May 19, 2025 Last Updated 12:59 AM, May 19, 2025

Escribe Francisco Moreira

El 30 de abril de 1945 se suicidó el líder nazi Adolf Hitler. El 2 de mayo los ejércitos alemanes se rindieron en Berlín, la capital alemana. La derrota nazi en la Segunda Guerra Mundial representó el triunfo revolucionario más grande y democrático de la historia de la humanidad.
 
Eran cerca de las 22.30 del 1º de mayo de 1945 cuando Radio Hamburgo de Alemania interrumpió la emisión de la séptima sinfonía de Anton Bruckner para hacer un anuncio impactante: “Desde el cuartel general se informa que nuestro Führer, Adolf Hitler, luchando hasta el último aliento contra el bolchevismo, cayó por Alemania esta tarde”. Con el tiempo testigos presenciales del hecho desmintieron esa versión sobre la muerte de Hitler. No había muerto en combate aquel día, sino que se había suicidado un día antes, junto a su esposa Eva Braun, en su oficina subterránea en el búnker ubicado debajo de la Cancillería en Berlín. Sus cuerpos fueron incinerados y enterrados fuera del búnker.1  

El suicidio de Hitler marcó el desmoronamiento definitivo del régimen nazi y la derrota del ejército alemán en la Segunda Guerra Mundial, cercado en Berlín tras la ofensiva arrolladora del Ejército Rojo. Dos días antes había sido capturado y fusilado por partisanos (guerrilleros) italianos el líder fascista, Benito Mussolini, en medio del avance de los ejércitos aliados.    

La batalla de Stalingrado en 1943 cambió el curso de la guerra

En marzo de 1939 los ejércitos alemanes invadieron Checoslovaquia. En septiembre entraron en Polonia. Una semana antes de la invasión la conducción burocrática de la Unión Soviética, con José Stalin a la cabeza, había facilitado el avance nazi al firmar un aberrante y escandaloso pacto de “paz y ayuda mutua” con Hitler, con quien se repartieron Polonia.

León Trotsky, el líder revolucionario ruso, que venía denunciando desde el ascenso del nazismo en Alemania en 1933 la perspectiva de una nueva guerra imperialista, calificó al pacto germano-soviético como “una capitulación de Stalin ante el imperialismo fascista con el fin de resguardar a la oligarquía soviética”.3 Denunciaba que el fascismo y el nazismo tenían por objetivo imponer regímenes de superexplotación contra los trabajadores en los países conquistados y borrar del mapa a la Unión Soviética donde, a pesar de la dictadura burocrática, se mantenían las conquistas socialistas del gran triunfo revolucionario de 1917.

En junio de 1941, efectivamente, comenzó la Operación Barbarroja, la invasión nazi a la Unión Soviética. La confianza de Stalin en su pacto con Hitler y la desorganización del Ejército Rojo, descabezado a fuerza de purgas por la burocracia estalinista en su intención de barrer toda oposición “trotskista”, no permitieron oponer resistencia a la maquinaria de guerra nazi. En diciembre ya ocupaban Lituania, Bielorrusia, Ucrania y habían llegado hasta las puertas de Moscú, ocupando Stalingrado (Volgogrado) y sitiando Leningrado (San Petersburgo). Para 1942, gran parte de Europa y un tercio de la Unión Soviética habían caído bajo las garras del nazismo y el fascismo.

Pero pese a las terribles penurias vividas, el pueblo soviético logró recuperarse y poner de pie al Ejército Rojo nuevamente. Luego del desastre inicial se pusieron al frente del ejército los generales soviéticos más capacitados: Gueorgui Zukhov, Constantin Rokossovski y Vasily Chuikov. Stalin se auto tituló “jefe de la defensa”. Así comenzaba “la gran guerra patria” de los pueblos soviéticos. En feroces combates y, a pesar de los continuos desastres provocados por la burocracia, el Ejército Rojo recuperó terreno he hizo retroceder a los nazis. En febrero de 1943 se produjo la primera gran victoria soviética, la rendición de los nazis que ocupaban Stalingrado, en una batalla que cambió el curso de la Segunda Guerra y marcó el principio del fin del nazismo.

