May 02, 2024 Last Updated 8:47 PM, May 1, 2024

Escribe Miguel Sorans*

El escritor chileno Luis Sepúlveda murió en el Estado español el jueves 16 de abril por coronavirus, según confirmó su familia. Sepúlveda, quien había sido diagnosticado con la infección a finales de febrero, estaba internado en el Hospital Universitario Central de Asturias. El escritor, de 70 años, comenzó a mostrar los síntomas el pasado 25 de febrero, después de regresar de un festival literario celebrado en Oporto, ciudad del norte de Portugal. Desde hacía varios años estaba radicado, junto a su familia, en Asturias.

Lamentamos mucho esta noticia. Sepúlveda fue un importante escritor pero también fue un militante de causas justas. Entre ellas, la lucha revolucionaria para terminar con la dictadura de Somoza en Nicaragua. Tuvimos el honor de que Sepúlveda participara en la revolución nicaragüense junto a la Brigada Simón Bolívar, que impulsó nuestra corriente socialista. Fue una brigada de combatientes latinoamericanos que se impulsó desde Bogotá, bajo la iniciativa del dirigente argentino Nahuel Moreno, exiliado entonces, y del PST (Partido Socialista de los Trabajadores) de Colombia, que encabezaba una campaña internacional sistemática de apoyo a la lucha contra la dictadura de Somoza y de solidaridad con el FSLN para que triunfase y encabezara un gobierno propio, sin burgueses.

Ex militante comunista, Sepúlveda se vio obligado a abandonar su Chile natal en 1977 perseguido por el régimen dictatorial de Augusto Pinochet. Se dio a conocer internacionalmente en 1988 con la publicación de Un viejo que leía novelas de amor. A esa exitosa obra le siguieron Mundo del fin del mundo, Nombre de torero, Patagonia express, Historia de una gaviota y del gato que le enseñó a volar, La rosa de Atacama y Fin de siglo, entre otras.

Recibió varios premios, el de poesía Gabriela Mistral (1976), Rómulo Gallegos (1978), el de narrativa Superflainao (1993) y el Premio Ovidio, concedido en 1998 en Italia por La última frontera.

Justamente, en la novela Nombre de torero, uno de los protagonistas es un exiliado chileno, Juan Belmonte, que sería el que tiene nombre de torero. En la trama de ficción Belmonte cuenta que participó en la Brigada Simón Bolívar y que fue reprimido por el gobierno sandinista. En esa trama se mezclan personajes de la siniestra Stassi, policía de la antigua Alemania Oriental, con la policía de Pinochet y la caída del Muro de Berlín.

En una revista española Sepúlveda recordaba a la brigada el día del triunfo de la revolución: “En julio de 1979, exactamente el 19 de julio de ese año al atardecer, me encontraba sentado en la escalinata que conduce a la catedral de Managua. Los sandinistas habían derrotado al dictador Anastasio Somoza y yo estaba ahí entre los sobrevivientes de la última brigada internacional, la Simón Bolívar, y compartía entre veinte o más una petaquita de ron nica y unos cigarros atroces que hacían los indios misquitos. Había alegría, mas no euforia, pues todas las guerras avanzan y duran más de lo que uno pensaba. La mayoría de los combatientes eran muy jóvenes, celebraban la esperanza y lo que harían de su país en medio de la más limpia y pura utopía, eran ajenos a la guerra fría o a los planes que ya se tejían en Washington. En esos momentos uno solo piensa en sus muertos y a ratos le resulta injusto haber sobrevivido”. (Revistateína N° 16. Octubre de 2007. Revista electrónica de Valencia).

