Escribe Juliana García, militante de Derechos Humanos
En 1982, luego de la traición de Malvinas, el pueblo trabajador, la juventud y todo el pueblo por medio de gigantescas movilizaciones terminaron con la dictadura militar. Fue una auténtica revolución democrática, un inmenso triunfo popular. Los militares genocidas se fueron en medio del repudio popular, que exigía juicio y castigo para sus crímenes.
Sin embargo, todos los gobiernos que siguieron trataron de “salvar” a los militares genocidas, además de continuar con los planes de hambre y ajuste al servicio de pagar la deuda externa.
Alfonsín primero intentó que los propios militares se juzgaran a sí mismos. Cuando esto fracasó, se vio obligado a llevar adelante el juicio a las juntas, buscando que este tuviera el menor impacto posible, sin siquiera televisarlo con sonido. Luego de las condenas a los comandantes, buscó que los nuevos juicios no se extendieran al resto de los genocidas. Para eso sacó la ley del Punto Final primero, y la Obediencia Debida después.
Más adelante, el menemismo llevó adelante los indultos, liberando a todos los genocidas, hasta los mismos comandantes.
Sin embargo, la movilización nunca se detuvo. ¡Si no hay justicia, hay escrache!, se gritó en los años ‘90. Las movilizaciones de cada 24 de Marzo crecieron en masividad. Y finalmente, en 2003, un proyecto de ley de la izquierda logró la anulación de las leyes de impunidad y los indultos.
Nunca fue fácil. Volvieron los juicios, siempre trabados por gobiernos que nunca permitieron que se abrieran todos los archivos, obligando a enormes investigaciones de abogados y víctimas. Los genocidas llegaron hasta a hacer desaparecer un testigo, como fue el caso de Jorge Julio López en el juicio a Etchecolatz.
Del mismo modo que se avanzaba trabajosamente en cada causa, las Abuelas de Plaza de Mayo también, en un heroico trabajo de hormiga, fueron restituyendo la identidad a nietas y nietos apropiados por los genocidas.
En los últimos años, los genocidas condenados presentaron mil y una chicanas para salir de la cárcel. Llegaron a tener hasta la complicidad de la Corte Suprema, cuando votó el 2 por 1. Pero, nuevamente, la movilización popular impidió que se efectivizara la impunidad.
Así pasaron 40 años. El alfonsinismo primero, y el kirchnerismo después, quisieron apropiarse de la lucha por los derechos humanos. Pero esta pertenece a los que siempre estuvieron, en la resistencia a la dictadura y en los 40 años siguientes. A los que seguiremos estando, ¡ahora y siempre!