Escriben Lautaro Tochi, dirigente de la Juventud de Izquierda Socialista de la UNC procesado por luchar y Judith Barbona, Estudiante de Derecho UNLZ
No puedo respirar” fue la última frase que se escuchó de George Floyd. La presión ejercida sobre su cuello, de parte del ahora ex policía Derek Chauvin, expresa la permanente opresión que padecen millones de negros, migrantes y pobres en todo mundo.
El asesinato racista pudo dejar sin aire a Floyd pero retumbó como un grito de guerra desencadenando un enorme movimiento que oxigenó las calles de Minneapolis, al punto tal de prender en llamas la ciudad, la comisaría y cuánto auto de la policía se ponía por delante de la movilización. Pero no terminó allí, la furia antirracista encabezada por el movimiento Black Lives Matter provocó movilizaciones en más de 600 ciudades de EEUU, enfrentando a la policía, desafiando y tirando abajo los toques de queda.
Se trata de las movilizaciones más grandes desde las marchas contra la guerra de Vietnam o del asesinato de Martin Luther King en la década del ’60. Trump amenazó con movilizar al ejército y no solo dio luz verde a una represión brutal sino que también dio vía libre para actuar a grupos paramilitares neonazis y supremacistas blancos. Con el acuerdo de los gobernadores y alcaldes (muchos de ellos de la oposición demócrata) declaró el estado de sitio y desplegó la guardia nacional en las principales ciudades del país. Pero las movilizaciones se siguieron desarrollando. Lxs trabajadorxs y jóvenes del mundo expresan su solidaridad con la rebelión popular yanqui contra su gobierno y su régimen político racista.
Este crimen atroz volvió a poner en escena el carácter racista del régimen de la mayor potencia imperialista del mundo, así como la farsa sobre la que se monta la democracia burguesa. Un tercio de lxs niñxs negrxs viven en la pobreza, el ingreso per cápita de lxs negrxs es diez veces menor que el de lxs blancxs. El desempleo, de más del 10% en la población negra, es más del doble que entre lxs blancxs. La probabilidad de que un hombre negro de bajos ingresos sea encarcelado es mayor al 50%. En 2016 la tasa de asesinatos a manos de los cuerpos represivos fue de 10,13 por millón entre la población indígena, 6,6 por millón entre lxs negrxs, 3,23 entre lxs latinxs, 2,9 entre lxs blancxs.
El racismo es una lacra inherente al capitalismo, el tráfico de esclavos fue uno de los mecanismos de la acumulación originaria. En el marco de las relaciones de explotación capitalista el odio racista es impulsado por las burguesías para dividir a la clase trabajadora y perpetuar la superexplotación de los sectores más marginados y oprimidos, los negros, indígenas e inmigrantes. De ahí la importancia de tomar la lucha contra el racismo como parte de la lucha del conjunto de la clase trabajadora mundial y como una manifestación anti capitalista.
Racismo y represión en la Argentina
En Argentina Alberto Fernández asumió como presidente haciendo gala de un discurso en favor de los sectores populares. De hecho, su primer acción como presidente electo fue la de recibir a Brian, un pibe de barrio que, siendo presidente de mesa en una escuela de Moreno, fue discriminado y estigmatizado por su vestimenta. “Todos somos Brian” dijo Alberto al tiempo que se ponía la gorra del joven. Gestos como estos pueden caer bien y generan entusiasmo en comparación a las atrocidades que vivimos bajo el gobierno de Cambiemos. Es una realidad que con Macri y la ex ministra de seguridad Patricia Bullrich se avanzó en medidas represivas para pasar el ajuste. Pero, ¿el gobierno del Frente de Todos plantea una salida superadora? Llamamos a ver la realidad tal cual se nos presenta.
Lamentablemente, el gobierno peronista no tiene nada que envidiar de este accionar represivo. Para muestra basta un botón: días después del asesinato de Floyd la policía tucumana, que dirige el gobernador Manzur (conocido como el “armador político” de Alberto), actuó como un calco de la de Minneapolis. Persiguieron al trabajador Walter Nadal por sospecha de robo y terminaron reduciéndolo en el piso poniendo la rodilla sobre su cuello. “Me falta el aire”, repetía Nadal, el policía le gritaba “no seas cagón”. La autopsia reveló muerte por asfixia.