 

*Integrante de la Coordinadora de la Brigada Simón Bolívar y actual dirigente de Izquierda Socialista de la Argentina y de la UIT-CI
www.uit-ci.org

Escribe Reynaldo Saccone, ex presidente de la Cicop

En la ciudad de Nueva York los bomberos recogen diariamente entre cien y doscientos cuerpos de los domicilios. Hoy los Estados Unidos registran 23.600 decesos, de los cuales 7.500 corresponden solo a Nueva York. La pandemia se ensaña con los trabajadores, especialmente los de las minorías étnicas oprimidas. Los afroamericanos, que constituyen el 22% de la población, aportan el 28% de las víctimas fatales; los latinos, que son el 29%, proveen el 34 por ciento. A este inventario negativo deben sumarse también las víctimas sociales: 16 millones de despidos ejecutados por las empresas en estos meses.

¿Por qué en el país imperialista más adelantado del planeta hay semejante catástrofe? Un problema es que el sistema de salud de los Estados Unidos es el paradigma del modelo mercantilista de la medicina y no está preparado para satisfacer las necesidades de la salud pública de grandes masas. Deja afuera a 27 millones de habitantes que no pueden pagar sus seguros. El sistema cruje cuando debe enfrentar esta epidemia, que está afectando ya a 600.000 personas.

El segundo problema fue el criminal manejo de la crisis que hizo Donald Trump. Desconoció públicamente durante semanas la gravedad de la pandemia. El domingo pasado su principal asesor en Salud, el epidemiólogo Anthony Fauci, dijo textualmente: “El presidente dejó pasar semanas cruciales para establecer el distanciamiento social, con lo cual se hubiera logrado salvar varias vidas. Pero hubo mucho rechazo al cierre de muchas cosas en aquel entonces”. ¿A quién se refirió el asesor presidencial con la frase “hubo mucho rechazo”? Sorprendentemente, la respuesta la da la propia prensa imperialista. El New York Times señala como responsables a “banqueros, ejecutivos e industriales”, los cuales, aún ahora, están presionando a Trump para que haga un llamado a levantar las restricciones y el distanciamiento y ponga a funcionar la economía.

En Italia, también, la burguesía impidió al pueblo trabajador defenderse de la pandemia

En Italia, como en los Estados Unidos, la crisis del sistema de salud y el manejo criminal de la burguesía favorecen el desarrollo de la epidemia, producto de las políticas de ajuste, donde el gasto público en salud bajó desde 7% en 2009 a 6,5% en 2017 y el número de camas por mil habitantes pasó de 3,79 en 2008 a 3,17 en 2016. En los últimos diez años se han quitado 37.000 millones de euros al presupuesto de salud. Lombardía concentra uno de los polos industriales más importantes de Italia. Los empresarios presionaron para evitar el cierre de sus fábricas y la pérdida de dinero. Y así, por increíble que parezca, la zona con más muertos por coronavirus por habitante de Italia –y de toda Europa– nunca fue declarada zona roja, a pesar de la presión del pueblo trabajador y las autoridades locales.

La cámara patronal local, Confindustria Bérgamo, agrupa a 1.200 empresas que emplean a más de 80.000 trabajadores. Todos fueron expuestos al virus, obligados a ir a trabajar, en buena parte sin medidas adecuadas, hacinados, sin distancia de seguridad ni material de protección. Confindustria lanzó su propia campaña: Bérgamo no se cierra. Cuando el sábado 21 de marzo Italia alcanzó el triste récord de casi ochocientos muertos diarios, el primer ministro Conte, que hasta entonces se había mostrado contrario a la medida, dijo que se cerrarán “todas las actividades económicas productivas no esenciales”.

¿Por qué tarda la vacuna?

Hay más de sesenta equipos en el mundo trabajando para crear una vacuna contra el coronavirus. Algunos dirigidos por grandes empresas farmacéuticas, como GlaxoSmithKline o Johnson & Johnson. El problema es que van despacio. ¿Cuál es la razón para esta lentitud? Una declaración de Bill Gates al New England Journal of Medicine lo explica en forma transparente: “Es necesario que los gobiernos pongan los fondos porque los productos para la pandemia son inversiones de muy alto riesgo, el financiamiento público minimizaría los riesgos para las empresas farmacéuticas y ayudaría a que se metieran en este tema con los dos pies”. Más claro, imposible. Los capitalistas quieren que el Estado ponga los fondos y las empresas se lleven las ganancias. Remata Gates: “Finalmente, los gobiernos deben financiar la compra y distribución de las vacunas a la población que la necesita”. Es decir, el Estado financia la producción y luego tiene que comprar los productos a las empresas. La propuesta de Gates desnuda la entraña del capitalismo: no se avanza en las vacunas si no hay ganancia garantizada.

