Ese año millones de obreros y campesinos se insurreccionaron contra la dictadura de los zares rusos. A la miseria y opresión seculares se le sumó los sacrificios impuestos por la guerra entre Rusia y Japón. Luego de 1917, cuando la revolución triunfó, se lo bautizó como su “ensayo general”.
Escribe: Mercedes Petit
El 9 de enero de 1905 fue el Domingo Sangriento en San Petersburgo, la capital del imperio de los zares. Una enorme manifestación de obreros con sus familias, encabezados por un cura, Gapón, se dirigió pacíficamente, desde los distintos barrios obreros, hacia el Palacio de Invierno. Llevaban íconos religiosos y retratos del zar, a quien rogaban “justicia y protección”. Pedían amnistía, libertades públicas, separación de la iglesia y el estado, las ocho horas, aumento de salarios, cesión progresiva de la tierra al pueblo y, fundamentalmente, una Asamblea Constituyente elegida por sufragio universal. Desde el 3 de enero hubo una huelga en una de las más grandes fábricas metalúrgicas, Putilov. Para el 7 de enero, había 140.000 huelguistas en Petrogrado.
El zar ordenó masacrar a los manifestantes. Hubo centenares de muertos y miles de heridos.
La matanza detonó la revolución
Una oleada de huelgas sacudió al imperio. En 122 ciudades y localidades, varias minas del Donetz y diez compañías ferroviarias, hubo huelgas durante unos dos meses. En marzo comenzó el movimiento de los campesinos. Luego vinieron los levantamientos en la marina y el ejército. Quedó inmortalizada por una película la insurrección del acorazado de la Flota del Mar Negro, Potemkin, que se sumó a la revolución en Odessa.
Se unieron los estudiantes y profesores. Para fines de setiembre, en los edificios de las universidades en San Petersburgo, Kiev y otras ciudades, se realizaban asambleas populares, con los secundarios y obreros.
La llegada del otoño (setiembre- octubre) marcó un nuevo ascenso huelguístico. Salieron los metalúrgicos, textiles, y luego casi todos los sectores asalariados. Los más de setecientos mil ferroviarios van a ser una vanguardia decisiva. En noviembre, solo circulaban los trenes que trasladan delegados a los soviets (ver recuadro). Los correos y telégrafos trasmitían o trasladaban los mensajes que necesitaban los huelguistas. En el campo, los “desórdenes” -verdaderas insurrecciones- ocurrieron en más de un tercio de los distritos del país. Se prendieron fuego a unas dos mil casas de terratenientes y se repartieron provisiones por toneladas. Pero hubo demasiada dispersión y desorganización. Faltó contundencia y la debilidad en el campo fue una de las causas fundamentales de la derrota de la revolución.
“Ocho horas y el fusil”
El 17 de octubre, el zar cambió al jefe de los ministros y dictó un úkase (decreto) que convocaba para 1906 a una Duma nacional (especie de parlamento muy restringido), que el dirigente bolchevique Lenin* definió como “una caricatura de representación popular”. El proletariado ya no se engañaba más. Sus sentimientos los expresaba la consigna “ocho horas y el fusil”.
En muchas fábricas, apoyados por el soviet, se trabajaba ocho horas y no más. Los pueblos oprimidos se levantaban. Estudiantes polacos quemaban retratos del zar y libros en ruso, y exigían que la enseñanza pasara a depender del soviet de diputados obreros. Se organizó una liga de los pueblos musulmanes.
El pico revolucionario final se produjo en diciembre. El 3, fueron detenidos León Trotsky (ver recuadro) y demás miembros del Comité Ejecutivo del Soviet de Petrogrado. Del 9 al 17 se produjo la insurrección de Moscú. Miles de obreros armados desafiaron al gobierno del zar. No actuó la guarnición local, y solo los doblegaron con un regimiento de elite de San Petersburgo. La revolución comenzó a declinar.
Doce años después, luego de un período de reacción y en medio de los sufrimientos de la Primera Guerra Mundial, finalmente en febrero de 1917, otra insurrección, esta vez triunfante, derrocó a Nicolás II y acabó con el zarismo. Y a los pocos meses triunfó el primer gobierno obrero y campesino de la historia, encabezado por los Soviets y el Partido Bolchevique. El “ensayo general” de 1905 había sido decisivo para la experiencia de lucha de las masas y sus organismos democráticos, y para forjar la dirección revolucionaria que permitió la victoria de la primera revolución socialista en octubre de 1917.
