Apr 27, 2024 Last Updated 1:46 AM, Apr 27, 2024

Escribe Federico Novo Foti
 
En 1933 el vicepresidente argentino Julio A. Roca (hijo) y el encargado de negocios británico Walter Runciman firmaron un acuerdo leonino contra nuestro país en favor de Gran Bretaña. La Argentina pasó a ser una semicolonia expoliada por el imperialismo británico. En la actualidad, la lucha contra los acuerdos de saqueo y ajuste imperialista sigue vigente.
 
En mayo de 1933 se firmó el pacto Roca-Runciman, un escandaloso “estatuto del coloniaje” de nuestro país. En la firma del acuerdo, Argentina estuvo representada por el entonces vicepresidente, Julio A. Roca (hijo), quien con orgullo sintetizó su gestión diciendo que “la Argentina es, por su interdependencia recíproca, desde el punto de vista económico, una parte integrante del Reino Unido”.1 Por el lado británico, estuvo Sir Walter Runciman, presidente del British Board of Trade.

El acuerdo, auspiciado por el presidente conservador Agustín P. Justo y refrendado por el Congreso Nacional (Ley 11.693), implicó que, a cambio de que Argentina pudiera seguir vendiendo carnes a Gran Bretaña, ésta pasaría a controlar el producto de exportación más importante de nuestro país por medio de un trust ligado al mercado británico de Smithfield en Londres. Reservó para los frigoríficos extranjeros, en su mayoría británicos (Swift, Armour y Anglo-Ciabasa), el 85% de la cuota de exportación de carnes, relegando a las empresas argentinas. Además, se estableció que la totalidad de las divisas (libras esterlinas) generadas por las compras realizadas por los ingleses a la Argentina debía destinarse a la importación de productos británicos. El acuerdo definió a Gran Bretaña como “nación privilegiada”. Paralelamente se firmó un protocolo y una serie de pactos subsidiarios, algunos secretos, que establecieron que las mercaderías inglesas, como el carbón, quedarían “libres de derechos” (impuestos); la disposición a comprar los ferrocarriles y la compañía de gas en manos británicas, pero bajo las condiciones que ellos quisieran; y la creación de la Corporación de Transporte de Buenos Aires, para ampliar los beneficios del monopolio inglés en subtes y trenes, entre otros puntos.2

Argentina, semicolonia de Gran Bretaña

El 24 de octubre de 1929 quebró la Bolsa de Nueva York en Wall Street. Era el inicio de una crisis económica nunca vista hasta el momento, que sacudió a todo el mundo capitalista. Durante muchos años se sintieron los efectos devastadores de la crisis de la economía capitalista mundial. Todos los grandes países imperialistas buscaron protegerse y sortear la crisis replegándose en un proyecto de autoabastecimiento para incentivar la producción interna, reduciendo el comercio internacional un 60%.

Pero Gran Bretaña fue el primer país imperialista en recuperarse porque pudo usufructuar su posición mayoritaria en el comercio mundial y su vasto imperio colonial. Desde esa posición, redobló el saqueo de los países que dominaba y oprimía. Entre julio y agosto de 1932 en Ottawa (Canadá), Gran Bretaña reunió a sus colonias y excolonias en la “Conferencia Económica Imperial”. Para paliar su propia crisis, Inglaterra pactó con las grandes burguesías del “Commonwealth” (Canadá, Australia, Nueva Zelanda, Sudáfrica, India, entre otras) un régimen preferencial de comercio, férreo y cerrado, donde todos se comprometían a comprar y vender con la “privilegiada” metrópoli.

