Escribe José Castillo
Hace un par de semanas se había dado a conocer la última oferta de reestructuración de la deuda externa para los bonos bajo legislación extranjera. El gobierno peronista de Fernández terminó ofreciendo 15.000 millones de dólares más que en la propuesta original de abril, se subieron los pagos de intereses, prácticamente se redujo a cero la quita de capital y, quizás lo peor, se planteó que se empezará a pagar en septiembre de 2021, archivando todos los discursos anteriores, que hablaban de un período de gracia de tres o cuatro años sin abonar nada. La propuesta del peronismo había sido tan a favor de los pulpos acreedores que había recibido apoyos y elogios hasta de Luis “Toto” Caputo, el ministro “endeudador” de Macri y del mismísimo Domingo Cavallo, que prácticamente volviendo de las catacumbas, salió a aplaudir.
Pero los buitres son insaciables. Para ellos nada es suficiente. Con BlackRock, el fondo de inversión más grande del mundo a la cabeza, los acreedores rechazaron la propuesta. Se juntaron para hacerlo el Grupo Ad Hoc (del propio BlackRock, junto a otros fondos internacionales como Fidelity y Ashmore), poseedor de la mayor parte de los bonos emitidos durante el macrismo, junto con el Exchange Bondholders (tenedores de los bonos de la deuda kirchnerista) y lograron sumar al Comité de Acreedores, el grupo supuestamente más “benévolo” hacia la Argentina.
El planteo de este auténtico frente de pulpos acreedores es demoledor: piden 3.000 millones de dólares más, una suba sustancial de la tasa de interés y un adelanto general de los plazos de pago. En concreto, si la propuesta del gobierno peronista ya aceptaba empezar a pagar en septiembre del año que viene, los bonistas ahora exigen adelantar el primer pago al mes de julio.
Veremos en qué termina esta negociación. Pero lo que se resuelva, luego tiene que replicarse para los 45.000 millones de dólares que también están pendientes de bonos bajo legislación local. Y, además, en unas pocas semanas tiene que empezar la negociación por los 49.000 millones de dólares de deuda con el FMI.
En la campaña electoral del año pasado, Alberto Fernández sostenía que sería capaz de llevar adelante una renegociación exitosa de la deuda, donde quedaría espacio tanto para llevar adelante un plan económico progresista, de redistribución de la riqueza, y, al mismo tiempo, pagar una deuda que se habría reducido y estaría reprogramada “en cómodas cuotas”. Nada de eso pasó. Termine como termine el presente capítulo de la negociación, ya hay una certeza: lo que quede se tendrá que pagar con un feroz ajuste, más fuerte que el actual.
Pagar, redistribuir la riqueza y crecer, como decía el gobierno peronista, se muestra cada vez más como una utopía. Una utopía reaccionaria, ya que la sufrirá el pueblo trabajador con más hambre y miseria. Una vez más, la única salida es dejar inmediatamente de pagar la deuda externa, para que todos esos fondos, en vez de ir a manos de los buitres, se destinen a las más urgentes necesidades populares de salud, trabajo, comida, educación y vivienda.