Escribe José Castillo
Reanudamos nuestra serie de artículos sobre el peronismo, que iniciamos en El Socialista 450 [“¿Qué es el peronismo?”], 451 [“El primer peronismo (1943-1955)”] y 452 [“El trotskismo morenista y el primer peronismo”]
En septiembre de 1955 triunfó el golpe gorila proyanqui, clerical y propatronal autodenominado “revolución libertadora”, que para la memoria histórica de la clase obrera quedó como “la fusiladora”. Fue una derrota muy dura para el pueblo trabajador. Perón no armó a los trabajadores, como se le había pedido reiteradamente y, básicamente, se entregó sin pelear. La burocracia sindical peronista y los dirigentes políticos “se borraron” o llamaron a “la tranquilidad” y “volver al trabajo”, mientras buscaban negociar la permanencia en sus cargos con el nuevo gobierno de Lonardi. Los núcleos de trabajadores que resistieron, en Rosario y sectores del conurbano bonaerense, solos y aislados, fueron ferozmente reprimidos.
Se abrieron así dieciocho años de proscripción para el peronismo. Un largo período donde la clase trabajadora argentina no tuvo el derecho democrático elemental de votar a quien consideraba su líder. Sin embargo, los dirigentes políticos y sindicales peronistas, y el propio Perón, no fueron intransigentemente opositores a los diversos gobiernos, civiles y militares, que los proscribieron. Los historiadores del peronismo han inventado el mito de los dieciocho años de la resistencia peronista, que existió, sin duda, pero estuvo circunscripta a los años 1956-1959 donde, ante la violentísima ofensiva proyanqui por barrer todas las conquistas logradas en la época anterior, la clase obrera argentina resistió con huelgas, movilizaciones y dando lugar al surgimiento de una nueva camada de dirigentes muy combativos.
Pasamos a ser una semicolonia yanqui
Tras una década en la que nuestro país había mantenido una relativa independencia con respecto al ascendente imperialismo norteamericano, con la dictadura de Aramburu-Rojas pasamos inmediatamente a ser una semicolonia de los Estados Unidos, se firmaron los pactos con la OEA e ingresamos en el FMI.
El propósito del gobierno se centró en liquidar las conquistas obtenidas por la clase trabajadora. Para ello sabía que tenía que destruir al conjunto de la organización existente del movimiento obrero. Ese era el objetivo profundo de la “desperonización”, a la que le unía una represión generalizada sobre el conjunto de los sectores populares (se destruyeron bustos de Perón y Evita, se quemaron libros y se prohibió hasta el uso de los símbolos y aun nombrar a Perón y Eva Perón). Pero el gobierno de la “libertadora” fracasó en su intento. La clase trabajadora resistió con uñas y dientes desde la última línea, las comisiones internas y los cuerpos de delegados.
Frente a la “borrada” generalizada de la vieja dirigencia política y sindical, una nueva camada de activistas obreros tomó la posta. Ya el 17 de octubre de 1955 el 70% de la clase trabajadora había acatado un llamado a la huelga general lanzado por nuestra corriente (en aquel momento aún con el nombre de Federación Bonaerense del PSRN), con el solo acompañamiento de una pequeña agrupación llamada Comando Nacional Peronista.
Durante 1956 y 1957 se sucedieron paros, luchas parciales, reagrupamientos, se crearon listas y se realizaron plenarios sindicales. Los interventores de la dictadura, y sus colaboracionistas del PS y el PC, no lograron hacer pie en la mayoría de los gremios.
Esa fue la línea en concreto que asumió esa nueva y joven dirección que estaba surgiendo en el movimiento obrero y que abrumadoramente se reivindicaba peronista. Sin embargo, los dirigentes políticos del peronismo (autoproclamados en algunos casos, o con el apoyo explícito de Perón desde el exilio) se jugaban a otra cosa. Para ellos la “resistencia” consistía en una sucesión de hechos (algunos vinculados al movimiento obrero, otros no, como la colocación de pequeños explosivos, popularmente llamados “caños”, o la expansión de “rumores” como que Perón descendería en algún lugar del país desde un avión negro), que sirvieran de soporte a un golpe militar nacionalista properonista. Que terminó sucediendo, y fracasando, en junio de 1956, con el levantamiento del general Valle. La respuesta de la dictadura fue profundizar la represión, dando lugar incluso al fusilamiento de civiles en los basurales de José León Suárez.
Las luchas obreras, sin embargo, se siguieron profundizando, siendo la más importante la que se dio en diciembre de 1956 con una gigantesca huelga metalúrgica en la que tuvieron una destacada participación los compañeros de nuestra corriente.
El MAO y Palabra Obrera
En esos años, ya ilegalizado por la dictadura el PSRN, del cual éramos parte a través de la ya mencionada Federación Bonaerense, organizamos el Movimiento de Agrupaciones Obreras (MAO), que fue más conocido por el nombre de su periódico, Palabra Obrera. Nacido como un frente único de agrupaciones en el que participamos los trotskistas junto con otras construidas por la nueva vanguardia peronista, se transformó rápidamente en nuestra forma pública de intervención. A partir de allí, los trotskistas de la tradición de Nahuel Moreno realizamos “entrismo” en el movimiento obrero peronista. Conservando la más absoluta independencia política (de hecho solo se trató de algunas concesiones formales, como declararnos “peronistas”), Palabra Obrera tuvo una destacadísima intervención, fue reconocida por miles de delegados y activistas y su periódico se vendía de a miles.