Este triunfo devolvió a los pueblos ocupados la esperanza de que era posible derrotar a los nazis. Los movimientos de la resistencia se fortalecieron en todas partes. En Polonia se levantó el Gueto de Varsovia en abril de 1943 y toda la ciudad en agosto de 1944, pese a que había sido abandonada por orden de Stalin.4 Los maquis franceses, los partisanos italianos y las guerrillas yugoslavas y griegas se fueron fortaleciendo. En junio de 1944 ingleses y estadounidenses desembarcaron en Normandía, en la Francia aún ocupada por los nazis. En agosto la resistencia liberó París.

La batalla de Berlín y el fin del régimen nazi

El 12 de enero de 1945 el Ejército Rojo entró en territorio alemán. Tras un avance arrollador, el 14 de abril llegó a las afueras de Berlín. Dos días después comenzó la batalla final de la guerra en Europa. Los nazis organizaron dos líneas defensivas para proteger la ciudad sitiada. Prepararon barricadas y cientos de búnkers. Con lanzagranadas enfrentaron el avance de los tanques del Ejército Rojo. El costo para los soviéticos fue altísimo. Solo en esta batalla murieron 80 mil personas y más de 270 mil resultaron heridas. La acción final se libró por el control del Reichstag (Parlamento), que era el edificio más alto del centro de la ciudad y cuya captura tenía un valor simbólico. En la tarde del 30 de abril, soldados soviéticos lograron la toma del edificio e hicieron ondear la bandera roja. Para esas horas se había suicidado Hitler.

El 2 de mayo el comandante a cargo de la defensa de Berlín firmó la rendición ante los generales soviéticos. Seis días después, se realizó una ceremonia con la presencia de generales ingleses, franceses y estadounidenses que, junto a Zhukov, firmaron un acta con la definitiva rendición del alto mando alemán. La guerra había terminado en Europa, dejando tras de sí más de cincuenta millones de muertos, de los cuales veintidós millones eran soviéticos.

Nahuel Moreno, maestro y fundador de nuestra corriente trotskista definió la derrota del nazi-fascismo como “el más colosal triunfo revolucionario de toda la historia de la humanidad”, a pesar de los dirigentes burocráticos y traidores.5 Es que el nazi-fascismo representó el embrión de una nueva sociedad esclavista bajo el capitalismo, con los campos de exterminio y de trabajos forzados adonde enviaban, no sólo  a los judíos, sino también a gitanos, izquierdistas, homosexuales y a cualquier opositor a su régimen totalitario y racista. La derrota de la barbarie alemana en la guerra frenó el intento de extender la contrarrevolución nazi-fascista imperialista a todo el mundo.

1. La película “La caída” (2004) de Oliver Hirschbiegel retrata los frenéticos últimos días de Hitler y sus secuaces en el bunker. Disponible en Amazon Prime.
2. Ver El Socialista Nº 602, 11/04/2025. Disponible en www.izquierdasocialista.org.ar
3. León Trotsky. “La alianza germano-soviética” (4/9/1939) en Escritos (1929-1940). Editorial Pluma, Bogotá, 1974. Disponible en www.marxists.org
4. Ver El Socialista Nº 558, 12/04/2023 y Nº 588, 21/08/2024. Disponibles en www.izquierdasocialista.org.ar
5. Nahuel Moreno. Revoluciones del siglo XX. Ediciones Antídoto, Buenos Aires, 1986. Disponible en www.nahuelmoreno.org



