El obispo chileno Juan Barros fue acusado de encubrir los abusos sexuales cometidos en la década de 1980 por el sacerdote Fernando Karadima, sentenciado por el propio Vaticano en 2011. Pero en su visita al país trasandino el pasado enero, ante la pregunta de un periodista, el papa Francisco afirmó que “no hay una sola prueba en contra, todo es calumnia, ¿está claro?”.
La declaración del Papa causó el repudio de las víctimas, sus familiares y la sociedad en general, habida cuenta de la larga lista de casos de curas abusadores en todo el mundo y en el marco del movimiento mundial del #MeToo (“Yo también”). Comienzan a hacerse públicos y a rechazarse con fuerza los diversos tipos de abusos sexuales cometidos por los miembros poderosos de instituciones del deporte, el espectáculo y, desde ya, la propia Iglesia Católica.
En este escenario, hace pocos días, Francisco envió una carta a sus obispos en donde señala “graves equivocaciones de valoración del caso”, admitiendo las situaciones de abusos sexuales que salen a la luz cada día en la Iglesia y que ya no tiene como ocultar. Otra muestra más de la podredumbre de esta institución que rechaza el derecho a decidir de las mujeres mientras busca tapar los escándalos de abusos sexuales entre sus propias filas.