El pacto Roca-Runciman fue el reflejo particular de los acuerdos de Ottawa en nuestro país. Cabe recordar que desde los inicios de la historia de nuestro país independiente existió una presencia de los intereses imperialistas ingleses. A partir de 1880 pegó un salto la dependencia de nuestro país con Gran Bretaña. Capitales ingleses dominaban el sistema ferroviario. Poco tiempo después, acapararon los grandes frigoríficos y el petróleo, además de tener intereses financieros y en otros rubros. Pero en la llamada “Década Infame” (1930-1943), especialmente bajo el gobierno de Agustín P. Justo y de la mano de la oligarquía terrateniente, con los acuerdos iniciados por el pacto Roca-Runciman, el país pasó a ser una “semicolonia” británica. Es decir, un país políticamente independiente, pero cuya economía comenzó a ser controlada y sometida por el imperialismo inglés.3

El pacto Roca-Runciman provocó cambios profundos en la estructura económica y social del país. Se profundizó el proceso de concentración de todas las ramas de la actividad económica. La oligarquía argentina, beneficiaria del sometimiento a los capitales británicos, tuvo como su mayor exponente al Grupo Bemberg, el trust de la cerveza “Quilmes”, que actuaba como intermediario de los préstamos entre la banca internacional, la nación y las provincias. También se beneficiaron Bunge y Born y Dreyfus, los monopolios de la venta de cereales. El tanino quedó esencialmente en manos inglesas, bajo la tristemente célebre La Forestal. En medio de esa situación también comenzó a darse un incipiente desarrollo de la industria, obligado por la falta de divisas y alentado por el control de cambios. Aumentó en la ciudad la mano de obra corrida del campo, producida por la crisis de la pequeña y mediana agricultura. De modo que, ligada a los terratenientes, comenzó a surgir a mediados de la década de 1930 una burguesía industrial, que iba ocupando los huecos que existían por el cerrado dominio imperialista.
 
Por la segunda y definitiva independencia

La decadencia de Gran Bretaña fue debilitando su dominio sobre nuestro país y el mundo. Después de la Segunda Guerra Mundial emergió como nuevo imperialismo dominante Estados Unidos. En nuestro país, tras el “golpe gorila” de 1955, la Argentina volvería a ser una semicolonia, desde entonces sometida al nuevo amo norteamericano. El control de nuestra economía y la entrega de los recursos naturales en favor de multinacionales yanquis y de otros países imperialistas se profundizó. Nuevos pactos o acuerdos, establecidos por los sucesivos gobiernos patronales con organismos de crédito internacionales, como el FMI y el Banco Mundial, consolidaron el mecanismo de la deuda externa como un pilar fundamental del saqueo, el ajuste y la explotación capitalista en nuestro país.  La decadencia argentina va de la mano de la penetración y el sometimiento de nuestra economía al imperialismo. Por eso la lucha antiimperialista y la necesidad de lograr una segunda y definitiva independencia, la económica, sigue planteada como una de las grandes tareas en la pelea por lograr un gobierno de trabajadores y trabajadoras, que termine con el capitalismo y por el socialismo.
 
1. Ver Milcíades Peña. Masas, caudillos y elites. Ediciones Fichas, Buenos Aires, 1973.
2. Ver Nahuel Moreno. Método de interpretación de la historia Argentina. Ediciones El Socialista, Buenos Aires, 2012 o en nahuelmoreno.org
3.  Idem.

Escribe Federico Novo Foti

En 1935, surgida de las filas del partido radical, se fundó Fuerza de Orientación Radical de la Joven Argentina (FORJA). Estaba integrada por intelectuales opositores al gobierno de Agustín P. Justo que investigaron y denunciaron el dominio imperialista. Uno de sus más destacados miembros fue Raúl Scalabrini Ortiz. De los forjistas surgió la definición del pacto Roca-Runciman: el “estatuto legal del coloniaje”. Sus investigaciones expusieron los negociados con el imperialismo y a sus cómplices nacionales. En la década siguiente, desencantados con su proyecto de “recuperar al radicalismo”, la mayor parte de ellos se sumó al naciente peronismo.

