Sep 01, 2024 Last Updated 12:01 AM, Sep 1, 2024

Escribe Federico Novo Foti
 
En la Segunda Guerra Mundial, en poco más de dos meses, desde el 1º de agosto de 1944, cincuenta mil combatientes de la resistencia polaca se enfrentaron al sanguinario ejército nazi y tomaron la capital, Varsovia. Fueron derrotados ante la descarada pasividad y la traición de José Stalin y los aliados anglo-yanquis. Tras la caída del régimen nazi, la heroica lucha polaca quedó silenciada por la burocracia estalinista.
 
El 1° septiembre de 1939 comenzó la Segunda Guerra Mundial, cuando los ejércitos alemanes invadieron Polonia. Días antes, los ministros de Asuntos Exteriores de Adolf Hitler y José Stalin habían celebrado un infame pacto de no agresión entre la Alemania nazi y la Unión Soviética (URSS), que incluía la partición y el reparto de Polonia entre ambos países. El 8 de septiembre, las tropas alemanas alcanzaron Varsovia, la capital polaca. El 17 de septiembre, la región oriental fue invadida por la URSS.

 Polonia fue uno de los países más castigados por la barbarie nazi, en particular su numerosa población judía. Allí gobernó el carnicero Hans Frank, quien instaló la sede del “gobierno central” en Cracovia, la segunda ciudad polaca en importancia. Frank fue un entusiasta impulsor de la “Solución Final”, es decir, de los campos de exterminio y el genocidio del pueblo judío. Fueron igualmente víctimas del nazismo los gitanos, eslavos, comunistas, homosexuales y todo opositor a la contrarrevolución nazi y su “modelo ario”.

El mayor levantamiento antinazi de la Segunda Guerra Mundial

La batalla en la ciudad soviética de Stalingrado, en febrero de 1943, marcó un punto de inflexión en la guerra.1 Desde entonces las tropas de Hitler comenzaron su retroceso. El avance del Ejército Rojo en 1944 fue arrollador. En abril de 1943, alentados por la derrota de los nazis en Stalingrado, los judíos sobrevivientes del gueto de Varsovia protagonizaron un heroico levantamiento que fue ahogado en sangre.2

En junio de 1944, el Ejército Rojo alcanzó el río Vístula, que atraviesa Polonia, ocupando la región oriental del país. Entre tanto, se producía el desembarco aliado en Normandía, en la costa noroccidental francesa del Canal de la Mancha.3 Desde entonces, los ejércitos alemanes se verían acosados desde el frente occidental, el sur y, especialmente, en el frente oriental.

La resistencia polaca había comenzado en 1939, a pesar de las enormes dificultades que ocasionó la ocupación y partición del país. Se estima que, entre 1941 y junio de 1944, el clandestino Armia Krajowa (“Ejército del Interior”- AK) participó en el descarrilamiento de 700 trenes, la voladura de 40 puentes, 25.000 acciones de sabotaje, 5.700 atentados contra las fuerzas de ocupación y, desde 1943, organizó una guerra de guerrillas en la que hubo más de 170 combates contra las fuerzas de ocupación.

Pero en agosto de 1944 se inició el mayor levantamiento antinazi de la guerra. Alentados por el debilitamiento del ejército nazi, unos 50.000 combatientes del Armija Krajowa se lanzaron heroicamente a la lucha por recuperar Varsovia, la ciudad capital. Con armamento liviano, enfrentaron a un número equivalente de tropas alemanas, armadas con tanques, artillería pesada y aviones de combate. Los nazis esperaban aplastarlos en sólo cinco días, pero la batalla duró 62 días de encarnizada guerrilla urbana. Se peleó casa por casa y se utilizaron los túneles de alcantarillado y las cloacas para trasladarse y como refugios. Debido a la escasez de municiones, los combatientes debieron afinar la puntería bajo el lema: “una bala, un alemán”.

Los cruentos combates dejaron veinte mil soldados muertos en cada bando. La población de la ciudad, que antes de la guerra se contaba en 1,3 millones de personas, fue completamente diezmada. Los SS (Schutzstaffel), responsables de la política de exterminio nazi, masacraron a unos 50.000 ciudadanos, otros doscientos mil perecieron bajo los bombardeos y medio millón fueron deportados a los campos de exterminio. Finalizados los combates, el 2 de octubre, por orden de Hitler la ciudad fue desalojada y arrasada hasta sus cimientos a modo de represalia.
 
