Jul 17, 2024 Last Updated 6:04 PM, Jul 17, 2024

Escribe Miguel Angel Hernández, dirigente del PSL de Venezuela y de la UIT-CI

Mientras muchos países hacen malabares para conseguir vacunas y millones de personas en los países más pobres no han sido vacunados, las grandes transnacionales farmacéuticas ganan millones de dólares.
Las vacunas contra el Covid-19 se convirtieron en un gran negocio. Las ganancias de los laboratorios crecen a un ritmo vertiginoso que supera todas las expectativas, agregando nuevos milmillonarios a la lista. Pfizer, Astrazeneca y Johnson & Johnson pagaron, en mayo pasado, 26.000 millones de dólares de ganancias a sus accionistas.

Pfizer ganó en el primer semestre de 2021, 9 mil 234 millones de dólares, mientras que en el mismo período del 2020 sus ganancias fueron de 1.247 millones de dólares. La transnacional norteamericana creció 92% en tan sólo un año.
Moderna, con su primera vacuna en el mercado, es un ejemplo de lo tremendamente lucrativo que para estas grandes empresas ha resultado el Covid-19. Esta biotecnológica tuvo un ingreso en el segundo trimestre del presente año de 4.354 millones de dólares, frente a apenas 66 millones de dólares que obtuvo en el mismo periodo del pasado año. Esto representa un incremento de 6.300% en sus ganancias con respecto al mismo periodo del 2020. Del total de sus ingresos en el presente año, 4.197 millones de dólares corresponden a la vacuna contra el nuevo coronavirus, lo cual es casi el 100% de la facturación total.

Johnson & Johnson, ganó en el primer semestre de este año la bicoca de 23.300 millones de dólares, lo que representa un crecimiento de 27.1% respecto al segundo trimestre del 2020.
AstraZeneca, triplicó este año las ganancias de su vacuna desarrollada en conjunto con la Universidad de Oxford, en relación al segundo trimestre del 2020. Sus ingresos ascendieron a 890 millones de dólares.
Las proyecciones hechas por los analistas son muy halagüeñas para las farmacéuticas. Moderna podría facturar al cierre del 2021, 23 veces más de lo que facturó el año pasado. Pfizer podría terminar el año con ganancias por 33.500 millones de dólares, sólo por la vacuna del Covid-19, y con ingresos totales entre 78.000 y 80.000 millones de dólares. En Johnson & Johnson esperan cerrar el año con ganancias entre 93.800 y 94.600 millones de dólares. Mientras que las expectativas con AstraZeneca es que cierre el 2021 con un 45% más de ingresos que el pasado año.

Todos estos datos reflejan el gran potencial de ganancias que aún pueden dar las vacunas contra el Covid-19, si tomamos en cuenta que es muy probable que por el avance de las nuevas cepas, se deba colocar una tercera dosis de la vacuna o incluso refuerzos cada dos años, para lo que ya las farmacéuticas se están preparando. Aunque no lo digan públicamente, es evidente que a quienes más beneficiaría la persistencia de la pandemia es a los grandes laboratorios.
Pero el hecho de que sus ganancias crezcan no significa que los precios de las vacunas desciendan. Ya se han comenzado a producir incrementos en algunas vacunas. La de Pfizer costaba 17 dólares, ahora está costando 23 dólares, mientras que la de Moderna que estaba valorada en 22 dólares, ahora incrementó su valor hasta 30 dólares.
                                                                    

Tras veinte años de ocupación, los yankis se retiraron derrotados de Afganistán. Un nuevo fracaso del imperialismo en su papel de “gendarme mundial”. Deja un país en ruinas. El poder quedó en manos de los talibanes, un movimiento político religioso islámico ultrarreaccionario. Un monstruo originariamente creado por el propio imperialismo que en los años ´80 los financió para hacer una guerrilla contra la invasión de la ex URSS. Luego de derrotada la invasión y caída la URSS, los Estados Unidos y el Pentágono perdieron su control.

