con pasado de motines y levantamientos armados -se había alzado en armas varias veces desde 1890-, arraigo popular en la clase media urbana y rural, y un discurso orientado a la modernización del Estado mediante la participación electoral del pueblo. La Argentina llevaba más de tres décadas de una sistemática llegada de inmigrantes que, apiñados en insalubres conventillos, además de cambiar modismos del habla y la cultura, había contribuido a conformar una nueva clase obrera. El mundo, en pocos años, había vivido dos intensas sacudidas. En los campos europeos, la Primera Guerra, había dejado millones de muertos y heridos y un continente en severa crisis. Como una consecuencia inmediata, el estallido de la Revolución Rusa en febrero de 1917 y el triunfo de los bolcheviques en octubre, planteaba que la posibilidad de comenzar a construir un estado obrero democrático y revolucionario se convertía en una realidad a conquistar. El gobierno de los soviets desencadenó un proceso revolucionario que tuvo picos de huelgas y luchas en Italia, Hungría, Alemania y otros países, mientras, al Oriente, nuevas repúblicas adherían a Rusia para comenzar a construir la futura Unión Soviética. La dirección bolchevique de Lenin y Trotsky tenía en claro que su futuro dependía del curso de la revolución mundial. En América, entretanto, la revolución mexicana liderada por Emiliano Zapata y Pancho Villa, liquidaba al poder autocrático, impulsaba la reforma agraria e imponía una democracia constitucional. Esa nueva clase obrera argentina, asentada sobre todo en el cinturón litoral, traía las ideas y propuestas organizativas de sus países de origen, en los cuales, en particular, eran fuertes el anarquismo y el sindicalismo revolucionario. Los socialistas de Juan B. Justo ya se habían definido claramente como reformistas, adaptados a los mecanismos de la democracia burguesa. Huelga y masacre en los talleres Vasena A pesar de la neutralidad argentina, la Gran Guerra provocó un aumento de la carestía de la vida y de la desocupación. A finales de 1918 el clima social se tensa y, desde el 2 de diciembre, 2.500 trabajadores de la siderúrgica Pedro Vasena (después, Tamet) se lanzan a la huelga. La única actividad que se registra es el traslado de materiales entre los talleres de Cochabamba y Rioja, en Boedo, a los depósitos de Alcorta y Pepirí, en Nueva Pompeya. La patronal recurre a carneros pero los huelguistas disponen piquetes: el 4 de enero interceptan el paso de unos camiones custodiados por la policía y el choque termina en una intensa refriega a balazos. Al día siguiente los huelguistas levantan adoquines, preparan pequeñas barricadas para frenar a los vehículos y cortan el suministro de agua y teléfono a la empresa. Los carneros se deben quedar a dormir dentro de la planta y, afuera, muere un policía. Mientras el gobierno parece prescindente, se extiende la solidaridad: el 6 paran los empleados de tranvías de Mendoza, los municipales de Rosario y en Junín se suman los carreros de cereales. Al paro en Vasena se pliegan los capataces y el fondo de huelga se nutre de aportes de muchas sociedades de resistencia. El día 7 los “cosacos” -policías y bomberos- atacan con furia (los diarios hablan de más de 2.000 balas) y mueren 4 trabajadores y vecinos y hay más de 30 heridos. El petitorio obrero exige la jornada de 8 horas, un aumento del 20% al 40% para los salarios, escalonado en favor de las categorías más bajas, no obligatoriedad de trabajo de horas extras y domingos, y su pago con una prima del 50%. El fin de las cesantías y readmisión de los despedidos por motivos gremiales, y la abolición del trabajo a destajo. La patronal se muestra intransigente. Se organiza un funeral cívico para los trabajadores asesinados que es acompañada por una huelga general de trabajadores portuarios. El consejo federal de la FORA V Congreso declara la huelga general y sus 32 gremios adheridos participan del sepelio: obreros del calzado, caldereros navales, motorman de los tranvías, albañiles, pintores, panaderos, entre otros. Unas veinte mil personas se suman a la marcha que atraviesa Buenos Aires, desde el Puente Alsina hacia la Chacarita. Cuando pasan por la fábrica -donde hoy está la plaza “Martín Fierro”, a un lado de la autopista-, son atacados a balazos por francotiradores