La traición de José Stalin

 Los planes de la campaña soviética, la “Operación Bragatión”, señalaban que el mariscal Constantin Rokossovski debía tomar Varsovia el 2 de agosto. Aquel día, desde el otro lado del Vístula, Rokossovski contempló la ciudad en llamas, tras haberse iniciado el levantamiento de Varsovia. Junto con el general Gueorgui Zhukov, enviaron una propuesta a Stalin para tomar la ciudad y seguir el avance hacia Alemania. Sin embargo, tras su intercambio, el Ejército Rojo se quedó del otro lado del río, a escasos 20 km de los combates, permitiendo que los nazis aplastaran la insurrección.4 Recién avanzaría sobre Varsovia en enero de 1945.

Isaac Deutscher, investigador y periodista socialista polaco, autor de la primera gran biografía de León Trotsky, también escribió Stalin. Biografía política en 1949. Allí, a pesar de justificar las purgas, la represión y otros crímenes de Stalin, calificó de “cínica” su postura ante el levantamiento polaco. Afirma que “la conducta de este [Stalin] fue sumamente extraña, por no decir más. Al principio no les dio crédito a los informes sobre el levantamiento y sospechó un engaño. Después prometió ayuda, pero no la dio. Todavía hasta entonces se hubiera podido darlE una interpretación benévola a su conducta. Era posible, e incluso muy probable, que Rokossovsky, rechazado por los alemanes, no estuviera en condiciones de acudir al rescate de Varsovia, y que Stalin, ocupado entonces en grandes ofensivas en el sector sur del frente, en los Cárpatos y Rumania, no pudiera alterar sus disposiciones estratégicas para auxiliar al levantamiento inesperado. Pero a continuación hizo algo que horrorizó a los países aliados. Se negó a permitir que aviones británicos, volando desde sus bases para abastecer de armas y vituallas a los insurgentes, aterrizara en aeródromos rusos tras las líneas de combate. De esa manera redujo a un mínimo la ayuda británica a los insurgentes. Entonces, los rusos aparecieron llevando ayuda a la ciudad en llamas, cuando ya era demasiado tarde”.5 La posición de los ejércitos aliados no fue menos exculpatoria. A medida que pasaban los días, la resistencia polaca concluyó en que no recibiría colaboración alguna desde el exterior, ni del Ejército Rojo ni de los Aliados. Es que ni el primer ministro británico, Winston Churchill, ni el presidente estadounidense, Franklin D. Roosevelt, hicieron nada para evitar el martirio del heroico pueblo polaco, que enfrentó a la máquina de destrucción nazi. Con claridad meridiana, en su última trasmisión, antes de ser silenciada para siempre, la radio Blyskawica (“Rayo”) de los insurrectos dio el siguiente mensaje: “sepan los pueblos del mundo que todos los gobiernos son culpables”.6

1. Ver El Socialista Nº 554 (15/02/2023)
2. Ver El Socialista Nº 558 (12/04/2023)
3. Ver El Socialista Nº 269 (04/06/2014)
4. Ver Norman Davies. Varsovia 1944. La heroica lucha.... Editorial Planeta, Barcelona, 2005.
5. Isaac Deutscher. Stalin. Biografía política. Ediciones Vanguardia Obrera, Madrid, 1979.
6. Norman Davies. op. cit.

 