Una nueva etapa revolucionaria

El triunfo de los pueblos soviéticos y europeos abrió una nueva etapa de enorme ascenso de masas mundial. Nahuel Moreno señaló que la derrota del nazismo había iniciado una nueva etapa revolucionaria mundial. Desde el fin de la guerra “el proletariado y las masas del mundo entero obtienen una serie de triunfos espectaculares. El primero es la derrota del ejército nazi, es decir, de la contrarrevolución imperialista, por parte del Ejército Rojo, aunque esto fortifica coyunturalmente al estalinismo, que es quien dirige la URSS”.1 Efectivamente, desde entonces, las masas populares protagonizaron numerosas revoluciones triunfantes logrando la independencia de decenas de colonias y la expropiación de la burguesía en un tercio del planeta en países como Yugoslavia, China, Cuba y Vietnam. Pero durante esta etapa también salieron fortalecidas direcciones burocráticas del movimiento obrero y de masas. Stalin, por ejemplo, utilizó su renovada autoridad para rechazar la extensión de la revolución socialista e imponer pactos (Yalta y Potsdam) con los gobiernos imperialistas para la reconstrucción capitalista de Europa. Tras su muerte, otros aparatos y dirigentes estalinistas o nacionalistas burgueses continuaron con esa política. La restauración capitalista promovida por la burocracia desde la década del ‘80 en aquel tercio del planeta y la caída de las dictaduras estalinistas, abrieron una nueva etapa revolucionaria donde sigue planteada la tarea de construir una nueva dirección revolucionaria para acabar definitivamente con la contrarrevolución imperialista, en cualquiera de sus variantes, y con el dominio capitalista mundial.
                                  
1. Nahuel Moreno. Actualización del Programa de Transición. (1980). Ediciones El Socialista, Buenos Aires, 2014.  




No era jueves. Era sábado. Y no eran cientos, sino apenas catorce mujeres, con nombres como Azucena, Berta, Haydée, Pepa. Todas compartían una herida: un hijo o hija secuestrada y desaparecida por la dictadura. Ese 30 de abril de 1977, en pleno estado de sitio, se animaron a lo imposible: reunirse en la Plaza de Mayo. Azucena Villaflor lo dijo claro: “Individualmente no vamos a conseguir nada”. Un policía las increpó: “Circulen”. Y entonces circularon. De a dos, tomadas del brazo, giraron en torno a la Pirámide. Así nació la ronda.

No había banderas ni pañuelos blancos todavía, solo un gesto mínimo que rompía el terror: caminar juntas. Lo que siguió fue una historia de lucha, organización desde abajo y desobediencia al poder. Cuarenta y ocho años después, sus pasos siguen marcando el camino. Hoy ya suman 2.455 rondas.

Escribe Federico Novo Foti

El 30 de abril de 1975 el gobierno de Vietnam del Sur, sostenido por el imperialismo estadounidense, se rindió ante las heroicas tropas de las guerrillas del Vietcong, apoyadas por Vietnam del Norte. Por primera vez en toda su historia los yanquis sufrían una derrota militar que los marcó desde entonces.

Era la mañana del 29 de abril de 1975 cuando los funcionarios, civiles y marines apostados en la embajada de Estados Unidos en Saigón (Vietnam del Sur) entraron en pánico. La comunicación que habían recibido les ordenaba la evacuación inmediata. Helicópteros HH-53 y CH-53 los llevarían hasta los buques ubicados en el Golfo de Tonkin. Pero miles de colaboracionistas vietnamitas rodearon la embajada intentando saltar sus muros para ser evacuados. La caótica huida no pudo completarse hasta el día siguiente, el 30 de abril, cuando el último de los helicópteros despegó de la terraza de la embajada norteamericana, dejando una imagen para la historia. Los Estados Unidos, la principal potencia imperialista y su ejército invencible, huyeron de Saigón derrotados por el pueblo vietnamita, terminando con treinta años de injerencia norteamericana y ocho años de guerra de ocupación.

