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1º de Mayo de 1909La masacre de Plaza LoreaLa clase obrera argentina tiene una larga historia de luchas y mártires, que se expresó a principios del siglo XX en cada 1º de Mayo.
El Congreso Obrero y Socialista reunido en París, en julio de 1889, había decidido “organizar una manifestación internacional con fecha fija, de manera que, en todos los países y ciudades a la vez, el mismo día convenido, los trabajadores intimen a los poderes públicos a reducir legalmente a ocho horas la jornada de trabajo y a aplicar otras resoluciones del Congreso Internacional de París” (Actas de la II Internacional, publicadas en El Obrero, selección de textos, CEAL, Buenos Aires, 1985). La fecha acordada fue el 1º de mayo de 1890, en homenaje a los mártires de Chicago, ejecutados por realizar una marcha similar en 1886. En nuestro país, ese día de 1890, tres mil obreros, en su gran mayoría inmigrantes, se reunieron en el Prado Español. También hubo manifestaciones en Bahía Blanca, Rosario y Chivilcoy. La clase obrera argentina daba sus primeros pasos. A la formación de sindicatos, le siguieron las organizaciones anarquistas y socialistas, periódicos obreros y bibliotecas, llevadas adelante por obreros pobrísimos, desgajados de su medio de origen, que en muchos casos ni siquiera hablaban castellano y vivían condiciones de explotación inhumanas, apoyados apenas por un puñado de jóvenes intelectuales que también hacían sus primeras lecturas, a veces confusas y balbuceantes, de los teóricos del marxismo y del anarquismo. La respuesta del Estado fue la represión. En 1904 dictó la tristemente célebre “Ley de Residencia”, que autorizaba a expulsar sumariamente del país a todo “agitador”. Las huelgas eran ferozmente reprimidas. Pero un capítulo particular fue la feroz saña con que se reprimió el esfuerzo constante y heroico de conmemorar, cada año, el 1º de mayo como Día Internacional de los Trabajadores. Un hecho gravísimo ocurrió en 1904, cuando una inmensa manifestación convocada ese día por la FORA (Federación Obrera de la Región Argentina) fue ferozmente atacada con el saldo de dos muertos y 24 heridos. En 1905, cuando el acto había sido corrido al 21 de mayo, debido al estado de sitio, una manifestación autorizada por la policía “con la condición de que no se enarbolara ninguna bandera roja”, también fue reprimida y hubo otros dos muertos y 20 heridos. El 1º de Mayo de 1909 Ese día estaban convocados dos actos. A las cinco de la tarde debía comenzar la concentración organizada por los anarquistas en Plaza Lorea (hoy parte de Plaza Congreso). Poco antes de que empiecen a hablar los oradores, el Jefe de Policía en persona, Coronel Ramón L. Falcón, dio la orden de disolver el acto. El escuadrón de seguridad, a las órdenes de su jefe Jolly Medrano, ataca a caballo a la multitud, a sablazos y tiros de revólver. Matan a ocho obreros y hieren a 40, varios de ellos de gravedad. Algunos miles huyen corriendo por lo que hoy es la Avenida de Mayo hacia 9 de Julio. Ahí se encuentran con una columna de aproximadamente 20.000 personas: era la convocatoria socialista, que se había concentrado en Constitución y marchaba hacia Plaza Colón (atrás de la Casa de Gobierno) para realizar su acto. La noticia de la represión corrió de boca en boca. Una multitud, ahora enorme, engrosada por los anarquistas que llegaban de Plaza Lorea, marchó en absoluto silencio hasta Plaza Colón, con paños negros sobre las banderas rojas socialistas. La policía reforzó sus batallones de caballería pero, ante semejante multitud, no se atrevió a actuar. Al llegar al lugar donde estaban levantadas las tribunas de lo que iba a ser el acto socialista, los oradores proponen “la declaración de la huelga general por tiempo indefinido como desagravio a la clase obrera, ofendida en las víctimas de Plaza Lorea y para exigir la renuncia del jefe de policía y el castigo de todos los responsables de la masacre”. Se alzan decenas de miles de manos y la propuesta es aprobada por aclamación. Dardo Cúneo, testigo de los sucesos, relata: “entre los que han llegado hasta los socialistas desde la Plaza Lorea con las noticias del crimen policial, un muchacho pugna por abrirse