El estalinismo intentó ocultar el levantamiento

En el periodo final de la Segunda Guerra Mundial y tras la rendición nazi en mayo de 1945, los acuerdos de Yalta y Potsdam, en el que los gobiernos imperialistas y la burocracia estalinista hicieron su “reparto del mundo”, Polonia quedó bajo la órbita de la burocracia soviética. La dictadura de partido único estalinista, entonces, intentó condenar al olvido al heroico levantamiento de Varsovia.
Una de las pocas voces que en aquellos momentos reivindicaron a la resistencia polaca fue el periodista y escritor socialista inglés George Orwell. Este se había convertido en un fuerte crítico del totalitarismo estalinista tras su participación en la guerra civil española. En su columna “A mi manera” en la revista “Tribune”, denunció su conducta criminal ante el levantamiento en 1944 y ante la indiferencia de la prensa mundial escribió: “Ante todo, un aviso a los periodistas ingleses de izquierdas y a los intelectuales en general: recuerden que la deshonestidad y la cobardía siempre se pagan. No vayan a creerse que por años y años pueden estar haciendo de serviles propagandistas del régimen soviético o de otro cualquiera y después volver repentinamente a la honestidad intelectual”.1
En 1953 murió Stalin y comenzó a desarrollarse el descontento obrero y popular en Alemania Oriental, Polonia y Hungría (cuyo levantamiento fue aplastado en 1956) contra las dictaduras stalinistas. En Polonia comenzó cierta apertura. Esto permitió que el joven director de cine Andrzej Wajda pudiera filmar que en 1957 impactó en el monótono medio artístico polaco. Aquella película, la segunda de Wajda, se llamó “Kanal” (“La patrulla de la muerte”).2 Basada en la novela de un sobreviviente, divulgaba por primera vez la insurrección y la brutal represión nazi. Mostraba la experiencia de aquellos dos meses de combates y mostraba en forma angustiante el aislamiento de los combatientes, su lucha por sobrevivir y su situación sin salida. Pese a la censura, algunas de sus escenas remitían a la traición de la burocracia soviética. La posterior caída de la burocracia estalinista de la URSS y los países de Europa oriental, incluido Polonia, renovó los debates sobre el levantamiento de Varsovia y permitió el surgimiento de nuevas investigaciones históricas que han echado luz, entre otros aspectos, sobre el funesto rol de Stalin.  

1. Ver George Orwell. “A mi manera y otros escritos”. Editado por Paul Anderson, Mayo, 2007.  
2. Disponible en www.youtube.com


Escribe Francisco Moreira (reproducimos esta nota conmemorativa publicada por los 80 años del hecho)

El 21 de agosto de 1940 León Trotsky fue asesinado por un agente estalinista. Trotsky fue uno de los principales dirigentes revolucionarios del siglo XX. Junto con Lenin, encabezó la primera revolución socialista triunfante de la historia. Con su asesinato, Stalin intentó cortar el hilo rojo de la continuidad histórica de la lucha obrera revolucionaria. En este primer artículo repasamos su intachable trayectoria revolucionaria, tantas veces falsificada, y la vigencia de su legado.


Video: Homenaje de la UIT-CI al gran revolucionario León Trotsky

El 26 de octubre de 1879, en una aldea cerca de Odesa (Ucrania, que era parte del imperio de los zares de Rusia), nació León Davidovich Bronstein, más conocido como Trotsky. Siendo muy joven se hizo marxista. El régimen zarista rápidamente le impuso encarcelaciones y la deportación a Siberia. Se unió formalmente al Partido Obrero Socialdemócrata Ruso durante su fuga de Siberia, sumándose a la organización orientada por Iskra, la publicación que dirigía Lenin. En su exilio en Europa, Trotsky continuó forjando su actividad y espíritu revolucionarios.

Dirigente en la revolución de 1905 e internacionalista consecuente

En marzo de 1905 retornó a Rusia con el inicio de la revolución. Las huelgas obreras y las revueltas en el campo se extendieron durante todo el año. En junio, marineros del acorazado “Potemkin” se amotinaron, rechazando continuar la guerra iniciada con Japón. En octubre estalló la huelga general y nacieron los soviets (consejos) de obreros, embriones de gobierno revolucionario. Trotsky fue el máximo dirigente del soviet de San Petersburgo, en la capital del imperio.

En su balance de la revolución de 1905 plasmó por primera vez su “teoría de la revolución permanente”. Afirmaba que la única clase capaz de encabezar la revolución democrática burguesa y transformar las condiciones de vida en el campo era la de los obreros de las ciudades, acaudillando al campesinado pobre, no la burguesía. No hubo dos etapas en la revolución de la atrasada Rusia zarista. Los trabajadores, al tomar el poder, introdujeron desde el comienzo la lucha por sus demandas contra la patronal, transformando esa revolución en socialista y dando impulso a la revolución internacional.

Durante su segundo exilio, Trotsky fue parte también de la minoría internacionalista que, junto con Lenin, Rosa Luxemburgo y Karl Liebknecht, rechazó la traición de la Segunda Internacional cuando apoyó la guerra interimperialista en 1914. Trotsky observaba que la guerra nacía de las entrañas del capitalismo imperialista decadente y pronosticaba que “los años venideros presenciarán la era de la revolución social”.