El peronismo kirchnerista se reivindica heredero del forjismo y de sus principales figuras. Sin embargo, no cuestiona el “coloniaje” en el siglo XXI que significa el acuerdo del gobierno con el FMI. Cristina incluso reivindica como un acto de “soberanía” el pago de la deuda con el FMI en 2005, en tiempos de Néstor Kirchner. Ahora dice que fue “descabellado” el préstamo que recibió Macri en 2019. Pero avala su pago y el “recalibrado” impulsado por el gobierno para seguir pagando a costa del saqueo y el ajuste que sufre el pueblo trabajador. También, propone usar recursos de un eventual superávit comercial para seguir pagando. El kirchnerismo es doble discurso y más sometimiento al imperialismo.

 


Escribe Federico Novo Foti

En 1890, la II Internacional convocó al 1° de Mayo como jornada de lucha obrera, internacionalista y socialista, exigiendo la reducción a ocho horas de la jornada laboral. La elección de la fecha buscaba reivindicar la huelga del 1° de mayo de 1886 en la que miles de obreros y obreras estadounidenses habían parado cinco mil fábricas con esa consigna. Era también un homenaje a los “mártires de Chicago”, los obreros anarquistas y socialistas ejecutados en noviembre de 1887 como parte de la violenta reacción de las patronales y el gobierno yanqui contra aquella heroica huelga.

En nuestro país, el 1° de mayo de 1890 se reunieron tres mil trabajadores en el Prado Español (barrio de Recoleta). Los oradores, socialistas y anarquistas, tomaron la palabra y reivindicaron la jornada laboral de ocho horas, la prohibición del trabajo infantil y la suspensión del trabajo a destajo, entre otros reclamos. Gigantescas movilizaciones acompañaron los actos del 1° de Mayo en la primera década del siglo XX. En los años ´20 y ´30 el avance de direcciones reformistas en el movimiento obrero, del Partido Socialista, y del estalinista Partido Comunista, fueron transformando el 1° de mayo de una jornada obrera, internacionalista y socialista en un día “democrático”, de apoyo a los gobiernos o sectores patronales “progresistas”.

En 1947, el peronismo en el gobierno oficializó la “fiesta del trabajo y la lealtad”. Un día de festejo, bailes y desfiles. Intentaron barrer la histórica jornada internacional de lucha de la clase obrera por sus reclamos y por el socialismo.

Hoy, en pleno siglo XXI, en nuestro país y en todo el mundo, la lucha del 1° de Mayo sigue vigente. Los planes de ajuste de los sucesivos gobiernos y el FMI, al servicio de los usureros internacionales, el saqueo y las multinacionales, han provocado retrocesos en las condiciones laborales. Las “ocho horas de trabajo, ocho horas de tiempo libre y ocho de descanso” se han perdido para miles de trabajadores precarizados o en negro. Incluso, para muchos en blanco en nuestro país. Pero el movimiento obrero no ha sido derrotado, y sigue dando heroicas batallas en nuestro país y en todo el mundo. Por eso, este 1° de Mayo volveremos a gritar: ¡Plata para trabajo, salario, jubilaciones y mejores condiciones laborales, no para la deuda y el FMI! ¡Qué la crisis la paguen los capitalistas! ¡Por un gobierno de la izquierda y las y los trabajadores! ¡Por el socialismo mundial!

Escribe Federico Novo Foti

Entre el 19 de abril y el 23 de mayo de 1943 se produjo el levantamiento del gueto judío de Varsovia, ubicado en la capital polaca ocupada en la Segunda Guerra Mundial por los nazis. Fue violentamente reprimido hasta dejar el lugar en ruinas. Dos años después, el nazi-fascismo era aplastado por la creciente resistencia popular y el avance del Ejército Rojo y los aliados.
 
El 1° septiembre de 1939 comenzó la Segunda Guerra Mundial, cuando los ejércitos alemanes invadieron Polonia. Días antes, los ministros de Asuntos Exteriores de Adolf Hitler y José Stalin habían celebrado un infame pacto de no agresión entre la Alemania nazi y la Unión Soviética (URSS), que incluía la partición y reparto de Polonia por ambos países. El 8 de septiembre, las tropas alemanas alcanzaron Varsovia, la capital polaca. El 17 de septiembre, la región oriental fue invadida por la URSS. Polonia, como tal, había dejado de existir.

