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Aumenta todo...

¡Que aumenten los salarios!

En estos días se volvió a confirmar que sigue el aumento de los precios de la canasta familiar. La carne es un lujo. Y de comprar ropa o zapatos ni hablar. Más allá de las estadísticas oficiales, que siempre “miden” aumentos muy pequeños, la realidad la comprobamos todos los días en nuestros bolsillos. Y de esto tenemos una amplia experiencia histórica en nuestro país y ningún “experto” nos puede embarullar: ¡Nos están robando el salario! ¡Lo que cobramos vale cada día menos! ¡La mayoría de los sueldos están por debajo de la canasta de pobreza! Solo con un aumento de salarios se puede recuperar el poder adquisitivo de nuestros bolsillos.

 

Ante esta situación, el gobierno ya tiene un Presupuesto para el 2006 que no prevé ningún aumento para los trabajadores estatales. Incluso van a reformularlo para lograr un mayor ajuste, ya que hacen falta 10.000 millones de pesos más de lo allí escrito para poder cumplir con los vencimientos de deuda con el FMI, el Banco Mundial y el BID. El ministro de Economía, Roberto Lavagna, anunció que “la totalidad del ingreso adicional que pudiera producirse... irá a integrar una cuenta indisponible” (Clarín, 16/11). El mismo diario afirma que “la mayoría de los economistas estima que esa “cuenta indisponible” serviría para hacer frente a los mayores pagos con los organismos financieros, como se hizo en los últimos años”. Queda claro. El gobierno tiene un plan muy sencillo: nada para salarios, todo para la deuda.

 

Otro debate se da en relación a los salarios en la parte privada. Hace pocos días, Hugo Moyano, titular de la CGT, polemizó con Lavagna diciéndole al ministro que los salarios no son la causa de la inflación. Esto debería ser evidente. Pero tanto el gobierno como los empresarios se empeñan en tratar de convencernos que los aumentos salariales son la causa de la inflación. Es una burda mentira. Todos los precios subieron mucho antes y mucho más que los salarios. En todo caso, lo que pretenden los trabajadores al exigir aumentos, es justamente corregir el despojo a que los sometió la inflación. Es decir, que les devuelvan el poder adquisitivo que les robaron.

 

Por otro lado, hay un crecimiento económico calculado en el 9% por tercer año consecutivo. ¿Quién se lleva sus beneficios? No es difícil la respuesta. Mientras aumenta el consumo de lujo, carísimos vehículos “4x4”, casas de más de 100.000 dólares y yates, el consumo popular es menor que en 1998.

Recientemente el INDEC dijo que en los últimos 15 años la distribución del ingreso en la Argentina se ha vuelto mucho más desigual. “Entre 1990 y el 2005 el 60% de los sectores de menores ingresos vio reducir su participación en la economía y el 40% más rico lo aumentó”. En el mismo sentido un estudio de la CAME (Confederación Argentina de la Mediana Empresa) dice que en 1990 el 10% más rico ganaba 15 veces más que el 10% más pobre, mientras que ahora esa diferencia aumentó a 25 veces. La CAME concluye que esto “repercute directamente sobre el mercado interno ya que resta poder adquisitivo a los sectores de menores recursos que son los que gastan el total de sus ingresos en la economía doméstica”. Es decir, el crecimiento económico “derrama pero para arriba”, porque va a beneficiar a las grandes empresas, multinacionales y al pago de la deuda.

 

Lo que realmente trae dolor de cabeza tanto a los empresarios como al gobierno, son las luchas salariales que no cesan. Así lo describe Ambito Financiero del 22/11: “Con protestas de trabajadores de Luz y Fuerza, carne, sanidad, camioneros, aeronáuticos, telefónicos, taxistas, construcción, dragado y gastronómicos, la semana se inició con una mayor cantidad de sectores con conflictos sindicales en demanda de aumentos salariales”.

En muchos casos, esas luchas son de gremios encabezados por conducciones burocráticas. Pero la bronca viene bien de abajo y desde hace meses. Los que hicieron punta a principio de año fueron los trabajadores del Subte que lograron un 44% de aumento. Le siguieron los docentes de Salta; LAFSA, los ferroviarios encabezados por el Pollo Sobrero y el conjunto de nuevos dirigentes; el Garrahan, los docentes de provincia de Buenos Aires con gran peso de las seccionales opositoras del SUTEBA, etcétera.

Hoy ese reclamo es imparable. Por ejemplo, los telefónicos, que a finales del año pasado encabezaron una de las primeras luchas por salario, hoy vuelven a parar. Y los propios dirigentes que hace unos meses estaban más preocupados por ubicarse en las listas de Kirchner o de Duhalde, hoy tienen que levantar la bandera del salario, para no ser desbordados por la base. FATSA es un caso típico. En clínicas y hospitales privados hubo una gran presión de la base que mediante petitorios, asambleas y medidas de fuerza, obligaron a que West Ocampo y Susana Rueda convocaran por $1400 de básico. En estos meses 600.000 trabajadores entran en paritarias, con lo que las luchas se multiplicarán.

 

Pero lo que no hacen los dirigentes de los grandes gremios en conflicto, ni la conducción de la CGT ni de la CTA, es unir estas luchas. Moyano denuncia a Lavagna -como si no tuviera nada que ver con Kirchner-, pero ni habla de convocar a un plan de lucha nacional. Y eso es precisamente lo que hace falta para imponer un aumento de emergencia para todos los trabajadores, llevándolos a $ 1800, para alcanzar la canasta familiar.

Mientras desde cada lugar de trabajo reclamamos a esos dirigentes este plan de lucha nacional tan necesario, lo más inmediato es rodear de solidaridad a los que están peleando y unir y coordinar los conflictos en curso para que puedan triunfar.


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