Ya en 1957 el fallido intento de la dictadura de “reorganizar” la CGT desde la propia intervención militar, dio nacimiento a las 62 Organizaciones (originalmente los 62 sindicatos que, siendo mayoría en el congreso de la CGT, impidieron que los 32 gremios colaboracionistas junto con la intervención militar se quedaran con la dirección formal del movimiento obrero). En medio de conflictos parciales, e incluso varias huelgas generales, las 62 Organizaciones llegaron en esos tiempos a funcionar con plenarios semanales con barra, verdaderas asambleas de activistas donde nuestros compañeros de Palabra Obrera llegaron a tener una presencia importante.
La crisis política y el pacto de Perón con Frondizi
Todas estas luchas del movimiento obrero pusieron en crisis al conjunto del proyecto de “desperonización” de la dictadura y los partidos patronales que la acompañaban. De hecho, esto generó la división del radicalismo en “radicales del pueblo” (UCRP, Ricardo Balbín) y “radicales intransigentes (UCRI, Arturo Frondizi) e incluso del viejo Partido Socialista, entre PSD (socialistas “democráticos”, más gorilas, con Américo Ghioldi que había pedido y aplaudido los fusilamientos de junio de 1956) y PSA (socialistas “argentinos”, con Alfredo Palacios, que también había apoyado a la dictadura y fue su embajador en Uruguay). En 1957 la convocatoria a elecciones para asamblea constituyente con el objetivo explícito de derogar la Constitución de 1949 terminó en un estrepitoso fracaso, ya que ganaron los votos en blanco.
Finalmente, se convocó a elecciones presidenciales para febrero de 1958. La movilización y organización obrera, los millones de votos en blanco obtenidos y la repulsa popular a la “libertadora”, ya llamada “fusiladora”, ponían contra la pared a todo su proyecto. Pero en ese momento Perón, desde el exilio, negoció el voto al candidato de la UCRI, Arturo Frondizi, con la supuesta promesa de la legalización futura del partido peronista y la normalización de la CGT. Nuestros compañeros de Palabra Obrera discutieron en innumerables asambleas obreras lo incorrecto de esa “orden” de Perón, pero primó la confianza en la “capacidad estratégica” del líder. Así se terminó acatando, en muchos casos a regañadientes, el voto a la UCRI.
Frondizi ganó con los votos peronistas. Pero no cumplió con ninguno de los términos del pacto. Peor aún, profundizó el ajuste contra la clase trabajadora junto con la dependencia y semicolonización de nuestro país. En el mismo año 1958 entregó el petróleo a las multinacionales norteamericanas, creó las universidades privadas (un regalo para la Iglesia Católica) y llegó a nombrar como ministro de Economía a Álvaro Alsogaray, un ícono del gorilismo y una de las figuras más antiobreras de la historia argentina. La conducción política del peronismo y las direcciones sindicales, en las que muy lentamente se iba consolidando una nueva burocracia sindical alrededor de la figura de Augusto Timoteo Vandor, llamaron a “esperar” y, de hecho, se jugaron a la desmovilización durante casi todo el año.
La última lucha: el frigorífico Lisandro de la Torre
Finalmente, la presión de las bases obreras para salir a pelear contra Frondizi, y el propio intento del gobierno de privatizar el frigorífico Lisandro de la Torre, en Mataderos, provocó una enorme huelga en enero de 1959. El barrio fue prácticamente tomado por los trabajadores en lucha en una pelea que duró semanas y que solo pudo ser derrotado con una ferocísima represión, que incluyó la entrada de tanques en el propio establecimiento, tras militarizar la zona.
La “libertadora” impidió que el peronismo se integre al régimen político, pero siempre hubo sectores “integracionistas” que buscaron de una u otra forma pactar con el régimen. De hecho, fue el propio Perón, a partir del acuerdo con Frondizi, quien también lo intentaría en 1958. Sin embargo, en esos años fue el régimen político, en particular a través de la presión militar, el que vetó reiteradamente esta salida.
Enero de 1959, la derrota del frigorífico Lisandro de la Torre marcó el cierre de esta etapa gloriosa de la clase trabajadora argentina. Vinieron luego diez años de batallas defensivas y derrotas obreras. Hubo, sin duda, importantes conflictos, pero fueron infinitamente menos que en los tres años que hemos relatado. El peronismo profundizó su línea de integración al régimen, llegando al extremo en 1966 de que la dirección burocrática de los dos sectores en que ocasionalmente estaba dividida la CGT se hicieran presentes en la asunción del dictador Onganía, al mismo tiempo que Perón llamaba a “desensillar hasta que aclare”.
Sin embargo, volviendo al mismo enero de 1959, este abrió un nuevo horizonte, fue el momento del triunfo de la revolución cubana. El triunfo de “los barbudos” Fidel Castro, Ernesto “Che” Guevara y Camilo Cienfuegos provocó una auténtica revolución ideológica en las cabezas de miles de jóvenes que se sumaron en los años siguientes a la lucha por la revolución socialista. Todo terminó confluyendo cuando se dio una nueva alza obrera, con el Cordobazo de 1969. Pero esa es otra historia que contaremos en el próximo número.