*Informe de la revolución de 1905, enero de 1917
El surgimiento de los soviets
Al calor de la huelga de octubre, el 13 a la noche, en el Instituto Tecnológico, se juntaron unos 30 o 40 delegados de fábricas de la capital, que lanzaron un llamado a la huelga general y a la elección de delegados (1 cada 500 obreros, aunque no se cumplía estrictamente). Fue una decisión unánime y rápida. Surgía el primer soviet (consejo) de delegados obreros, una organización que llegó a representar a más de la mitad de los obreros de Petrogrado (unos 220.000), e inició la formación de soviets en otras ciudades (por ejemplo, Moscú). El nuevo organismo orientó el último tramo revolucionario en todo el país. En él actuaban democrática y unitariamente los partidos obreros (el POSDR - Partido Obrero Social- demócrata de Rusia- y los socialrevolucionarios), los delegados sin partido, sindicatos y también algunos delegados de profesionales como ingenieros, médicos, abogados, entre otros. Adquirió una tremenda autoridad. Sus órdenes e instrucciones eran obedecidas por las masas revolucionarias. Se lo denominaba popularmente el “gobierno proletario”.
Durante los 52 días de funcionamiento, publicó una decena de números de un periódico, Noticias (Izvestia), cuya edición era garantizada por tipógrafos armados que ocupaban para eso las grandes imprentas. Un abogado, Jrustalev (Jorge Nosar), fue nombrado presidente. Pero el principal animador de la política del soviet (primero como vice y luego como presidente) era un joven dirigente del POSDR, que no pertenecía a ninguna de sus dos fracciones (mencheviques y bolcheviques). Había llegado clandestinamente desde Finlandia y se hacía llamar Ianovka. Su nombre era León Trotsky. (Ver recuadro)
Primeros pasos de Trotsky como dirigente
El revolucionario ucraniano que había huido en 1902 del exilio en Siberia era el miembro más joven de la legendaria redacción de la Iskra (La Chispa), revista dirigida por Lenin en Londres. Volvió en 1905 a San Petersburgo y desde la conducción del soviet pudo empezar a desplegar sus condiciones de gran orador y dirigente de masas.
El debate sobre la “revolución permanente”
Entre los marxistas rusos, antes, durante y después de 1905, se daba un importante debate sobre el carácter de la revolución rusa. El sector de los reformistas (menchevique), encabezados por Jorge Plejanov, sostenía que la burguesía liberal encabezaría una revolución burguesa, que abriría una etapa histórica de libertades republicanas y de desarrollo capitalista. Los trabajadores y campesinos debían colaborar con la burguesía para que accediese al gobierno. En un futuro indefinido, se abriría la etapa de la transformación socialista.
El sector de los revolucionarios (bolchevique), encabezados por Vladimir Ilich Ulianov, más conocido como Lenin, compartía la definición de que la revolución contra el Zar sería democrática burguesa. Pero rechazaba de plano que la burguesía liberal rusa pudiera encabezarla. Para Lenin, las tareas centrales eran la revolución agraria, junto con las libertades políticas, el mejoramiento de las condiciones de vida de los obreros, y llevar el fuego revolucionario al resto de Europa. Para lograrlas, proponía una “dictadura democrática de obreros y campesinos”, en la cual no definía qué clase la encabezaría. Sería una etapa o período rápido y convulsivo, de avance hacia la revolución socialista en Rusia y Europa.
Trotsky sostuvo una posición distinta, que se hizo conocer como “la revolución permanente”. Según él, la lucha por la democracia burguesa en Rusia enfrentaba a los obreros y campesinos tanto a la autocracia zarista como a la burguesía liberal, que se uniría a los terratenientes, la burocracia y los nobles para no perder sus privilegios.
Descartaba -coincidiendo con Lenin- que los burgueses encabezaran la lucha antizarista. Y sacaba una conclusión propia: la única clase capaz de encabezar la revolución democrática- burguesa y transformar las condiciones de vida en el campo, eran los trabajadores de las ciudades, acaudillando a los campesinos pobres. No habría dos etapas, sino una sola: los obreros, al tomar el poder, introducirían desde un comienzo la lucha por sus demandas contra la patronal, transformando esa revolución democrática burguesa en socialista, es decir, “permanente”.
Tanto la derrota de 1905, como el triunfo de octubre de 1917, confirmaron el enfoque de Trotsky, al cual, se sumó por completo Lenin desde abril de 1917.