El represor Miguel Etchecolatz salió de su casa en el bosque Peralta Ramos de Mar del Plata, sin esposas y sin custodia policial, supuestamente por “motivos de salud y para ser atendido en una clínica”. Sobre el genocida, de 88 años, pesan seis condenas –dos a cadena perpetua– por delitos de lesa humanidad, lo que constituye un real peligro para los vecinos y veraneantes de la ciudad, dada su cercanía con el asesino, luego de que fuera recientemente beneficiado con la prisión domiciliaria. Estas salidas han aumentado el repudio popular contra el genocida, generando nuevas movilizaciones y denunciando la impunidad con la que se viola el arresto domiciliario.
Exigimos que Etchecolatz y todos los genocidas condenados con el beneficio de prisión domiciliaria vuelvan a las cárceles: como cantamos en las marchas, la única casa posible para un genocida es la prisión.
M.F.