Su rol en la revolución de octubre y en el gobierno de los soviets

En febrero de 1917 volvió a estallar la revolución en Rusia. La revolución derrumbó al régimen zarista y asumió el gobierno una coalición de la burguesía liberal y partidos reformistas. Pero, a su lado, resurgían los soviets desafiando su poder.

Trotsky logró retornar a Rusia en mayo, fue incorporado en la conducción del soviet de Petrogrado (ex San Petersburgo) e ingresó al Partido Bolchevique de Lenin. La revolución permitió una rápida confluencia entre ambos dirigentes. Lenin había logrado que el partido no diera su apoyo al gobierno provisional burgués y asumiera la pelea por un gobierno obrero, apoyado en los campesinos, lo que sería el preludio de la revolución socialista internacional. Los bolcheviques, con Lenin y Trotsky, fueron ganando cada vez más peso y lograron la mayoría en los soviets, siendo los únicos que defendían consecuentemente los intereses de obreros, campesinos y soldados, en los soviets y en las luchas. Finalmente, Trotsky fue designado responsable del Comité Militar Revolucionario del soviet que organizó la toma del poder el 24 de octubre. Se consumó así la primera revolución obrera socialista triunfante de la historia.

Con los soviets y el Partido Bolchevique en el poder, Trotsky fue designado comisario de Relaciones Exteriores, encargado de llevar adelante las delicadas negociaciones de paz con Alemania. Al estallar la guerra civil (1918-1921) fue designado comisario de Guerra, dándose a la tarea de crear y conducir al Ejército Rojo, que enfrentó y venció al Ejército Blanco, la coalición de ejércitos de la reacción burguesa rusa y países imperialistas.

Fundación de la Cuarta Internacional y su legado

Los bolcheviques apostaban al desarrollo de la revolución socialista internacional, comenzando por Europa, que estaba sacudida por una oleada revolucionaria. En marzo de 1919 fundaron la Tercera Internacional. Trotsky fue encargado de redactar su manifiesto, llamando a “la unión de todos los partidos verdaderamente revolucionarios del proletariado mundial para facilitar y apresurar la victoria comunista en el mundo entero”.  

Pero las revoluciones en Europa no lograron triunfar por el peso y las traiciones de la socialdemocracia y la inexperiencia de los nacientes partidos comunistas, quedando la URSS desangrada y aislada. Esta situación fue fatal para el régimen revolucionario leninista de democracia obrera e internacionalista. Se fue consolidando una burocracia en el partido y los soviets. Lenin y Trotsky combatieron la burocratización. Pero la muerte de Lenin, en 1924, aceleró el viraje encabezado por Stalin y la burocracia, quienes impusieron la conciliación con las burguesías y el imperialismo, rompiendo con todo verdadero internacionalismo.

Trotsky se opuso y fue blanco de los ataques y las falsificaciones estalinistas. Expulsado del partido y de la URSS, siguió denunciando la liquidación de la conducción revolucionaria y de la democracia obrera. Tras el ascenso del nazismo al poder, habilitado por la desastrosa política estalinista en Alemania, llamó a combatir a esa burocracia construyendo nuevos partidos revolucionarios y la Cuarta Internacional, que retomó la senda de los primeros años del régimen leninista y de la Tercera Internacional en sus cuatro primeros años.

En 1938, junto con un puñado de revolucionarios, fundó la Cuarta Internacional con el objetivo de unir férreamente a los revolucionarios alrededor de un programa, el Programa de Transición, que sintetizaba lo aprendido por el movimiento marxista desde la época de Marx y Engels y, especialmente, desde la revolución rusa. Una organización y un programa que ayudaran a intervenir a los revolucionarios con la perspectiva de tomar el poder, lograr nuevos gobiernos obreros y populares con democracia obrera y avanzar en la revolución socialista en todo el mundo. Con su asesinato en 1940, Stalin buscó eliminar la única posibilidad de dirección revolucionaria, sintetizada en la trayectoria y experiencia revolucionaria de Trotsky. Su desaparición significó un abrupto vacío de dirección.

La lucha de Trotsky y su intachable moral revolucionaria merecen ser difundidas. Su confianza en la clase obrera y su abnegación en la construcción del partido revolucionario tuvo sus continuadores. Nahuel Moreno, maestro y fundador de nuestra corriente, quien calificó la creación de la Cuarta como “el más grande acierto de Trotsky”, mantuvo bien en alto sus banderas, las mismas que rescatamos hoy desde Izquierda Socialista y nuestros partidos hermanos de la Unidad Internacional de Trabajadores y Trabajadoras - Cuarta Internacional (UIT-CI), quienes continuamos la pelea por unir a los revolucionarios y reconstruir la Cuarta Internacional.

