Armenia es una pequeña y milenaria nación asiática. Está situada en el extremo sur de las montañas del Cáucaso, hacia el oriente de la meseta de Anatolia, territorio turco. No tiene salida al mar, y durante siglos por allí pasaba la “ruta de la seda”, que permitía el intercambio comercial entre Oriente y Occidente. Fue el primer país que se proclamó oficialmente de la religión cristiana en el año 301. Antes de la Primera Guerra Mundial vivían en Armenia Occidental (que durante siglos eran tierras bajo el dominio otomano) unos dos millones de personas. Persia (actualmente Irán) dominaba la región oriental hasta que fue anexada por Rusia.
A pesar de las diferencias étnicas y religiosas (los armenios cristianos y musulmanes los turcos) y de ser un pueblo conquistado que vivía subyugado social, económica y culturalmente, durante 600 años no hubo enfrentamientos armados entre ambos.
La decadencia del imperio otomano y la guerra interimperialista*
A comienzos del siglo XX, el antiguo imperio otomano estaba en plena decadencia. En 1908 se instaló en el poder el partido conocido como los “Jóvenes Turcos” (Ittihat ve Terakki, Comité de la Unión y el Progreso - CUP). Esa conducción burguesa tenía que hacer frente a profundas contradicciones. Por un lado, las pérdidas territoriales que venía sufriendo el imperio, y que en lo más cercano significó la ocupación de los Balcanes por parte de Rusia. Por el otro, el dinámico desarrollo de los sectores burgueses griegos y armenios (que eran cristianos) en las actividades comerciales, lo que provocaba un gran malestar entre los terratenientes, empresarios y funcionarios turcos. Miles de musulmanes desplazados de territorios perdidos fueron radicados en Anatolia, comenzando a forzar la migración de los cristianos, en primer lugar los griegos en 1914.
Ante el conflicto interimperialista que dio lugar a la Primera Guerra Mundial, el gobierno turco se fue acercando cada vez más estrechamente a Alemania. Esto introdujo un nuevo elemento de crisis con los armenios. Aunque Armenia oficialmente tenía una posición de neutralidad, los partidos políticos y los jóvenes reclutados para integrarse al ejército otomano se negaban a combatir contra Rusia (que ocupaba Armenia oriental), e incluso se formaron batallones de voluntarios de armenios caucásicos.
La “relocalización”
El gobierno turco, en este contexto, puso en marcha un plan de “relocalización” de los armenios, que se transformó en el primer genocidio del siglo XX.
El 24 de abril de 1915 fueron detenidos en Estambul cientos de intelectuales, empresarios y religiosos armenios. A partir de ese momento, en las aldeas armenias cercanas a la frontera con Rusia, comenzaron a actuar brigadas criminales organizadas por los servicios secretos y las oficinas especiales del imperio para la guerra. Muchos de sus integrantes eran delincuentes sacados de las prisiones.
Los armenios fueron obligados a abandonar sus propiedades y a dirigirse en improvisadas caravanas hacia una “zona de asentamiento” en Deir ez-Zor, en el desierto sirio. Muchos de ellos fueron directamente asesinados en fusilamientos masivos y otros cayeron por el hambre, la sed y el esfuerzo del viaje, además de sufrir robos y violaciones. Las víctimas principales eran los hombres jóvenes y capaces de combatir, ya que el gobierno turco no quería que llegaran vivos a la Mesopotamia y pudieran ser reclutados por el ejército inglés instalado en la región.
Dejando de lado los residentes en Estambul y Esmirna, solo el 5% de los armenios pudieron sobrevivir, al precio de aceptar la religión musulmana en una forzada “asimilación”. Aquellos armenios que mantuvieron sus costumbres y religión nunca pudieron alcanzar más del 5-10% de la población de Turquía. El cálculo más aceptado sobre el número de víctimas dice que fueron asesinados aproximadamente 1 millón y medio de armenios.
Falsos argumentos y verdades
Desde entonces, los armenios han denunciado que fue un genocidio, un exterminio planificado y masivo, similar a la posterior “solución final” del nazismo contra los judíos.
Los sucesivos gobiernos turcos, aunque aceptan que hubo masacres, rechazan esta definición. Sostienen que no existió un plan de exterminio sino una “guerra entre pueblos”, una respuesta del ejército turco ante un levantamiento de los armenios. Es el mismo tipo de argumento, por ejemplo, que utilizaron en Argentina los genocidas de la dictadura de 1976, que pretendieron excusar sus crímenes, los miles de desaparecidos y el robo de bebés, diciendo que las fuerzas armadas tuvieron que actuar en una “guerra”, en las cuales siempre habría víctimas y situaciones extremas.