Cuando los talibanes gobernaron entre 1996 y 2001, impuso una dictadura burguesa islámica, un gobierno teocrático brutalmente represivo en primer lugar contra las mujeres. Ahora los talibanes pretenden terminar de liquidar las parciales libertades del pueblo y los derechos de las mujeres que serán resistidos por gran parte del pueblo afgano, en especial en las ciudades, por las mujeres y por las demás etnias que pueblan el país. Miles salieron a las calles, por ejemplo, el 19 de agosto a defender la bandera afgana en el día de la independencia nacional de los ingleses y fueron reprimidos por los talibanes.

Las imágenes de mujeres desesperadas junto a sus hijas intentando huir en el aeropuerto de Kabul no deja de conmover al movimiento de mujeres del mundo entero, quienes nos solidarizamos con la resistencia afgana al régimen talibán. Las que intentan huir lo hacen porque todavía está presente el recuerdo de cuando gobernaban los talibanes en la década del ‘90 aplicando una interpretación radical del Corán en la que se les prohibía salir a las mujeres a la calle sin acompañamiento de un varón y sin el burka (que las cubre de la cabeza a los pies) como así también, la imposibilidad de estudiar o trabajar fuera del hogar. Entre otras atrocidades.

En veinte años de ocupación imperialista, tanto Estados Unidos como la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) han bombardeado el territorio matando civiles y vulnerando sistemáticamente los derechos humanos. Una intervención que ha expulsado de sus casas a millones de personas afganas y ante las cuales la Unión Europea ha cerrado sus fronteras sistemáticamente, externalizando en otros países, como Turquía, el control migratorio y condenando a millones en campos de refugiados con condiciones de vida infrahumanas. Y a quienes han conseguido ingresar, les han negado sus derechos fundamentales para poder explotarlas todavía más.  De hecho, portavoces del imperialismo como el presidente de Francia, Emmanuel Macron, advirtió que su objetivo es frenar el evidente aumento del flujo migratorio hacia Europa.

Denunciamos y rechazamos esta política y defendemos la apertura de fronteras con plenos derechos. Por todo esto es evidente que la solución para las mujeres, en particular, y el pueblo afgano, en general, no viene por el lado del imperialismo yanki que invadió y destruyó el país. Pero tampoco por el lado de los talibanes y su movimiento fundamentalista y misógino.   

Con el control militar en todo el país, el movimiento islamista talibán se propone establecer un Estado teocrático bajo su interpretación ultrarreaccionaria del Islam y la ley sharia, que denominaría el Emirato Islámico de Afganistán. Con el uso instrumental de una religión, impondría un retroceso en las libertades y derechos de las mujeres afganas, que reforzaría la opresión y la desigualdad propia de las relaciones sociales patriarcales del capitalismo. Con el impedimento del trabajo fuera de la casa, la prohibición de mostrar alguna parte de su cuerpo o usar maquillaje, hablar o reír en público, la no participación en actividades deportivas, entre otras que ya fueron implementadas cuando gobernaron anteriormente.

Apostamos a que la respuesta de las mujeres afganas no se haga esperar ante el  control sobre sus vidas, trabajos y cuerpos.  Valoramos la organización y la protesta con manifestaciones y marchas en rechazo a la pérdida de sus libertades y derechos que se enfrentan con una valentía admirable a la presencia armada de milicianos del régimen talibán que vigilan las calles y están encargados de imponer el nuevo orden ultrarreaccionario.

Llamamos a la solidaridad internacional con las mujeres y con todo el pueblo afgano en su lucha contra el nuevo gobierno para impedir que se vuelva a la represión de los años ´90 y para lograr su independencia, igualdad y libertad. Sabemos que solamente con un gobierno de la clase trabajadora que avance al socialismo con plenos derechos se podrá garantizar verdaderamente la libertad del pueblo afgano, para las mujeres y las disidencias.

Como feministas socialistas abrazamos toda forma de resistencia y de la organización de las mujeres afganas contra los talibanes. La lucha de las mujeres afganas también es nuestra lucha. Denunciamos que la ultraderecha y la derecha en distintos países de occidente mantienen un sólido apoyo a movimientos religiosos fundamentalistas evangélicos y católicos que desarrollan una política patriarcal ultrarreaccionaria en contra de las mujeres, que niega el carácter político de la violencia de género, cuestiona y anula la educación sexual y reproductiva, desestima la discriminación laboral por razones de género, rechaza la legalización del aborto, minimiza e incluso justifica los abusos sexuales, se opone al reconocimiento del trabajo reproductivo, ridiculiza la repartición igualitaria del trabajo de cuidado  y el abandono paterno.