Un país dominado, saqueado y dividido

Desde mediados del siglo XIX el imperialismo francés había comenzado a dominar parte de la península de Indochina (actuales Vietnam, Laos y Camboya), en el sudeste asiático. Multinacionales francesas saquearon las minas de carbón, estaño y zinc de la región. También tenían el dominio de los cultivos tropicales: arroz, algodón, caña de azúcar, tabaco, té y café, y crearon plantaciones de heveas (árboles del caucho) para obtener caucho para la fabricación de neumáticos, explotando a la población local (80% campesinos pobres).
Tras el periodo de ocupación japonesa, durante la Segunda Guerra Mundial, el imperialismo francés retomó su dominio en la región con apoyo estadounidense. Pero en octubre de 1954 las tropas francesas huyeron derrotadas por la heroica resistencia del pueblo vietnamita, tras la batalla de Dien Bien Phu y la entrada de las tropas rebeldes a Hanoi (principal ciudad del norte).1 El imperialismo debió reconocer el triunfo vietnamita pero partió el país en dos. Vietnam del Norte liberado, con capital en Hanoi, se convirtió en lo que los trotskistas denominamos un estado obrero burocrático, bajo el mando de Ho Chi Minh y el partido comunista (ver recuadro). Vietnam del Sur, con capital en Saigón, quedó bajo el dominio de la odiada dictadura de Ngo Dinh Diem, cuyo principal sostén fueron los Estados Unidos.

La guerra de Vietnam

La resistencia popular a la dictadura de Diem en el sur fue creciendo y fortaleciendo una guerrilla de masas, el Vietcong (Comunistas de Vietnam-Frente de Liberación Nacional/FLN), que contaba con el apoyo de Vietnam del Norte. Desde 1964, ante la incapacidad del ejército local de sostener al gobierno títere, el presidente Lyndon B. Johnson pasó del envío de asesores y ayuda militar a los bombardeos y la intervención directa de las tropas estadounidenses. Durante ocho años, el ejército yanqui desarrolló masacres cotidianas contra el pueblo vietnamita, con ataques aéreos con armas químicas, como el devastador napalm, que buscaban arrasar la selva y provocaron terribles vejaciones entre la población civil. Durante la guerra Estados Unidos llegó a enviar más de medio millón de soldados, tuvo cerca de 50 mil muertos y gastó más de 150 mil millones de dólares.
Por su parte, las burocracias china y soviética sólo ayudaban “con cuentagotas”, sin involucrarse en forma contundente en apoyo al pueblo vietnamita. En 1965, la delegación del PC cubano hizo en el 23º Congreso del PCUS una propuesta fundamental: exigió a las conducciones de los partidos comunistas de la URSS y China que declararan a Vietnam como parte inviolable de sus propios territorios para derrotar la invasión. El Che hizo su llamado: “crear dos, tres... muchos Vietnam”.2 Los burócratas hicieron oídos sordos.

Un triunfo histórico

Las masas vietnamitas comenzaron a inclinar la balanza a su favor con la “Ofensiva del Tet”, iniciada el 30 de enero de 1968, con levantamientos y ataques en más de cien pueblos y ciudades del sur. La acción coincidió con el ascenso de las movilizaciones en todo el mundo, especialmente con el “Mayo Francés”, y la extensión de la solidaridad con el pueblo vietnamita entre la juventud estudiantil y los luchadores de Europa y América.

