Escribe Miguel Lamas, dirigente de la UIT-CI
La primera vuelta concluyó con Lula/Alckmin en primer lugar con el 48,4% (cincuenta y siete millones de votos) y Bolsonaro en segundo lugar con el 43,2% (cincuenta y un millones). Hubo presión del llamado voto “útil”, que concentró el 91,6% del electorado. En esa gran polarización las candidaturas a la izquierda del PT (UP, PCB y Polo Socialista Revolucionario) también cayeron por debajo del 1%.
Pese a que Lula ganó, el hecho que no llegara a superar el 50% de votos válidos (y así ganar en primera vuelta como decían las encuestas) y que haya cinco millones de votos nulos y blancos, muestra que muchos trabajadores no creen en él, que ya gobernó. Lula además de haberse aliado a los grandes empresarios y banqueros en su primer gobierno, en esta elección fue aliado al derechista neoliberal Geraldo Alckmin (sería como una candidatura en Argentina de Cristina Kirchner con Macri).
El otro hecho significativo de la primera vuelta electoral brasileña es la relativamente alta votación de Bolsonaro, que ninguna encuesta previa, pese a ser un ultraderechista que hizo un gobierno desastroso para la clase trabajadora, logró mantener cincuenta y un millones de votos y sus candidatos a gobernadores ganaron en estados claves como San Pablo y Río de Janeiro. Pero la causa principal de la sobrevida política de Bolsonaro hay que buscarla en los desastrosos gobiernos del PT entre 2003 y 2016 que defraudaron al pueblo trabajador.
Los gobiernos del PT
El Partido de los Trabajadores (PT) gobernó Brasil entre el 2003 y el 2016 con las presidencias de Lula (dos mandatos 2003 al 2010) y de Dilma Roussef (del 2010 al 2016, destituida en segundo mandato).
El PT surgió del sindicalismo de obreros fabriles de San Pablo de finales de los años 70. Se extendió a todo el país y ganó las elecciones a fines del 2002 y su dirigente Luiz Inácio Lula da Silva asumió la presidencia del país en enero del 2003, despertando grandes esperanzas en los trabajadores y trabajadoras de un verdadero cambio.
Lula sorprendió cuando, desde el inicio de su gestión, designó al presidente del Bank Boston USA, Henrique Meirelles, para la dirección del Banco Central do Brasil. Esto indicó desde el comienzo el rumbo de Lula de aliarse a banqueros y grandes empresarios y acatar instructivas económicas del FMI. Justamente la primera gran medida fue un brutal ataque a los trabajadores del servicio público mediante la reforma de las jubilaciones, lo que provocó la ruptura de una importante vanguardia con el PT que irían a formar un nuevo partido, el PSOL (ver recuadro "CST: contra Bolsonaro llamamos a votar críticamente a Lula").
Fue creciendo el descontento popular por la política económica del PT, obedeciendo a sus pactos con grandes empresarios y banqueros, y también por la cada vez más evidente corrupción de altos funcionarios y el propio Lula.
Este descontento, que se dio por fuera de las direcciones tradicionales, estalló en junio del 2013, cuando gobernaba Dilma Roussef con el apoyo de Lula. Centenares de miles de personas se manifestaron en las mayores ciudades de Brasil contra el aumento del precio del transporte público, contra los salarios miserables y por la corrupción en los enormes costos de las obras para el mundial del 2014. Un negocio de Lula con empresas constructoras de grandes estadios que costó al país 15.000 millones de dólares. La movilización popular fue violentamente reprimida.
Desde entonces millones, que habían creído en Lula y el PT, ya no le creen.
En el 2016 la presidenta Dilma Roussef del PT fue destituida por la mayoría parlamentaria, con acusaciones de corrupción. Quedó como presidente su vice Michel Temer, proveniente de otro partido de centroderecha, hasta las elecciones del 2018.
En el 2017 Lula fue encarcelado por juicios de delitos de corrupción en relación con las empresas constructoras OAS y Odebrecht. Estuvo preso por 581 días y, aunque después se anularon los juicios por irregularidades, no pudo participar en las elecciones del 2018.
Bolsonaro
La crisis del PT y la gran confusión política popular, con el repudio al PT pero también a los otros partidos tradicionales, fue aprovechada por la ultraderecha de Jair Bolsonaro, que en octubre del 2018 ganó las elecciones ante un PT totalmente debilitado.
El gobierno de Bolsonaro fue un desastre para el pueblo trabajador. Es responsable de casi 700.000 muertes en la pandemia no atendida, del recorte salarial, de la privatización de Eletrobrás, de la reforma de las pensiones, del ataque a derechos laborales, baja de los presupuestos de salud y educación, del avance de la minería en tierras indígenas, de los recortes de fondos y del aumento de los crímenes contra mujeres, negros y LGBTQIA+.
Si pudo mantenerse, evitando un gran estallido popular que lo expulsara del poder, fue en gran medida por el freno del PT y las direcciones sindicales que controlan a gran parte del movimiento obrero, que llamaron a esperar las elecciones, sin enfrentar su política económica ni sus crímenes.
Por sus acuerdos con Alckmin y grandes empresarios, Lula ni siquiera promete anular reformas reaccionarias antiobreras de Bolsonaro. Esto, por supuesto, aumenta la confusión política del pueblo trabajador.