Escribe Francisco Moreira
El 28 de abril de 1945 Mussolini, el máximo jefe del fascismo italiano y socio incondicional de Adolf Hitler, era capturado y ajusticiado por partisanos (guerrilleros) de la resistencia antifascista. Su muerte y la de Hitler dos días después, marcaron el fin del nazi-fascismo en la Segunda Guerra Mundial.
Eran las seis y media de la mañana del 27 de abril de 1945 cuando el grupo de partisanos de la Brigada Garibaldi de la resistencia antifascista detectó un convoy alemán cerca de la localidad de Dongo, un municipio de la provincia de Como (Italia). Tras un intercambio de disparos, los alemanes accedieron a negociar. Los miembros de la brigada permitieron la retirada de los alemanes a cambio de la entrega de todos los italianos que iban con ellos. Alrededor de las siete de la tarde, cuando estaban revisando la documentación de los italianos, reconocieron disfrazado con ropas alemanas, a Benito Mussolini.
La noticia de la detención de il Duce (el caudillo), el dictador fascista que había gobernado con mano de hierro Italia entre 1922 y 1943, fue anunciada por la radio junto con la decisión del Comité de Liberación Nacional de ajusticiarlo “como un perro rabioso”. El 28 de abril fue fusilado, junto a su amante Clara Petacci. Sus cuerpos y los de otros jerarcas fascistas fueron trasladados a Milán y exhibidos en la Plaza Loreto, colgados cabeza abajo. La imagen recorrió el mundo y significó el golpe de gracia contra el fascismo en la Segunda Guerra Mundial.
De la revolución obrera al fascismo
Mussolini, había nacido en 1883 en Predappio, un pueblito cerca de Bolonia. Fue docente y militó en el socialismo, siendo un fervoroso ateo. En agosto de 1914, cuando comenzó la “Gran Guerra” interimperialista, el Partido Socialista Italiano (PSI) rechazó la posición mayoritaria de la Segunda Internacional (socialdemócrata) a favor de la intervención en la guerra. Pero Mussolini la apoyó y fue expulsado del PSI. En mayo de 1915 Italia entró en guerra y Mussolini fue incorporado al Regimiento 11 de los bersaglieri (infantería).
Tras la firma del armisticio, entre 1919 y 1920, el proletariado italiano protagonizó una revolución que sacudió el país. Era parte del ascenso provocado por la guerra, y que había logrado el triunfo de la Revolución Rusa en 1917. En Italia se tomaron las fábricas y se formaron consejos obreros (soviets), fundamentalmente en el norte industrial, en Milán y Turín. Pero la traición de los reformistas del Partido Socialista y la juventud e inexperiencia del nuevo Partido Comunista llevaron la revolución a una derrota.
El 23 de marzo de 1919 Mussolini fundó los Fasci de Combattimento (grupos de combate). El movimiento fascista fue creciendo hasta que en noviembre de 1921 se transformó en el Partido Nacional Fascista y Mussolini fue elegido diputado en Milán. Es que mientras la socialdemocracia adormecía a las y los trabajadores, entre la burguesía, la pequeña burguesía rural y urbana crecía la adhesión al fascismo.
La dictadura fascista
El 28 de octubre de 1922 Mussolini encabezó la “Marcha sobre Roma”. El rey Victor Manuel se apresuró a nombrarlo presidente del consejo de ministros. Así el fascismo se apoderó del poder. Mientras sus bandas actuaban con cachiporras, cuchillos y revólveres, se fue consolidando el régimen dictatorial. Para 1926 habían sido totalmente aplastadas las organizaciones obreras y de masas, y había miles y miles de exiliados y presos. El más célebre fue el dirigente comunista Antonio Gramsci.
En 1931 León Trotsky escribía: “El fascismo en Italia es producto directo de la traición de los reformistas a la insurrección del proletariado. Desde el fin de la guerra, el movimiento revolucionario italiano iba en alza y en septiembre de 1920 los obreros habían llegado a la ocupación de empresas y fábricas. […] La socialdemocracia tuvo miedo y retrocedió. [...] El aplastamiento del movimiento revolucionario fue la premisa más importante para el desarrollo del fascismo”.1
Durante más de una década, Mussolini gobernó con mano de hierro. Fue aliado incondicional de Adolf Hitler y el nazismo alemán desde que se comenzó a desarrollar en 1923, y luego de que tomara el poder en 1933. A pesar de su origen antirreligioso, en 1929 firmó los “Pactos de Letrán” con el cardenal Pietro Gasparri, otorgando independencia política al Vaticano y enormes privilegios para la Iglesia Católica, que aún subsisten. Desde entonces, il Duce contó con la bendición del papado para sus aventuras imperialistas y la represión. El Vaticano lo apoyó en la conquista de Abisinia (1935-36), en el envío de tropas, armas y aviones a Francisco Franco para aplastar la revolución obrera española, en las leyes contra los judíos de 1938.