Polonia fue uno de los países más castigados por la barbarie nazi, en particular su numerosa población judía. Allí gobernó el carnicero Hans Frank, quien instaló la sede del “gobierno central” en Cracovia, la segunda ciudad polaca en importancia. Frank fue uno de los más entusiastas impulsores de la “solución final”, es decir, de los campos de exterminio. Fueron igualmente víctimas del nazismo los gitanos, eslavos, comunistas, homosexuales y todo opositor a la contrarrevolución nazi y su “modelo ario”.
 
El gueto y el exterminio del pueblo judío

En Varsovia vivían unos 380.000 judíos, muchos de ellos llegados en distintas olas migratorias, provenientes de regiones orientales, huyendo de la pobreza, la represión y las matanzas desde la época del imperio de los zares rusos. Entre ellos había trabajadores, campesinos, comerciantes, artesanos, profesionales y hasta grandes empresarios, como el grupo judío propietario de la fábrica de montaje de autos bajo licencia de General Motors.[i]   

Los primeros decretos del gobierno nazi de Frank definieron que ningún judío sería dueño de su propio destino. Congeló sus cuentas bancarias, les fueron arrebatados comercios y empresas, los sometió a humillaciones diarias y trabajos forzados. Desde diciembre de 1939 todos los judíos debían lucir en la manga derecha una banda blanca con la estrella de David. En abril de 1940, se comenzó a aislar el barrio judío con la excusa del surgimiento de una epidemia de tifus. En noviembre comenzó la “limpieza étnica” de la ciudad. Miles de familias judías de Varsovia y otras localidades fueron obligadas a abandonar sus casas y dirigirse al “gueto” en el barrio judío, ahora cerrado por once kilómetros de murallas. En 300 hectáreas habitables del gueto llegaron a vivir hacinadas medio millón de personas. En ese infierno se instaló la muerte por hambruna, enfermedades, ajusticiamientos arbitrarios y todo tipo de vejámenes. Estaba prohibido salir del gueto. Solo lo hacían, en medio del mayor control militar, aquellos que debían desplazarse a trabajar en otras zonas de la ciudad. El Consejo Judío (Judenrat) y la denominada “policía judía”, constituidos por hombres de la clase alta judía colaboracionista, quedaron encargados de hacer cumplir las leyes nazis en el gueto.

A inicios de 1941 comenzaron a llegar a Varsovia noticias de que en la ciudad de Chelmno habían asesinado a unos 40.000 judíos procedentes de Lodz, en lo que se describía como un “campo de exterminio”. Luego de comenzada la invasión nazi a la URSS, en junio de 1941, se supo de asesinatos masivos en Ucrania y Bielorrusia. En marzo de 1942 fue destruido el gueto de Lublin. El 22 de julio llegó la orden de que todos los judíos “no productivos” de Varsovia debían trasladarse hacia un lugar indeterminado en la frontera oriental. Comenzaba la “Gran Deportación”. Todos los días, unas 6.000 personas eran subidas a trenes con dirección a Sokolow, un cruce ferroviario que llevaba a Treblinka. Judíos prófugos confirmaron que el verdadero destino era la muerte en ese campo de exterminio. El 21 de septiembre cesó la acción de expulsión. Quedaron recluidos en el gueto tan sólo 33.700 judíos, que trabajaban en fábricas y tiendas alemanas. Sumados a los que sobrevivían clandestinamente, escondidos en sótanos y túneles de alcantarillado, eran unas 60.000 personas. En siete semanas habían sido trasladadas y asesinadas unas 300.000 personas. Un verdadero genocidio.

