En la primera escala de su viaje camino a Hangzhou, ciudad china donde se celebró el evento, ya Macri había aprovechado la parada técnica para reunirse con el Emir de Qatar y ofrecerle agroalimentos a cambio de la ampliación de la importación de gas licuado. Una factura más a pagar producto del desastre energético.
Pero el gran paquete de negocios quedaba reservado para sus reuniones con funcionarios y empresarios chinos. Macri demuestra que va a continuar, corregida y aumentada, una relación económica que se ha demostrado altamente desfavorable para nuestro país. Durante toda la época kirchnerista, de 2003 a 2015, mientras nuestras exportaciones se duplicaban (de 2.576 a 5.174 millones de dólares), las importaciones chinas a la Argentina crecían de 743 a 11.749 millones. En este terreno la visita no deparó nada nuevo: el presidente Macri insistió en que quiere que nuestro país siga proveyendo alimentos a China, a lo sumo con “algo más de valor agregado”.
Pero el corazón de la visita no estaba en el comercio exterior, sino en las inversiones de empresas chinas en la Argentina. A fin de cuentas, como explicó el embajador argentino en el país asiático, el menemista Diego Guelar: “los proyectos de inversión de China en la Argentina suman 25.000 millones de dólares. La República Popular China es nuestro principal banquero de inversión”.
Pero en la reunión entre Macri y el presidente chino Xi Jinping, y en las posteriores con los empresarios, quedó claro cuáles son las áreas de interés estratégico del gigante asiático en nuestro país: granos y alimentos en general (incluyendo pesca en el Mar Argentino), minería y energía (en particular Vaca Muerta, pero también áreas petroleras offshore). Sintetizando: todo aquello que puedan saquear de nuestros recursos renovables y no renovables.
Yendo a los “negocios concretos”, están los que son continuidad directa del kirchnerismo, como las dos represas en Santa Cruz a ser construidas por la empresa Gezhoua, la del Chihuido en Río Negro en asociación con Eurnekian, las tres centrales atómicas y la base espacial en Neuquén, todas “inversiones” fuertemente sospechadas de estar cruzadas por cuantiosas coimas y con dudosos estudios de impacto ambiental.
También llaman la atención las inversiones nuevas, de las cuales las más importantes parecen ser las del Grupo Sany. Esta multinacional privada china ya está anotada en la licitación de energías renovables que se está realizando en estos días en nuestro país. Pero además propone instalar en Argentina dos plantas para la construcción de viviendas premoldeadas. La propuesta, recibida con entusiasmo por el presidente Macri, resulta una burla en un país que tiene una industria de la construcción en caída libre y donde 60.000 trabajadores acaban de perder sus puestos de trabajo. Como ya lo sabemos por experiencia propia tras la compra de trenes chinos por el kirchnerismo, la “inversión” viene con sus propios trabajadores chinos. Y, en el caso de tomar trabajadores argentinos, las intenciones de la empresa están clarísimas, en palabras de su presidente Wenbo Xian: “la lentitud es nuestro enemigo. Los sindicatos están para cooperar y no para confrontar”. El grupo Sany vendría a la Argentina a imponer las relaciones laborales de superexplotación a que está acostumbrado en el país asiático.
No resulta extraño que el presidente Macri se sienta entusiasmado ante todas estas “oportunidades”. Al fin de cuentas, sus planteos de “aumentar la productividad” y “bajar los costos laborales” coinciden con las prácticas que se llevan adelante en China, regido por una feroz dictadura capitalista.
Al igual que cuando lo visitaban los Kirchner, nada bueno vendrá para los trabajadores de estas promesas de inversiones chinas, se hagan realidad o no. Lo único concreto es el plan de ajuste, desempleo y baja del salario real que está llevando adelante el macrismo y la necesidad de seguir luchando hasta derrotarlo.