La guerra y el triunfo antifascista
En 1939 Hitler comenzó su invasión que dio lugar al comienzo de la Segunda Guerra Mundial. Italia fue su gran aliada. Invadió Grecia y sumó tropas a la invasión a la Unión Soviética. Pero las complicaciones de Hitler para dominar Europa y el mundo tuvieron una expresión temprana en Italia.
En 1942 la inminencia de una invasión aliada en Sicilia, las penurias de las tropas y las malas condiciones de vida en el país, alimentaron un creciente malestar popular. El año culminó con el inicio de las actividades de las organizaciones de izquierda, de los partidos y los sindicatos obreros, que estaban en la clandestinidad. Las grandes huelgas de las fábricas Fiat en Turín comenzaron a extenderse a otras ciudades. Para los primeros meses de 1943, el movimiento huelguístico contra la guerra y las dificultades materiales dominaban el norte industrial, en demanda de reivindicaciones económicas y pacifistas, que desafiaban al régimen fascista. La victoria soviética sobre los ejércitos nazis en Stalingrado, en febrero, fortaleció la resistencia antifascista.
Con el desembarco aliado en Sicilia, gran parte de la burguesía y el monarca Víctor Manuel, encabezados por el “héroe” de Abisinia, el general Pietro Badoglio, dieron por cumplido el ciclo de Mussolini. El 25 de julio de 1943 lo arrestaron y lo recluyeron en una villa del Gran Sasso. Pero el 12 de septiembre un grupo de asalto alemán lo liberó y lo trasladó a Alemania. Poco después, Mussolini anunció la constitución de la «República de Saló», en Italia septentrional, ocupada por los alemanes.
En 1945, en medio del derrumbe de los ejércitos nazis, Mussolini viajó a Milán, en un intento de negociar su rendición ante los aliados. Se le exigió una rendición inmediata e incondicional. No la aceptó y cuando intentaba retirarse hacia el norte fue detenido por los partisanos que controlaban la zona. Su asesinato y el suicidio de Hitler dos días después, el 30 de abril, marcaron el fin del nazi-fascismo en la Segunda Guerra Mundial.
1. León Trotsky. “La lucha contra el fascismo en Alemania”. Tomo 1. Ediciones Pluma, Buenos Aires, 1973.
Nahuel Moreno, maestro y fundador de nuestra corriente trotskista, en referencia a la importancia de la unidad de acción para enfrentar al fascismo, decía: “El trotskismo se conformó como una corriente real del proletariado mundial, entre otras razones fundamentales porque era necesario lograr un frente de los partidos obreros para impedir, por métodos físicos, el triunfo del fascismo en cualquier país. Ante el peligro del triunfo fascista había que practicar una política muy parecida (a grandes rasgos idéntica) a la que los bolcheviques aplicaron frente a Kornilov -ante su intento de golpe de estado en Rusia-. En vez de luchar como objetivo inmediato por tomar el poder y derrotar a la burguesía, no se tenía la fuerza para hacerlo, era necesario pelear en forma inmediata para evitar que el fascismo tomara el poder, haciendo cualquier clase de acuerdo obrero y popular para ir a la lucha física, en las calles, con el fascismo, y derrotarlo en su terreno.
La Guerra Civil Española fue la máxima expresión de esa lucha para impedir el triunfo franquista, aunque las direcciones de las masas no la encararon con un criterio marxista revolucionario. Esas direcciones (los burgueses republicanos, con el Partido Socialista y el PC stalinista) quisieron circunscribir la lucha sólo al enfrentamiento entre el régimen democrático-burgués y el fascista. Y eso dentro de los cánones de la burguesía, respetando la propiedad privada y apoyándose en la policía y el ejército burgués. Los marxistas revolucionarios, en cambio, planteamos que era indispensable derrotar al fascismo a través de la unidad de todos los que estuvieran dispuestos a pelear contra él. Pero, al mismo tiempo, por la movilización del movimiento obrero y de masas, liquidar a los terratenientes y a la burguesía, poniendo bajo control de los trabajadores al aparato productivo, cambiando el carácter de clase del Estado. Esta sería la única forma de lograr una adhesión cada día mayor de los obreros y campesinos a la lucha contra el franquismo. Decíamos, en síntesis, que había que transformar la lucha en defensa del régimen burgués democrático en una lucha permanente por el socialismo”.1
1. Nahuel Moreno. “Revoluciones del siglo XX”. CEHuS, Buenos Aires, 2021. Disponible en www.nahuelmoreno.org
Escribe Francisco Moreira
El 22 de marzo de 1975, frente a un enorme operativo represivo y la detención de los dirigentes de la UOM de Villa Constitución, comenzó la respuesta obrera y barrial. La huelga sacudió al país y, luego de dos meses, fue derrotada. Su ejemplo y enseñanzas siguen presentes.