Desde el comienzo de la guerra, en Estados Unidos había surgido un movimiento contra la invasión a Vietnam, que se fortaleció cuando la prensa mundial comenzó a exponer las atrocidades cometidas por el bando norteamericano. Millones se fueron sumando al reclamo de “traigan los soldados a casa ahora”, mientras la represión interna comenzaba a dejar centenares de presos, heridos e incluso muertos. Pero las protestas pacifistas no se detuvieron y se repitieron en Washington y cientos de ciudades en todo el país. En la vida política norteamericana, en las universidades, la prensa y en la industria musical y cinematográfica se instaló cotidianamente el tema de Vietnam. El cantante de country Johnny Cash sorpresivamente cambió de postura y desairó al presidente Richard Nixon en la Casa Blanca, tras su viaje a Vietnam en 1971. La actriz Jane Fonda tuvo la valentía de visitar durante quince días Vietnam del Norte en 1972. El veterano de guerra Ron Kovic, que había quedado paralítico, se sumó al repudio a la invasión y se convirtió en un emblema del movimiento.3

En enero de 1973, el gobierno yanqui y su títere en Saigón, Nguyen Van Thieu, tuvieron que firmar unos “acuerdos de paz” que incluían la retirada norteamericana y un consejo (que involucraba al Vietcong) para convocar elecciones. A pesar de que la suerte de los dictadores del sur y sus amos imperialistas ya estaba echada, por la crisis en Estados Unidos y la ofensiva militar del Vietcong, intentaron no cumplir los acuerdos. Pero desde comienzos de 1975 el avance del FLN fue arrollador y casi no tuvo respuesta por parte del gobierno de Saigón y sus tropas. El 30 de abril, el fugaz presidente del sur, Duong Van Minh, ordenó a los restos de su ejército suspender las hostilidades y se rindió, transfiriendo el poder a un gobierno del FLN. Los últimos ocupantes norteamericanos huyeron en desbandada.

El pueblo vietnamita triunfó, derrotó a Estados Unidos, la más grande potencia militar. Su triunfo se explica por la tremenda capacidad de lucha de las masas vietnamitas, demostrada en años de heroica resistencia. También, por la extendida solidaridad mundial que jugó un papel decisivo para apoyarlas en el triunfo, especialmente en los Estados Unidos. El pueblo vietnamita demostró que se podía vencer al monstruo imperialista. El “síndrome de Vietnam” llevó a Estados Unidos a buscar negociaciones y abstenerse de invadir países durante varios años. Cuando reincidió, como en el caso Irak y Afganistán, las masas retomaron aquellos caminos de lucha, propinándole nuevas derrotas, debilitando su rol de “gendarme” mundial


1. Ver El Socialista Nº 591, 2/9/2024. Disponible en www.izquierdasocialista.org.ar
2. Ernesto “Che” Guevara. “Mensaje a los pueblos del mundo a través de la Tricontinental”, 16/04/1967. Disponible en www.marxists.org
3. Ver “Nixon y el hombre de negro” (2018) de Sara Dosa y Barbara Kopple. En 1974, Ron Kovic escribió su autobiografía bajo el título “Nacido el 4 de julio”, publicado en 1976 y llevado al cine en 1989 por Oliver Stone.

Escribe Federico Novo Foti

La combatividad de las masas vietnamitas, junto a la solidaridad mundial, logró vencer al imperialismo. Pero pese al heroico triunfo, quedó planteado con toda agudeza el problema las inconsecuencias de su dirigencia en la lucha por el socialismo. En 1954, tras la expropiación de la burguesía y terratenientes, Ho Chi Minh había creado en Vietnam del Norte un estado obrero burocrático. Un régimen totalitario de partido único a imagen y semejanza de los regímenes de la URSS y China. En 1975, el Partido Socialista de los Trabajadores (PST), orientado por Nahuel Moreno, al tiempo que reconocía el inmenso triunfo revolucionario sobre la ocupación yanqui, señalaba el carácter burocrático e inconsecuente de la dirección comunista: “El proceso que conduce a una revolución socialista es complejo y difícil. Exige un encadenamiento de medidas que avancen desde las reivindicaciones democráticas y antiimperialistas hasta la expropiación de todos los explotadores y la planificación integral de la economía colectivizada. Y ese proceso deberá ser garantizado por la dirección y el control de las masas organizadas democráticamente, bajo la conducción de la clase obrera. Nada indica que la dirección de la masas indochinas se oriente en esa perspectiva”.1 La consolidación de un estado obrero burocrático tras la unificación de Vietnam y su negativa de poner aquel triunfo al servicio de la revolución socialista mundial, expuso los límites de la dirección comunista vietnamita. Límites que quedaron aún más en evidencia cuando ésta acompañó el curso restauracionista de la burocracia china, abriendo las puertas al retorno del capitalismo. La tarea de construir una dirección socialista revolucionaria consecuente sigue vigente.

