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Julio Poblesec 

Estados Unidos

A 90 años de la “Ley Seca”

Entre octubre de 1919 y enero de 1920 se puso en práctica la prohibición de fabricar y distribuir bebidas alcohólicas en todo el territorio de Estados Unidos. Fue un completo fracaso con nefastas consecuencias. Las conclusiones de esta experiencia son útiles en la actualidad para responder al problema del combate contra el narcotráfico.

Policía de Detroit inspeccionando una destilería clandestina subterránea durante la prohibición

Policía de Detroit inspeccionando una destilería clandestina subterránea durante la prohibición

“Esta noche, un minuto después de las doce, nacerá una nueva nación. El demonio de la bebida hace testamento. Se inicia una era de ideas claras y limpios modales. Los barrios bajos serán pronto cosa del pasado. Las cárceles y correccionales quedarán vacíos; los transformaremos en graneros y fábricas. Todos los hombres volverán a caminar erguidos, sonreirán todas las mujeres y reirán todos los niños. Se cerraron para siempre las puertas del infierno.”

Así anunciaba por cadena radial, el 19 de enero de 1920, el presidente del Comité Judicial de la Casa Blanca, Andrew Volstead, la entrada en vigencia de la “National Prohibition Act”, o 18° Enmienda de la Constitución, recordada como “Ley Seca”. El acta, votada el 28 de octubre de 1919, especificaba que “ninguna persona fabricará, venderá, cambiará, transportará, importará, exportará o entregará cualquier licor embriagador “, considerando como tal a las bebidas con más de 0,5° de graduación alcohólica. Para hacer cumplir dicha ley se creó el Bureau of Prohibition, cuyos agentes federales eran llamados los “prohibis”, entre quienes se destacaron Eliot Ness y sus “Intocables”, así llamados por su fama de incorruptibles.

No fue una medida aislada. Finalizada la Primera Guerra Mundial, Estados Unidos comenzaba a perfilarse como la gran potencia económica e imperialista mundial, y en consecuencia, a recibir a millones de inmigrantes europeos que habían sufrido la guerra y buscaban una vida mejor. Llegaban trayendo costumbres diferentes, lo que irritaba a los más moralistas, sectarios y retrógrados. Liderados por las iglesias protestante y católica, iniciaron campañas patrioteras de propaganda en defensa de su “estilo de vida americano”. Algunas de esas campañas culpaban al consumo de alcohol en los hogares -habitual durante las comidas entre los inmigrantes, mientras que los nativos anglosajones lo hacían en los bares- como una de las principales causas del ausentismo laboral y de problemas familiares que ocasionaba a los trabajadores, que les impedía cumplir con el régimen (explotador) que había llegado a hacer de Estados Unidos una potencia industrial. Su prédica pretendía combatir uno de los males que el propio capitalismo engendraba imponiendo por ley la abstinencia.

Seguir bebiendo, pero peor

Ocurrió lo contrario. El consumo, aunque al principio decayó, luego ascendió al nivel anterior a la prohibición, con el agravante que dejó de beberse alcohol y comenzó a ingerirse “mal alcohol”. Cientos de miles de personas se dedicaron a fabricar bebidas alcohólicas artesanalmente, con otras sustitutas adulteradas o altamente tóxicas. El mercado negro creció, se encareció su precio y se incrementó la demanda de drogas como la cocaína, hasta entonces poco consumidas. La actividad resultó atrayente para algunos grupos minoritarios de inmigrantes que antes se dedicaban a negocios informales de menor cuantía. Las mafias se multiplicaron y extendieron su poder, con la complicidad de funcionarios gubernamentales, policías, agentes federales y capitalistas. Se adueñaron de las destilerías, monopolizaron el contrabando y los centros nocturnos clandestinos. Las “puertas del infierno” fueron abiertas de par en par dando paso a todo tipo de actos de corrupción y violencia. El país se llenó de bares clandestinos que, además, explotaban mujeres obligándolas a ejercer la prostitución. Se multiplicaron los asaltos y robos y el contrabando de armas. Se inventaron los cocktails, dentro de los cuales disimulaban el alcohol de mala calidad y se popularizó el uso de pequeñas y discretas botellas: las “petacas”. Mientras tanto, los grandes burgueses, empresarios y políticos siguieron bebiendo whisky de buena calidad y enriqueciéndose con el contrabando. John Kennedy, padre de John Fitzgerald y sus dos hermanos, fue uno de los famosos que se enriquecieron con este negocio.