Desde comienzos de 1974, el país estaba sacudido por el accionar de las bandas fascistas alentadas por el gobierno peronista y numerosos conflictos de trabajadores que enfrentaban a las patronales, al gobierno y a la burocracia de la CGT. En la seccional Villa Constitución (provincia de Santa Fe) de la Unión Obrera Metalúrgica (UOM), la antiburocrática Lista Marrón, encabezada por Alberto Piccinini, había expulsado a la patota de Lorenzo Miguel de la conducción local.1 En noviembre de ese año, con el argumento que le daba el accionar de las organizaciones guerrilleras, Isabel Perón impuso el Estado de Sitio.
Para desbaratar un supuesto “complot subversivo”, el jueves 20 de marzo de 1975 el gobierno montó un enorme operativo represivo con la Policía Federal, Gendarmería, Prefectura y las policías provinciales en Villa Constitución, Zárate, Ledesma y otros puntos del país. En Villa Constitución se calcula que desplegó unos 4.000 efectivos que avanzaron sobre los barrios y la zona de las fábricas Acindar, Marathon y Metcon. Allanaron centenares de casas, clausuraron el local de la UOM y detuvieron a su conducción, a delegados y paritarios.
La población quedó conmocionada. A medida que corría la noticia en las fábricas se organizaron asambleas y se instaló la huelga de brazos caídos exigiendo la libertad de los detenidos.2
Dos meses de intensa lucha
Las bases reaccionaron vigorosamente con asambleas en los distintos turnos de las tres principales empresas, otras fábricas menores que se sumaron y la organización del Comité de Lucha. Se dispuso que sus integrantes no abandonaran las fábricas para evitar nuevas detenciones. Desde los barrios también empezó la organización solidaria. Fueron convocados los comerciantes y vecinos. El domingo 23 de marzo, un comando guerrillero asesinó en Rosario al subcomisario Telémaco Ojeda, destacado en Villa, al margen de la voluntad y decisión de los trabajadores.
El miércoles 26 de marzo, luego de una conferencia de prensa del Comité de Lucha, el gobierno intimó a los obreros a desalojar las plantas. Pero el conflicto continuó durante dos meses de heroica lucha, haciéndose fuerte en los barrios, donde se organizaron las compañeras de los trabajadores, con la colaboración de los comerciantes y se juntó plata para el fondo de huelga. La solidaridad se extendió a todo el país a medida que se fueron sumando comisiones internas antiburocráticas, centros de estudiantes y partidos de izquierda. Incluso, partidos patronales como la Unión Cívica Radical (UCR), el Movimiento de Integración y Desarrollo (MID), los demócratas progresistas y el Partido Intransigente (PI) hicieron declaraciones a favor de los huelguistas. Silvestre Begnis, gobernador de Santa Fe, recibió al Comité de Lucha.
Desde un primer momento, el Partido Socialista de los Trabajadores (PST), liderado por Nahuel Moreno, que ya tenía numerosos militantes presos, locales atacados por bombas y también asesinados por las bandas fascistas, como las Tres A, se volcó con todas sus fuerzas a impulsar la solidaridad con la huelga, en Villa, Rosario y todo el país. Dos de sus militantes, Oscar “Pacho” Juárez y “Pepe” Kalauz, trabajadores de Metcom, fueron elegidos por la asamblea para integrar el Comité de Lucha. El PST no solo se jugó al apoyo del conflicto, con su método unitario y respetuoso de las y los dirigentes que lo encabezaban. También mantuvo y siguió haciendo conocer fraternal y públicamente sus diferencias y críticas a la conducción de la Lista Marrón de Piccinini, vacilante ante la propuesta de la coordinación nacional y, durante el conflicto, ante el accionar descolgado de la guerrilla.