La existencia del capitalismo es una traba que impide derrotar a la pandemia. Hemos visto a la burguesía mundial luchar contra las medidas de aislamiento y suspensión de actividades como en los Estados Unidos e Italia sin reparar en las muertes ni en la extensión del virus. Ha implantado los planes de ajuste que destruyeron los sistemas de salud y ahora sostiene con cinismo e indiferencia que el Estado debe financiar la producción de remedios o vacunas que harían desaparecer la pandemia. Los trabajadores y el pueblo deben avanzar hacia la estatización de los servicios de salud y la industria vinculada a ella, que produce insumos, remedios y vacunas. Deben, bajo control de sus trabajadores, ser puestos al servicio de la lucha contra la pandemia. Permitiría acelerar y liberar a la humanidad de la prolongación de estos horrores y sacrificios de vidas. 

 

La gravedad de la crisis del coronavirus y sus consecuencias ha abierto un debate sobre cómo será el mundo luego de la pandemia. Se escriben decenas de artículos. Algunos apuestan a una supuesta vuelta del “rol del estado” y a una mejor “redistribución de la riqueza”. Otros advierten que se podría estar ya en el camino del fortalecimiento del autoritarismo.

Escribe Miguel Sorans, dirigente de Izquierda Socialista y de la UIT-CI

La gravedad de la crisis no está en discusión. En primer lugar, de la pandemia. Millones de contagiados en 185 países y más de 100 mil muertos. En segundo lugar, las consecuencias sociales sobre los pueblos del mundo son graves, con millones sin trabajo o cobrando salarios reducidos por el rol nefasto de los grandes empresarios y banqueros del mundo. Con millones que no tienen acceso a la comida diaria o al agua para lavarse las manos. La crisis económica y social del capitalismo se va a profundizar. Muchos dicen que la crisis será como el crack capitalista de 1929. Pero en realidad venimos de la crisis del 2007/08 que fue igual o superior a la del ´29. Y ahora la titular del FMI, Kristalina Georgieva, alerta “que el mundo está en una recesión peor que en la crisis de 2008” (Clarín, Argentina, 26/3/20). O sea, que los propios jerarcas del imperialismo mundial nos dicen que ya estamos viviendo la peor crisis de la economía capitalista en toda su historia.  Por primera vez se puede decir que el mundo capitalista está casi parado. Los de arriba nos dicen que es por la pandemia. Si y no. Porque, en realidad, el coronavirus vino a profundizar la crisis de la economía que ya existía. A fines de diciembre del 2019 ya se estaba al borde de una nueva recesión mundial.  

¿Iríamos hacia un mundo mejor?

“Si hay un lado positivo en la pandemia de Covid-19, es que ha inyectado un sentido de unión en las sociedades polarizadas”. Para sorpresa de muchos esto fue dicho en una editorial del periódico británico Financial Times. Tal es el grado de la crisis que algunos voceros del imperialismo buscan dar una versión optimista y “solidaria” del capitalismo. Aseguran que: "La redistribución volverá a estar en la agenda. Los privilegios de los ancianos y ricos en cuestión. Las políticas hasta hace poco consideradas excéntricas, como los impuestos básicos sobre la renta y la riqueza, tendrán que estar en la mezcla" (BAE Negocios 5/4/20). Otros. como Joseph Stiglitz o la economista norteamericana Carmen Reinhart, proponen una “colaboración” de los países ricos” otorgando, por ejemplo, una moratoria de las deudas externas.