1. Ver Avanzada Socialista Nº 146, 10/5/1975 en nahuelmoreno.org

 

Escribe Francisco Moreira

El 28 de abril de 1945 Mussolini, el máximo jefe del fascismo italiano y socio incondicional de Adolf Hitler, era capturado y ajusticiado por partisanos (guerrilleros) de la resistencia antifascista. Su muerte y la de Hitler dos días después, marcaron el fin del nazi-fascismo en la Segunda Guerra Mundial.

Eran las seis y media de la mañana del 27 de abril de 1945 cuando el grupo de partisanos de la Brigada Garibaldi de la resistencia antifascista detectó un convoy alemán cerca de la localidad de Dongo, un municipio de la provincia de Como (Italia). Tras un intercambio de disparos, los alemanes accedieron a negociar. Los miembros de la brigada permitieron la retirada de los alemanes a cambio de la entrega de todos los italianos que iban con ellos. Alrededor de las siete de la tarde, cuando estaban revisando la documentación de los italianos, reconocieron disfrazado con ropas alemanas, a Benito Mussolini.

La noticia de la detención de il Duce (el caudillo), el dictador fascista que había gobernado con mano de hierro Italia entre 1922 y 1943, fue anunciada por la radio junto con la decisión del Comité de Liberación Nacional de ajusticiarlo “como un perro rabioso”. El 28 de abril fue fusilado, junto a su amante Clara Petacci. Sus cuerpos y los de otros jerarcas fascistas fueron trasladados a Milán y exhibidos en la Plaza Loreto, colgados cabeza abajo. La imagen recorrió el mundo y significó el golpe de gracia contra el fascismo en la Segunda Guerra Mundial.

De la revolución obrera al fascismo

Mussolini, había nacido en 1883 en Predappio, un pueblito cerca de Bolonia. Fue docente y militó en el socialismo, siendo un fervoroso ateo. En agosto de 1914, cuando comenzó la “Gran Guerra” interimperialista, el Partido Socialista Italiano (PSI) rechazó la posición mayoritaria de la Segunda Internacional (socialdemócrata) a favor de la intervención en la guerra. Pero Mussolini la apoyó y fue expulsado del PSI. En mayo de 1915 Italia entró en guerra y Mussolini fue incorporado al Regimiento 11 de los bersaglieri (infantería).

Tras la firma del armisticio, entre 1919 y 1920, el proletariado italiano protagonizó una revolución que sacudió el país. Era parte del ascenso provocado por la guerra, y que había logrado el triunfo de la Revolución Rusa en 1917. En Italia se tomaron las fábricas y se formaron consejos obreros (soviets), fundamentalmente en el norte industrial, en Milán y Turín. Pero la traición de los reformistas del Partido Socialista y la juventud e inexperiencia del nuevo Partido Comunista llevaron la revolución a una derrota.

El 23 de marzo de 1919 Mussolini fundó los Fasci de Combattimento (grupos de combate). El movimiento fascista fue creciendo hasta que en noviembre de 1921 se transformó en el Partido Nacional Fascista y Mussolini fue elegido diputado en Milán. Es que mientras la socialdemocracia adormecía a las y los trabajadores, entre la burguesía, la pequeña burguesía rural y urbana crecía la adhesión al fascismo.

