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Mercedes Petit

El hombre que traicionó al leninismo y la revolución

Hace 60 años moría Stalin

El 5 de marzo de 1953, víctima de una hemorragia cerebral, falleció uno de los hombres más poderosos del siglo XX. La URSS y su "esfera de influencia" ya no existen. El debate sobre el papel de José Stalin mantiene total vigencia para los revolucionarios del siglo XXI.

Postdam (en las afueras de Berlín), 1945. Se reunieron Churchill, Truman y Stalin y pactaron las «esferas de influencia»

Postdam (en las afueras de Berlín), 1945. Se reunieron Churchill, Truman y Stalin y pactaron las «esferas de influencia»

En 1937 Trotsky publicaba una de sus tantas denuncias, “La escuela estalinista de falsificaciones” (fácsimil de la edición en inglés)

En 1937 Trotsky publicaba una de sus tantas denuncias, “La escuela estalinista de falsificaciones” (fácsimil de la edición en inglés)

En 1953, la URSS (Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas), el país más extenso del mundo, era la segunda potencia industrial y se preparaba para disputarle la conquista del cosmos a los Estados Unidos. Hasta entonces, para la “historia oficial” del Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS) y sus agencias, que dominaban Europa Oriental, estos logros se debían a la obra de un hombre: el “padrecito” Stalin. Apenas tres años después, el nuevo secretario general del PCUS, Nikita Kruschev, hacía un “informe secreto” contra Stalin y se iniciaba una “desestalinización”. En ambos casos, la burocracia mentía al pueblo soviético y trabajadores del mundo, para conservar sus privilegios y la convivencia con el imperialismo.

El ascenso de Stalin al poder

A mediados de la década del 20 se produjeron en la joven URSS cambios muy profundos. En 1917 se había logrado el triunfo del primer gobierno obrero y campesino de la historia, apoyado en la movilización de los trabajadores y el pueblo de Rusia y las nacionalidades oprimidos por el zarismo. Se asentaba en los soviets, la democracia obrera y la conducción revolucionaria e internacionalista del Partido Bolchevique. El inmenso sacrificio que permitió al pueblo soviético ganar una cruenta guerra civil dejó al país devastado. En Europa, en particular en Alemania, la traición de la socialdemocracia impidió nuevos triunfos de la revolución socialista.

En ese marco, mientras se agravaba su quebrantada salud, Lenin comenzó una dura batalla contra la burocratización del Estado y el partido. Su apoyo fundamental en el Buró Político era León Trotsky. El jefe de la naciente burocracia era José Stalin.

Favorecido por la muerte de Lenin, Stalin logró el control del aparato burocrático. En 1924 se inició un curso de contrarrevolución política, que se sintetizó en la fórmula nefasta “el socialismo en un solo país”. Apoyándose en el cansancio de las masas soviéticas, el aparato burocrático logró derrotar a Trotsky y la oposición de izquierda.

La regresión política se asentó en la instauración de una férrea dictadura. En los años 30 reinaba en la URSS un régimen represivo que impuso un genocidio, con millones de perseguidos, deportados a campos de concentración y muertos. Los “procesos de Moscú” dieron lugar al fusilamiento de lo que quedaba de la vieja dirección bolchevique. Trotsky fue asesinado en el exilio en 1940 por un agente de Stalin. Igualmente nefasta era la política de conciliación con las burguesías, llamada “frente popular”, y la sustitución del partido leninista por su caricatura, el “centralismo burocrático” estalinista.

La URSS en la posguerra

Gracias al colosal esfuerzo del Ejército Rojo y el pueblo soviético, que les costó 20 millones de muertos, la URSS cumplió un papel protagónico en la segunda guerra mundial para aplastar al nazismo (véase El Socialista Nº 238). Stalin pudo fortalecer su figura adjudicándose los méritos de ese logro. Y encabezó personalmente los pactos que firmó con Inglaterra y Estados Unidos para establecer un reparto del mundo en los marcos del dominio imperialista. Se fijaron las “esferas de influencia” de la posguerra. La burocracia soviética extendió su poderío instaurando regímenes semejantes al de la URSS en el Este de Europa, las “democracias populares”. A partir de 1949 se fortaleció aún más por el triunfo de la revolución socialista en China, bajo la conducción del Partido Comunista y Mao Tse Tung.

A comienzos de los años 50, en un tercio de la humanidad se había expropiado a la burguesía, con regímenes totalitarios. Stalin era el supremo dictador del así llamado “socialismo real”. Pero las masas soviéticas habían comenzado a reponerse del esfuerzo bélico y se iniciaba un nuevo ascenso, que provocó reacomodamientos y temores en las cúpulas de la burocracia.