Es claro que ante la gravedad de la crisis y las convulsiones sociales que se podrían crear, existen sectores burgueses que proponen algunos paliativos para intentar amortiguar la debacle que se vive. Incluso no podemos descartar que alguna medida excepcional se concrete por la crisis y la presión social. Pero no habrá mejoras de fondo, ni progresos para la clase trabajadora y los sectores populares. Ya se anuncian más de 50 millones de nuevos desocupados en el mundo. El imperialismo y las multinacionales buscarán hacer descargar otra vez la crisis sobre las espaldas de las masas, con nuevos planes de ajuste, saqueo y explotación. El único cambio posible, la única redistribución de la riqueza en favor de los pueblos, vendrá de la lucha por imponer gobiernos de las y los trabajadores en todo el mundo.

¿El peligro de un mundo más autoritario?

En la coyuntura inmediata los gobiernos están aprovechando el tema de la pandemia y la cuarentena para tratar de desmovilizar a las masas. Para esto los gobiernos están apelando a la unidad nacional y, en otros casos, a la militarización de la crisis, agudizando los rasgos autoritarios de muchos regímenes y gobiernos.

La crisis sanitaria agrandó el papel de las fuerzas armadas (reparten comida, instalan hospitales, hacen traslados) y de las policías para el control de las cuarentenas. También ha crecido el control virtual. Se estima que unos 40 países utilizan los sistemas de localización de los móviles y distintas aplicaciones para vigilar las cuarentenas o seguir los movimientos y contactos personales, en China, Hong Kong, Corea del Sur, Taiwán, Singapur, Rusia, Israel, Estados Unidos y muchos países de la Unión Europea. Ocho grandes operadores europeos, entre ellos Telefónica, van a proporcionar a la Comisión Europea datos de la localización de sus clientes de telefonía móvil.

Efectivamente existe el peligro que luego de la pandemia se pretenda utilizar todo esto contra los pueblos que se rebelen o para tratar de evitar que lo hagan. No es una tendencia nueva. Ya antes había avances de gobiernos ultra reaccionarios y autoritarios (Trump, Bolsonaro, Erdogan, Putin, Victor Orbán en Hungría, Nicolás Maduro en Venezuela o el dictador Rodrigo Duterte, de Filipinas). O la represión en Chile de los carabineros sobre las movilizaciones contra Piñera. Pero está por verse si van a predominar los regímenes autoritarios y represivos.  Porque lo que predominaba antes de la crisis del coronavirus era la tendencia a la desestabilización política de los regímenes y gobiernos capitalistas por movilizaciones populares. Al inicio del coronavirus existía una oleada revolucionaria de luchas que estaba conmoviendo al mundo. Parte de esa oleada eran las rebeliones populares en Chile, en Líbano o la huelga obrera de Francia. No parece que haya un retroceso estructural en la disposición a movilizarse, más bien existe un reacomodo coyuntural del movimiento de masas, que se ajusta a la situación de cuarentena para tratar de evitar, lógicamente, el contagio. Por ahora no se producen movilizaciones masivas pero sí huelgas o protestas parciales para reclamar por la seguridad sanitaria frente a la pandemia o contra despidos y rebajas salariales. Pero una vez superado el coronavirus puede haber nuevas movilizaciones o rebeliones populares en muchas partes del mundo contra las consecuencias sociales y económicas de la crisis del coronavirus. Para eso nos preparamos los socialistas revolucionarios.

Los justificados temores de Henry Kissinger

Quien quizás mejor haya reflejado esta posibilidad, de un mundo con nuevas y mayores confrontaciones sociales que cuestionan al sistema capitalista-imperialista, ha sido Henry Kissinger, uno de los referentes históricos del imperialismo.

El ex canciller de Richard Nixon, que inició el acercamiento de la China de Mao al imperialismo yanqui (1972), y que sufrió la derrota de la guerra de Vietnam (1975), publicó una columna de opinión en The Wall Street Journal (5/4/20).