Foto de portada: Así registró el diario Noticias, de importante tirada, el asesinato de Ortega Peña

Escribe Federico Novo Foti

A fines de julio de 1974, el diputado Rodolfo Ortega Peña fue asesinado por la Triple A. Dirigente del Peronismo de Base, acompañó las luchas obreras, a los presos políticos y asumió la tarea de la unidad de acción contra las bandas fascistas amparadas por el gobierno peronista. Su asesinato truncó su proceso de ruptura con Perón y el peronismo. Pero la tarea de superar al peronismo
y construir una alternativa obrera y socialista sigue vigente.
 
 La noche del 31 de julio de 1974, el entonces diputado nacional Rodolfo Ortega Peña, y su esposa, Elena Villagra, se dirigieron del edificio del Congreso Nacional hacia un restaurante cercano. Terminada la cena abordaron un taxi con destino a su hogar, ubicado en la calle Arenales y Carlos Pellegrini. Pero cuando se disponían a bajar del taxi, fueron abordados por tres hombres que salieron de un vehículo contiguo. Con frialdad, uno de ellos se adelantó y, rodilla en tierra, comenzó a dispararles. Elena recibió una herida en su rostro pero logró salvar su vida, mientras que Rodolfo cayó muerto en la calle acribillado. El operativo había sido orquestado por la Alianza Anticomunista Argentina (Triple A), banda fascista organizada desde el Ministerio de Bienestar Social por su titular, el “brujo” José López Rega. Al día siguiente, la noticia del asesinato ocupó las tapas y páginas centrales de los principales diarios del país.  

Al momento de su asesinato, Ortega Peña se desempeñaba como diputado, abogado de la Federación Gráfica Bonaerense y de presos políticos, y era colaborador de la revista De Frente, que dio continuidad a la clausurada revista Militancia, que había fundado junto a su compañero Eduardo Luis Duhalde, para desarrollar lo que se llamó el “Peronismo de Base”, una organización de izquierda en el amplio espectro del peronismo gobernante. El 7 de agosto, el Partido Socialista de los Trabajadores (PST), antecesor de Izquierda Socialista, en su periódico Avanzada Socialista realizó, a modo de homenaje, una semblanza de su trayectoria. “Con él desaparece un militante querido y apreciado más allá de las posiciones políticas que lo diferencian de nosotros […] La trayectoria de Ortega Peña se identifica con la tragedia de esta generación que [en la década del ‘60] va al populismo peronista para ‘hacer la revolución’, que lucha y se sacrifica, y que se encuentra, inesperadamente para ella, con que los resultados tienen poco que ver con sus sueños […] Llega a romper con Perón, pero aún no con el populismo. […] Ortega Peña postulaba un ‘peronismo obrero y revolucionario’. [...] Los matones asesinos cortaron una trayectoria militante en plena evolución.”1
 
El Pacto Social a los palazos

 El asesinato de Ortega Peña sucedió en momentos en que primaba la confusión y el desconcierto en el movimiento obrero. Semanas antes, el 1 de julio de 1974, había fallecido el entonces presidente Juan Domingo Perón. En su reemplazo había sido nombrada su esposa y vicepresidenta, “Isabel”, María Estela Martínez. Esta, a duras penas y sin contar con la autoridad de Perón, buscaba mantener el juego de equilibrios que le permitiera sostenerse en el gobierno y dar continuidad al llamado “Pacto Social”.2

Este era el acuerdo de ajuste contra los trabajadores establecido en 1973 por el gobierno peronista de Héctor Cámpora, continuado por Perón e Isabel, junto a la burocracia sindical y las patronales, auspiciados por el imperialismo yanqui. Cuestionado el pacto por la continuidad de las luchas y huelgas en todo el país, Perón se había visto obligado a asumir directamente el gobierno, obligando a Cámpora a renunciar.3 Pero, incapaz de contener las luchas y con el pretexto de enfrentar las acciones de la guerrilla, el mismo Perón había comenzado a acentuar las medidas represivas. Obligó a renunciar al entonces gobernador de la provincia de Buenos Aires, Oscar Bidegain. Convalidó el golpe policial contra el cordobés Ricardo Obregón Cano y las “destituciones” de los mandatarios de Salta, Mendoza y Santa Cruz, acusados de “infiltrados marxistas”.4 Fortaleció la intervención de la burocracia en los sindicatos y el accionar de matones contra activistas sindicales. Habilitó ataques policiales y de bandas fascistas contra dirigentes y locales de partidos políticos opositores, en especial contra la Juventud Peronista/Montoneros y la izquierda.5 Isabel profundizaría la orientación de sostener el pacto a los palazos.

