A 38 años de la revolución nicaragüense de 1979, ya queda poco del antiguo Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) que derrocó a Somoza, a excepción del presidente Daniel Ortega y una confusa retórica “antiimperialista” hueca. Al igual que la de Maduro en Venezuela, esta no es obstáculo para la entrega de las riquezas mineras a inversiones de multinacionales imperialistas, el funcionamiento de un Tratado de Libre Comercio con EEUU, o el patrullaje naval yanqui en costas nicaragüenses. Su relación principal es con el subimperialismo chino con el que acordaron la construcción de un gran canal interoceánico, que causará un desastre ecológico.
La revolución traicionada
Derrocada la dictadura de Somoza con la gran insurrección popular de 1979 que destrozó a su ejército, estaba abierto el camino hacia una verdadera revolución socialista que además tenía el apoyo de las masas centroamericanas, comenzando por expropiar a la burguesía somocista. Pero el FSLN hizo todo lo contrario, siguiendo los consejos de Fidel Castro. Viró rápidamente a buscar acuerdos con sectores de la tradicional burguesía oligárquica del país formando un gobierno conjunto con Violeta Chamorro, líder de una pequeña fracción del Partido Conservador opositor a Somoza. De esa forma la burguesía, que había perdido su ejército por la insurrección, fue recomponiendo su poder aliándose a Daniel Ortega, Tomás Borge y el resto de los comandantes sandinistas. Se formó un nuevo ejército burgués y el FSLN respetó la propiedad imperialista y la mayor parte de la propiedad terrateniente. Siguió la sumisión al FMI y los bancos extranjeros, aceptando el compromiso de pagar la deuda fraudulenta de la dictadura. En 1990 el FSLN perdió el gobierno, derrotado electoralmente a manos de su ex aliada Violeta Chamorro.
La vuelta del FSLN
Recién en 2006 el FSLN, encabezado por Daniel Ortega, volvió a ganar las elecciones. Reelecto en 2011, se postula ahora nuevamente para la reelección, pero esta vez proscribiendo a la oposición. Estos 10 años del FSLN se caracterizaron por un giro reaccionario.
Ortega en el poder hizo alianza internacional con Chávez, que le suministró petróleo barato, y Nicaragua fue parte del ALBA con Venezuela, Cuba, Bolivia, Ecuador y otros países, los llamados gobiernos “progresistas” latinoamericanos. Sin embargo, este “progresismo” declarativo contrastó, como en el resto de los países del ALBA, con su política real. Se alió con ex somocistas, con los grandes oligarcas y con la iglesia, llegando a hacer una ley que penalizaba fuertemente el aborto. Reprimió duramente las huelgas mineras y de cortadores de caña, defendiendo el saqueo de las multinacionales. Se subordinó totalmente a las políticas del FMI y del Banco Mundial. Hizo un gobierno personalista y estableció la reelección irrestricta.
En las últimas semanas llegó al colmo de intervenir, con un político desconocido y amigo del gobierno, al opositor Partido Liberal Independiente (PLI). El Tribunal Electoral, en manos del gobierno, nombró a ese político jefe del partido opositor con plenos poderes. Y este pidió la destitución de los 28 diputados del PLI. Fueron expulsados de la Asamblea Legislativa, también por decisión del Tribunal Electoral. Así se repitió la historia del ex dictador Somoza, que mantenía por décadas una fachada de democracia formal con dos partidos, ambos manejados por el dictador.
Por si esto fuese poco, la familia de Ortega tiene una de las fortunas más grandes de Nicaragua, gracias a los “favores” a la burguesía que esta pagó generosamente. Por eso quieren conservar el poder familiar a toda costa.
La mayoría de los antiguos líderes sandinistas como Sergio Ramírez o Dora Tellez formaron partidos opositores o repudian a Ortega. El célebre sacerdote y poeta sandinista Ernesto Cardenal, fallecido en febrero de este año, lo acusó de “ladrón”.
Hoy el FSLN es un partido abiertamente burgués y reaccionario, con rasgos cada día más represivos. El pueblo trabajador nicaragüense necesita construir otra opción política para derrocar a este gobierno y retomar las banderas del proceso revolucionario de 1979, para terminar con la explotación imperialista y oligárquica.