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Crisis del 30La Gran Depresión (II Parte)Se trató de la mayor depresión de la historia del capitalismo. Mucho se ha discutido sobre cómo se salió de ella. La mayoría de las lecturas de la economía burguesa colocan como salvadora a las políticas “keynesianas”. Sobrevaloran la intervención estatal y silencian al verdadero motivo de salida global de la crisis: el horror de la Segunda Guerra Mundial.
Se trataba de la mayor crisis capitalista jamás vista. El crack de Wall Street se había convertido, en los años siguientes, en la “La Gran Depresión”. Los salarios habían caído a la mitad, y las tasas de desocupación en los países imperialistas superaban el 25%. Los líderes políticos patronales estaban paralizados, sin otra respuesta que la represión para las luchas populares o el discurso de que se trataba apenas de una “fase descendente del ciclo económico”, y que ya se “solucionaría solo”. La clase trabajadora se movilizaba casi todos los días, pero no veía perspectivas, sujetada como estaba a sus direcciones tradicionales, laboristas, socialdemócratas o de los partidos comunistas ya totalmente en manos del stalinismo. Para peor, la desesperación de las clases medias y de parte de los desocupados permitía el crecimiento del nazismo. El “New Deal” de Roosevelt Franklin Delano Roosevelt asumió como presidente de los Estados Unidos en marzo de 1932, en medio de una explosiva situación social. Su instinto de líder burgués y los consejos del economista británico John Maynard Keynes, lo convencieron de la necesidad de aplicar un masivo plan de obras públicas para paliar las altísimas tasas de desempleo. Lo denominó el “New Deal” (Nuevo Trato). Fue un programa gigantesco de inversión estatal. Se abrieron miles de oficinas de empleo en todo el país, en el que se inscribieron, y recibieron inmediatamente un puesto de trabajo, cientos de miles de desocupados. En apenas dos años se construyó toda la red de carreteras que aún hoy cruzan el país del Norte. Hubo, además, obras de infraestructura gigantescas, como el Valle del Tennesse, que aún hoy es parte sustancial de la provisión de energía en los Estados Unidos. Por supuesto, la idea de Roosevelt no era proceder a estatizar la economía yanqui. Desarrolló ese plan debido a su propio terror ante las radicalizadas movilizaciones de la clase obrera norteamericana. En 1935 creyó que la crisis estaba resuelta. El propio Keynes, con una visión más amplia, trató de convencerlo de lo contrario. Fue en vano. Comenzó a ajustar los gastos y reducir la obra pública. Inmediatamente reaparecieron los altísimos índices de desocupación. La trágica demostración: Segunda Guerra Mundial La salida de las crisis capitalistas nunca es gratis. Es cierto: un plan de obras públicas, unido a otras medidas, como la prohibición de los despidos (cosa que nunca se planteó realizar Roosevelt) pueden, en el marco del capitalismo, paliar el desempleo y evitar que la crisis caiga abruptamente sobre los hombros de la clase trabajadora. Pero esto implica que, los que “paguen”, (así sea viendo reducir sus ganancias) sean los propios capitalistas. Y los grandes pulpos de entonces (al igual que los de hoy) sólo estaban dispuestos a ceder ante el miedo de perderlo todo, como en el pico de las movilizaciones obreras de principios de los ´30. No fue con simples y pacíficas políticas keynesianas que se salió de la Gran Depresión. Estados Unidos alcanzará el pleno empleo, finalmente, recién cuando se lanzó con todo a la industria militar con la Segunda Guerra Mundial. Los países europeos, a su vez, superaron su crisis también con una mezcla de gasto militar y fenomenal destrucción de fuerzas productivas durante los seis años de masacres. La crisis del ´30, entonces, nos invita a reflexionar hoy, en medio de una nueva debacle de la economía mundial. Está en discusión, como ayer, quien pagará la crisis. Los capitalistas la están descargando contra los trabajadores y pueblos del mundo. Por eso hay grandes luchas en todos los continentes para que la paguen aquellos. Y, al igual que en los años treinta, nos lleva a debatir sobre los límites que los propios trabajadores tuvieron