El PST, inserto en las luchas del movimiento obrero y con legalidad electoral, fue blanco de los ataques fascistas. El 7 de mayo fue asesinado Inocencio “Indio” Fernández, militante y activista metalúrgico de Cormasa. El 29 sucedió la “Masacre de Pacheco” en la que fueron asesinados tres militantes: Oscar Dalmacio “Hijitus” Meza, metalúrgico de Astarsa, Mario el “Tano” Zidda de la Juventud Socialista de Avanzada y Antonio “Tony” Moses, metalúrgico de Wobron. En ese entonces, Ortega Peña declaró con valentía: “el responsable directo de esta política, que ha abandonado la pautas programáticas, que ha dejado de ser peronista, es el general Perón”.6 Aquellas declaraciones sellarían su destino.
 
La pelea por superar el peronismo continúa

El sepelio de Ortega Peña fue una postal de la situación del movimiento obrero y el país de aquellos días. A pesar de ser una figura reconocida, su asesinato no tuvo una respuesta unitaria y masiva. La Federación Gráfica, donde se veló su cuerpo, no hizo convocatoria alguna. El cortejo fúnebre, que debía dirigirse al cementerio de la Chacarita, quedó envuelto en la polémica por la actitud de organizaciones guerrilleras que insultaron a transeúntes y exhibieron armas. La situación fue aprovechada por la policía que detuvo a casi 400 personas y disolvió la movilización.

Pero lo cierto es que el Pacto Social antiobrero que impulsaba el gobierno peronista continuó siendo resistido por oleadas de luchas en todo el país, llegando a la huelga general del “Rodrigazo”, que profundizó la crisis del gobierno. Las organizaciones guerrilleras continuaron con sus acciones alejadas de las masas, sirviendo de excusa para la represión. El PST, aferrado a las luchas del movimiento obrero, impulsó el surgimiento de una nueva dirección llamando a la coordinación de las luchas y la unidad de acción antifascista y contra el peligro golpista. Sin embargo, aquellos llamados no fueron escuchados, perdiéndo la oportunidad de lograr una nueva dirección sindical y política.

El asesinato de Ortega Peña truncó su proceso de ruptura con el peronismo. De igual manera, el golpe de Estado de 1976 cortó la experiencia de ruptura que venía haciendo el movimiento obrero y de masas con el peronismo en el gobierno. Sin embargo, tras la caída de la dictadura, las y los trabajadores y sectores populares han continuado esa experiencia con los sucesivos gobiernos elegidos por el voto, incluidos los peronistas, quienes pese a las promesas y el doble discurso han continuado con las políticas de ajuste y entrega al FMI. El fracaso y la ruptura con el peronismo es la que explica, aunque en forma distorsionada y equivocada, el triunfo de la ultraderecha de Javier Milei. Por eso sigue planteada la tarea de superar al peronismo construyendo un partido revolucionario inserto en el movimiento obrero y de masas. Una tarea que asumimos desde Izquierda Socialista en la pelea por conquistar un gobierno de las y los trabajadores y el socialismo.

1. Avanzada Socialista Nº 115 (07/08/1974) Disponible en nahuelmoreno.org
2. Ver Avanzada Socialista Nº 110 (01/07/1974) y Disponible en nahuelmoreno.org El Socialista Nº 585 (03/07/2024) Disponible en www.izquierdasocialista.org.ar y Ricardo de Titto. “Historia del PST. De la muerte de Perón al golpe de estado.” Tomo 3. CEHuS, Buenos Aires, 2024.
3. El Socialista Nº 249 (10/07/2013) Disponible en izquierdasocialista.org.ar
4. El Socialista Nº 576 (06/02/2024) Disponible en izquierdasocialista.org.ar
5. Ricardo de Titto. “Historia del PST. Del gobierno de Cámpora a la muerte de Perón.” Tomo 2. CEHuS, Buenos Aires, 2018.
6. Ídem.