El final

En vistas de su fracaso la Ley Seca fue perdiendo adherentes año tras año. En 1929, cuando asumió la presidencia Herbert Hoover, partidario de la Prohibición y quien fuera apoyado por el Ku Klux Klan, el Congreso acordó endurecer las medidas, aumentando las penas de prisión y las multas a los infractores primerizos. Finalmente, en febrero de 1933, el presidente Franklin Roosevelt legalizó la venta de cervezas de hasta 3,2 grados. Y en diciembre de ese año derogó la 18° Enmienda. No lo hizo para devolverles la paz a sus ciudadanos. En plena crisis de los años 30, con el Estado sediento de fondos, vieron que la Ley Seca le había quitado al fisco alrededor de 500 millones de dólares anuales y no querían seguir perdiendo dinero.

Consecuencias y enseñanzas

Además de ser inútil a su objetivo, la Prohibición dejó gravísimas consecuencias. En buena medida debe a ella su origen el alcoholismo tan popularizado en la sociedad norteamericana, exacerbado por las perturbaciones, angustias y desequilibrios psíquicos y emocionales inherentes a la vida en una sociedad rabiosamente capitalista (en ese país nació, en 1938, la organización Alcohólicos Anónimos). A su vez, cuando terminó la Prohibición y el negocio clandestino de alcohol dejó de ser rentable, las mafias debieron reconvertir sus estructuras y salir en busca de otros negocios de similar o mayor rentabilidad. Se dedicaron a la prostitución, al juego clandestino y al narcotráfico, que años más tarde obtuvo su “clientela cautiva” entre los ex combatientes de Vietnam y los jóvenes de otros países de América y Europa.

A pesar del fracaso de la Ley Seca, desde entonces se utilizan los mismos argumentos que la engendraron para justificar la prohibición de las drogas, otro flagelo igual o peor. No es que no hayan aprendido la lección. Sucede que, ahora con las drogas, como entonces con el alcohol, muchos capitalistas sustentan sus descomunales ganancias con el “valor agregado” que otorga a su negocio su desarrollo en la clandestinidad. Pocas voces se alzan en el mundo a favor de la legalización de las drogas. Y son menos aún quienes lo hacen claramente como nuestra corriente, rechazando a su vez el consumo de drogas, cigarrillos y el exceso de alcohol, por ser éstos también terribles males engendrados por el capitalismo. En este sentido, rescatamos las expresiones del escritor Carlos Fuentes publicadas en Clarín el 17/11, por la sencillez y contundencia con la que grafica el significado de la legalización: “Soy partidario de la despenalización total. Cuando (el presidente Franklin D.) Roosvelt despenalizó el alcohol, hubo borrachos pero ya no más Al Capone”. Del mismo modo se acabaría con los narcos. Pero los últimos en escuchar estas voces serán los gobiernos burgueses del sistema. Algunos porque no se atreven a hacerse cargo de semejante decisión, aunque en sus discursos -como lo hizo el ministro Aníbal Fernández- digan que “le han declarado la guerra al narcotráfico”. Muchos otros porque, de diferentes maneras, son partícipes de este gigantesco negocio.


La “Ley Seca” en números

• 100.000 bares clandestinos funcionaron mientras estuvo en vigencia

• 30.000 personas murieron intoxicadas por ingerir alcohol metílico

• 100.000 sufrieron ceguera o parálisis irreversibles

• 270.000 fueron condenadas por delitos federales relacionados con el alcohol

• 49% aumentaron los homicidios respecto a la década anterior y 83% los robos

• 30% de los agentes federales fueron condenados o separados de su servicio por cargos de extorsión, robo, falsificación o tráfico

• Se triplicó la población carcelaria

• Un ministro del Interior y uno de Justicia fueron condenados por sus conexiones con mafias y delitos de contrabando

• Dos tercios descendieron los casos de crímenes violentos el mismo año que se abolió esta ley.

 

Fuente: “El ‘noble experimento’ de la Ley Seca”, Francisco Moreno, www.liberalismo.org


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