Desde la Unidad Internacional de Trabajadoras y Trabajadores – Cuarta Internacional (UIT-CI) llamamos al conjunto del movimiento internacional de mujeres a acompañar esta lucha y rodearla de solidaridad para que triunfe contra la dictadura teocrática y contra toda injerencia imperialista.

#TodasSomosAfganas

Mujeres de la Unidad Internacional de Trabajadoras y Trabajadores – Cuarta Internacional (UIT-CI)
20/8/2021


El lunes 23 de agosto se llevó a cabo un acto frente a la Cancillería en solidaridad con el pueblo afgano y en especial con las mujeres y disidencias de ese país. El mismo fue convocado por la agrupación de Mujeres Isadora e Izquierda Socialista/FIT Unidad bajo la consigna “Ni régimen talibán ni injerencia imperialista”.

De la actividad participaron varias candidatas de Izquierda Socialista del Frente de Izquierda Unidad lista 1A Unidad de la Izquierda. La diputada nacional Mónica Schlotthauer, la legisladora porteña Mercedes de Mendieta y la candidata Mercedes Trimarchi fueron recibidas por el embajador Pablo Tettamanti a quien le entregaron una carta en la que se exige el no reconocimiento del gobierno talibán.

En el acto que se realizó en las puertas de la Cancillería se enfatizó que, tras  veinte años de ocupación imperialista, los yankis se retiran derrotados y dejan un país en ruinas. Ahora el poder quedó en manos de los talibanes, un movimiento político religioso islámico ultrarreaccionario que se ensaña contra las mujeres y niñas y que cuando gobernaron durante la década de los ´90 prohibieron que ellas estudien o trabajen fuera del hogar, debido a una interpretación radical del Corán. Desde el feminismo socialista abrazamos toda forma de resistencia y organización de las mujeres afganas contra los talibanes y la injerencia imperialista.

Mujeres de la Unidad Internacional de Trabajadoras y Trabajadores – Cuarta Internacional (UIT-CI)


Tras veinte años de ocupación, los yankis se retiraron derrotados de Afganistán. Un nuevo fracaso del imperialismo en su papel de “gendarme mundial”. Deja un país en ruinas. El poder quedó en manos de los talibanes, un movimiento político religioso islámico ultrarreaccionario. Un monstruo originariamente creado por el propio imperialismo que en los años 80 los financió para hacer una guerrilla contra la invasión de la ex URSS. Luego de derrotada la invasión y caída la URSS, los Estados Unidos y el Pentágono perdieron su control. 

Cuando los talibanes gobernaron entre 1996 y 2001, impuso una dictadura burguesa islámica, un gobierno teocrático brutalmente represivo en primer lugar contra las mujeres. Ahora los talibanes pretenden terminar de liquidar las parciales libertades del pueblo y los derechos de las mujeres que serán resistidos por gran parte del pueblo afgano, en especial en las ciudades, por las mujeres y por las demás etnias que pueblan el país. Miles salieron a las calles, por ejemplo, el 19 de agosto a defender la bandera afgana en el día de la independencia nacional de los ingleses y fueron reprimidos por los talibanes.

Las imágenes de mujeres desesperadas junto a sus hijas intentando huir en el aeropuerto de Kabul no deja de conmover al movimiento de mujeres del mundo entero, quienes nos solidarizamos con la resistencia afgana al régimen talibán. Las que intentan huir lo hacen porque todavía está presente el recuerdo de cuando gobernaron los talibanes en la década del ‘90 aplicando una interpretación radical del Corán en la que se les prohibía salir a las mujeres a la calle sin acompañamiento de un varón y sin el burka (que las cubre de la cabeza a los pies) como así también, la imposibilidad de estudiar o trabajar fuera del hogar. Entre otras atrocidades. 