Tras la Masacre de Pacheco, el PST llamó a enfrentar a las bandas fascistas con la unidad de acción antifascista, conformando brigadas o piquetes armados para la autodefensa. En el acto multitudinario realizado a días de la masacre, Nahuel Moreno, dirigente del PST, y maestro y fundador de nuestra corriente, planteó: “¡Al fascismo, compañeros, se lo destruye en la calle, con los mismos métodos que ellos utilizan! […] Nuestro partido […] invita a todas las tendencias aquí presentes y a las que no están, para que el próximo miércoles, a las 19, en nuestro local, empecemos a construir las brigadas o piquetes antifascistas”.1 Ortega Peña participó del acto, apuntando en su intervención a la responsabilidad de Perón y asumiendo tarea de coordinar la lucha antifascista. En diálogo con Avanzada Socialista, declaró: “Este tipo de actividades del terrorismo blanco […] ha sido generado por el Pacto Social; en segundo lugar, creo necesario, por lo menos, formar una coordinadora entre todos los sectores del campo revolucionario.[…] Creo que lo que debería plantearse es la posibilidad de tenencia de armamento de guerra a todos los sectores populares, para poder generar su autodefensa”.2 La actitud de Ortega Peña contrastó con la de organizaciones reformistas y guerrilleras, como el PC o Montoneros, que dieron la espalda a la convocatoria mientras aumentaban los ataque de las bandas fascistas.

1. Avanzada Socialista Nº 106 (04/06/1974) Disponible en www.nahuelmoreno.org y El Socialista Nº 582 (15/05/2024) Disponible en www.izquierdasocialista.org.ar
2. Ídem.

Escribe Federico Novo Foti

El 19 de julio de 1979 triunfó la revolución nicaragüense que derrocó a la sanguinaria dictadura de la familia Somoza. Pero la conducción de la revolución, el Frente Sandinista de Liberación Nacional, traicionó el proceso revolucionario y terminó entregando el poder a la burguesía. Hoy, el ex comandante sandinista Daniel Ortega encabeza una dictadura capitalista. La lucha contra la dictadura de Ortega y por el verdadero socialismo continúan.
 
Anastasio “Tachito” Somoza fue el último exponente de una dinastía montada sobre la miseria de las masas “nicas” y el saqueo del país centroamericano por parte del imperialismo yanqui. En 1979 hacía ya más de cuarenta años que la familia Somoza gobernaba a sangre y fuego Nicaragua. Desde el poder, el clan Somoza se adueñó de la mayor parte del país a través de siete grandes grupos económicos que controlaban 364 empresas monopolistas en sociedad con empresas imperialistas.1

La dictadura pro yanqui somocista se apoyó en la temible Guardia Nacional y la ocupación parcial de territorios por parte de Marines estadounidenses, quienes durante décadas perpetraron brutales violaciones a los derechos humanos y democráticos, con represiones, asesinatos y todo tipo de vejámenes contra los trabajadores y el pueblo nicaragüense.
 
De la revolución a la traición

En 1977 comenzó a generalizarse la lucha contra la dictadura. A inicios de 1978, el pueblo se levantó ante el asesinato de Pedro Chamorro, director del diario La Prensa y opositor a Somoza. Se desató una inmensa movilización, con barricadas y saqueos, que desembocó en una huelga general. El Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN), una organización guerrillera nacionalista fundada en Honduras en 1961, empalmó con el ascenso de masas contra Somoza.2 En 1979, se generalizaron las insurrecciones en las principales ciudades y se combinaron con el avance de las columnas del FSLN. Tras intensos combates entre los sandinistas y la Guardia Nacional, la zona norte, Matagalpa y León, quedó en manos de “los muchachos” sandinistas. Desesperado, Somoza hizo bombardear las barriadas obreras de la capital Managua. En el frente sur, en la frontera con Costa Rica, la batalla final se concentró en la toma de la ciudad de Rivas, último baluarte de la dictadura. La corriente trotskista orientada por Nahuel Moreno participó del proceso revolucionario impulsando la Brigada Simón Bolívar. (ver "Nahuel Moreno y la Brigada Simón Bolívar") El 19 de julio, después de 45 días de huelga general, Managua quedó en manos de los rebeldes.

