Los libros de Galeano marcaron etapas de nuestro aprendizaje y nuestra vida. Leí “Las Venas abiertas…”, pocos meses después de bajar al socavón de la mina Siglo XX con mineros bolivianos. El libro me reafirmó las charlas con los mineros, y empecé a entender a nuestra Latinoamérica descuartizada como Tupac Amaru.
“Días y Noches de Amor y de Guerra” me acompañó en el exilio, recordándome a mi país torturado, y haciéndome sentir a Galeano como si fuese un amigo personal. En el “Libro de los Abrazos”, a veces parecía que hablaba de mí… sin haberme conocido.
El obrero anarquista catalán ateo que le contaba a su hijo que dios no había hecho el mundo, sino los albañiles, era como si estuviera escuchando a mi padre carpintero o abuelo campesino, gallegos tozudamente ateos.
Sin duda el mejor homenaje, el que más hubiera valorado Galeano, se lo rindieron ese mismo trágico lunes 13 los libreros callejeros en la Ceja de El Alto, al costado de la Alcaldía Quemada, a pasos del monumento al Che que, cuando supieron la noticia de boca en boca, pusieron sus libros de enésima edición pirata “Las Venas Abiertas de América Latina” en primera fila, como saludando a su autor. Saben que se va a agotar. Ahora mismo alguien se apura a imprimir la nueva edición.