La dictadura fascista

El 28 de octubre de 1922 Mussolini encabezó la “Marcha sobre Roma”. El rey Victor Manuel se apresuró a nombrarlo presidente del consejo de ministros. Así el fascismo se apoderó del poder. Mientras sus bandas actuaban con cachiporras, cuchillos y revólveres, se fue consolidando el régimen dictatorial. Para 1926 habían sido totalmente aplastadas las organizaciones obreras y de masas, y había miles y miles de exiliados y presos. El más célebre fue el dirigente comunista Antonio Gramsci.

En 1931 León Trotsky escribía: “El fascismo en Italia es producto directo de la traición de los reformistas a la insurrección del proletariado. Desde el fin de la guerra, el movimiento revolucionario italiano iba en alza y en septiembre de 1920 los obreros habían llegado a la ocupación de empresas y fábricas. […] La socialdemocracia tuvo miedo y retrocedió. [...] El aplastamiento del movimiento revolucionario fue la premisa más importante para el desarrollo del fascismo”.1

Durante más de una década, Mussolini gobernó con mano de hierro. Fue aliado incondicional de Adolf Hitler y el nazismo alemán desde que se comenzó a desarrollar en 1923, y luego de que tomara el poder en 1933. A pesar de su origen antirreligioso, en 1929 firmó los “Pactos de Letrán” con el cardenal Pietro Gasparri, otorgando independencia política al Vaticano y enormes privilegios para la Iglesia Católica, que aún subsisten. Desde entonces, il Duce contó con la bendición del papado para sus aventuras imperialistas y la represión. El Vaticano lo apoyó en la conquista de Abisinia (1935-36), en el envío de tropas, armas y aviones a Francisco Franco para aplastar la revolución obrera española, en las leyes contra los judíos de 1938.

La guerra y el triunfo antifascista

En 1939 Hitler comenzó su invasión que dio lugar al comienzo de la Segunda Guerra Mundial. Italia fue su gran aliada. Invadió Grecia y sumó tropas a la invasión a la Unión Soviética. Pero las complicaciones de Hitler para dominar Europa y el mundo tuvieron una expresión temprana en Italia.
En 1942 la inminencia de una invasión aliada en Sicilia, las penurias de las tropas y las malas condiciones de vida en el país, alimentaron un creciente malestar popular. El año culminó con el inicio de las actividades de las organizaciones de izquierda, de los partidos y los sindicatos obreros, que estaban en la clandestinidad. Las grandes huelgas de las fábricas Fiat en Turín comenzaron a extenderse a otras ciudades. Para los primeros meses de 1943, el movimiento huelguístico contra la guerra y las dificultades materiales dominaban el norte industrial, en demanda de reivindicaciones económicas y pacifistas, que desafiaban al régimen fascista. La victoria soviética sobre los ejércitos nazis en Stalingrado, en febrero, fortaleció la resistencia antifascista.

Con el desembarco aliado en Sicilia, gran parte de la burguesía y el monarca Víctor Manuel, encabezados por el “héroe” de Abisinia, el general Pietro Badoglio, dieron por cumplido el ciclo de Mussolini. El 25 de julio de 1943 lo arrestaron y lo recluyeron en una villa del Gran Sasso. Pero el 12 de septiembre un grupo de asalto alemán lo liberó y lo trasladó a Alemania. Poco después, Mussolini anunció la constitución de la «República de Saló», en Italia septentrional, ocupada por los alemanes.

En 1945, en medio del derrumbe de los ejércitos nazis, Mussolini viajó a Milán, en un intento de negociar su rendición ante los aliados. Se le exigió una rendición inmediata e incondicional. No la aceptó y cuando intentaba retirarse hacia el norte fue detenido por los partisanos que controlaban la zona. Su asesinato y el suicidio de Hitler dos días después, el 30 de abril, marcaron el fin del nazi-fascismo en la Segunda Guerra Mundial.

1. León Trotsky. “La lucha contra el fascismo en Alemania”. Tomo 1. Ediciones Pluma, Buenos Aires, 1973.

 

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