En veinte años de ocupación imperialista, tanto Estados Unidos como la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) han bombardeado el territorio matando civiles y vulnerando sistemáticamente los derechos humanos. Una intervención que ha expulsado de sus casas a millones de personas afganas y ante las cuales la Unión Europea ha cerrado sus fronteras sistemáticamente, externalizando en otros países, como Turquía, el control migratorio y condenando a millones en campos de refugiados con condiciones de vida infrahumanas. Y a quienes han conseguido ingresar, les han negado sus derechos fundamentales para poder explotarlas todavía más.  De hecho, portavoces del imperialismo como el presidente de Francia, Emmanuel Macron, advirtió que su objetivo es frenar el evidente aumento del flujo migratorio hacia Europa. 

Denunciamos y rechazamos esta política y defendemos la apertura de fronteras con plenos derechos. Por todo esto es evidente que la solución para las mujeres, en particular, y el pueblo afgano, en general, no viene por el lado del imperialismo yanki que invadió y destruyó el país. Pero tampoco por el lado de los talibanes y su movimiento fundamentalista y misógino.   

Con el control militar en todo el país, el movimiento islamista talibán se propone establecer un Estado teocrático bajo su interpretación ultrarreaccionaria del Islam y la ley sharia, que denominaría el Emirato Islámico de Afganistán. Con el uso instrumental de una religión, impondría un retroceso en las libertades y derechos de las mujeres afganas, que reforzaría la opresión y la desigualdad propia de las relaciones sociales patriarcales del capitalismo. Con el impedimento del trabajo fuera de la casa, la prohibición de mostrar alguna parte de su cuerpo o usar maquillaje, hablar o reír en público, la no participación en actividades deportivas, entre otras que ya fueron implementadas cuando gobernaron anteriormente. 

Apostamos a que la respuesta de las mujeres afganas no se haga esperar ante el  control sobre sus vidas, trabajos y cuerpos.  Valoramos la organización y la protesta con manifestaciones y marchas en rechazo a la pérdida de sus libertades y derechos que se enfrentan con una valentía admirable a la presencia armada de milicianos del régimen talibán que vigilan las calles y están encargados de imponer el nuevo orden ultrarreaccionario.

Llamamos a la solidaridad internacional con las mujeres y con todo el pueblo afgano en su lucha contra el nuevo gobierno para impedir que se vuelva a la represión de los años 90 y para lograr su independencia, igualdad y libertad. Sabemos que solamente con un gobierno de la clase trabajadora que avance al socialismo con plenos derechos se podrá garantizar verdaderamente la libertad del pueblo afgano, para las mujeres y las disidencias. 

Como feministas socialistas abrazamos toda forma de resistencia y de la organización de las mujeres afganas contra los talibanes. La lucha de las mujeres afganas también es nuestra lucha. Denunciamos que la ultraderecha y la derecha en distintos países de occidente mantienen un sólido apoyo a movimientos religiosos fundamentalistas evangélicos y católicos que desarrollan una política patriarcal ultrarreaccionaria en contra de las mujeres, que niega el carácter político de la violencia de género, cuestiona y anula la educación sexual y reproductiva, desestima la discriminación laboral por razones de género, rechaza la legalización del aborto, minimiza e incluso justifica los abusos sexuales, se opone al reconocimiento del trabajo reproductivo, ridiculiza la repartición igualitaria del trabajo de cuidado  y el abandono paterno.

Desde la Unidad Internacional de Trabajadoras y Trabajadores – Cuarta Internacional (UIT-CI) llamamos al conjunto del movimiento internacional de mujeres a acompañar esta lucha y rodearla de solidaridad para que triunfe contra la dictadura teocrática y contra toda injerencia imperialista. 