Hakkı Yükselen, en su artículo, señala que si hubiera existido una “rebelión” Armenia en 1915 la relocalización no hubiera sido tan fácil, ya que prácticamente no existió una resistencia. La lucha en la ciudad de Van, utilizada como justificación, ocurrió cuando el operativo ya estaba en marcha.
En Anatolia, la mayor parte de los armenios (alrededor de un millón y medio), eran campesinos, obreros, artesanos y cuentapropistas. El 80% estaba en el campo. Eso muestra la mentira de historiadores y gobiernos turcos que hablaron de bandas de usureros y especuladores capitalistas que “le chupaban la sangre a los musulmanes”. Además, mayoritariamente no tenían ninguna actividad política. Nada que ver con la afirmación de un ex presidente de la Sociedad Turca de la Historia, Yusuf Halacoglu, que los calificaba de “mafiosos, infiltrados, espías y fabricantes de explosivos”.
Es falso que la “relocalización” fuera una medida temporaria y de seguridad. De inmediato se comenzó a instalar en sus lugares en Anatolia a los inmigrantes musulmanes de los territorios perdidos por el imperio otomano desde el siglo XVIII. Y con regulaciones y leyes las propiedades de los armenios fueron transferidas bajo una supuesta “legalidad” a empresarios turcos y musulmanes para impulsar la “economía nacional” con nuevas corporaciones en manos de éstos. Gran cantidad de bienes fueron adquiridos con facilidades por empleados públicos y funcionarios del partido oficial CUP. El genocidio tuvo que ver con una gran transformación económica y política.
Un siglo después
Los crímenes de lesa humanidad no prescriben por el paso del tiempo. El pueblo armenio nunca bajó los brazos con su reclamo. Muchos gobiernos y miles de luchadores en todo el mundo apoyan su legítimo reclamo democrático. Los socialistas revolucionarios debemos acompañarlos, aunque de manera independiente del gobierno, la iglesia ortodoxa y los partidos patronales de Armenia y de las instituciones y gobiernos burgueses que los apoyan. El más duradero y auténtico reconocimiento de los sufrimientos de aquellas víctimas y de sus descendientes, en manos de la burguesía turca, se logrará cuando los trabajadores y pueblos de todos los países logren su hermandad acabando definitivamente con los genocidios en un mundo socialista.
*Gran parte de los datos fueron tomados del artículo del dirigente del Partido de la Democracia Obrera (PDO-IDP siglas en turco) de Turquía (integrante de la UIT-CI) Hakkı Yükselen, “¿Qué pasó en 1915?”, publicado en su periódico Frente Obrero, 12/4/2014.
Desde Turquía
Luego de describir lo ocurrido en 1915, culmina el artículo citado:
“[…] A pesar del paso de los años, el movimiento socialista en Turquía no ha sido capaz de entrar en la discusión con sus propias tesis. Los socialistas, con algunas excepciones, han estado discutiendo el tema sobre agendas establecidas por otros, parcialmente por la “sociedad civil” liberal o parcialmente por un antiimperialismo “nacionalista”. Sin embargo, la cuestión Armenia no es solo sobre los hechos de 1915 como se lo ve; está llena de ricas experiencias históricas con recuerdos para los socialistas en Turquía. Por esta razón, los socialistas deberían ir más allá del debate “¿fue o no un genocidio?”, examinando el tema que surgió del tratado de Berlín de 1878, y manejarlo sobre bases materialistas.
“Al tomar una posición contra hechos históricos y sus subsiguientes impactos, nosotros deberíamos hacerlo en nuestros propios términos, nuestro propio discurso y nuestra propia comprensión socialista revolucionaria y nuestro programa. De otra manera nosotros perderíamos nuestra independencia política e ideológica y beneficiaríamos a la ideología oficial en nombre del antiimperialismo o a algunos liberales en nombre de la democracia.
“Definitivamente, deberíamos enfatizar que nuestro propósito al aproximarnos al tema no es recorrer los laberintos de la hipócrita ley burguesa. Es necesario no indultar los esfuerzos de los poderes burgueses en conflicto para inclinar el tema a uno u otro lado con el objetivo de subyugarse mutuamente. Nuestras preocupaciones son primeramente prevenir a los obreros y trabajadores para no ser decepcionados por las mentiras nacionalistas o los sueños liberales, para abrir el camino para las solidaridades internacionalistas entre trabajadores de Turquía y Armenia, poniendo fin a los rencores y odios, y prevenir a los pueblos de masacrarse mutuamente por las provocaciones racistas.”
Hakkı Yükselen (dirigente del PDO)