“Una huelga que hizo época”
Decía en su tapa el periódico del PST, Avanzada Socialista, en la edición del 24 de mayo de 1975, informando sobre la culminación de “la principal lucha librada bajo el actual gobierno”.3 El sábado 17 de abril se había realizado una asamblea con más de 2.500 trabajadores, que habían decidido mantener la huelga por tres días más, cuando estaba por cumplir los dos meses, para “seguirla adentro” si no se lograban abrir negociaciones. Durante el fin de semana hubo reuniones en los barrios para organizar la vuelta a las fábricas, pero entre la patronal y la represión impidieron el lunes una asamblea general.
Se volvió al trabajo sin lograr liberar a los dirigentes presos, se produjeron más detenciones. Entre ellos, los dirigentes del Comité de Lucha que eran del PST y varios dirigentes nacionales que estaban impulsando la solidaridad en la zona. La patronal avanzó con más de 500 despidos en esos días. El miércoles 30 de abril fue secuestrado y asesinado Rodolfo Mancini, joven obrero de Metcon.
Si la huelga fue derrotada a pesar de su fortaleza se debió a la férrea unidad del gobierno peronista, la patronal metalúrgica y la burocracia de Lorenzo Miguel. El PST destacó la necesidad de “superar el aislamiento” de la lucha mediante la coordinación. Pero, al mismo tiempo, señaló que “a medida que corrían los sesenta días de la lucha cada vez desaparecían más de las casas de los huelguistas las fotos de Perón, que antes eran el orgullo de casi todos los compañeros”.4
Los resultados adversos de la lucha de Villa no impidieron que muy poco después nuevos contingentes de trabajadores salieran a la lucha en todo el país, protagonizando el Rodrigazo, la primera huelga general contra un gobierno peronista, dando lugar a la caída del siniestro ministro de Bienestar Social de Isabel Perón, el “brujo” López Rega.
1. Ver Ricardo de Titto. Historia del PST. Tomo 2. CEHuS, Buenos Aires, 2018.
2. Ver periódicos Avanzada Socialista de Nº 140 a 147. Disponible en www.nahuelmoreno.org
3. Ver Avanzada Socialista de Nº 147, 24/05/1975. Disponible en www.nahuelmoreno.org
4. Ver Ricardo de Titto. Historia del PST. Tomo 3. CEHuS, Buenos Aires, 2024.
Escribe Francisco Moreira
El 2 de abril se cumple un nuevo aniversario del intento de recuperar las Islas Malvinas de manos del imperialismo inglés. Un episodio de la historia argentina que comenzó como una maniobra desesperada de la dictadura genocida, pero que rápidamente se transformó en un movimiento popular antiimperialista y culminó con la movilización que derrocó a los militares tras la infame rendición del 14 de junio de 1982.
Luego de seis años de brutal represión y entrega al imperialismo y a los grandes empresarios, el 30 de marzo de 1982 la CGT había protagonizado una gran movilización, que fue ferozmente reprimida, evidenciando el creciente descontento popular.
Tras la caída de la dictadura, los sucesivos gobiernos intentaron borrar de la memoria colectiva la inmensa movilización antiimperialista que se generó, la gigantesca solidaridad latinoamericana y, sobre todo, la lucha heroica de los soldados. Sin embargo, la traición de la dictadura quedó marcada a fuego en la consigna popular que recorrió la movilización de repudio al general Leopoldo Galtieri el mismo día de la rendición, que terminó provocando su renuncia: “Los pibes murieron, los jefes los vendieron”. La razón de fondo es que los genocidas prefirieron capitular antes que enfrentar el riesgo de ser desbordados por la movilización popular. Por eso mantuvieron sus métodos represivos y la corrupción hasta el final. Incluso en las islas, los soldados sufrieron torturas y malos tratos por parte de la oficialidad. Un personaje abyecto como Alfredo Astiz se rindió sin disparar un solo tiro.
La “desmalvinización” está íntimamente ligada a los gobiernos patronales que se arrodillan ante los dictados del FMI y el imperialismo. Hoy, el gobierno ultraderechista de Javier Milei -quien expresó su admiración por Margaret Thatcher, primera ministra de Inglaterra durante la guerra- sostiene un brutal plan de entrega, saqueo y dependencia frente a Trump y el imperialismo.
Por eso, hoy más que nunca, la lucha antiimperialista sigue vigente. Seguimos diciendo: ¡Fuera ingleses de Malvinas! ¡Fuera yanquis de América Latina! Esta pelea está estrechamente unida a la lucha por romper con el FMI, dejar de pagar la ilegal y fraudulenta deuda externa y avanzar en la expropiación de las multinacionales y bancos imperialistas. Son puntos fundamentales para romper los lazos económicos y políticos que nos someten al imperialismo.
