Escribe Miguel Lamas (UIT-CI)
El multimillonario con una fortuna personal de 300 mil millones de dólares, que financió con casi 300 millones de dólares la campaña de Donald Trump y fue director del “Departamento de Eficiencia Gubernamental” en ese gobierno ultraderechista, acaba de renunciar a su cargo. Dijo que “no quiere que se lo asocie con todas las decisiones que toma el gobierno federal”, simulando que lo hace por diferencias políticas. Sin embargo, lo cierto es que venía siendo repudiado por ser el vocero de los recortes siniestros del gobierno imperialista de Donald Trump.
Musk recomendó como “solución” a la crisis de Estados Unidos bajar los presupuestos en educación, salud pública, áreas de género, diversidad, calentamiento global, equidad, etcétera. Acompañado de jóvenes tecnócratas, despidió a miles de trabajadores estatales por mail y llegó a proponer que la jornada laboral mínima en Estados Unidos fuera de doce horas diarias (como en China y en las empresas que allí tiene, como Tesla). También sugirió expulsar masivamente a los migrantes, hizo el saludo nazi en un acto y exhibió la motosierra que le regaló Javier Milei.
Estas declaraciones generaron un inmenso repudio popular, que en abril se tradujo en manifestaciones de protesta en 1.200 ciudades de todos los estados de Estados Unidos contra el gobierno de Trump. A medida que crecía su exposición en la Casa Blanca, los números de sus empresas empezaron a caer. Muchos compradores vendieron los autos de Tesla y miles dejaron de comprarlos, atacando a las concesionarias.
En su renuncia, Musk mencionó estar perturbado, jugando a videojuegos durante horas y consumiendo todo tipo de drogas que lo afectan considerablemente, mientras la ultraderecha predica que todo esto es en pos de la denominada “batalla cultural”.
La renuncia debe ser vista en el contexto de lo que pueden lograr las grandes manifestaciones populares contra estos personajes y sus políticas.