Norma Bustos, de 53 años, fue ejecutada el 20 de noviembre en Rosario por denunciar la presencia de bandas de traficantes de droga. La venganza de los narcos contra esta valiente mujer había comenzado el año pasado, cuando su hijo Lucas, de 25 años, fue acribillado a metros de su casa. Norma iba a declarar en la causa y no tenía custodia. Hasta una fiscal dijo que “el estado era responsable” de protegerla y no lo hizo.
Rosario suma más de 220 asesinatos en 2014. Es el epicentro del accionar narco que se ha instalado con fuerza también en el conurbano, bonaerense, provincias del norte y otras importantes zonas del país.
En Argentina el narcotráfico consiguió efedrina y otros químicos para la elaboración de cocaína y drogas sintéticas a precio irrisorio, una buena infraestructura de puertos, un territorio impune para lavar dinero, centenares de aeropuertos privados sin radares y barrios cerrados apacibles. Todo con la complicidad del gobierno nacional y las denominadas “fuerzas de seguridad”. Flagelo que se extiende en el Tigre gobernado por Sergio Massa, la provincia de Buenos Aires por Scioli, la Capital por Macri, Santa Fé por la UCR y el partido de Binner, o la Córdoba de De la Sota. En México, donde en estos años hubo 120 mil víctimas, el narcotráfico actúa cobijado por el partido de gobierno (PRI), el PRD (tildado de “centroizquierda”) y el PAN (centroderecha), siendo usado por sus prácticas aberrantes, incluso, hasta para hacer desaparecer luchadores, como los 43 estudiantes de Ayotzinapa en defensa de la educación pública.
Ante ello impulsamos la lucha para combatir de verdad a los narcotraficantes y a sus cómplices. Juzgarlos y castigarlos. Desmantelando el entramado de complicidad con las cúpulas policiales, judiciales y políticas que permiten su accionar. Medidas que deben ir acompañadas indisolublemente por una salida de fondo, legalizando las drogas. Para que este flagelo deje de cobrarse más muertes y los capos no sigan lucrando con la pobreza y la marginalidad.
La prohibición genera mafias y muertes
Se ha demostrado que el prohibicionismo y la ilegalidad, además de asegurar mayores ganancias a las mafias y grandes empresarios que lucran con el narcotráfico, ha llevado a políticas “represivas” que han sido un fracaso. El narcotráfico es un negocio capitalista muy lucrativo, centralizado y fomentado por Estados Unidos, cuyo dinero se reinvierte en grandes negocios inmobiliarios, hoteles, turismo y bancos, y es Estados Unidos el país cuya población es la mayor consumidora. Mueve anualmente 600.000 millones de dólares, con márgenes de utilidad cercanos al 3.000%. La mayor parte de esas colosales ganancias se deben justamente a su condición de ilegalidad. No pagan impuestos ni sufren ningún tipo de retención, y ocupan a millones de trabajadores en condiciones de esclavitud. Por eso llama la atención que en Estados Unidos nunca cae ningún gran capitalista mafioso de la droga. El imperialismo es parte fundamental del problema, ya que lo usó para sus fines intervencionistas en los países semicoloniales, vía la DEA o personal militar directo.
Aunque a muchos les parezca una propuesta “rara”, los socialistas revolucionarios consideramos que la única salida de fondo pasa por la legalización de todas las drogas, no sólo el tabaco, el alcohol y los psicofármacos como ocurre hoy. Sólo la legalización y regulación por parte del estado podrá terminar con la terrible red clandestina que genera violencia, inseguridad, muertes, y produce sustancias sin controles y altamente tóxicas.
La legalización es la salida
Hasta sectores conservadores argumentan sobre los beneficios de la legalización. Uno de ellos es el Premio Nobel de Economía, Milton Friedman, fallecido en 2006. El hijo del capo de la droga de Colombia asesinado tiempo atrás (Pablo Escobar), quien acaba de editar un libro sobre su padre, también señala que las muertes crecieron “por la prohibición”.
La legalización debería ser para toda la cadena de obtención de la materia prima, elaboración, distribución, tenencia y consumo. Esto les quitaría a los narcos todas las ventajas que les brinda la ilegalidad y clandestinidad, entre ellas los fabulosos sobreprecios. Impactando contra la base material (el negocio capitalista) que los impulsa a emprender acciones mafiosas. Una prueba del fracaso de la prohibición fue la “ley seca” que prohibía las bebidas alcohólicas (ver recuadro).
Además, la legalización implicaría que paguen fuertes impuestos, su sometimiento a controles de salud pública, que tengan trabajadores en blanco y con derecho a sindicalizarse.
Con esto no queremos decir que “sean buenas las drogas”, ni que “legalizar” sea sinónimo de fomentar el consumo. Todo lo contrario. En la población existe la falsa idea de que bajo un régimen de legalidad, más personas consumirían drogas. No es así. Quienes viven en regímenes severos (Estados Unidos y Gran Bretaña) consumen más drogas, no menos.
La legalización no sólo desplazaría a las mafias. También haría que las drogas pasen a ser un problema de salud pública.
Los gobiernos deberían cobrar impuestos y regular su comercio. Y usar los fondos recaudados y los millones que se ahorrarían en el uso de la fuerza pública en enfrentar el narcotráfico, para educar sobre los riesgos de consumir drogas y tratar la adicción. A su vez, hay que desarrollar políticas preventivas para rehabilitar a los adictos, reducir los riesgos y daños en el uso de las sustancias. Las obras sociales deberían incluir el tratamiento contra las adicciones bajo un estricto control estatal.
La propuesta de legalización apunta a combatir el centro del problema. La cual deberá ser acompañada por una salida global por terminar con todos los negocios capitalistas, bajo una sociedad socialista, sin explotadores ni explotados.
EEUU: el fracaso de la “Ley Seca”
El caso de la famosa “Ley Seca” promulgada en Estados Unidos en 1919 prohibiendo el consumo de alcohol, muestra que se reitera el error con la drogas. Esta ley, lejos de evitar el consumo, generó las peores mafias. Muchas películas retrataron el tema: “Los Intocables”, las de gangsters como Al Capone -capo máximo de la mafia de Chicago- y recientemente “Los Ilegales” (“Lawless”). Recién en febrero de 1933, cuando finalmente se derogó, se logró terminar con ese desastre.
Dicha ley vedaba la fabricación, importación, distribución, venta e intercambio de toda bebida cuya graduación alcohólica superara el 0,5%. Había sido promovida por el gobierno, los empresarios, las iglesias católicas y protestantes, y las bandas terroristas de ultra derecha del Ku Klux Klan. Prometían de esa manera erradicar el consumo de lo que consideraban la causa principal del ausentismo en las fábricas. Las consecuencias fueron deplorables. Además de no lograr el objetivo (no consumo), aumentó su precio, las muertes, el mercado negro y el contrabando a gran escala, la delincuencia y mafias Se multiplicó la corrupción de policías, jueces, políticos y funcionarios del estado. Y comenzó a extenderse el consumo ilegal de cocaína. Ante este rotundo fracaso, comenzaron a popularizarse los movimientos a favor de derogar la prohibición. Finalmente, el 5 de diciembre de 1933 la Ley Seca se derogó. Después de la legalización, el mercado negro del alcohol dejó de ser un negocio rentable. Lo mismo pasaría con las drogas si se legalizaran.