En este nuevo aniversario, desde estas páginas rendimos homenaje a los héroes de Malvinas, a los 649 caídos en la lucha contra el invasor imperialista, quienes, junto a las y los 30.000 detenidos desaparecidos, deben ser considerados héroes y mártires de la lucha por la liberación nacional y social, y por nuestra Segunda y definitiva Independencia.
Escribe Federico Novo Foti
A fines de febrero de 1965 caía asesinado Malcolm X, uno de los más destacados líderes de la rebelión afroamericana de la década del ‘60 en Estados Unidos. Su figura aún genera controversia, pero es un símbolo innegable de la lucha contra el racismo y el capitalismo. Hoy, bajo el gobierno de Donald Trump, la opresión racista capitalista continúa.
Malcolm Little nació el 19 de mayo de 1925 en Omaha, estado de Nebraska, en Estados Unidos. Fue el séptimo de diez hermanos, hijo de Louise y el pastor bautista Earl Little, seguidores del nacionalista afroamericano Marcus Garvey, quien preconizaba el “orgullo negro” y consideraba que los afrodescendientes nunca lograrían la libertad e independencia en Estados Unidos, por lo que promovía “el retorno a África”. El movimiento de Garvey era una de las reacciones (equivocada, por cierto) a la opresión y explotación capitalista que aún en pleno siglo XX se sufría sin importar la emancipación legal conquistada en 1863. Aún eran sometidos por leyes de segregación en los barrios, escuelas, cafeterías, transporte público y otros, que mantenían la discriminación racial bajo la doctrina “separados pero iguales”.1
En aquellos años de la “gran depresión” económica capitalista, el activismo del reverendo Little pronto le traería grandes peligros. Su familia debió mudarse de ciudad en varias ocasiones por las amenazas racistas del Ku Klux Klan (KKK) y la Legión Negra, bandas armadas ultranacionalistas que sostenían la supremacía blanca a fuerza de linchamientos. En 1929, incendiaron hasta los cimientos la casa de la familia Little en Lansing, estado de Michigan. En 1931 fue asesinado Earl y, pocos años después, Louise fue internada en un hospital psiquiátrico.
En ese clima de pobreza, racismo y abandono creció y se fue extraviando Malcolm. No es de extrañar que a sus 21 años fuera encarcelado en la prisión estatal de Charlestown, después de haber sido camarero ferroviario y en clubes nocturnos de jazz de Boston y Nueva York, donde incursionó en el mundo delictivo. En aquellos años forjaría la idea de “no tener compasión por una sociedad que primero aplasta a los hombres y luego los castiga por no ser capaces de soportar la prueba”.2
La rebelión de los afroamericanos
Fue durante los siete años que pasó encarcelado en distintas prisiones estatales que conoció y adhirió a la Nación del Islam, una organización religiosa musulmana cuyo líder, Elijah Muhammad, predicaba “la religión natural del hombre negro”. Aquella organización atraía cada día a una mayor cantidad de adeptos, difundiendo entre la población afroamericana que sus sufrimientos provenían del “demonio blanco”. Como consecuencia, sostenían el separatismo negro, rechazando cualquier posibilidad de integración “al mundo blanco”.
En 1952, Malcolm salió de prisión convertido en un fervoroso predicador de los “musulmanes negros” y, como símbolo de su nueva identidad, adoptó por apellido una “x”, para denunciar que los afrodescendientes desconocían el nombre de sus antepasados, borrado por los esclavistas.
En 1955 estalló la rebelión de la comunidad afroamericana de Montgomery, capital del estado sureño de Alabama, cuando Rosa Parks, una costurera negra de 43 años, se sentó en el sector “blanco” de un ómnibus y fue detenida en nombre de la ley de segregación de la ciudad. El hecho puso en marcha un masivo movimiento que rápidamente se extendió a todo el país. Las autoridades locales y federales tomaron represalias, procesando y encarcelando a muchos de los líderes. Los segregacionistas recurrieron a la violencia, pero no pudieron detener el movimiento de protesta, que en los años siguientes creció con masivas reuniones parroquiales y llamados a la lucha y el sacrificio por la libertad e igualdad.