El levantamiento

Desde el comienzo mismo de la ocupación nazi, comenzaron las primeras acciones de la resistencia polaca. En el gueto de Varsovia, a principios de 1942, había comenzado a instalarse entre la juventud la idea de preparar un levantamiento armado. Un planteo rechazado por el Consejo Judío y la mayoría de los partidos políticos y líderes judíos. El 28 de julio se constituyó la Organización Judía de Combate. Para el 20 de octubre, tras la “Gran Deportación”, la Organización Judía de Combate se convirtió en la máxima autoridad del gueto. Clandestinamente se organizaron en pequeños grupos de hombres y mujeres, sionistas, socialistas, comunistas y trotskistas. Estos últimos, que participaron activamente hasta el final, editaban el periódico “Bandera Roja” (Czorwony Sztandard). Sólo los líderes ortodoxos del partido religioso Agudas Israel se negaron a unirse. En aquellas espantosas condiciones de vida, fueron haciendo milagros para conseguir y almacenar alimentos, armas y municiones, cobrando impuestos “especiales” a los más ricos.

El 19 de abril de 1943, cuando un batallón nazi se disponía a entrar al gueto para realizar nuevas deportaciones, comenzó el levantamiento. Con unos pocos explosivos, cócteles molotov, fusiles, pistolas y algunas metralletas, los judíos lograron repeler el primer ataque nazi. El general de las SS Jürgen Stroop se puso al mando de la represión y rápidamente ordenó recurrir a la artillería pesada y los lanzallamas. Fueron incendiando cada sector del gueto, para luego inundar las alcantarillas y arrojar gases lacrimógenos por sus bocas. El 16 de mayo a la noche volaron la Sinagoga. Unos días después sólo quedaba el humo y algunos incendios. A pesar de su valiente resistencia, los judíos sufrieron unas 11.000 muertes y el levantamiento fue derrotado a finales de mayo.

La lucha heroica del gueto de Varsovia no fue en vano. En 1943 había comenzado el inicio del fin del nazismo. Poco antes del levantamiento del gueto de Varsovia, el 1° de febrero, el triunfo del Ejército Rojo en la batalla de Stalingrado marcó un punto de inflexión en la Segunda Guerra Mundial (ver El Socialista N° 554). Un nuevo impulso comenzó a recorrer la resistencia de los pueblos europeos. El nazismo comenzaba su retroceso y caída final. Al año siguiente fueron expulsados de Polonia y en mayo de 1945 cayó Berlín, derrotando al nazismo como la expresión más brutal del capitalismo imperialista.

1. Todos los datos fueron tomados de Matthew Brzezinski. “El ejército de Isaac”. Capital Intelectual, Buenos Aires, 2013.

El dirigente trotskista argentino Nahuel Moreno estudió la Segunda Guerra Mundial con el objetivo de sacar enseñanzas útiles para las futuras generaciones de revolucionarios. Definió a la Segunda Guerra Mundial como “el intento de extender la contrarrevolución [nazi] fascista imperialista a todo el mundo”.1 En la lucha contra el nazi-fascismo destacó “como una de las grandes gestas del proletariado mundial la lucha del gueto de Varsovia contra los nazis”.2 Señaló la importancia de que los revolucionarios intervinieran en las luchas democráticas, a pesar de la participación de corrientes burguesas. Dio el ejemplo de que “[en el gueto] había un ala izquierda que presionaba por la lucha, y todos los grandes dignatarios del gueto estaban en contra. El gueto [se levanta] cuando el ala burguesa, los rabinos, todos los que colaboraban con los nazis se dan cuenta de que a ellos también los meten en los trenes y los matan. Entonces, cuando se avivan de eso, dan un vuelco y le dan la razón a la juventud. Entonces la propia revolución se transforma en socialista: hay que repartir los alimentos, etcétera.”3 Este proceso fue abortado por la derrota del levantamiento. Pero Moreno llamó a comprender la profunda enseñanza que dejó a los revolucionarios sobre la necesidad de intervenir en las luchas democráticas bajo el capitalismo imperialista en la pelea por lograr gobiernos de trabajadores y el socialismo.

1. Nahuel Moreno. “Revoluciones del siglo XX”. Antídoto, Buenos Aires, 1986. Ver en nahuelmoreno.org
2. Idem.
3. Nahuel Moreno. “Escuela de cuadros. Argentina 1984.” Ediciones Crux, Buenos Aires, 1992. El Socialista Ver en nahuelmoreno.org

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