paso... en la mano aprisiona un pañuelo ensangrentado. Esta es la sangre de los hermanos que cayeron allá. va diciendo en su dicción extranjera… en la mano agitaba el pañuelo ensangrentado. Después se sabría -los diarios publicarían su retrato- que aquel muchacho se llamaba Simón Radowitzky” (Juan B. Justo, Editorial América Lee, Buenos Aires, 1943). La huelga general de la semana de mayo El paro comienza de inmediato. Será total en la Capital Federal y con alta adhesión en el interior del país. Se cumple una semana de huelga general. No hay trenes, no circulan los tranvías, los comercios permanecen cerrados. Se calcula en 200.000 el número de obreros en huelga. El gobierno busca quebrarla con la represión. La ciudad es ocupada por el ejército para reforzar a una policía desbordada. Para evitar las asambleas son clausurados los locales obreros pero las reuniones se realizan igual, en la calle. Cientos de militantes gremiales y políticos, anarquistas y socialistas, son encarcelados. Se persigue a los que distribuyen La Vanguardia y La Protesta, diarios socialista y anarquista, respectivamente, que dan cuenta de la huelga. Finalmente, el día 8, el Comité Ejecutivo del Partido Socialista, que durante toda la semana había hecho llamamientos a “la moderación de los obreros” pero que se había encontrado totalmente desbordado por la base, retoma el control de la situación. Se reúne con el gobierno y obtiene del presidente del Senado la garantía de que una reunión en el sindicato de cocheros va a ser “autorizada”. Y que si se levanta la huelga se liberará a los presos y se permitirá la reapertura de los locales. Las direcciones del movimiento obrero aceptaron la “negociación” ofrecida por el gobierno. El movimiento huelguístico va a terminar dos días después, el 10 de mayo. Muchos obreros retoman el trabajo con fuertes rencores hacia sus direcciones. Se había levantado la huelga sin obtener la principal reivindicación: la renuncia del jefe de policía. Seis meses después… El 14 de noviembre de 1909, aquel joven obrero anarquista, Simón Radowitzky, hace justicia por mano propia, arrojándole una bomba al carruaje del jefe de policía Falcón, que muere en el acto. Esa misma noche se decreta el estado de sitio en todo el país, desatándose nuevamente una brutal represión contra el movimiento obrero. Centenares de militantes fueron puestos “bajo la ley de residencia” y deportados sin siquiera avisárseles a sus familias. Otros tantos fueron encarcelados y apaleados, los locales obreros fueron nuevamente clausurados y bandas policiales atacaron las imprentas de La Vanguardia y La Protesta e inutilizaron las máquinas impresoras, para impedir la salida de esos periódicos. Simón Radowitzky es apresado y condenado a cadena perpetua en el penal de Ushuaia (será indultado en 1929). El estado de sitio recién fue levantado el 13 de enero de 1910. Pero el año del Centenario estará recorrido por una ola impresionante de huelgas obreras, incluyendo una el mismísimo día de la conmemoración, el 25 de mayo de 1910, y también por una fuerte ola represiva, que culminó con la sanción de la ley 7029 de “Defensa Social”, la pieza jurídica más antiobrera de la historia argentina. Un siglo de luchas Se cumplen cien años de la masacre de Plaza Lorea. A partir de 1909 la clase obrera tendrá nuevas luchas, triunfos y derrotas. Y más mártires. Poco tiempo después se vivirán las jornadas de la Semana Trágica y de la Patagonia Rebelde. Décadas más adelante vendrán las víctimas de la llamada Revolución Libertadora, como los fusilamientos de José León Suárez magistralmente denunciados por Rodolfo Walsh. Y después las víctimas de las Tres A de Isabel y López Rega, y los 30.000 desaparecidos. Aún más cerca en el tiempo, los muertos del Argentinazo, Puente Pueyrredón, Fuentealba, la segunda desaparición de Julio López. La lista es enorme. Es parte de la historia de la clase trabajadora argentina. Por eso el 1º de Mayo, al que muchos quieren endulzar en una idílica “Fiesta del Trabajo”, es una cita de honor. Hay que estar en la calle, levantando orgullosamente la insignia internacional de la clase obrera, como en 1890, como en 1909, hoy y siempre. |
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