Escribe Adolfo Santos, dirigente de Izquierda Socialista/FIT-Unidad
Durante la entrega de los premios Martín Fierro, no fue sólo Norman Briski el que sorprendió. Parecía que la famosa alfombra roja quería ser bandera y flamear. Como nunca antes, varios artistas manifestaron críticas al gobierno reflejando el clima de descontento popular que vive nuestro país.
La gran ganadora de la noche, con siete estatuillas, fue la película Puan, de María Alché y Benjamín Naishtat. Rodada en la UBA en 2023, el film es un anticipo de lo que estaba por venir. Retrata el ambiente de la militancia, las disputas culturales y la crisis de la universidad. Al subir al escenario, los directores invitaron a hablar al decano de Filosofía y Letras quien denunció los salarios de miseria y entre otras cosas dijo: “En la UBA el 60% de los estudiantes forman parte de una primera generación de universitarios” y cerró “La universidad no se vende y la autonomía tampoco. Viva la universidad pública…”. Sorprendentemente, parte del público comenzó a entonar: “Universidad, de los trabajadores y al que no le gusta, se jode, se jode”.
Y en la noche de protestas se sumó la voz de Mirtha Legrand, quien al recibir su premio, en un claro mensaje contra el gobierno expresó: “Por favor, no cierren el Incaa”, desde la platea, Luis Brandoni, que recientemente defendió la política de recortes del gobierno al Instituto, miraba atónito. La diva, de 97 años, completó: “No se puede cerrar el Incaa porque el cine argentino es el cine más importante de habla hispana”.
A la lista de críticos, se sumó Graciela Borges. Al recibir la estatuilla, le respondió al gobierno: “No nos digan cómo tenemos que hacer cine. Sabemos hacer cine. Que no nos digan más cuántos espectadores tenemos que meter para ser buenos”, Borges respondía a la “visión financiera” del arte del vocero presidencial que había manifestado: “Vamos a dejar de financiar películas que sean fracasos comerciales”.
El gobierno no tiene paz ni en un ámbito tan particular como la entrega de premios Martín Fierro. Y la lucha universitaria, que ya merece un Martín Fierro, se metió en ese ámbito porque impregna todos los poros de una sociedad cada vez más descontenta.