En su lucha revolucionaria, las masas nicaragüenses liquidaron el Estado burgués, aniquilaron a su ejército, se armaron parcialmente y empezaron a ocupar tierras y fábricas, fundaron sindicatos y comenzaron a ejercer embrionariamente un poder político directo. Se abría así una enorme oportunidad para avanzar en las expropiaciones a la gran burguesía y el imperialismo, desconocer la deuda externa de la dictadura, y comenzar la planificación de la economía para satisfacer las urgentes necesidades del pueblo. Es decir, iniciar el camino al socialismo.

Pero la conducción del FSLN impuso la política opuesta. Formaron el Gobierno de Reconstrucción Nacional (GRN) con los principales representantes de la burguesía antisomocista: Violeta Chamorro del Partido Conservador y el empresario Alfonso Robelo. Los sandinistas emprendieron el camino de conciliación con la burguesía y el imperialismo, frenando las expropiaciones y toda organización independiente, con el consejo del propio Fidel Castro, quien en un discurso en la ciudad cubana de Holguín dijo que: “Nicaragua no debe ser otra Cuba”.3 Les aconsejó a los sandinistas que hicieran lo opuesto a la experiencia de la revolución cubana de 1959 a 1961, cuando Fidel y el “Che” Guevara encabezaron la ruptura con el imperialismo y la burguesía cubana, las expropiaciones y la planificación económica. Años después, Bayardo Arce, uno de los comandantes sandinistas, sintetizó esta política al prometer “construir el socialismo con los dólares del capitalismo”.4
 
Contra la dictadura capitalista de Ortega y por el verdadero socialismo

 A pesar de los gestos de buena voluntad de los sandinistas, el presidente yanqui Ronald Reagan montó la invasión “contra” en 1986. El heroísmo y movilización del pueblo nica logró derrotarla. Pero la continuidad de la política de conciliación y de sostén del capitalismo semicolonial hizo que la miseria y la falta de perspectivas abrieran paso a la desmoralización y facilitaran la recuperación de la burguesía. En 1990, el FSLN perdió las elecciones a manos de la derechista pro yanqui Violeta Chamorro.

 En el 2006, el ex comandante sandinista Daniel Ortega triunfó en las elecciones con un 40%. Pronto su gobierno se identificó con el llamado “socialismo del siglo XXI”. Sin embargo, Ortega llegó a la presidencia acompañado por Jaime Morales Carazo, quien fuera dirigente de la “contra” pro yanqui, y tras haber sellado un pacto de distribución de cargos con el somocista Partido Liberal Constitucionalista. Además, pactó con la Iglesia Católica, con quien concertó la prohibición del derecho al aborto, y con los grandes empresarios, a quienes prometió realizar las reformas y ajustes estructurales.

 De la mano de Ortega, Nicaragua se convirtió en el país más pobre, después de Haití, con un salario mínimo de menos de cinco dólares por día (el más bajo de Centroamérica) y 14% de desnutrición infantil.5 En abril de 2018 hubo una rebelión popular de la juventud trabajadora, campesina, desocupada y las mujeres, enfrentando la reforma jubilatoria. Su saldo fue la caída de la reforma, pero también más de 300 muertos por la criminal represión de Ortega, que la justificó en un supuesto “golpe pro yanqui”. Luego reforzó las medidas represivas, encarcelando a dirigentes estudiantiles y sociales, incluso a reconocidos ex comandantes sandinistas como Dora María Téllez y Hugo Torres. La dictadura capitalista de Ortega no tiene nada de socialista o revolucionaria. El camino para derrotarla pone a la orden del día retomar el camino de la rebelión de abril del 2018, las banderas por la cuales se hizo la revolución de 1979 y la necesidad de construir un partido revolucionario en la perspectiva de una verdadera salida obrera y socialista.

1. Ver en “La Brigada Simón Bolívar. Los combatientes…”. Ediciones El Socialista, Buenos Aires, 2009.  www.uit-ci.org
2. Ver Nahuel Moreno. “La perspectiva revolucionaria después del triunfo de la revolución nicaragüense” (1979) CEHuS, Buenos Aires, 2017. Disponible en nahuelmoreno.org
3. Ver en “Juventud Rebelde” (29/07/1979) Discurso completo en www.cuba.cu/gobierno/discursos/1979/esp/f260779e.html   
4. Ver Diario “La Vanguardia” (31/07/1984). Disponible en www.lavanguardia.com/hemeroteca
5. Datos disponibles en www.sinpermiso.com y www.divergentes.com