“Cuando termine la pandemia de Covid-19, se percibirá que las instituciones de muchos países han fallado”, pronosticó. “El desafío para los líderes es manejar la crisis mientras se construye el futuro. El fracaso podría incendiar el mundo”, advirtió.  Kissinger, a los 96 años de edad, mantiene su lucidez en defensa del sistema. Es consciente que los pueblos visualizan la debacle: “se percibirá que las instituciones…han fallado”. Y que el mundo se “podría incendiar”. Por eso en esa misma columna aconseja que se “deberían tratar de mejorar los efectos del caos inminente en las poblaciones más vulnerables del mundo”.

Su temor, como fiel representante de las oligarquías del mundo, está justificado porque Kissinger sabe de la oleada de rebeliones que se venían dando desde el 2019. Sabe que los pueblos están hartos de los ajustes capitalistas y del crecimiento de la pobreza y de la explotación. Los Kissinger y compañía le temen a ese posible “incendio” de las rebeliones populares. La confrontación social está planteada como una hipótesis basada en la realidad. El mundo post coronavirus será la continuidad agravada de todo lo que conocemos hoy del capitalismo. Por eso desde la UIT-CI hemos convocado “a la más amplia unidad de acción de las organizaciones obreras, populares, de la juventud, del movimiento de mujeres, el movimiento en defensa del ambiente, como de la izquierda anticapitalista y socialista, para coordinar un movimiento de lucha internacional por el plan de emergencia obrero y popular en la perspectiva de la lucha a fondo por terminar con este sistema capitalista-imperialista e imponer gobiernos de la clase trabajadora y el pueblo” (Llamamiento internacional, marzo 2020. www.uit-ci.org). Los cambios sólo podrán venir de la movilización de la clase trabajadora y los pueblos.

14 de abril de 2020

 

Escribe Reynaldo Saccone, ex presidente de Cicop

María Correa, inmigrante colombiana diabética de 73 años fue llevada por la ambulancia al hospital. En su casa de Queens, donde vivía desde hacía 20 años, sintió fiebre y dificultad respiratoria. Sus familiares la buscaron luego durante una semana y ni el hospital, ni los bomberos ni la policía sabían de ella. Finalmente, apareció en la morgue con el nombre cambiado por confusión de los paramédicos. Esta escena muestra la situación caótica que la epidemia ha creado en el país imperialista más poderoso del planeta.

En los Estados Unidos se han producido hasta la fecha cerca de 400.000 casos de COVID 19 de los cuales murieron 13.000. Solo en el estado de Nueva York se han acumulado 140.000 casos y 5500 muertes mientras que, en Queens, un barrio de inmigrantes, hubo 23.000 casos. Con estos números, Estados Unidos encabeza la triste procesión de las víctimas de la pandemia.  Cifras que cobran su verdadera dimensión si las comparamos con las cantidades del mundo: cerca de 1.400.000 infectados y 74.000 muertos.

¿Cómo se pudo llegar a esta situación?

El gobierno de los Estados Unidos es el máximo responsable. Donald Trump minimizó en todo momento la importancia de la epidemia. Más aún, se desecharon los informes que alertaban el problema. Se sabe ahora que el principal asesor comercial de la Casa Blanca, Peter Navarro, había advertido en términos crudos sobre cuán mortal y económicamente devastador podía ser el brote del nuevo coronavirus para Estados Unidos.

En los comienzos de la epidemia, la dictadura capitalista china hizo callar a Li Wengyang, el médico que descubrió la nueva enfermedad y aún está desaparecida la Dra. Ai Fen, su colega, que difundió la existencia de la virosis. Instalada ya la epidemia, la dictadura se reacomodó y, con sus métodos brutales, adoptó medidas severas para frenarla. Trump, en cambio, acompañado por el hoy infectado premier británico Boris Johnson, planteó con claridad que era necesario preservar la economía y se negaron -ambos- a tomar las medidas necesarias para preservar la salud de la población. Recién cuando la presión de los gobernadores se hizo insostenible, Trump se avino en forma parcial a tolerar las cuarentenas y otras medidas que tardíamente se establecieron en 39 de los 50 estados y que no lograron frenar la expansión de la virosis por todo el país.