Desde Montgomery emergió la figura de Martin Luther King, un ministro de la iglesia bautista de 27 años, destacado orador que alentó el movimiento de integración y resistencia pacífica contra el racismo.3 Fue él, junto a otros líderes del movimiento por los derechos civiles, quien convocó en agosto de 1963 a la histórica marcha sobre Washington para protestar contra la falta de respuestas a la discriminación racial. Más de 250.000 personas escucharon con gran emoción el célebre discurso de King que comenzó diciendo: “Yo tengo un sueño”.4 El presidente J. F. Kennedy no vio con malos ojos la iniciativa, apostando a que serviría para canalizar el creciente anti racismo por vías institucionales.
Pero mientras el Congreso y la Corte Suprema otorgaban algunas concesiones, la represión del gobierno y los feroces ataques y asesinatos perpetrados por bandas segregacionistas arreciaba. Las revueltas y disturbios se sucedieron en Los Ángeles, Chicago y Cleveland. Así el pacifismo y la no violencia fueron cediendo lugar a posiciones que reclamaban una lucha más dura y la organización para la autodefensa. Fue Malcolm X, orador carismático, quien mejor expresó aquellas ideas: “no la llamo violencia cuando es en defensa propia, la llamo inteligencia”.5
Un hecho convirtió a Malcolm X en un líder de talla nacional. En abril de 1957, Johnson Hinton, un miembro de la iglesia de Harlem donde Malcolm era ministro, fue golpeado salvajemente y detenido por la policía cuando intervino para evitar que apalearan a otro hombre afroamericano. Malcolm se presentó en la comisaría y exigió asistencia médica, mientras cientos de sus seguidores esperaban fuera en formación disciplinada. Tras los policías consentir el reclamo, Malcolm disolvió la manifestación con un leve gesto de su mano. La noticia corrió como reguero de pólvora. El gobierno, temeroso de las repercusiones que podía tener entre la comunidad afroamericana, no tardó en tildarlo de “extremista” y de “incitar a los negros a la revolución”.
Evolución y asesinato de Malcolm X
Entre 1959 y 1963, Malcolm fue a Egipto, Sudán y Ghana. Los viajes provocaron una fuerte impresión en él, cuyo activismo político fue relegando a su prédica religiosa. Esto lo llevó a chocar con los líderes de la Nación del Islam y finalmente a romper en marzo de 1964, cuando descubrió los abusos cometidos por Muhammad contra mujeres de la organización. Ese año, además de fundar la Mezquita Musulmana, creó la Organización de Unidad Afroamericana, un espacio que reflejaba su progresivo alejamiento del separatismo negro y su cercanía a sectores no religiosos de la lucha anti racista, incluidos estudiantes, sindicalistas, activistas comunistas y socialistas.
El contacto con los movimientos de liberación nacional africanos, tras un nuevo viaje en 1964, lo llevaron a adoptar un enfoque más internacionalista y solidario con las luchas anti imperialistas de Vietnam, Congo, Palestina y a apoyar a la revolución cubana. En 1964 e inicios de 1965, participó del Militant Labor Forum, evento auspiciado por el Socialist Workers Party (SWP) en Nueva York. Rechazó tanto al Partido Republicano como al Demócrata, sosteniendo un posición cada vez más anti capitalista: “no se puede tener capitalismo sin racismo […] y si encuentra alguna persona que asegura no dar cabida al racismo en sus lineamientos, generalmente se trata de un socialista”.6
El 21 de febrero de 1965, cuando realizaba un discurso en el Audubon Ballroom de Manhattan, cayó muerto por las balas que dispararon tres hombres que se encontraban entre el público. Por el hecho fueron detenidos tres miembros de la Nación del Islam, pero aún hoy existen dudas sobre su autoría. Su muerte truncó la evolución hacia posiciones anticapitalistas y socialistas. Sin embargo, a pesar de sus limitaciones religiosas y sectarias, fue un consecuente luchador contra la opresión racista que aún hoy, bajo el gobierno de Donald Trump sufren las comunidades afrodescendientes en Estados Unidos.
1. Howard Zinn. La otra historia de Estados Unidos. Siglo XXI, México, 2010.
2. Malcolm X. Una autobiografía contada por Alex Haley. Capitán Swing, Madrid, 2015.
3. Ver El Socialista Nº 241, 27/03/2013
4, Disponible en www.youtube.com
5. Malcolm X. “Discurso ante trabajadores del cuerpo de paz” (12/12/1964). Disponible en www.malcolmxfiles.com
6. Malcolm X. “Discurso del 29 de mayo de 1964” (29/05/1964). Disponible en www.malcolmxfiles.com