Escribe: Adolfo Santos
Los italianos están viviendo una tragedia anunciada. Son décadas de gobiernos capitalistas corruptos saqueando el país en medio de una economía estancada y un crecimiento exponencial de la pobreza. Esa política, que fue reduciendo los presupuestos sociales a niveles insoportables, destruyó la salud pública. Eliminaron camas y cargos médicos especializados, cerraron puestos de trabajo y redujeron los salarios, generando un escenario ideal para la instalación de esta tragedia.
Por eso, de los de arriba no hay nada que esperar. Frente a la desidia del gobierno y los patrones, en complicidad con dirigentes sindicales burocráticos, los propios trabajadores empezaron a buscar una respuesta para protegerse de la pandemia. En el norte, donde se concentran las principales fábricas del país, como Fiat, Whirlpool, AST, entre otras, comenzaron a movilizarse y a realizar huelgas espontáneas para exigir el cese de las actividades que no fueran esenciales y protocolos que establezcan medidas de seguridad para resguardar sus vidas y las de sus familias. La propia Ferrari, que aseguraba que iba a mantener la producción "adoptando medidas de seguridad", fue obligada a cerrar sus plantas de Módena y Maranello.
Una exitosa huelga general
En ese marco, el 25 de marzo se llevó a cabo una exitosa huelga general convocada por la USB (Unidad Sindical de Base). Miles de trabajadores se sumaron a la medida exigiendo el cierre de fábricas para evitar un colapso aún mayor en los servicios de salud pública. Fue una respuesta contundente a las medidas irresponsables del gobierno de Giuseppe Conte que permite que las patronales de la industria continúen produciendo para garantizar sus ganancias. La USB y la Federación Metalúrgica, adherida a la CGIL (Confederazione Generale Italiana del Lavoro) declararon que un 70% de los trabajadores adhirieron al paro, principalmente en Lazio (que abarca Roma) y Lombardía, cuya capital es Milán.
La huelga obligó al gobierno a retroceder y a convocar a los principales sindicatos para negociar. La resistencia de los trabajadores y la exigencia de los sectores que actúan en la salud que pedían "cerrar todo", sumado a una Lombardía fuera de control por la extensión del coronavirus, obligaron al primer ministro Conte a suspender las actividades "no estratégicas" en todo el territorio italiano. Ahora solo se mantienen los sectores esenciales relacionados con la salud, la rama farmacéutica, el transporte y los bienes de consumo relacionados con la alimentación. Esta medida de fuerza es un ejemplo para los trabajadores del mundo y demuestra que solo la clase obrera, con su lucha, es capaz de avanzar en la solución de los graves problemas que la acosan.
Pero hay otra Italia que se debate no solo con la pandemia, sino con la miseria extrema. Nápoles, Palermo, Reggio Calabria son importantes ciudades del sur, una región considerada históricamente pobre. Los "terrones", como peyorativamente son llamados por trabajar la tierra, que por millones dependen de changas para mantener a sus familias, están desesperados. Si normalmente la vida para ellos es difícil, con el encierro obligado la situación se ha tornado insoportable. El colapso social es una realidad. Gente esperando la salida de los supermercados para pedir limosna o robarles las bolsas a los que consiguen comprar son apenas parte de este drama. El coronavirus ha puesto al desnudo la verdadera dimensión de la crisis italiana. Sin dudas, no será posible salir de esta situación de la mano de los políticos corruptos que siempre gobernaron Italia. Más que nunca es necesario apostar en las luchas de los de abajo, que genere una nueva dirección y un programa al servicio de los trabajadores y sus principales necesidades.