La muerte de Stalin le vino bien a la burocracia

Aun hoy se sigue comentando si Stalin tuvo realmente un accidente cerebro vascular o fue envenenado. Todo sería posible en las bambalinas del poder estalinista y, en última instancia, tiene poca o ninguna importancia. El hecho es que 1953 fue un año convulsionado por nuevos hechos de rebelión de las masas. Dentro de la URSS se produjeron las grandes huelgas de los campos de concentración de Vorkuta y Kazajstán. Y en Berlín Oriental, por primera vez hubo una importante huelga obrera que fue aplastada por el ocupante Ejército Rojo.

Los dos lugartenientes principales de Stalin eran Gregory Malenkov y Laurent Beria, que pretendían mantenerse en lo alto de la cúpula. No pudieron. Beria, jefe de los siniestros servicios secretos, fue fusilado en diciembre. El nuevo secretario general, Nikita Kruschev, iba consolidando sus manejos y su poder. En 1955 fue destituido Malenkov.

Para dar una válvula de escape a los reclamos crecientes contra la dictadura, la burocracia encontró su chivo expiatorio: el fallecido Stalin. En febrero de 1956, con un informe sorprendente y repentino de Kruschev, se le atribuyeron “errores” y un injustificable “culto a la personalidad” (véase El Socialista Nº 23). No hubo ningún tipo de replanteo o crítica a las políticas de acuerdo con el imperialismo y las burguesías, que llevaban a la derrota o al estancamiento a las revoluciones. El único tema “político” fue reivindicar como gran mérito de Stalin su persecución al “trotskismo”.

Este “cambiar para que nada cambie” tuvo su confirmación en octubre de 1956, cuando el Ejército Rojo aplastó a sangre y fuego a los trabajadores húngaros que reclamaban socialismo sin ejército ocupante y represión. De todos modos, para mantener la “desestalinización”, en 1961 el féretro de Stalin fue removido del lugar de máximo honor que ocupaba en el mausoleo central junto a Lenin y reubicado en las murallas del Kremlin.

60 años después

Hoy día prácticamente nadie niega el carácter despótico del régimen de Stalin y han seguido saliendo a la luz sus rasgos genocidas, que Trotsky denunció en los años 30. Se alimenta así la versión de los imperialistas y la socialdemocracia de que la URSS simplemente fue una siniestra dictadura totalitaria “heredera del leninismo”. En un sentido opuesto, algunas voces de “izquierda” lo siguen justificando a Stalin y a sus crímenes, con la argumentación descabellada de que era el único camino para que avanzara el “socialismo” posible. Al mismo tiempo, como la expropiación de la burguesía ha sido revertida y se restableció la explotación capitalista imperialista en todo el planeta, muchas voces sacan la conclusión de que fracasó ese falso “socialismo” porque hubo un equivocado “estatismo”.

Para desarrollar estos debates, es imprescindible recordar la lucha de Lenin, Trotsky y la oposición de izquierda para impedir el triunfo y consolidación del aparato burocrático que encabezó Stalin. Trotsky sostenía que sería inexorable el fracaso de la burocracia si se mantenía en el poder, ya que iría transformando su capitulación al imperialismo en la directa restauración del capitalismo. Solo con una nueva revolución, que aplastara a la burocracia y retomara el camino inicial de lucha consecuente contra la burguesía y el imperialismo, de independencia de clase y democracia obrera, se podría haber salvado a la URSS. Sigue pendiente la lucha por el triunfo de la revolución socialista y la reconstrucción de la dirección obrera e internacionalista que la encabece.


La "sífilis" del movimiento obrero mundial

En pocas palabras, así solía referirse Nahuel Moreno a los partidos comunistas estalinistas. Desde 1953 señalaba que la muerte de Stalin no modificó el más grave problema de la humanidad, derrotar a la burocracia y superar la crisis de dirección instalada en los años 20. Esa es la razón de ser de la lucha de Trotsky y el trotskismo revolucionario.

Moreno hacía una sistemática contraposición entre leninismo y estalinismo. Decía en 1957, comentando la “unanimidad” burocrática: “Este siniestro régimen totalitario [estalinista] no tiene nada que ver con el verdadero leninismo, con el comunismo. Con Lenin ocurría exactamente lo opuesto: no hubo un solo problema importante -desde si se hacía la revolución hasta la guerra contra Polonia- que se haya resuelto por unanimidad. Jamás había unanimidad. Lenin fue repetidas veces derrotado, pese a que la guerra civil y la defensa ante el ataque imperialista de veintiún naciones impusieron enormes restricciones a las libertades democráticas obreras. La tendencia de los leninistas era, precisamente, llegar a una democracia como jamás conoció la humanidad.”*

El régimen inaugurado por Stalin, y que lo sobrevivió, hasta que finalmente las masas soviéticas acabaron con él, fue uno de los más horrorosos que jamás conoció la humanidad.

 

* “El marco histórico de la revolución húngara”. Véase Escritos de revolución política, en www.nahuelmoreno.org


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