Pero no se trata de un hecho aislado. Las fuerzas policiales son parte de un sistema de disciplinamiento que va desde el abuso de autoridad hasta la muerte. Por más gorra que se ponga Alberto Fernández, la realidad sigue mostrando que la persecución y las muertes por gatillo fácil son cosa de todos los días en los barrios humildes. Tal es el caso de Facundo Scalzo, un pibe de 17 años baleado por la gendarmería en barrio Rivadavia; o la desaparición de Facundo Asturdillo Castro que al día de cerrar esta nota lleva 75 días desaparecido luego de haber sido detenido por un patrullero de la maldita bonaerense; o la desaparición forzada seguida de muerte del jornalero Luis Espinoza que “por violar la cuarentena” fue asesinado por la policía tucumana que ocultó su cadáver bajo el silencio cómplice del gobierno nacional; o la detención ilegal y tortura a una familia Qom en la provincia del también peronista Capitanich, que es parte de una violencia sistemática contra los pobres y los pueblos originarios.
Nada distinto de la violencia racista y clasista de la policía estadounidense que se ensaña con negros, pobres y luchadores.
Durante la cuarentena se viralizaron múltiples escenas de abuso policial donde efectivos humillaban y forzaban a personas demoradas a hacer flexiones y repetir frases como en los tiempos del servicio militar; y de repartidorxs siendo detenidxs por la policía en Buenos Aires, Córdoba y Rosario. En contraposición Gustavo Nardelli, directivo de la fraudulenta Vicentín, fue demorado por romper la cuarentena para pasear en su yate sin recibir ningún agravio policial.
Las fuerzas represivas no nos cuidan, actúan siempre defendiendo intereses de clase.
De ahí que ante los despidos en el frigorífico Penta, en vez de hacer cumplir el decreto “antidespidos”, el gobierno de Kicillof mandó a los efectivos del represor Berni a repartir balas de gomas sobre los obreros que reclamaban por recuperar su trabajo.
De ahí que en vez de destinar plata para so- lucionar la miseria estructural que se vive en los barrios populares, el gobierno nacional los militariza mandando al ejército “hijo de la democracia” para sostener el control y persecución sobre los sectores más vulnerables.
De ahí que en vez de garantizar la autonomía sobre los territorios de los pueblos originarios, la policía de Capitanich hostigue, persiga y torture desde hace años a las comunidades Qom de Chaco.
De ahí que en vez de intervenir para que los mineros de Andacollo cobren los salarios adeudados y recuperen su fuente laboral, Alberto Fernández y la Ministra de seguridad Sabina Frederic intervinieron instrumentando, por medio de la Gendarmería, el espionaje ilegal a través de escuchas en los celulares de los trabajadores.
De ahí que esta nueva ministra, por más que sea antropóloga y no militar o policía, actúa igual reprimiendo y hostigando las luchas obreras y populares.
Por ello es fundamental intervenir de forma independiente de los gobiernos, siendo capaces, como decía el Che Guevara, “de temblar de indignación cada vez que se comete una injusticia en el mundo” pero también –agregamos– ante cualquier gobierno.
Por el desmantelamiento del aparato represivo
La única justificación de la represión es el hecho de que estos gobiernos responden a los intereses de los grandes empresarios, multinacionales, terratenientes y banqueros.
Desde Estados Unidos a Chaco, pasando por los carabineros de Chile disparando a los ojos de quienes protestan en ese país, todos los gobiernos capitalistas utilizan la represión para poder imponer planes de ajuste y sometiendo a la clase trabajadora a mayor explotación y opresión.
Cuando las condiciones de vida de las grandes mayorías se tornan inaguantables se producen enormes movilizaciones que hacen temblar gobiernos y regímenes, que en última instancia se sostienen por el rol de las fuerzas represivas. Prepararnos para enfrentarlas es parte de nuestra tarea militante.
Esta brutalidad que recorre todo el planeta es la brutalidad de un régimen que necesita de la fuerza, las armas, la represión y el control para poder sostener a una ínfima minoría controlando todas las riquezas producidas por los laburantes.
Tenemos que tomar el impulso de las movilizaciones que surgieron en Minneapolis y que se propagaron por distintas ciudades del mundo para enfrentar el ajuste y la represión. En lo inmediato, exigimos que se termine la represión a las luchas que están creciendo en todo el país. Peleamos por terminar con los abusos policiales en los barrios populares. Exigimos cárcel a los responsables materiales y políticos de los casos de gatillo fácil y represión, como así también el cese de la persecución a luchadorxs y el cierre de las causas iniciadas. Y, sobre todo, levantamos nuestra exigencia de fondo, que se desmantele el aparato represivo y de espionaje que utilizan todos los gobiernos al servicio de sus políticas de ajuste; y pelear por un gobierno de trabajadorxs que otorgue seguridad, no con mano dura, sino planificando la economía al servicio de las necesidades más urgentes como el hambre, el trabajo, la salud, educación y vivienda.