 #TodasSomosAfganas

Las dramáticas escenas del aeropuerto de Kabul que recorrieron el mundo, con miles de afganos y afganas tratando de subirse a un avión militar, es la imagen más evidente de la debacle del imperialismo norteamericano.
Los yanquis y sus aliados de la OTAN se escapan de Afganistán y los talibanes tomaron Kabul, su capital, así como las principales ciudades. La retirada yanqui, a casi veinte años de su invasión, deja al país hundido en un desastre.
Es una de las derrotas más graves de los Estados Unidos después de Vietnam. Y se produce en el momento de la más grave crisis mundial de dominación del imperialismo norteamericano. Una crisis política, económica y militar.
El presidente Biden culpa a Trump porque acordó con los talibanes la retirada el año pasado. El secretario de Defensa de Gran Bretaña, el principal aliado de los Estados Unidos en la invasión, tachó de “podrido” el acuerdo entre los Estados Unidos y los talibanes.

En febrero de 2020, el gobierno de Trump llegó a un acuerdo con los talibanes para retirar a sus soldados en mayo de 2021. Biden dijo que la retirada iba a ser en septiembre, pero se vio obligado a adelantarla. El domingo 15 de agosto los talibanes tomaron Kabul.

En el momento de publicar esta declaración 6.000 soldados yanquis y británicos se limitan, en medio del caos, a custodiar el aeropuerto de la capital para permitir escapar a sus colaboradores directos y a los funcionarios del gobierno títere. Ashraf Ghani, el ex presidente afgano, ya huyó del país.

Afganistán comparte fronteras con China, Pakistán, Irán, Tayikistán, Turkmenistán y Uzbekistán. Hoy, con 38 millones de habitantes, es uno de los países más pobres del mundo. De economía centralmente agraria, dominada en gran parte por los talibanes, con campesinos sometidos y pequeños comerciantes, su principal exportación es el opio, del que es el mayor productor mundial, con 328.000 hectáreas cultivadas de amapolas (para opio y heroína). Precisamente con estos cultivos se financian los talibanes, quienes siguieron exportando a través del contrabando.
 
La invasión yanqui en el 2001 buscaba poner “orden en el mundo”

La invasión comenzó el 7 de octubre de 2001, a menos de un mes de los ataques terroristas en Nueva York, Pensilvania y Washington, que derribaron las Torres Gemelas y dejaron más de 3.000 muertos y heridos.
El supuesto objetivo de la invasión a Afganistán, ordenada por el presidente George Bush, fue “combatir al terrorismo” y capturar a Osama Bin Laden, líder de la organización Al Qaeda, considerado el autor intelectual de los atentados, quien estaba refugiado en Afganistán y protegido por su gobierno. Nunca quedaron del todo claros los objetivos y orígenes de los atentados que derribaron las Torres Gemelas.

Bin Laden, nacido en Arabia Saudita, había sido financiado por la CIA y los yanquis que le dieron armas y entrenamiento para luchar contra la hoy desaparecida Unión Soviética en la década del ’80, que había invadido a Afganistán para defender a un gobierno aliado, y detener el avance de movimientos islámicos, de los cuales surgirían luego los talibanes.

Con la excusa del atentado, Estados Unidos logró apoyo internacional y en la propia población norteamericana para invadir Afganistán, y luego a Irak en el 2003 (país que no tenía nada que ver con Bin Laden o Al Qaeda). Pero el objetivo real era utilizar el repudiable atentado, para apuntalar su debilitado dominio en Asia y aumentar su control del petróleo de Irak y el Medio Oriente.

Bush y los presidentes que le siguieron, erigiéndose en “gendarme mundial”, quisieron poner “orden”. Veinte años después se puso en evidencia que más bien incentivaron “un desorden mundial”, y que el imperialismo no se ha repuesto de su fracaso militar y político de Vietnam.

Para invadir Afganistán, Washington contó con el apoyo militar del Reino Unido, Canadá, Australia, Austria, Italia, Alemania y de otros países de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN). También contrató ejércitos privados de mercenarios colombianos y de otros países latinoamericanos. Entre todos, llegó a contar con más de 200.000 efectivos con apoyo de su poderosa aviación.

Pero la invasión yanqui, a pesar de los bombardeos y las masacres que produjeron un verdadero genocidio, que causó 200.000 muertos y millones de heridos y refugiados, nunca pudo consolidar su dominio sobre todo el territorio. Los talibanes siguieron controlando, con cierto apoyo popular, parte del sur de Afganistán.

