Escribe Miguel Lamas, dirigente de la UIT (CI)
Emmanuel Macron fue reelecto presidente de Francia en segunda vuelta contra la ultraderechista Le Pen, con una fuerte abstención del 28% (la mayor desde el ‘69, después del mayo francés) y otro 6% de voto nulo. El triunfo de Macron no motivó ningún festejo popular.
El domingo a la noche, conocidos los resultados, las calles de París estaban vacías. El voto que recibió de sectores populares se debió en gran medida a que querían evitar que triunfe la ultraderecha de Le Pen. Pero en los días previos a las elecciones hubo importantes movilizaciones estudiantiles y obreras, con la consigna “Ni Macron ni Le Pen”.
En primera vuelta, el centroizquierdista Jean-Luc Mélenchon, de Francia Insumisa, había sacado 22% de la votación, Le Pen 23% y Macron 27%.
Por su parte, Marine Le Pen logró en segunda vuelta una importante votación de campesinos y obreros que odian a Macron por descargar la crisis económica sobre los trabajadores.
Ahora vienen nuevas elecciones en junio para elegir al Parlamento. El centroizquierdista Mélenchon aspira a ganar con el apoyo del Partido Comunista (PC) y del Partido Socialista (PS), que eran muy fuertes y estuvieron casi desaparecidos en recientes elecciones.
El PS, socialdemócrata, gobernó Francia durante años. El propio Macron, antes de ser presidente, fue ministro de economía de un gobierno del PS. Y antes de ser ministro fue subdirector del gran banco Rothschild, asociado a las transnacionales Nestlé y Pfizer.
Crisis económica, social y política
El marco general de esta elección son las consecuencias de la crisis económica descargada sobre el pueblo trabajador en los últimos años. Macron rebajó impuestos a las grandes empresas, y facilitó la precariedad laboral y los despidos. Esta situación fue respondida con grandes movilizaciones populares, como la de los “chalecos amarillos” (contra el aumento de la nafta) e importantes huelgas.
La consecuencia política fue un total y creciente descrédito de los antiguos partidos, desde la derecha tradicional a la centroizquierda del PS y el PC, que gobernaron o cogobernaron.
Macron surgió y triunfó en el 2017, diferenciándose de estos viejos partidos, diciendo que “no era de izquierda, ni de derecha” y que iba a gobernar pragmáticamente “sin ideologías” para “mejorar la economía”. Ahora, nuevamente en campaña electoral, habló de “proteger a los vulnerables”, cuando en los últimos meses en Francia muchos alimentos de primera necesidad aumentaron hasta un 85%, como consecuencia de la guerra de Ucrania, sin que los salarios aumenten.
También, y por motivos parecidos de ruptura con los viejos partidos, creció la extrema derecha de Le Pen.
La necesidad de construir alternativa revolucionaria
Lamentablemente las organizaciones que se dicen trotskistas, que se presentaron a elecciones como el Nuevo Partido Anticapitalista y Lucha Obrera, tuvieron muy baja votación en primera vuelta. No impulsaron una unidad de la izquierda revolucionaria y de los trabajadores, que podría haber avanzado en una alternativa visible para las masas oprimidas que rompen con los viejos partidos.
Para la segunda vuelta el centroizquierdista Mélenchon, que fue quien capitalizó los votos de izquierda, llamó a votar “contra Le Pen”, sin decir nada de Macron, y ahora proyecta ganar las parlamentarias para cogobernar como primer ministro, de acuerdo a la ley francesa.
En lo inmediato, el precario triunfo de Macron hace posible y necesaria la unidad para la lucha de los trabajadores, exigiendo a las centrales sindicales un plan de lucha por las demandas más urgentes, de aumento salarial, no al aumento de edad jubilatoria, defensa del empleo, contra despidos, impuestos a las grandes empresas. Las manifestaciones estudiantiles y obreras “ni Macron ni Le Pen” muestran la necesidad de construir una alternativa revolucionaria ante la crisis capitalista y política que vive Francia.