entonces, producto de las traiciones de los laboristas, socialdemócratas y stalinistas: las crisis es cuando más claramente se ve la pudrición del capitalismo y la necesidad de dotarnos de una dirección política que plantee una perspectiva hacia la revolución socialista, única salida definitiva para acabar con la miseria, el hambre, los bajos salarios y el desempleo. Rusia: Un país donde la crisis del ´30 no entróEl proceso de burocratización ya estaba avanzado. A fines de la década del ´20 se había expulsado de la URSS a los líderes de la oposición de izquierda (entre ellos León Trotsky) y decenas de miles se hallaban encarcelados en Siberia. La burocracia stalinista cometió errores atroces, como la colectivización forzosa del campo en 1928, que, además de una feroz matanza de campesinos, generó una crisis sobre la economía rural de la que se tardarían décadas en salir. Durante la propia década del ´30 la represión se profundizó, con los criminales y calumniosos “Juicios de Moscú”, que mandan a la muerte a casi toda la vieja guardia bolchevique, con acusaciones tan ridículas como “haber sido siempre agentes de la contrarrevolución”. Fueron muchos los que, asqueados por las barbaridades del stalinismo, cedían a la tentación de igualar a Rusia a la Alemania Nazi. León Trotsky, en cambio, a la vez que se transformaba en el más intransigente opositor a la burocracia stalinista y no dudaba en calificarla de contrarrevolucionaria, distinguía cuidadosamente: aún terriblemente deformada, la Unión Soviética era aún un “estado obrero”, que valía la pena defender. Y la crisis del ´30 era su mejor explicación. Mientras las potencias capitalistas se hundían en la recesión y el desempleo, la URSS continuaba creciendo, y no conocía la desocupación. La planificación económica (aún deformada por la burocratización), el monopolio del comercio exterior y, por sobre todo, la estatización de los medios de producción, mostraban toda su potencia frente a la lógica de la economía de mercado capitalista. Pasaron muchos años. Y el laboratorio de la historia dejó sus enseñanzas. Queremos rescatar dos. Primero: fue justamente en medio de los vendavales de la década del ´30 que Trotsky vaticinó: o la clase obrera derroca a la burocracia o, a la larga, esta restaurará el capitalismo. Pasaron más años de los que tal vez previera el viejo León, pero finalmente la restauración se produjo. Y la segunda, más válida que nunca hoy, cuando tantos autodenominados “marxistas” cuestionan a la revolución rusa que “haya expropiado todo” y plantean supuestos socialismos del siglo XXI con economías mixtas: la URSS pudo evitar la crisis del ´30 -justamente- por haber expropiado, monopolizado el comercio exterior y establecido la planificación. En 1998, esa restauración que previó Trotsky hizo que Rusia “inaugurara” su pertenencia capitalista hundiéndose en los vendavales de (otra) crisis mundial. J.C. Obama, ¿un nuevo Roosevelt?A partir de la crisis mundial abierta en julio de 2007 se “puso de moda” hablar de las bondades de la intervención estatal y las políticas keynesianas. Ahora todos los economistas estrellas son “heterodoxos”, compitiendo en quién critica más las políticas desreguladoras y pro-mercado de las últimas décadas. En el artículo principal de esta página mostramos las limitaciones de las políticas intervencionistas keynesianas como factor real de salida a la crisis del ´30. La intervención estatal capitalista en la época de la Gran Depresión se puso como objetivo reducir la desocupación con la obra pública, y, al menos parcialmente, logró bajar las tasas de desempleo. Hoy, Obama y sus economistas, al igual que sus colegas europeos y japoneses, entienden “intervención del estado” como “darle más plata a los banqueros” para que no quiebren, mientras son totalmente indiferentes frente al drama social de los millones que quedan sin empleo y sin casa. Decía Marx en El XVIII Brumario de Luis Bonaparte que la historia siempre se repite dos veces, la primera como tragedia y la segunda como farsa. Ciertamente: es una farsa que los mediocres líderes burgueses quieran hoy siquiera compararse con Roosevelt o Keynes. J.C. |
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