La presión popular

Los gobernadores reflejaron en forma más directa la profunda inquietud, que el avance de la epidemia producía en amplios sectores populares en sus respectivos estados. En Chicago hubo denuncias públicas porque los afroamericanos que son el 30% de la población, constituían el 60% de los infectados. En otros estados los médicos de las emergencias y las enfermeras -que en muchos casos están haciendo frente a la oleada de pacientes con coronavirus y a la escasez de equipos de protección, están descubriendo que se les está reduciendo los adicionales. Muchos trabajadores de la salud son contratados por empresas de trabajo temporario y estas compañías están reduciédoles el salario, haciendo recaer sobre ellos la presunta pérdida por la suspensión del trabajo no urgente. La empresa Alteon Health, una de las principales contratistas de médicos y enfermeras, publicó un memorando el lunes 30 de marzo en el que informaba que "la empresa reduciría la cantidad de horas de trabajo de los médicos, los salarios del personal administrativo en un 20%" y que suspendería los planes 401k (ahorro jubilatorio previo), las bonificaciones y el salario vacacional".

Otra presión que han recibido los gobernadores es la que ejerce la comunidad científica. La más antigua y prestigiosa revista médica de los Estados Unidos, New England Journal of Medicine, que venía haciendo campaña por una política más agresiva del gobierno, publicó el 1 de abril un editorial con el provocativo título de “Como eliminar la epidemia en diez semanas” que contempla, en primer lugar establecer una conducción única que centralice todos los recursos sanitarios del país, cuarentenas estrictas, protección del personal de salud, puesta a disposición del poderío industrial para producir insumos médicos, subsidio y protección a los necesitados y, finalmente, investigar sobre la marcha remedios y vacunas. Un programa opuesto al de Trump.

¿Por qué no se pueden tomar las medidas necesarias para aplastar la pandemia?

Simplemente, porque en el capitalismo, la economía no puede parar de producir ganancia para el capital. Los grandes monopolios multinacionales y la gran burguesía de cada país no pueden dejar de ganar. Por eso presionan constantemente, de distintas maneras, para seguir funcionando más allá de cuantas víctimas se produzcan. Esta dinámica imparable, también,  genera roces interburgueses entre los imperialistas como la lucha por los cargamentos de barbijos o de kits diagnósticos que se arrebatan entre sí en los aeropuertos o las puertas de las fábricas chinas. Esa misma dinámica capitalista de búsqueda irrefrenable de ganancia hace imposible un acuerdo de los grandes institutos científicos de los países más adelantados para buscar de manera colaborativa una vacuna y remedios para esta enfermedad. Cada monopolio farmacéutico quiere producirla por sí mismo y así aumentar sus ganancias. Por estas razones, porque vivimos en un régimen capitalista, no se puede resolver de fondo la pandemia si no se cambian las relaciones de propiedad capitalista, de los monopolios y la gran burguesía, hoy día el mayor obstáculo para derrotar la pandemia. 

En medio de la pandemia, los trabajadores y pueblos del mundo sufren contagios y muertes, despidos y más pobreza. Los gobiernos imperialistas y capitalistas, sean del color que sean, siguen aplicando ajustes brutales. Algunos de ellos empiezan a postular un “capitalismo ético” para evitar una catástrofe mayor. Cada vez se hace más evidente que la alternativa es socialismo o barbarie capitalista.

Escribe Francisco Moreira

“El mundo quedará absolutamente transformado”. Esta frase profética la dijo Martin Wolf, columnista estrella del más importante diario financiero del mundo, The Financial Times. Es que ya a nadie se le escapa la gravedad de la crisis capitalista,  profundizada por la pandemia del coronavirus Covid-19.

Hoy millones de personas están viviendo en cuarentena. Se superó ya largamente el millón de infectados y hay casi 100.000 muertos en el mundo, lo que puso en evidencia el colapso de los sistemas de salud tras años de políticas de ajuste y recortes presupuestarios por parte de todos los gobiernos.

