En la capital, Petrogrado, y en Moscú, vivían unos tres millones de habitantes, y se había desarrollado un proletariado industrial pequeño pero muy moderno y concentrado.
La caída de los zares
En febrero de 1917, la policía reprimió una enorme movilización en Petrogrado, lo que detonó una insurrección que logró la caída de la dictadura de Nicolás II. Asumió un gobierno provisional de la burguesía liberal (que era hasta ese momento aliada del Zar) y de los partidos reformistas: los socialrevolucionarios, con mucha influencia en el campo, y los mencheviques, que pertenecían a la socialdemocracia, con peso entre los obreros. Al mismo tiempo resurgieron los soviets, organismos democráticos representativos de las masas en lucha, donde deliberaban y decidían los delegados de los obreros, los soldados y campesinos. El triunfo de la revolución de febrero abrió amplias libertades políticas, pero no se avanzaba en la solución de los graves problemas de los obreros y campesinos. Los fundamentales eran la carnicería de la guerra inter imperialista (el zarismo era aliado de Francia e Inglaterra), la superexplotación de los terratenientes sobre los campesinos y la miseria generalizada.
El partido bolchevique, que dirigían Lenin y Trotsky y reivindicaba el marxismo revolucionario y el internacionalismo, era minoría al comienzo. Nunca apoyó al nuevo gobierno burgués y fue creciendo. Era el único que consecuentemente defendía los intereses de los obreros, soldados y campesinos en los soviets. Entre septiembre y octubre se fueron transformando en la fuerza mayoritaria entre las masas en lucha.
La insurrección y las primeras medidas
Entre el 25 y el 26 de octubre (que luego serán el 7 y 8 de noviembre, cuando se adoptó el calendario occidental) en Petrogrado se llevó a cabo una insurrección armada. Fue organizada y dirigida por los bolcheviques y el Comité Militar del soviet. También se hizo en Moscú. La movilización de las masas revolucionarias y la firme conducción bolchevique, encabezada por Lenin y Trotsky, permitieron echar del poder a la burguesía y sus lacayos, los dirigentes reformistas, y acabar con sus fuerzas represivas. El nuevo gobierno de los soviets proclamó de inmediato su objetivo: el socialismo en Rusia y el mundo. Ese mismo día decretó una paz inmediata, sin anexiones, y la abolición de la diplomacia secreta y sus tratados. Al día siguiente, el decreto sobre la tierra abolió, sin indemnizaciones, la propiedad terrateniente y de la iglesia. Los instrumentos de labranza y las construcciones pasaron a manos de los soviets locales. No se cuestionó la propiedad y bienes de los campesinos pobres. En las ciudades hubo moratoria de alquileres y medidas de emergencia para la provisión de alimentos. En noviembre se dio igualdad de derechos a todos los pueblos que eran oprimidos por el imperio ruso, incluyendo la separación (como lo hizo Finlandia), y se dio libertad a todas las minorías nacionales o étnicas. Se estableció el control obrero de las empresas y el salario de los ministros igual al del obrero industrial promedio. Se tomaron las imprentas y la producción de papel, para garantizar las publicaciones soviéticas, y se comenzó la organización de las milicias.
Antes de fin de año comenzó a coordinarse la gestión de las empresas que pasaban a manos de los obreros por abandono de sus antiguos dueños, y se confiscaron empresas imperialistas (por ejemplo las de electricidad, establecimientos industriales metalúrgicos y textiles). Se estableció la educación pública, en manos hasta entonces de la iglesia, el matrimonio civil, el divorcio y medidas de protección a la maternidad y la infancia. Se estatizó el sistema bancario y se abolieron los títulos de nobleza.
El 3 de enero de 1918 se proclamó la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS). Se anuló toda la deuda externa. En febrero, se creó el Ejército Rojo, dirigido por Trotsky. Comenzaba la cruenta guerra civil. En noviembre de 1919, en medio de los combates, se fundó en Moscú la Tercera Internacional.
La guerra civil y la burocratización
Con el inicio de la guerra civil se produce la total expropiación de la burguesía. Esos tres años de guerra civil significaron atroces sufrimientos para las masas soviéticas. Pero su heroísmo revolucionario y la conducción de los soviets por parte de los bolcheviques, que pasaron a llamarse Partido Comunista de la URSS, permitieron aplastar a la contrarrevolución armada de la reacción burguesa rusa y los ejércitos imperialistas que la ayudaban.
