A lo largo de este año han ido ocupando el centro de las noticias mundiales los sufrimientos de cientos de miles de migrantes. En mayo, el director de la oficina de Amnistía Internacional ante las instituciones europeas hizo una definición alarmante: “El mundo se enfrenta a la peor crisis de refugiados desde la Segunda Guerra, y la Unión Europea debe garantizar con carácter de urgencia una sólida capacidad de búsqueda y salvamento para cubrir el inminente déficit de este tipo de operaciones que salvan vidas.” (Clarín, 2/5/2015). Nada se hizo. La foto del pequeño cuerpo de Aylan Kurdi llevó esa definición a los titulares de los medios del mundo (ver Declaración de la UIT-CI).
¿Por qué crecen el hambre y la pobreza, cuando existen abundantes medios para alimentar y dar una vida digna a la población mundial? ¿Por qué se dan las oleadas de migrantes que no logran siquiera conservar sus vidas? ¿Cuáles son las cau- sas de fondo de esas catástrofes humanitarias que se podrían erradicar?
Responder a estos interrogantes pone al rojo vivo lo que significa el sistema capitalista imperialista que domina el mundo. Siempre fue injusto y desigual, pero en su crisis y decadencia va de muy mal a mucho peor. Desde el 2008, cuando se inició la crisis en curso, la acción militar y económica de las grandes potencias imperialistas ha agudizado los sufrimientos de las masas. Muchos pueblos se han movilizado contra su miseria, contra dictaduras del norte de Africa y la de Al Assad, y se han ido agudizando todas las contradicciones del sistema.
En un polo, los ricos, una pequeña minoría, son cada vez más ricos. Los datos sobran. Las 85 personas más ricas del planeta poseen la misma cantidad de dinero que la mitad más pobre de la humanidad. Entre 2009 y 2013, a pesar de la crisis económica capitalista (¡¡o gracias a ella!!) la cantidad de multimillonarios pasó de un total de 10 millones a 13,7 millones de personas. Esa dinámica de creciente desigualdad e injusticia significa que para el otro polo, los miles de millones restantes, haya cada vez más penurias, más desempleo, más problemas de vivienda, educación y salud, más gente expulsada de sus países.
La tragedia africana habla por sí sola. Un continente que tiene el 60% de la tierra cultivable del planeta es récord de hambre, violencia y miseria. Cientos de miles han huido o intentan hacerlo; muchos mueren en el camino. Pero la mayor parte de la tierra fértil africana no se están cultivando, y la más productiva está en manos de las multinacionales y de terratenientes y elites locales asociadas a ellas. Lo mismo ocurre con el saqueo de la minería. Eso es la injusticia y anarquía del sistema capitalista: una minoría de grandes propietarios y privilegiados dispone arbitrariamente de los recursos, solo en función de sus intereses económicos y políticos, mientras que la mayor parte de los pueblos viven cada vez peor.
Ante la barbarie del capitalismo hay una alternativa, un sistema distinto: el socialismo. Sigue siendo la única salida para que la humanidad tenga un futuro.
No es el falso “socialismo” de las dictaduras burocráticas que fueron echadas de la ex URSS y el este de Europa. Ni tampoco el falso “socialismo” que proclama la dictadura capitalista de China.
Será un camino totalmente distinto. Nuevos gobiernos de los trabajadores y los sectores populares que con su movilización acaben con todos los explotadores y privilegiados y sus fronteras. Gobiernos que consultando a los trabajadores y con organismos democráticos pongan en marcha la planificación socialista de la economía, reorganizando así todos los recursos del planeta para acabar definitivamente con las monstruosidades del capitalismo, que solo puede seguir engendrando nuevas catástrofes.