La huelga por aumento salarial paralizó la mayor parte de la producción de platino en Sudáfrica. Afectó el 40% de la producción mundial de ese mineral básico para los discos rígidos de las computadoras, industria automovilística y fibra óptica (es decir, internet). Las publicaciones económicas hablaron de la “crisis del platino”.
La huelga fue oficialmente levantada en una asamblea de 30.000 trabajadores, en el Estadio Royal Bafokeng, de Rustenburg (norte del país). El líder del sindicato AMCU, Joseph Mathunjwa, anunció que se logró un acuerdo según el cual el salario pasará en 3 años, en forma gradual, de los actuales 5.000 rands a 12.500 rands (unos 1.100 dólares al cambio actual). La huelga en las tres gigantescas empresas, las sociedades mineras Anglo American Platinum, Impala Platium y Lonmin, fue la más larga y grande (en cantidad de huelguistas y pérdidas económicas) de la historia de Sudáfrica. Las transnacionales del platino son las mismas de los tiempos del régimen racista del apartheid. Una idea de sus ganancias la da el hecho que las propias empresas informaron que por la huelga de 5 meses perdieron 2.200 millones de dólares.
La huelga fue durísima. El CNA (Congreso Nacional Africano), que gobierna desde la caída del apartheid en 1994, con la burocracia sindical de la central obrera COSATU, organizó grupos de rompehuelgas contra los huelguistas, que los enfrentaron con palos y machetes en batallas campales. Además de no recibir salarios por 5 meses, los huelguistas y sus familias se vieron privados también de la atención médica. Y sometidos a una brutal campaña del gobierno, el CNA, la burocracia sindical de COSATU y los medios de comunicación que los atacaban diciendo que “atentaban contra Sudáfrica”.
La firmeza de los huelguistas, sostenida además con una poderosa organización de delegados de base, junto al sindicato, logró doblar el brazo de la patronal apoyada por el gobierno.
Los trabajadores viven y trabajan en condiciones precarias, en barrios construidos por las propias empresas con pésimas condiciones sanitarias. Entre los huelguistas estaban los que hace dos años protagonizaron la célebre huelga de Marikana, cuando la represión policial causó 46 muertos y centenares de heridos.
Crisis del régimen del CNA
La ola de huelgas, aún con una motivación inmediata económica, tiene un directo significado político de búsqueda de una nueva dirección y cambios de fondo. El sindicato metalúrgico NUMSA, que ahora encabeza a 200.000 huelguistas, el año pasado rompió políticamente con el gobierno y votó en un congreso que formará un partido de los trabajadores.
La crisis capitalista y ajuste mundial contra los trabajadores se está manifestando crudamente en Sudáfrica. El triunfo de los mineros es un gran paso adelante que ayudará a toda la clase obrera sudafricana a enfrentar ese ajuste, en su búsqueda de una nueva dirección política independiente de los capitalistas.
Tenemos que difundir y solidarizarnos con esta lucha de los trabajadores sudafricanos, parte importante de la lucha mundial contra el ajuste capitalista.
Explotación y pobreza
El 5 de diciembre del año pasado falleció Nelson Mandela, líder de la lucha contra el régimen racista blanco del “apartheid” y el primer presidente de Sudáfrica post apartheid electo en 1994. En el propio funeral fue silbado por decenas de miles de personas el actual presidente Jacob Zuma, mostrándose el profundo descontento.
El régimen racista del apartheid no permitía el voto de los negros (80% de la población), ni que entraran a los barrios blancos, ni su derecho a la organización. Y los condenaba a una pobreza extrema. La caída del régimen racista fue un gran triunfo revolucionario del pueblo negro, después de muchos años de levantamientos, huelgas y lucha armada. Mandela fue quien encabezó esa lucha revolucionaria y estuvo por eso 27 años preso.
Sin embargo, aunque el régimen cambió y hoy en Sudáfrica, con 50 millones de habitantes, hay formalmente igualdad jurídica, derechos políticos de los negros y blancos y gobiernan negros, Mandela, en nombre de la “reconciliación nacional”, pactó con los capitalistas blancos que podían mantener las tierras y minas que habían robado bajo el régimen colonial y construido con la brutal explotación al pueblo negro. Además, el gobierno del partido de Mandela, el CNA, bajo su presidencia y las de sus sucesores, Thabo Mbeki y luego el actual Jacob Zuma, aplicaron un extremo plan capitalista neoliberal. De esta forma se reforzó el poder económico de los capitalistas blancos, dueños de las minas, los campos, fábricas y cadenas comerciales. Surgió también un sector menor de la burguesía negra, originada en la burocracia del CNA (fue el precio de la traición), pero la masa negra siguió en la pobreza, con salarios miserables, con los hospitales y gran parte de la educación privatizada. La masa del pueblo negro que antes no accedía a hospitales o escuelas públicas de calidad, que eran sólo para blancos, ahora tampoco pueden hacerlo. Porque fueron privatizados y su precio es prohibitivo. Hay un 25% de desocupación, que aumenta a más del 50% entre los jóvenes.
El CNA gobierna con la central sindical Cosatu y el Partido Comunista, al servicio de los grandes capitalistas blancos y transnacionales. Lo que está fracasando en Sudáfrica, al igual que en Latinoamérica con el chavismo, evismo, lulismo o kirchnerismo, son los regímenes de conciliación de clases, que prometieron mejorar la situación del pueblo, pero pactando con los capitalistas y multinacionales. En Sudáfrica, como en el resto del mundo, es imposible terminar con la opresión, marginación y miseria, sin expropiar a las transnacionales y grandes capitalistas, en minas, fábricas y tierras, casi todos blancos en el caso sudafricano, para poner los medios de producción y riquezas naturales al servicio del pueblo trabajador.