Cuando tomaron el poder, la conducción bolchevique y en particular Lenin y Trotsky consideraban que solo podrían consolidarlo y avanzar en la revolución socialista si eran acompañados por nuevos triunfos parecidos al de octubre de 1917 en la oleada revolucionaria que sacudía a Europa, y muy particularmente en Alemania. Toda su expectativa estaba puesta en la revolución socialista mundial.
Esto no se dio. Cuando en 1921 terminó la guerra civil, la URSS había quedado sola y devastada. Comenzó a abrirse paso un proceso de burocratización del aparato del estado, los soviets y el propio Partido Comunista, que se alimentaba en el cansancio de las masas. Lenin, ya enfermo, dedicó los últimos esfuerzos de su vida a combatir esa burocratización, pero murió en medio de esa pelea. La daba junto con Trotsky y el gran enemigo era Stalin, dirigente de la burocracia que finalmente logró encaramarse en el poder y traicionar a la revolución.
La revolución traicionada
A mediados de la década del veinte se dio dentro de la URSS una denodada batalla por frenar el proceso de burocratización, que se extendía a los partidos de la Tercera Internacional. Trotsky y los miles y miles que lo acompañaron fueron derrotados. Se impuso una contrarrevolución política, absolutamente opuesta a la lucha revolucionaria de 1917, al marxismo revolucionario y al auténtico leninismo.
La dictadura de Stalin fue la negación del socialismo, que solo puede desarrollarse con la democracia obrera y al servicio de su extensión en el mundo. Desde entonces los partidos comunistas llevaron al fracaso a infinidad de revoluciones (mencionemos una sola, simbólica y trágica, la española de 1936), pactando con la burguesía y salvando al sistema capitalista mundial, todo para perpetuarse en sus privilegios materiales. Y, como lo denunciaba Trotsky hasta que fue asesinado por un agente de Stalin en 1940, si la burocracia se mantenía en el poder inexorablemente llevaría al retorno del capitalismo. Así culminó el siglo XX, cuando desde 1989 las movilizaciones de los trabajadores de la URSS y Europa del Este pudieron obtener importantes triunfos al tirar abajo a las dictaduras de partido único, pero sin lograr detener y revertir las aperturas a la restauración capitalista que esos burócratas, encabezados por Gorbachov, habían puesto en marcha años atrás. Sigue planteada la gran tarea de construir la dirección consecuentemente socialista revolucionaria que retome el camino de aquel triunfo de 1917 y los primeros años del poder soviético.
¿La Revolución de Octubre fracasó por "exceso de estatismo"?
Una de las tantas “explicaciones” falsas que han instalado los derrotados partidos comunistas luego de 1989-91 señalan que la URSS fracasó porque hubo “un exceso de estatismo”. Así tergiversan la historia, para seguir ensuciando el nombre del socialismo y para seguir alejando a los trabajadores y sus luchas de un auténtico programa revolucionario. Asi buscan seguir con la nefasta política de un falso “socialismo” basado en las empresas o la economía “mixtas”, junto a los empresarios, como el “Socialismo del Siglo XXI” del chavismo o el desastre de los sandinistas en la Nicaragua de los 80, asesorados ambos por Fidel Castro. Se llega al colmo en Venezuela donde el chavismo comparte la explotación del petróleo junto a Chevrón, Repsol o la Total.
Lo que hizo fracasar la experiencia de la revolución rusa no fue la estatización, sino la burocratización y traición a la revolución socialista que encabezaron Stalin y sus continuadores de los partidos comunistas del mundo. Se instaló un estado obrero burocrático, una caricatura contrarrevolucionaria de lo que hubo.
Ahora, al echarle la culpa al “estatismo”, los reformistas de todo pelaje (ex partidos comunistas, socialdemócratas o “socialistas del siglo XXI”), siguen buscando que los trabajadores y los pueblos no luchen por tomar el poder, acabar con el estado burgués e imponer un nuevo poder estatal revolucionario, acabando en el capitalismo.