La pregunta que titula esta nota se la formuló la canciller alemana Merkel a Alberto Fernández en su reciente gira por Europa. Acá damos nuestra postura.
Escribe Guido Poletti
En la cena donde Angela Merkel agasajó a la delegación argentina hace un par de semanas, la canciller le preguntó directamente a Alberto Fernández: “¿Qué es el peronismo? ¿Es de izquierda o de derecha?”.
Es una pregunta que recorre tres cuartos de siglo. El peronismo nació como un movimiento nacionalista burgués, que se enfrentó, con todas sus contradicciones, al imperialismo yanqui en ascenso tras la segunda guerra mundial. Para eso se apoyó en el movimiento obrero, al que le otorgó las mayores concesiones de toda la historia argentina. En esos años del “primer peronismo” los trabajadores obtuvieron el aguinaldo y las vacaciones pagas, el salario mínimo vital y móvil, el estatuto del peón, el descanso semanal y los feriados de cumplimiento obligatorio, la estabilidad y la protección contra los despidos, el fuero laboral, etcétera. Se construyeron enormes hospitales y complejos de viviendas populares, hoteles sindicales y colonias de vacaciones. Se nacionalizó la banca, se instituyó el IAPI (una nacionalización parcial del comercio exterior) y se crearon una importante cantidad de empresas públicas, como Ferrocarriles Argentinos, Aerolíneas o Gas del Estado. Perón pudo hacerlo sin modificar las estructuras más profundas del capitalismo gracias a que la Argentina de entonces contaba con una enorme acumulación de riquezas, tanto del período anterior a 1930 como por la propia coyuntura de posguerra.
Perón siempre fue un líder burgués que defendió el capitalismo. El mismo lo expresó en un famoso discurso en la Bolsa de Comercio de Buenos Aires: “Yo no creo que la solución de los problemas sociales esté en seguir la lucha entre el capital y el trabajo [...] Piensen en manos de quienes estaban las masas obreras argentinas, y cuál podía ser el porvenir de esa masa, que en un crecido porcentaje se encontraba en manos de comunistas [...] Se ha dicho, señores, que soy un enemigo de los capitales, y si ustedes observan lo que les acabo de decir no encontrarán ningún defensor, diríamos, más decidido que yo, porque sé que la defensa de los intereses de los hombres de negocios, de los industriales, de los comerciantes, es la defensa misma del estado.”
El golpe gorila del 55 y la resistencia
La autodenominada “revolución libertadora” derroca al peronismo en setiembre de 1955. Fue un golpe reaccionario, proyanqui y clerical. Los planes de semicolonización del continente del imperialismo norteamericano eran incompatibles con las conquistas obreras alcanzadas. El gobierno gorila, de la mano del imperialismo, quiso acabar de un solo golpe no sólo con las conquistas obreras, sino con la propia organización sindical: las comisiones internas y lo cuerpos de delegados. La clase trabajadora resistirá con uñas y dientes, dando lugar, entre los años 1956 a 1959, a una de las páginas más gloriosas de su historia, con huelgas, ocupaciones de fábricas, movilizaciones, asambleas multitudinarias y la aparición de una nueva vanguardia que, a la vez que reclamaba la vuelta del peronismo procripto, defendía combativamente lo que se le trataba de quitar.
La integración del peronismo al régimen y el gobierno 1973-76
Lentamente, durante la década del ‘60, el peronismo buscó reintegrarse al régimen político. El salto definitivo se producirá después del enorme ascenso obrero y popular de 1969, comenzado con el Cordobazo. Peronistas, radicales y la dictadura militar de entonces se juntan en el “Gran Acuerdo Nacional”. Perón debía volver para frenar el ascenso y la radicalización de masas. Así se llega al gobierno peronista de 1973-76. Lo que empezó con un “pacto social” que no le permitió a los trabajadores recuperar lo perdido, culminó en el intento de ajuste más feroz: el Rodrigazo. El gobierno peronista fue a fondo contra la resistencia obrera a esas políticas con López Rega, Isabel y las Tres A.
El menemismo, el “argentinazo” y el kirchnerismo
El peronismo volvió al poder en 1989 con Menem, luego de la hiperinflación de Alfonsín. Llevó adelante la más feroz ofensiva contra la clase trabajadora. La entrega no tuvo límites. Se privatizaron todas las empresas públicas a precio de remate, creció astronómicamente la desocupación y los salarios y condiciones de vida de los trabajadores y demás sectores populares se fueron a pique.
La resistencia obrera y popular a todo esto culmino en el “argentinazo” de diciembre de 2001, que tiró al gobierno de la Alianza de De la Rua y fue un golpe mortal al régimen político de conjunto. “Que se vayan todos” y “sin peronistas ni radicales vamos a vivir mejor”, eran consignas coreadas por millones en las calles.
Néstor primero y Cristina después “leyeron” correctamente el desafío del argentinazo. Se dieron la tarea de reconstruir el régimen político. Por eso ellos, que en la década anterior habían sido pilares de la defensa del menemismo, giraron 180 grados su discurso: los derechos humanos, el acercamiento a los gobiernos de centroizquierda o “bolivarianos” de Latinoamérica e incluso cierto enfrentamiento contra grupos locales (como la pelea con el multimedio Clarín) ocuparon el centro de la escena. Pero el kirchnerismo no fue nunca, en la realidad, la vuelta a aquel movimiento nacionalista burgués del primer peronismo. Los Kirchner pagaron puntillosamente la deuda externa (“somos pagadores seriales” confesó Cristina), nunca derogaron la ley de entidades financieras de la dictadura (“los bancos se la están llevando en pala”, fue otra frase de la ex presidente), profundizaron la extranjerización y concentración de la economía, manteniendo las privatizaciones menemistas e incorporando nuevas multinacionales al saqueo, como las de la megaminería. Después de la recuperación que tuvo la economía en los primeros años, producto de que se había dejado de pagar la deuda en 2001 y de la coyuntura de los precios favorables de la soja, volvió con todo el ajuste, afectando salarios, jubilaciones, creciendo el trabajo en negro, el desempleo y la pobreza, mientras el gobierno lo ocultaba truchando los números del Indec. Por eso sufrieron el voto castigo de 2015, que llevó a Macri al poder.
¿Y ahora qué?
Tras el desastre macrista, con Alberto Fernández el peronismo está otra vez en el gobierno. “Los peronistas son quienes mejor administran la economía y el Estado en la Argentina”, le respondió Alberto Fernández a Merkel. Quiere decir que se postulan para garantizarle al imperialismo y a las grandes multinacionales que pueden hacer funcionar el capitalismo argentino. Por eso se comprometen a pagar la deuda externa, a continuar el acuerdo con el FMI y a darle garantías a las multinacionales para que continúen el saqueo de nuestras riquezas, como se plantea con Vaca Muerta o con el litio.
Más allá de las expectativas abiertas tras el desastre macrista, o incluso de la pertenencia histórica por el recuerdo de los “años peronistas de los 40”, ya nada queda de aquel movimiento que había sabido tener roces importantes con el imperialismo yanqui y levantado las banderas de la justicia social, la soberanía política y la independencia económica.
La tarea pendiente de la segunda independencia, que requiere dejar de pagar la deuda y romper con el FMI, nacionalizar la banca y el comercio exterior, reestatizar las privatizadas, son banderas y consignas que hoy sólo levanta la izquierda, la única capaz de plantear un programa, el del gobierno de los trabajadores y el socialismo, que resuelva las más urgentes necesidades populares.