apostados en los techos durante casi 15 minutos. Se producen decenas de muertos y heridos pero la marcha continúa y es nuevamente balaceada en Oruro y Constitución. Los trabajadores asaltan una armería, en la esquina de San Juan y Loria prenden fuego al coche del jefe de la policía y, después, sitian la Comisaría 21 donde los bomberos se defienden abriendo fuego y produciendo numerosas bajas. Al llegar al cementerio, la marcha, ahora con algunos cientos de manifestantes, es otra vez recibida y dispersada a balazos y machetazos de los “cosacos” a caballo y por el ejército que entró en acción desde Campo de Mayo. Yrigoyen -por algo le decían el “Peludo”- parece no enterarse de los sucesos; los diputados socialistas denuncian un “fusilamiento colectivo”; los diarios meten miedo en la población hablando de un “motín soviético”, “maximalista” -así llamaban a los anarquistas- o “espartaquista”, en referencia a la insurrección alemana dirigida poco antes por Rosa Luxemburgo y Karl Liebknecht. Extensión de la lucha, división y derrota Un informe secreto de la embajada de Estados Unidos habla, en total, de 1.350 muertos. Y los presos “legales” fueron más de 2.000, “el 50% rusos, le siguen los catalanes”. La salvaje represión produce dos efectos: por un lado, el sector más combativo radicaliza las medidas y convoca a la huelga general por tiempo indeterminado. Por otro, los sectores reformistas y los sindicalistas de la FORA IX Congreso plantean levantar la huelga y abrir negociaciones. A pesar de ello, como un reguero de pólvora, hay paros y huelgas en todo el país y en barrios enteros de Buenos Aires los huelguistas controlan la distribución de alimentos y el transporte público. Hay tiroteos aislados en diversos puntos y las fuerzas represivas atacan a cualquier “sospechoso”. Grupos de jóvenes “bien”, forman comandos que salen a “cazar rusos” y, en los barrios de judíos, como Once y Almagro, organizan golpizas y ataques. En Mar del Plata, entretanto, una “guardia blanca” irrumpe en una asamblea obrera y cerca de 400 huelguistas son apresados. Hay huelgas en Córdoba, Santa Fe, Tucumán y Entre Ríos... Sin embargo, después de una serie de muy discutidas asambleas, el sábado 11 se decide continuar el movimiento si no se satisfacen los reclamos. Al día siguiente una mediación finaliza en que la patronal acepta la mayoría del pliego. Una parte de los obreros no quiere aflojar, pero hacia el 15 de enero la combatividad declina y los trabajadores de Vasena retornan paulatinamente a sus tareas. Mucha sangre ha corrido -más muertos que en las Malvinas y una cantidad similar al de las Invasiones Inglesas- y, si bien los reclamos se lograron, el costo fue muy alto. La impunidad de los represores animó, bajo el mismo gobierno de Yrigoyen, a nuevas campañas represivas en los años sucesivos, en particular, contra obreros rurales, tanto en la Patagonia como en los quebrachales del Noreste. El “milagro” económico que muchos recuerdan como la Argentina opulenta de Alvear, el sucesor de Yrigoyen, se asentó sobre una notable disminución de las luchas obreras: en 1919 hubo más de 300.000 huelguistas y el promedio, entre 1925 y 1930 será diez veces menor. Las matanzas indiscriminadas de la Semana Trágica sembraron la “pax alvearista” y permitieron engordar, como nunca, los bolsillos de la oligarquía. El nombre de la “semana trágica”Los obreros catalanes, que tenían una tradición anarquista, son los que imprimieron a fuego el nombre que quedó en la historia. Ellos habían pasado ya por una “semana trágica”, en Barcelona, entre el 26 de julio y el 2 de agosto de 1909. Una huelga general derivó en nutridas marchas anticlericales y antibélicas, y el incendio de más de cien iglesias, conventos, edificios y cementerios religiosos, focos del odio popular. El movimiento tomó un cariz insurreccional y separatista y el gobierno decretó el “estado de guerra”. La feroz represión culminó con cerca de cien muertos, unos 500 heridos y la detención y procesamiento de más de 2.000 trabajadores, resultando 175 penas de destierro, 59 cadenas perpetuas y 5 condenas a muerte. Los reos fueron ejecutados el 13 de octubre. Muchos de los desterrados vinieron a la Argentina y, aquí, fundaron sindicatos y sociedades de resistencia. |
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