La Organización Internacional del Trabajo (OIT), a comienzos de la pandemia, había anunciado que en el mundo habría 25 millones de nuevos desempleados por la profundización de la crisis económica. El cálculo que hace ahora es que se perderán entre 195 y 230 millones de puestos de trabajo (solo en Estados Unidos ya se reportaron casi 10 millones). Los despidos y suspensiones instrumentados por las empresas para sostener sus márgenes de ganancia aumentan la pobreza y dejan desamparados a millones de trabajadores y sus familias en medio de la pandemia.

Ante tamaña crisis algunos gobernantes y sus voceros han ido a criticar a los líderes del mundo “por sus errores” y se han apresurado a anunciar que, de continuar este “capitalismo salvaje” es inevitable un horizonte catastrófico para la humanidad. El mismo Wolf afirma que “millones de personas van a estar en la más desesperada situación social, económica y psicológica” y prenuncia “una catástrofe de la que acaso no nos recuperemos realmente por décadas”. En contrapartida, postulan la necesidad de un “capitalismo ético”.

Los gobiernos capitalistas siguen aplicando brutales ajustes

Pero la experiencia de los pueblos del mundo informa que el “capitalismo ético” no existe más que en la cabeza de quienes lo postulan. Desde comienzos de 2019 había una oleada de luchas de los pueblos del mundo contra los paquetes de ajuste y recortes en derechos democráticos, instrumentados por los gobiernos imperialistas y capitalistas. La irrupción de la pandemia aumentó el descrédito de los gobiernos porque, pese a sus diferencias, todos siguen empeñados en aplicar paquetes de ajuste. Quienes claman por un “capitalismo ético” donde, por ejemplo, “el FMI preste ayudas económicas”, ya recibieron su respuesta: “El FMI está para proteger el estado de la economía mundial”. Es decir, va a seguir saqueando a los países pobres del mundo.

No hay “errores”. Detrás del ocultamiento inicial de la epidemia por parte de la dictadura capitalista china o su negación por los gobiernos imperialistas, como el de Trump o Boris Johnson (Gran Bretaña), hay una raíz común: mantener las políticas de saqueo, ajuste y explotación capitalistas. Es la misma política que adoptaron gobiernos como el del reaccionario Bolsonaro. También es la política que intentan esconder detrás de su doble discurso gobiernos “progresistas”, como el de Alberto Fernández, que afirman la necesidad de “conciliar la economía con las cuarentenas” mientras permiten despidos, suspensiones y no detienen la sangría de las deudas externas.

Hay una salida: que la crisis la paguen los capitalistas

Desde la izquierda decimos que hay una salida posible para los trabajadores y pueblos del mundo, que no están condenados de antemano a sufrir los efectos de la crisis. Llamamos a retomar las luchas y rebeliones contra los planes de ajuste que aplican los gobiernos imperialistas y capitalistas. Decimos ¡que la crisis la paguen los capitalistas, no los trabajadores!

Resulta cada vez más necesario y urgente impulsar un plan global de emergencia anticapitalista y socialista. Exigir fondos de emergencia sanitaria, que salgan de altos impuestos progresivos a los grupos empresarios, al capital financiero y que se dejen de pagar las deudas externas. Que se aumenten los presupuestos de salud para atender la emergencia sanitaria. Es necesaria una reorganización general de la producción en función de las necesidades de la emergencia sanitaria bajo control obrero.

Que las empresas y los de arriba se hagan cargo de la crisis del coronavirus. Ningún despido o suspensión y que nadie se quede sin su salario durante la cuarentena. Reparto de las horas de trabajo disponibles entre todos los trabajadores. Implementación de un seguro al desocupado y al monotributista.

No existe en el mundo ningún gobierno imperialista o capitalista que esté dispuesto a llevar este programa hasta el final. No existe un “capitalismo ético”. Por eso, ante el desastre provocado por los ajustes y recortes aplicados por los gobiernos de todo el mundo se impone luchar por gobiernos de trabajadores que den urgente respuesta a las necesidades populares. Más que nunca la alternativa es socialismo o barbarie capitalista.

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