Traducido en dinero, para no ser pobre una familia tipo necesitaba en diciembre 13.155,83 pesos y para ser indigente la línea está fijada en 5.458,6 pesos mensuales.
Algunos funcionarios y periodistas amigos del gobierno, con ánimo de confundir, dicen que el 30,3% es una “mejoría” con respecto a los índices del segundo trimestre de 2016, que arrojaban un 32,2% de pobreza y 6,3% de indigencia. La realidad es que las cifras actuales no son comparables con ningún período anterior por la modalidad con la que fueron calculadas.
La discusión no es el número en sí mismo sino cómo llegamos a él. Cómo puede ser que un país rico como el nuestro (producimos comida para tres Argentinas, tenemos gas, petróleo, todos los climas, acero, extenso territorio, etc.) tenga una pobreza estructural del 30,3%.
La respuesta está en la historia. A comienzos de los años ‘70, la pobreza era de un 10%. Con la dictadura se instaló, a sangre y fuego, un modelo económico al servicio del capital concentrado local y multinacional, que luego fue continuado por los radicales de Alfonsín, los peronistas de Menem, De La Rua, Duhalde y los Kirchner, siempre ajustando al pueblo trabajador. Fue un coctel fatal que hundió los salarios, disparó el desempleo y la marginación.
Hoy con Macri, los que tienen la suerte de tener trabajo, apenas subsisten. Los tarifazos, la inflación, los despidos y suspensiones y el techo en las paritarias, no solo hacen imposible disminuir la pobreza, sino que la profundizan cada vez más.
Esta situación solo la puede solucionar un gobierno de la izquierda y los trabajadores, que deje de pagar la fraudulenta e ilegal deuda externa y que destine ese dinero para resolver las más urgentes necesidades populares de trabajo, salario, vivienda, salud y educación.