Los Estados Unidos y sus aliados de la OTAN dicen haber gastado 1 billón de dólares (1 millón de millones) en mantener un enorme ejército de ocupación. Los invasores tuvieron unos 8.000 muertos, entre tropas norteamericanas, de otros países de la OTAN, y mercenarios contratados por ellos. Se calcula que 88.000 millones de dólares fueron gastados en la instrucción de los 300.000 soldados afganos, que ahora se rindieron sin combatir. De nuevo se demuestra que una fuerza invasora no puede consolidar un ejército a su servicio de manera eficiente. Los hechos mostraron que era artificial. El odio a los ocupantes imperialistas fue la base de ese fracaso. No tenían una causa moral. No querían enfrentar a sus propios compatriotas, por más que fueran los talibanes.

Veinte años después, pasados los gobiernos de Bush, Obama, Trump y ahora Biden, las fuerzas imperialistas se retiran derrotadas.
 
Los talibanes, un monstruo creado por el imperialismo

Los talibanes son un movimiento político religioso islámico (de la rama sunnita) pro capitalista, que encabeza una federación de tribus con centro en la etnia pasthún.
Los talibanes, o “estudiantes” en lengua pasthún, surgieron a principios de la década de los ´90 como una fracción de la resistencia afgana a la invasión de la ex URSS de los años ´80. Eran parte de los “mujaidines”, la guerrilla financiada por el Pentágono norteamericano, la CIA y apoyados por Pakistán. Es decir que los talibanes fueron creados por el mismo imperialismo norteamericano. Pero luego estos se les fueron de las manos. Los talibanes aparecen en 1994 enfrentados en una guerra civil con otras alas de la ex guerrilla. En 1996 tomaron el poder en Afganistán y lo gobernaron hasta la invasión yanqui en el 2001. Formaron el Emirato Islámico de Afganistán (una especie de monarquía islámica, encabezada por la autoridad absoluta político religiosa, que quieren reconstruir ahora).

Los talibanes establecieron una dictadura burguesa islámica, basada en su interpretación de la sharía o ley islámica. Ejecutaban públicamente a asesinos y adúlteros, amputando manos y pies a los culpables de robo. Asimismo, los hombres debían dejarse crecer la barba y las mujeres tenían que llevar un burka que les cubría todo el cuerpo, no podían circular sin compañía de algún hombre, ni estudiar después de los diez años. También prohibieron la televisión, la música y el cine.

¿Adónde va Afganistán?

Por sus antecedentes represivos mientras gobernaron, y también por ser predominantemente de la etnia pasthún (40% de la población), los talibanes son resistidos por gran parte del pueblo afgano, en especial en las ciudades, por las mujeres, y por otras etnias que pueblan el país.

El líder religioso Mawlawi Hibatullah Akhundzada fue nombrado comandante supremo de los talibanes el 25 de mayo de 2016. Es muy posible que, como lo han anunciado, restablezcan el emirato dictatorial islámico. Aunque se enfrentaron con Estados Unidos, no tienen un programa antiimperialista y ya iniciaron negociaciones públicas con el imperialismo chino, que ya prometió inversiones en litio y cobre, y le dieron garantías a Rusia.

Nuestro repudio a los crímenes del imperialismo yanqui no significa algún apoyo al gobierno ultra reaccionario de los talibanes. Por ello, desde la UIT-CI, apostamos a que haya una importante resistencia popular al nuevo gobierno. Anticipamos nuestro repudio a toda acción represiva sobre las mujeres y el pueblo afgano en general.

Es el pueblo trabajador afgano quien merece la solidaridad internacional para luchar por su independencia y reconstruir su país sin invasores y sin dictaduras teocráticas o de cualquier signo.
También es necesaria la solidaridad con los millones de refugiados afganos que son discriminados y explotados en Asia y Europa, para que sean aceptados como migrantes de un país destruido por el imperialismo, con todos sus derechos laborales y sociales.

Unidad Internacional de Trabajadoras y Trabajadores-Cuarta Internacional (UIT-CI)
17 de agosto de 2021
 
 
 

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