Escribe Adolfo Santos
La Primera Internacional tuvo una existencia efímera, desde 1864 hasta 1878. Un corto tiempo de arduos debates y de gran elaboración política. Fue fundamental en la conquista de derechos laborales y políticos para los trabajadores y estimuló la organización sindical en muchos países, así como la elevación del nivel político del movimiento sindical. Apoyó las huelgas que se extendieron de un país a otro después de la crisis económica de 1866, llamó a los trabajadores a apoyar, por su propio interés, a sus camaradas extranjeros.
En 1871 apoyó decididamente la Comuna de París, la primera, aunque breve experiencia de un gobierno de los trabajadores. Y fue la derrota de la misma lo que aceleró el fin de la Primera Internacional. En 1872 se realizó el último congreso, atravesado por la represión a la Comuna y la encarnizada lucha política con los anarquistas seguidores de Bakunin. Dadas las difíciles condiciones que se atravesaban en Europa, se resolvió trasladar el Consejo General a Nueva York y en 1878 se disolvió formalmente.
Dejó un legado importante: probar que la unidad internacional de las y los trabajadores, además de necesaria, era posible y fue fructífera. Desde la Unidad Internacional de las Trabajadoras y los Trabajadores – Cuarta Internacional (UIT-CI), después del fracaso y la burocratización de la II y III Internacional, estamos al servicio de la reconstrucción de la IV Internacional fundada por León Trotsky e impulsamos la continuidad de la lucha revolucionaria iniciada hace 160 años por la Asociación Internacional de los Trabajadores y todo su legado.